Entre semana, Stella me habló al trabajo. Debido a la confidencialidad de los documentos que manejamos en la oficina, está prohibido que dentro utilicemos teléfonos móviles o que accedamos a Internet y las llamadas al interior sólo son a través del conmutador.
–¡Hola, querido!, ¿cómo estás? –escuché después de decir “A sus órdenes” al descolgar, porque creí que era alguno de los altos jefes, pero reconocí la voz.
–¿Stella? –pregunté para confirmar –permíteme, te comunico con Cornelio –le dije después de su confirmación y antes de que pudiera marcar la extensión de mi amigo, volví a escuchar su voz.
–¡Espera, es contigo con el que quiero hablar! –dijo imperante– Ya hablé con él y me pasó a tu número para ponernos de acuerdo en lo del sábado.
–¡Ah, muy bien! –dije emocionado– Dime qué debo hacer.
–Además de lo que hiciste muy bien hace unas semanas, acordamos que nos veríamos a medio día en mi casa. ¿Sabes por qué? Tengo una king sise que no me gusta desaprovechar. Además, Cornelio dijo que como tú cocinas muy bien y yo también, sería bueno que nos pusiéramos de acuerdo para preparar una rica cena. ¿Qué opinas? –me preguntó.
–¡Excelente! ¿Qué se te antoja que hagamos? –pregunté aún más emocionado porque me encantaría aprender de sus secretos culinarios, además del atole que le sale tan rico con cualquier leche, según afirma Cornelio.
–Dice Cornelio que preparas una lengua almendrada que queda de rechupete, aunque me gustó la que me diste el otro día, lástima que no se me ocurrió guardarte del atolito que él y yo hicimos en la mañana.
–¡Hecho, yo llevo la lengua, ya cocida, y los ingredientes para prepararla y, claro, también llevo la mía! A propósito, ya que tengo que llevar todo, y también yo me acordé de tu lengua, ¿cómo te gustan los huevos? –le pregunto en doble sentido.
–Así, al natural, envueltos en pellejo con pelos, grandotes y sobre todo, ¡bien cargados! Los tienes hermosos… –dijo y después lanzó un suspiro– ¡Por cierto, antes de que se me olvide!: en la casa tengo vino suficiente y variado, pero si tú prefieres algo en especial, puedes traer tu botella, además del rico biberón. Beso.
Al rato, Cornelio fue a verme para preguntar si había quedado de acuerdo con Stella en lo que haríamos para la cena. “La idea es andar en pelotas todo el tiempo, ¡le bailan las chiches divino cuando está de hacendosita!”, me aseguró para que yo fuera considerando las virtudes de su exmujer.
El sábado que llegué a su casa, ellos no tenían mucho tiempo de haber regresado de dejar a sus hijos con los abuelos y ya estaban en bata. Después de descargar mis vituallas para preparar la cena, lo primero que me dijo Stella fue “Aquí vamos a estar cómodos” y empezó a quitarme la ropa hasta dejarme desnudo. En tanto ella me desvestía, se quitó la bata y Cornelio me trajo unas pantuflas.
–Están nuevas, me las regaló Stella el día de mi cumpleaños, para cuando me quede con ella, pero no las he estrenado, sólo ando en la alfombra –dijo Cornelio, dándoselas a Stella para que me las pusiera, y se quitó la bata.
–Si vienes con más frecuencia te compro unas –dijo al ponérmelas, abrazándose de mi pierna para acunarla entre sus chiches, dándome un beso en la rodilla, restregando después su cara en mis vellos. Yo miré cómo se le empezaba a parar la verga a Cornelio al ver a su exmujer en pleno calentamiento.
–Pues vamos a trabajar –me ordenó Stella tomándome de la mano para llevarme al fregadero donde nos lavamos las manos.
Cornelio abrió una botella de vino rosado dulce, nos sirvió las copas y brindó “por los amigos de verdad”. “Por ustedes, deseo que recapaciten y vuelvan a estar juntos, aunque a veces otros o yo, les echemos la mano”, dije en mi turno. “Por los hombres como ustedes, son tan parecidos…”, dijo Stella y metió una a una nuestra verga en su copa”. “¡Salud!” dijimos los tres, pero Cornelio y yo nos veíamos de cuerpo completo… ¡Sólo faltaba tomarnos medidas, para darnos cuenta y verificar la verdad que dijo Stella! Empecé a entender por qué, aquella noche, había sido tan fácil para ella seguir la fantasía de que yo era Cornelio. ¡Ya descubriríamos más tarde que también el olor y sabor nuestros eran similares!
