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Cuando la mujer que amas te da una sorpresa inesperada
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Todo desaparecía a su alrededor, la única imagen que tenía en mente era la de Yazmín. Morena; curvilínea; de buenas carnes; sexosa… Yazmín… Yazmín. La hembra que acababa de ver montando macho, y gimiendo como una viciosa sexual; lo había dejado como cautín.

Ya lo incitaba desde la prepa, cuando él aún era un calenturiento adolescente y ella florecía como una deliciosa colegiala provocativa por naturaleza. Pero ahora que ambos eran adultos, Yazmín, ya embarnecida, poseía ese culazo que de sólo verlo avivaba los espermas, y acicateaba las ganas de inyectarle tal néctar por en medio de ese par de gajos de voluminosa carne; lo enloquecía.

El hombre estaba obseso en su masturbación mientras revivía la escena que apenas unos minutos había presenciado. Un stripper, supuesto amigo suyo, había penetrado profesionalmente a la mujer que aquél acababa de presentarle, la mujer que más amaba. ¡Pero qué pendejo había sido!, no obstante todo había ocurrido por un plan con maña, ya que la había presentado a aquel granuja con la intención de grabarla en situación comprometedora con él, para así ponerla en evidencia con su futuro esposo. Yazmín estaba por casarse y éste estaba en contra de aquello, por supuesto. Sin embargo, no había previsto que aquel encuentro fuera más lejos de lo esperado. Nunca se habría imaginado que Yazmín, por propia iniciativa, solicitara un servicio de tal índole: ser fornicada por el recién conocido stripper.

Y el mencionado macho se lo había hecho muy rico (en su fuero interno no podía dejar de reconocerlo). Ver aquella cópula invitaba a hacerle lo mismo a la fémina co-protagonista del sexual encuentro: tomarla de ambas nalgas; adueñarse de sus ubres de hembra lechera; penetrarla por en medio de su redondo y firme culo.

Fugado en su fantasía, sentía ser el hombre que la había penetrado, que la había satisfecho en su necesidad femenina, que la había llenado.

Yazmín había bufado como burra en celo, mientras recibía verga hincada sobre una pequeña silla plegadiza ofrendando aquel hermoso culo moreno. Ella era el amor de su vida desde su adolescencia y nunca se lo había hecho, pero lo deseaba tanto.

No pudo aguantar más y rememorando ese hermoso culazo eyaculó abundantemente. No le importó que parte de aquel desparrame de placer absoluto cayera en la alfombra; todo era satisfacción en ese momento. Sin embargo, pasados unos minutos de haber eyaculado, se sintió vacío. Yazmín no estaba allí y la necesitaba. Además, le sobrevino la cruda realidad, Yazmín lo había hecho con otro hombre y lo había gozado. Un hombre a quien apenas había conocido mientras que él, que la conocía desde… ¡carajo…!, a él ni siquiera le había regalado un beso en los labios.

«¡Maldita desgraciada!», pensó inmediatamente.

De repente sintió un odio hacia ella inconmensurable. El amor que hacía un breve momento lo había acompañado al clímax se había convertido en su opuesto total. Sintió ganas, necesidad, de perjudicarla. Y fue así que…

«¡Carajo, el video!», le vino el pensamiento al instante.

En su celular tenía resguardada aquella grabación comprometedora.

La mujer lucía como una escort de catálogo en ese vestido color vino. Y más allí, en el hotel Patriotismo, un lugar habitual para los encuentros carnales con ese tipo de sexoservidoras. Álvaronando no podía creerlo, le estaba tomando fotografías con su celular a la mujer que siempre había deseado. Y ella posaba de buena voluntad mostrándose atractiva y algo más. Todo pese a sus temores de días anteriores.

Y es que Álvaronando (resentido porque Yazmín se le había entregado a un amigo suyo antes que a él) había actuado motivado por el rencor y le había enviado un video que capturaba el hecho de infidelidad al futuro esposo de aquella mujer.

