Nuevamente volvió la rutina.
Pese a que seguía conectada a chats, no encontraba nada que me llamara la atención. Por lo cual decidí descubrir cosas nuevas en mi soledad. Me decanté por el sexo anal.
Claro está, primero le pregunté a mi marido que si porque no probaba a metérmela por el culo. No me sorprendió su reacción, me dijo que eso era una guarrada, que de donde había sacado esa estupidez y cosas de esas. Menos mal que conociéndolo ya se sortearlo y que todo quedó como si hubiera sido una broma. Pero me quedó claro que tendría que probarlo yo sola.
La primera vez que lo intenté fue en el salón, yo desnuda, me lubriqué mi ano con bastante gel y fui introduciendo poco a poco los dedos, primero uno y luego dos. Aquella vez no llegué a probar el consolador, ya que el sentir ese orificio abierto por mis dedos, tuve una sensación nueva de placer, que junto con la destreza de la otra mano con mi clítoris, no tardé mucho en correrme.
Pasado un par de días, volvía a hacerlo, todo igual que la anterior, esta vez los dedos notaron menos resistencia. Me situé para sentarme en una silla, sujeté el consolador, previamente bien lubricado, me senté encima de él y poco a poco fui penetrándome con él. Sentía algo de resistencia pero no paré, sin pensarlo me senté de golpe. Error mío, vi hasta estrellas, nunca había sentido un dolor igual. Me levanté rápidamente y me lo saqué, seguidamente caí al suelo, retorciéndome de dolor, mientras mi mano apretaba mi culo. Como si con eso parara el dolor. Al ver mi mano vi que incluso me había hecho un poco de sangre, seguramente debido a algún desgarro. Pasé unos días fatal, no podía ni sentarme, ir al baño era una tortura también.
Me mentalicé que el sexo anal no era lo mío.
Pasaron los meses y no había intentado volver a probar.
Empezado el nuevo año y con mis 43 años ya cumplidos, no había manera de volver a sentir la excitación y el morbo de una nueva infidelidad.
Casi acabando las fiestas de navidad, un día mientras limpiaba mi jardín, mi vecina salió y entablemos conversación, como cualquier día. Ya que eran muchos años de vecinas y le tenía mucho cariño.
Leonor era una mujer ya mayor, enviudó muy joven y se quedó sola con su hijo. Cuando nos mudamos a nuestra casa él tendría unos 14 años, yo tenía 26 cuando llegué recién casada. Leonor nos ayudó siempre que nos hacía falta. Mis hijos incluso la llamaban Tata Leonor. Su hijo se fue con 20 años a trabajar a Suiza y desde entonces no lo había vuelto a ver, había venido varias veces a ver a su madre, pero siempre era en verano y coincidía cuando nosotros estábamos de vacaciones.
Leonor me dijo que estaba esperándoles, que le habían llamado del aeropuerto que venían a pasar unos días con ella, ya que tenían unos días libres en su trabajo. Ella estaba ilusionadísima. Me quedé a esperar con ella, pese a haber terminado de limpiar y que hacia un frio de cojones. Ella me preguntó por mis hijos, le dije que se habían ido con mi marido y así pasar el día con mi suegros, ya que ellos viven donde mi marido tiene el taller.
Me invitó a comer con ellos, ya que estaba preparando una paella riquísima, algo que era cierto, no hay nadie que haga la paella como Leonor. Pasado un rato llegó su hijo con su esposa, cuál fue mi sorpresa, al ver que ella era muchísimo más mayor que él. Era incluso más vieja que yo. Por más que los miraba no me cuadraba esa pareja. Él se había convertido en un morenazo de treinta y tantos años, guapísimo. Y ella morena, pequeña y bastante arrugada.
Los saludé y tras un pequeño rato de charla, me fui a mi casa, no sin antes quedar con ellos para la comida.
Al llegar la hora de la comida, me fui para la casa de mi vecina. Al entrar Pablo, que era su nombre y su esposa ya estaban sentados a la mesa, dando cuenta de una buena botella de vino tinto. Me dirigí a la cocina por si podía ayudar a Leonor y así chismorrear también de su nuera. No pude evitar preguntarle por la diferencia de edad. Me dijo que se llevaban más de 20 años, lo que la situaba cerca de los 60. Leonor se había resignado, aunque no le hacía mucha gracia, la felicidad de su hijo y el evitar discutir con él, era lo primero.
