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Crónicas vampíricas (I): Las vampiras bisexuales
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Tiempo de lectura: 6 minutos

En día lluvioso el fuego crepitante en la chimenea del palacio Ducal, calentaba acogedoramente la habitación del gran salón. Bajaba elegantemente ataviada por la escalera, Gabrielle la Duquesa Roja, esposa del poderoso Aslam, Amo y Señor de los Vampiros Rojos, habitantes de la cumbre helada del Kazbek en el Cáucaso. Su amiga la Baronesa Patrizia, enfundada en un vestido azul oscuro de seda con elegantes zapatillas negras, le esperaba ansiosa en el descanso de la escalinata.

Al encontrarse sus ojos fueron luceros cuando se entrecruzaron las pupilas. En un gran abrazo sucumbieron al delirio de la liberación de sus endorfinas. El amor y deseo de ambas se selló en un prolongado beso de labios. La Baronesa, con amplia sonrisa tomó de la mano a la Duquesa Roja. Así, sin soltarla ascendieron los peldaños en dirección a la habitación principal.

En el trayecto, la rubia preguntó a la poderosa vampira

– ¿Gabrielle, cómo va la relación con tu marido?

– Patrizia, soy afortunada de ser la consorte de Aslam. Él como líder de la más fuerte tribu vampírica me ha llenado de riquezas y status pero eso, es lo de menos. Lo amo porque siento su amor en exclusividad. Agrega, el que siempre me complace en cualquiera de mis caprichos, tú eres testigo viva de eso. El plus de todo esto, es cuando en la cama estalla para mí. Es un sobresaliente atleta con el atributo de ser muy creativo aunque es un varón de mucha autoridad.

– ¡Gabrielle, vaya que eres afortunada! ¿Cuántas no deseamos lo mismo? Aunque me incomoda que sea “un varón de mucha autoridad”

– Patrizia ¿Por qué tan socarrona? ¡oh, déjame adivinar! Te asusta la forma con que se conduce ¿Verdad?

– ¡Así es! Hermosa tú debiste ser Reina y no Duquesa. Cuando quedó vacante el trono, Aslam no pudo obtener el voto necesario de los restantes catorce Señores Feudales. Lo tildaron de extremadamente cruel y sanguinario, prefirieron como Rey a Falaris, Señor de los Vampiros Azules. El Señorío de tu marido, está escrito en páginas de oro, que ocultan el mucho terror con que se impuso. Todos le tiemblan. Los castigos que impone en público hacen a los espectadores cerrar los ojos. Pobre del que incumpla sus órdenes porqué entonces se le sentencia a una muerte espantosa. Solamente tú eres la única que no se hiela cuando él, ve con severidad. ¿Quién del pueblo de los Vampiros Rojos, ha olvidado cuando después de sofocar el levantamiento que costó la vida al Rey Kadir, sin juicio previo, en la hoguera privó de la vida a setenta rebeldes? Yo lo tengo marcado como yerro incandescente en mi piel. A ellos, les tuvo piedad por ser en el pasado sus compañeros de armas. ¿Qué fue de los otros, a quienes trato impíamente?

– Patrizia, tengo todo eso presente. Sé de lo que es capaz. He presenciado las ejecuciones que ha ordenado y sí, hasta yo he cerrado los ojos. A su favor, debo decir, qué él, es uno de los padres fundadores del reinado vampírico. Nuestra raza pudo haberse extinguido a manos de los hombres quienes nos veían como a una peste. No había organización con nosotros. Dieciséis Señores se unieron. Los principales eran Kadir, Falaris y Aslam. Unificaron a los clanes bajo una bandera. Subyugaron a nuestros perseguidores. Ahora son los hombres quienes para sobrevivir deben pagar tributo. La sangre que tributan a la fecha nos alimenta.

Venida la paz Aslam, persiguió las gavillas de desertores, y aunque te trae triste recuerdo, derrotó a los levantados que asesinaron al Rey Kadir. Junto con Falaris, restableció el orden por siglos respetado. Ganó más batallas que el ahora Rey. No obtuvo la corona pero en la línea de sucesión es el que sigue. Actualmente ostenta el título de “Guardián de la Corona”. Bajo su mando los guerreros, sirvientes y pueblo son una máquina perfecta que no tolera errores.

Patrizia para evitar controversias, contestó.

– Tienes razón Gabrielle. Debo de revalorar lo que me has dicho. Sin duda Aslam, será el mejor Rey. Por cierto, ¿Dónde anda?

Sonriendo la Duquesa, refirió.