Como lo había identificado en el Facebook, allí le envió el video de la mencionada siendo penetrada sexualmente por un stripper.

Aquél próximo a enlazar su vida con aquella mujer, podría atestiguar así como su futura esposa disfrutaba de que un musculoso macho la fornicara; tanto sentada sobre él (yendo en un vaivén púbico hambriento y constante) como estando de a perrita (gimiendo como bestia en celo, sonido incrementado por las condiciones acústicas del pequeño lugar).

Una vez enviado el archivo de video se sintió satisfecho de exponer a Yazmín; su antigua compañera de prepa, su amor platónico; como una disoluta, o más bien como toda una puta. Atizado por la ambición de castigarla por no haberlo beneficiado con la entrega de su sexo ni siquiera pensó en las consecuencias de su acción. Pero pasando los días le sobrevino el pesar de las repercusiones de su acción, pues era cierto, aquello había sido precipitado, inmaduro, estúpido.

Como los días iban pasando le carcomían las entrañas cada vez más, las consecuencias que aquella acción malintencionada podría granjearle. Y aquella angustia no terminó hasta que recibió aquella llamada.

Se trataba de la sexy voz de Yazmín, quien lo sorprendió pues le pedía verse de nuevo.

Por supuesto que en la mente del escucha pasó la idea de que le reclamaría lo del video. ¿Quién más podría haberla grabado en esa escena y haber enviado el video a su prometido? Pero su pesar se sosegó cuando ella propuso el lugar del encuentro:

“¿Conoces el hotel Patriotismo?”.

No podía creerlo, la mujer que escuchaba por el celular lo convocaba a verse en un hotel, y en un hotel que era conocido porque allí se realizaban encuentros de entrepiernas. Según parecía, la mujer que más deseaba en el mundo, prácticamente lo estaba invitando a coger. Evidentemente no pondría ninguna traba al respecto, y aceptó el día y la hora propuesta por la dama.

Se encontraron en el pequeño restaurante del hotel, como habían acordado. Allí bebieron un poco e hicieron plática.

“Hola, ¿cómo estás?”, él dijo torpemente, estaba nervioso. «No puede ser tanta mi buena suerte», sensatamente pasó por su mente.

“Bien, ¿y tú?”.

Yazmín vestía un vestido color vino bastante entallado el cual delineaba sus buenas formas femeninas. Muchos hombres en el lugar la volteaban a ver, más teniendo en cuenta que en aquel sitio se acudía a entrepiernarse con chicas pagadas; por ello hubo murmuraciones disimuladas que especulaban si aquella sería mujer de alquiler.

“Oye, quería agradecerte lo de la otra noche”, comenzó ella.

“¿Te divertiste?”, le dijo el otro.

Ella enmarcó su cara con una sonrisa y sus mejillas se sonrojaron un poco.

Continuaron la plática de forma trivial.

“¿Cómo van los preparativos para tu boda?”, se atrevió a cuestionarle aquél, en determinado momento.

Ella respondió brevemente, apenas revelando cierto enfado que él no notó, o prefirió no dar importancia.

Unos minutos después era la mujer quien cortaba la conversación y mostraba la iniciativa de subir a una de las habitaciones. Para asombro del hombre, Yazmín ya tenía una habitación, así que ambos se dirigieron directamente al elevador.

Admirándola vestida tan sensual, aquél no pudo contenerse y le tomó unas fotos. Ella posó ante el celular de su compañero. Le tomó algunas imágenes en el pasillo, antes de llegar a su habitación, las que guardaría para rememorar aquel encuentro, su tan ansiado primer encuentro sexual con la musa de sus chaquetas.

Sin podérselo creer, Yazmín introdujo la tarjeta llave y abrió la puerta. Ya en el interior ella comenzó a retirarse el vestido a la vez que le decía.