Nos sentamos todos a la mesa, tras unos entremeses, comimos y charlamos. Me fijé que la esposa de Pablo no paraba de beber. Al acabar de comer me fijé que sobre la mesa se encontraban 3 botellas de vino vacías. Yo solo me había tomado un par de copas, Leonor más o menos igual y Pablo un poco más. Por lo cual calculo que la suiza se había soplado 2 botellas.
Leonor y yo recogimos la mesa. Les invité a mi casa a tomarnos el café, pero resulta que su nuera se había quedado totalmente dormida. Algo muy normal, pues llevaba una borrachera del quince. Leonor rehusó mi invitación, ya que se disponía a ver una telenovela, le dijo a su hijo que fuera a tomárselo él y ella cuidaría de su esposa.
Al llegar a mi casa, le invité a que se sentara y mientras fui a preparar el café.
Hablamos de todo lo ocurrido en nuestra vida, yo le puse al día de la mía y él de la suya. No tenía hijos, tenía un buen trabajo y ganaba mucho dinero. No pude resistirme y le pregunté por la diferencia de edad con su esposa. Él comenzó a reírse, me dijo que me decía la verdad si le prometía no decírselo a su madre. Tras prometérselo me contó que cuando empezó con ella era porque le ponía bastante. Era divorciada, con la edad que yo tengo actualmente más o menos, estaba buena y empezó a tener relaciones sexuales con ella.
Él solo quería tener diversión con una madura de buen ver, pero resultaba que la tía estaba forrada. Era de familia adinerada, además de que con el divorcio de su marido, había conseguido también más dinero aun. No me dijo la cantidad que disponía ella, pero me insinuó que hablábamos en millones de euros. Él se había casado con ella por dinero, vivía como un rey. Inviernos en estaciones de esquí, veranos en playas paradisiacas, además de venir a ver a su madre. Según me contó, desde que estaba con ella, él no pagaba nada. Todo lo que ganaba lo tenía ahorrado, lo mantenían de todo. Coches de lujo, relojes, teléfonos, todo lo que quería lo tenía.
A cambio de todo eso, él solo tenía que estar con ella. Me dijo que la quería, pero que casi como amiga. El sexo ya era una cosa apenas fugaz. Al referirse al sexo, le pregunté entonces como hacía para aliviarse. Él me contestó que aunque vivían en una ciudad, era bastante pequeña, por lo que las infidelidades eran un deporte de alto riesgo. Aprovechaba que viajaba a unos congresos de algo relacionado con su empresa, para contratar los servicios de prostitutas y así apagar su fuego interno. Eso sí prostitutas de lujo, me recalcó.
Casi sin darnos cuenta, casi pasó la tarde, me sentía muy a gusto hablando con él y según me dio a entender él conmigo. De pronto sonó el timbre, era su esposa junto con Leonor, les invité a pasar y les propuse que si querían tomar algo. Leonor me pidió un café y su nuera me dijo que nada, que se encontraba un poco indispuesta. Lógico después de tener 2 botellas de vino aun en su interior. Pasado el rato nos despedimos y se fueron a su casa. Pablo me dijo que había estado muy bien la charla y me invitó a repetirla algún día. Le dije que ahí tenía su casa para lo que quisiera.
Al quedarme nuevamente sola en mi casa, pensé en si habría alguna posibilidad de acostarme con Pablo. Lo veía difícil, lo primero porque según me había dicho, estarían solo cinco días y durante ese tiempo, yo estaría con mis hijos o mi esposo. Por lo cual lo descarté totalmente.
Así fue, los días pasaban, solamente me crucé con él un par de ocasiones mientras entrabamos o salíamos. Una mañana Leonor llamó a mi puerta. Me dijo que su nuera había dicho de ir a visitar un centro comercial que habían inaugurado no hace mucho y que era prácticamente una ciudad de tiendas. Decliné la invitación ya que en esos días aquello sería agobiante y no me gustaban las aglomeraciones. Leonor me dijo que si mis hijos podían acompañarles ya que quería comprarles algo, como regalo de navidad. Ella me los tenía muy consentidos, siempre les compraba lo que ellos querían. Pero no podía decirle nada, ya que los cuidaba como si fueran hijos suyos. Mis hijos aceptaron encantados y se fueron con ella.