– Acompaña a Falaris en su habitual cacería de hombres. Patrizia deberías unirte a esas jornadas aunque sea una sola vez. Cuando voy con ellos me encanta ver la forma en que los capturan. A algunos los han sacado incluso de hoyos en la tierra. Verlos sufrir excita mis ganas de beber sangre caliente.

– ¿Gabrielle, has pensado que los hombres tarde o temprano se fastidiaran? Me da miedo que logren agruparse bajo un mando inteligente y adquieran fuerza para hacernos una guerra sin cuartel.

– Patrizia ¿Qué te pasa hoy? Mientras Aslam viva nunca veremos a los vampiros ser derrotados por los hombres. Hermosa, sin duda, sé lo que necesitas para sacar todo ese estrés acumulado.

Sin haber llegado a la recámara, en el pasillo, los sirvientes pudieron ver a tan atractivas y guapas maduras trenzarse en candentes caricias. Compartiéndose besos entraron a la habitación. Poco a poco ambas descansaron sus cuerpos en el colchón de la cama. La Baronesa hecha una fiera en acecho comenzó a marcar el ritmo del agasajo. Fue desvistiendo a su amante. Se le dibujó en el rostro una sonrisa de felicidad al decir.

– ¡Qué bella eres! ¡Una buenísima hembra!

Arrodillada sobre el colchón, Gabrielle pasó la lengua en la espalda de su amiga. Por detrás, le saboreaba el cuello. Sus manos le amasaban las tetas y pezones. La Baronesa con ligeros gemidos reaccionó. Su palpitante clítoris le obligó a conducir la mano a su húmeda vagina para chasquearla como loca, mientras señalaba.

– Que exquisita sensación me causa tu lengua. Sigue, te pertenezco. Disfrútame. Saca de mí la yegua lista para ti.

Luego Patrizia, con lentitud se zafó del abrazo de la Duquesa. La empujo con suavidad sobre los cobertores. Sus ojos centellaron cuando empleó ambas manos para separarle las piernas. Su boca tragó el clítoris hinchado de la Duquesa. Lo succionaba haciendo enormes ruidos imitando a los lobos hambrientos cuando comen. Mientras Gabrielle, se retorcía de placer pero no se permitió seguir disfrutando en su suave vagina. Se negó al orgasmo. Deseaba seguir gozando lo más que se pudiera. Tomó a Patrizia. La puso de pie para luego inclinarla. Así apareció la vulva blanca y depilada de su amiga. Metió sus cuatro dedos en la estrecha vagina húmeda. La rubia dio respingos y comenzó a decir.

– Así, fóllame fuerte. Soy tu loba.

Gabrielle, siguió en lo suyo. Estaba perdida observando la entrada y salida de sus dedos brillantes de los jugos que recogían. Patrizia, sintió placer en la subyugación al tener tras tres o cuatro minutos un clímax. Quedó inmóvil y muda con la cabeza descansando sobre la cama.

Tras esperar poco tiempo, la rubia se recuperó. Alzó sus manos para pellizcar los pezones de la esposa de Aslam, diciéndole.

– Ah, ahora te voy a dejar bien ordeñada. ¡Dame toda tu leche!

Gabrielle respondió acariciando el trasero a su mujer amante, diciéndole

– ¡Que ricas nalgas tienes! ¡Me encanta apretártelas! Es una delicia que las tengas duras, redondas y paradas. ¡Son mías!

Después sonriente con cierta agresividad llevó a la Baronesa Patrizia, al piso. A ahorcadas, le puso la vagina en la boca. Empezó a cabalgar y gemir. Los labios de la rubia no soltaban los labios vaginales de la Duquesa. No quiso desaprovechar la Baronesa la oportunidad de clavar sus dedos en el ano de la noble vampira, así lo hizo. La esposa de Aslam daba fuertes gemidos de placer, diciendo.

– ¿Así te gusta pervertida? ¡Anda chupa más mi vagina! ¡Cómetela! ¡Clava más tus dedos en mi ano! ¡Hazlo perra!

Gabrielle descargó jugos que empaparon la cara de Patrizia. Esta dij

– Saben ricos tus salados jugos aparte son muy calientes. Tienes una vagina exquisita

A cada chupetón de la Rubia, la esposa de Aslam en voz alta gemía, no paraba de decir.

– Cómeme, maldita perra puta. Demuéstrame porqué eres mi amante mujer.

Patrizia, succionaba como si no hubiera un mañana. Gabrielle, se convulsionaba por el orgasmo logrado. Después empujó a la rubia. La besó con pasión en cada centímetro de su piel. Al besarla saboreó sus propios jugos en los labios de su amiga. Diciéndole.

