Trabajaba para una empresa alterna a un banco de mi ciudad donde mi actividad era ver la viabilidad de los créditos para pequeñas empresas. Ese día me toco checar una pastelería propiedad según vi en el formato de datos de la propietaria del negocio que se trataba de una señora de 36 años, divorciada con una hija y que quería ampliar su negocio. Se llamaba Karen era una mujer delgada de facciones finas. A pesar del traje que llevaba que era propio de una repostera con una bata blanca y delantal se le podían notar las formas de su cuerpo.
Me pasó a su oficina y me atendió muy cortésmente cosa que era común a los que verificábamos ocularmente los negocios; de alguna manera era una forma de los solicitantes para causarnos buena impresión y que su crédito fuera aprobado.
-Le soy sincera ya van dos bancos que rechazan mi solicitud, debido a que tengo poco tiempo con el negocio y cómo ve usted no es muy grande.
Ya lo había notado, no se veía mucho movimiento y me había hecho dudar de la viabilidad.
-¡Me urge el crédito! Tengo que liquidar unas cuentas y no tengo de donde sacar esa cantidad. Se lo suplico ¡Ayúdeme por favor!
Me habían impactado sus ojos claros, sus manos delicadas y al entrar a su oficina y quitarse la bata y delantal apareció una hermosa figura de cuerpo bien formado, cabello bien cuidado y sus manos parecían de porcelana.
-No lo tome a mal, pero estoy dispuesta a darle una gratificación si me apoya.
Sonreí nervioso. Apenas le iba a decir que eso no era lo correcto cuando se paró de su escritorio y se me acerco.
-¡Si aprueban mi crédito le prometo invitarlo a cenar a mi casa!
Fue tan impactante e insinuante su mirada que solo acerté a decir que vería la manera.
El crédito fue aprobado por la cantidad que ella solicito.
Al siguiente día me marco y me dijo que la invitación a cenar a su casa estaba en pie y que este fin de semana su hija estaría en la casa de su abuela paterna y que ella estaría sola, que me esperaba a las 8 de la noche.
Me recibió con una hermosa sonrisa, se había esmerado en su arreglo con el rostro bien maquillado, una blusa y falda negra con zapatillas de tacones del mismo color. La noté nerviosa cuando me sirvió una copa, le retuve la mano cuando me la ofreció y no dijo nada solo agacho la mirada. La acerque hacia mí; no puso nada de resistencia.
Ya en el sofá los besos fueron por unos minutos, su lengua y la mía se entrelazaban desesperadamente, cuando le quite la blusa no llevaba sostén. Sus pechos de buen tamaño saltaron erectos adornados con un pezón rosado. Me entretuve con ellos pasándoles la lengua y apretándolos a la vez que subía y bajaba en su cuello, jugando con mi lengua de repente los lóbulos de sus orejas.
Metí mi mano en su raja que ya estaba muy mojada, me acomodé y se apresuró a sacarme el pene que ya estaba muy erecto. ¡Que sorpresa! Se lo echo a la boca y empezó a chuparlo, lo recorría de arriba hacia abajo bajándose a mis testículos enjuagándolos con la punta de su lengua.
La acomode y me acerque a su vagina. ¡Era una colmena de miel! Los fluidos vaginales le escurrían y mi lengua se encargó de limpiarlos tragándomelos.
-¡Métela! ¡Hazlo ya! –dijo.
Me puse sus piernas sobre mis hombros y encajé mi polla sintiendo lo tibio de su cavidad.
Castigué su lubricada vagina a la vez que le apretaba sus tetas. Ella misma se lubrico con saliva su ano y saco mi verga de su raja y la guio hacia su apretado fundillo. Sentí como sus pliegues se abrían ante mi fuerte erección. Se puso en cuatro y goce clavándosela tanto por su vagina como por su ano.
Sus quejidos y jadeos me motivaban a seguir dándole por ambos lados hasta que ya no pude más. Se la enterré en su raja ya muy escurrida. La separé suavemente y vi cómo se le salía mi semen escurriéndole por los bellos púbicos.
-¿Cenamos? – me dijo.