Pasaron apenas unos poco minutos cuando sentí nuevamente el timbre, abrí y allí estaba Pablo. Le pregunté qué hacia allí. Me dijo que él pasaba de ir al centro comercial y había dejado a su madre y a su mujer irse solas con mis hijos. Me dijo que si le invitaba a café, le acompañé al salón y nos pusimos sendas tazas de café. Mientras nos lo tomábamos, veíamos la tele casi sin hablar, solo comentábamos alguna cosa de las noticias que salían.
Me chocaba esa situación, si la comparábamos con la charla tan amena que tuvimos la tarde del día de su llegada. Él estaba como si su mente estuviera a kilómetros de distancia. Me levanté, recogí las tazas y me dirigí a la cocina. Aquella mañana me había vestido con un vestido de punto de manga larga y que me llegaba a medio muslo. El pelo me lo había recogido en un moño un poco estrafalario, pero es que no tenía muchas ganas de peinarme aquel día. Deposité las tazas en el fregadero y me dispuse a lavarlas ya que para tan poca cosa no me gustaba dejarlas allí sucias.
Mientras las fregaba, me asusté al sentir unas manos en la cintura, giré la cabeza y era Pablo, sin mediar palabra comenzó a besarme por el cuello mientras notaba como se pegaba a mi espalda y me apretaba contra él. Otra mujer, en su sano juicio, hubiera rehusado de primeras aquellas intenciones, pero algo dentro de mi me paralizaba.
Sentía sus manos recorrer todo mi cuerpo, mis pechos, mi cintura, mi entrepierna, todo por encima del vestido, mientras me excitaba con sus beso. Yo no me quede quieta y empecé a acariciar su bulto, donde ya se notaba una gran erección. Me giré y comenzamos a besarnos apasionadamente, él subió mi vestido, apartó las bragas y empezó a pajearme, mientras yo le quitaba la camisa.
Le dejé solo con los pantalones, él en cambio me subió el vestido y me lo quitó, dejándome solamente con las bragas ya que no llevaba sujetador, seguimos magreándonos un buen rato. Le desabroché el pantalón y se lo bajé, de dentro salió su polla en todo su esplendor, tenía una erección tremenda. Sin pensarlo me bajé y empecé a chupar su polla que estaba pidiendo a gritos mi atención.
Me sentía muy excitada y muy sucia, yo de rodillas chupando esa polla mientras le miraba y veía su cara de placer. Él me paró, me ayudó a levantarme y acompañándome me subió en la mesa mirando hacia él, me quitó las bragas y empezó a comer mi coño, debido a la excitación cada lamida que me daba era como una corriente inmensa de placer, era la primera vez que estaba siendo infiel sin yo buscarlo. No tardé en correrme y él se levantó me atrajo un poco hacia él y sin preámbulo me ensartó de un pollazo, mi coño recibió su polla sin dolor y yo sintiendo mucho placer.
Caí en que no llevaba puesto preservativo, inconscientemente me callé y volví a centrarme en el placer de sus embestidas. Sacó su polla y me levantó de la mesa, de pie me dio la vuelta, me agachó y volvió a penetrarme por detrás, así estuvo un buen rato, yo volví a correrme y el poco tiempo después sacó su polla y pude sentir su semen cayendo en mi culo y espalda.
Se dejó caer encima de mí un rato hasta que ambos recuperamos el aliento. Como comencemos sin apenas hablar, así acabamos. Él cogió un poco de papel de cocina y me limpió.
Tras vestirnos él me pidió perdón, a lo que le contesté que porque me tenía que pedir perdón. Él dijo que había sido una encerrona y que desde el primer día que vino de vacaciones y me vio, se había obsesionado en follarme. Yo le dije que no se preocupara, pero que no lo tomara por costumbre. Aunque dentro de mi pedía que se repitiera todos los días.
Pocos días más tarde Pablo y su esposa se marcharon, desde entonces solo se de él lo que me cuenta su madre. Pero aquel día no se me borrará de mi mente.