– Te encanta chupar vaginas ¿Verdad, perra?

Patrizia, asintió con la cabeza. Mientras su boca capturaba los pezones de la Duquesa para luego decirle.

– Me encantan las tetas grandes como las tuyas.

Para luego chuparlos con mayor fuerza. Era tanta su ansiedad que los babeaba abundantemente provocando los gemidos entrecortados de la otra. La baronesa, atacó otra vez la vagina de Gabrielle, dejándola sin aliento cuando le lengüeteó su muy dilatado clítoris. Cerrando sus ojos y apretando sus labios expresaba su placer inagotable. Apenas y podía musitar.

– Hazme de tu pertenencia. Lo deseo con todo el corazón. Dame más orgasmos mi amada.

Gabrielle chorreante en sus labios vaginales estalló como volcán para quedar casi desmayada. Sin apenas darle tiempo de recuperación Patrizia, deslizó sus piernas entre las de Gabrielle, uniendo sus vaginas hasta que sus clítoris hicieron contacto carnal. Con desesperación se frotaban en busca de mayores clímax que en poco lograron.

Sus gemidos se ahogaron al estar boca con boca pegadas. Conforme pasaba la noche más frenesí hubo entre ellas. En eso, Gabrielle, vio una sombra parada en el pasillo. Era la joven sirvienta que las observaba a hurtadillas al haber dejado por descuido la puerta de la habitación abierta.

En eso Patrizia, habló

– Oye ¿Cómo te atreves a vernos? ¡Ven acá!

Ely, la joven vampira, sabiéndose descubierta, con miedo apenas entró a la habitación. Aunque agachada de cabeza no dejaba de observar la desnudez de sus dos superiores. Patrizia, comenzó la reprenda, diciendo.

– ¿Conque tenemos a una pequeña fisgona? ¡Quítate la ropa!

Temblando, así lo hizo Ely. Fue revisada por la Baronesa de pies a cabeza. En ciertos momentos, le toca los senos y trasero para después decirle.

– Vete a tu habitación ¡Largo de aquí!

Le preguntó Gabrielle a su amiga.

– ¿Deseas le aplique un severo castigo?

Contestó la rubia.

– Fue descuido nuestro. La vi desde que llegó pero me excito que estuviera de fisgona. No la castigues. Tengo planes para esa pequeña traviesa. Mira como escurre mi vagina de lo caliente que aún sigo. Me dejaste la vulva y tetas muy chupadas y la presencia de la sierva ayudó para calentarme más. Su castigo será que cuando estemos revolcándonos no cerremos la puerta de la habitación para que ella finja estar a escondidas observándonos.

En las torres de las murallas sonaron las trompetas. Las grandes puertas de la Ciudad, se abrían para dar paso a Aslam y a sus mejores guerreros. Tras ellos, venían vampiros siervos arriando a animales de carga que arrastraban tres jaulas con ruedas llenas de asustados prisioneros humanos.

Las dos mujeres al escuchar a los voceros anunciar el regreso del Señor de los Vampiros rojos, procedieron con premura a vestirse. Cinco minutos después recibían en la puerta principal del palacio al musculoso gigantón. Al verlo Gabrielle, corrió a sus brazos. Con un beso lo recibió mientras sus dedos acicalaban la melena negra del héroe sanguinario.

Aslam, al observar a la Baronesa, le dijo.

– ¿Qué haces aquí ave de mal agüero?

Contestó Gabrielle.

– Poderoso Señor, ella es mi amante y la invite a estar en mi cama. Tenle paciencia.

Con su voz ronca contestó el poderoso Vampiro.

– ¡Es hora de que se vaya! No es de mi agrado su presencia. A ti Gabrielle te necesito en mi cama. Ordena cambiar el colchón y cobijas no quiero percibir el olor de esa miserable a quién tú le salvaste la cabeza. Hace tiempo debió haber muerto.

La baronesa, se retiró, no sin antes musitar – Algún día la pagaras Aslam. El alma de mi esposo que mandaste a la hoguera clama venganza.

Los Duques, después de eso, fueron a los carromatos. Ahí los custodios sacaron de una de las jaulas a la joven bella que la Duquesa escogió para extraerle del cuello toda la sangre. No paró hasta que la mujer cayó muerta. La Duquesa limpió con su mano sus ensangrentados labios. Sonriendo dijo a su esposo – Estuvo deliciosa. Gracias por el regalo.

Ambos esposos entraron a su palacio, cerrándose tras de ellos, las puertas.

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