“Estoy por demostrarte lo agradecida que quedé por lo de la otra noche”.

Aquello parecía un sueño; la realización del más deseado apetito. La mujer que más había anhelado quedaba frente a él vestida sólo en pantaletas, brasier y finas medias.

Su piel era tan tersa, uniforme, morena y bien firme; no había flacidez en ninguno de sus miembros. Todo su cuerpo estaba bien delineado en curvas que iban de lo sugerente a lo francamente incitador. «¡Y por Dios!, ¡esas nalgas, Señor, esas nalgas!». Las caderas apenas eran la voluptuosa invitación, pero cuando le miró las nalgas por medio de uno de los espejos del erótico espacio pudo contemplar los dos gajos de carne bien prieta. La estabilidad y suavidad de aquellas redondeces invitaba a palparlas.

“Yo… te amo desde la prepa”, le dijo con candidez, pero ella no le permitió decir más pues se acercó a él para besarlo.

“Ay, tu amigo está… a todo lo que da”, Yazmín señaló a la vez que le palpaba el bulto que se le había formado en la entrepierna.

Le sonrió pícara.

“Ahora, si quieres penetración, tendrás que hacer lo que yo te diga”, le dijo ella.

La sola mención de “…quieres penetración…” saliendo de la sensual boquita de aquella lo obnubiló de tal forma que aceptó sin reservas lo que ella comandó, pese a lo extraño de su solicitud.

“Primero quiero que te desnudes”, le ordenó.

Él inmediatamente se deshizo de toda su ropa. Luego Yazmín le mandó que se echara en la cama boca abajo; supuestamente ella le daría un masaje erótico, pero él quedaría inmóvil mientras tanto. Una vez él se echó en la cama, como Yazmín le había comandado, lo ató a tal lecho con implementos que ella ya tenía en el cuarto. Se veía que se había preparado con antelación.

Aquél se dejó hacer.

“Te voy a recompensar como te mereces”, le dijo Yazmín al cautivo, una vez ajustó bien los amarres que lo sujetaban.

Pese a la incómoda posición (sus extremidades se estiraban a cada una de las cuatro esquinas de la cama) aquel hombre estaba extasiado esperando el placer que esa mujer podía brindarle. No obstante, después de unos minutos, notó que Yazmín había salido de su campo visual. No la veía ni la escuchaba ya.

“¡Yazmín! ¡Yazmín!”, gritó cuando le colmó la inquietud.

Afinando el oído la escuchó hablar, pero hablaba con alguien más. Cuando la volvió a ver con el rabillo del ojo notó que Yazmín se le volvía a acercar, pero que venía acompañada.

“Hola Álvaro”, le dijo el hombre.

“¡¿Roberto?! ¡¿Qué caraj… qué haces aquí?!”, le dijo el cautivo, tomando consciencia inicial de que “algo” iba mal.

Mal, pero que muy mal, él estaba atado, desnudo y expuesto en esa posición supina mientras que aquel otro hombre, Roberto, le sonreía afable y comenzaba a desnudarse.

“¿Yazmín… qué está pasando?”, esta vez dijo dirigiéndose a la mujer.

“Roberto es parte de la sorpresa que te preparé”, le dijo la hembra que él tanto deseaba.

Su instinto se disparó entonces llenando su ser de espanto por lo que vendría.

“¡Suéltame…!”, gritó, ya entendiendo de lo que se trataba.

La mujer lo veía sonriendo de satisfacción por su reacción aterrorizada.

“¡Roberto… suéltame!”, dijo, ahora dirigiéndose al hombre quien seguía desvistiéndose.

“Mira hermano, no creas que esto es cosa mía, eh… a mí sólo se me contrató para realizar lo que hago. Y tú me conoces, es mi oficio, en esto no hay sentimientos”.

“Pues yo sí asumo la responsabilidad de lo que te va a ocurrir”, pronunció Yazmín.

El asustado hombre volvió la vista a ella.

“…así como tú deberías asumir las consecuencias de tu descaro. ¡¿Qué pretendías al mandarle ese video a Álvaro, eh?!”.

“Yo sólo… Sólo quería estar contigo. No quería perjudicarte, sólo quería que estuvieras conmigo”, le dijo casi a punto de llorar. “Perdóname. Te pido que me perdones”.

“Pues ya es demasiado tarde, jodiste mi matrimonio, mi vida. Ahora toca joderte a ti”, y Yazmín utilizó su celular para grabar lo que estaba ocurriendo.

Roberto continuaba desvistiéndose, retirando por fin sus calzoncillos, dejando así libre al morsolote que allí se había resguardado. El vigoroso apéndice se erectó de inmediato maquinalmente, y el hombre procedió a subirse a la cama.

“¡¿Pero qué… qué pretendes?! ¡No! ¡¡¡Nooo!!!”, gritó el impedido hombre al sentir el peso del musculoso macho sobre la misma cama en la que él estaba.

El grueso y vergudo miembro del macho (que en ese momento lo estaba montando a horcajadas) rozó uno de sus muslos y la sensación fue horrible para el imposibilitado hombre que estaba debajo.

“Tranquilo amigo. Déjate hacer y ya. Te prometo ser profesional”, dijo el que estaba arriba.

“¡Ayuda! ¡Alguien… ayúdenme!”, grito el sometido, lo más alto que pudo.

Yamín se acercó con el celular en mano, como para encuadrar mejor la expresión de su aterrorizado rostro.

“Lo siento amigo, pero es mi trabajo, tú sabes”, Roberto dijo, y sacó un preservativo de una pequeña talega que llevaba consigo, atada a uno de sus voluminosos brazos. Se colocó el profiláctico con soltura, luego, de la misma bolsa, obtuvo un envase de lubricante que untó en su masculino miembro ya envuelto por el látex.

Roberto se inclinó hacia su oído como para hablarle en confianza.

“Mira, te voy a dar un tip, tú sólo piensa que te voy a aplicar un supositorio y que es necesario que lo aceptes por el bien de tu salud”, dijo el futuro invasor de su ser, a la vez que ya iniciaba la incursión.

“¡Hijo de tu puta madre!”, gritó el pobre hombre invadido, quien se sacudió a más no poder.

“Cálmate, relájate, si te tensas te va a doler más. Esto no es nada, apenas es la cabeza, ahora viene lo bueno”.

Las rodillas del siniestrado temblaron espasmódicamente, mientras que las del asaltante, apoyadas a los costados de su víctima, avanzaron hacia adelante.

“Ahora haz de cuenta que…”, pronunció el hombre de arriba.

“¡¡¡Aaaah…!!!”, exclamó el de abajo.

“…piensa que te estás cagando, piensa que tu excremento es tan grande que tienes que devolverlo”, aconsejó el invasor.

“¡Hijo de tu reputííísiiimaaa…!”.

La cara de Yazmín no podría estar más extasiada mientras veía consumarse su venganza en la pantalla de su celular.

En su interior, el pobre hombre que estaba siendo penetrado, experimentaba una explosión de indecibles sensaciones: estaba viviendo algo horroroso, una invasión a su cuerpo; pero también, ver a aquella mujer causante de su desgracia vestida aún en prendas íntimas, aún despertaba su libido de un modo inconsciente pese a tal situación.

“Eso es… ya ves. Ya casi está toda adentro. Ahora trátala de expulsar de poco para que… aaahhh… ¡ay, qué rico cabrón! Ya ves, esto no tiene que ser algo desagradable. ¡Qué rico me la estás exprimiendo…! Si sólo es dejar que el cuerpo siga su instinto, nada más. Déjate hacer y disfruta. Ya ves, ya hasta se te puso dura”, dijo el penetrador, que había tomado de la verga a su amigo.

FIN

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