Cornelio se instaló en un banco del cual sólo se levantaba para darnos algún instrumento que necesitábamos o para lavar los trastes que desocupábamos. Stella preparó una deliciosa pasta al horno y yo fácilmente la lengua, y aún tuve la oportunidad de hacer un postre, para el cual había traído también los ingredientes. ¡Cómo tenía razón Cornelio!, Stella es un monumento por todas partes, pero la vista que teníamos cuando ella se agachaba a manipular el horno nos dejaba las vergas grandísimas y chorreantes de presemen que ella se encargaba de limpiarnos regodeándose con el sabor. Me daba un jalón para exprimirlo bien en su lengua y luego le daba un beso a Cornelio, ¡pero después que hacía la operación contraria, y el sabor que me quedaba en la boca era el mismo que aquella noche en que me besó después de mamarme!
Por fin, todo estuvo listo. Stela fue sirviendo los platillos, dándonos un beso cada vez que servía o recogía un plato. “Si alguien gusta tomar el postre servido en algo especial, no digo que no, pero también le convidaré del mío, donde yo lo tome…” Dijo retadoramente Stella. “Mejor en el plato, porque terminaremos todos enmelados”, dijo Cornelio que la conocía bien. “Así está bien, gracias”, dije y empecé a comer el postre. Al concluir, Stella pidió que Cornelio y yo nos ocupáramos de lavar los trastos, y lo hicimos mientras ella se fue a acomodar los cojines de la sala y las cobijas de la cama.
–¿Por qué no se te antojó el postre sobre el cuerpo de tu exmujer? –le pregunté intrigado a mi amigo, callando que a mí sí me hubiese gustado lamerle el cuerpo a Stella.
–¡Claro que se me antojó, y lo he hecho! Pero ella advirtió que también nos convidaría del suyo donde ella lo tomara –me recordó Cornelio–. ¿Te hubiera gustado que te convidara el de ella servido en mis huevos? –me preguntó a bocajarro.
–Ah… No creo que se le ocurriera hacer algo así –dije sin más interés en contestar.
–Qué bueno que no quisimos, porque la conozco… –dijo justamente cuando concluimos nuestra tarea.
En la sala había música alegre y Stella tomó a Cornelio para bailar. Yo me senté a mirar y disfrutar de la sensualidad que Stella desbordaba. Pronto ella alejó a su exmarido y me extendió la mano para invitarme a bailar, pero me jalo de la verga y ya de pie cuando la abracé, no me soltó y se fue a la base de mi aparato para jalarme desde los testículos. Se agachó, me bajó completamente el prepucio y me lamió el escroto haciéndome que me sentara junto a Cornelio para distribuir con mayor facilidad sus lamidas y chupadas entre los dos.
“Pónganse de pie”, nos dijo y nos colocó frente a frente jalando nuestros troncos y extrayendo el presemen. Juntó nuestros glandes, rebosantes de nuestros líquidos y los friccionó uno contra otro. ¡Mi amigo y yo estábamos arrechos con esas caricias, nuestras caras lo delataban! Stella sonreía con malicia al vernos el rostro compungido de placer; su abundante saliva aumentaba la viscosidad entre nuestros glandes y troncos. Puso nuestros penes juntos y paralelos, pero encontrados, el mío abajo con el glande descansando en el escroto de Cornelio, y, sin despegarlos, comenzó a masturbarnos a dos manos. Yo sentía el calor y la turgencia en aumento de la verga de Cornelio y, seguramente él la mía. Ambos estábamos con los ojos cerrados y acariciando el pelo de Stella. Luego despertamos de golpe del letargo, que seguramente habría concluido en una eyaculación simultánea, pues agarró firmemente los testículos y golpeó un pene contra otro “¡Espadazos!”, gritó y le salpicaban gotas de presemen en el rostro. Dio una última lamida a cada uno y nos llevó, de la verga, a la cama.
Acostó a su exmarido, se montó en su miembro, dándole la espalda, y se acostó sobre él. Me hizo una seña de que también la penetrara, diciendo “Ahora jugarán espadazos dentro de mi vagina”. Contra cualquier pronóstico, ¡todo resbaló muy fácil! Me hubiera gustado agarrarme de sus tetas, pero Cornelio la aprisionaba de allí, así que rodeé su cuello y la besé mientras me movía. En mi glande sentía el temblor de la circulación sanguínea de los tres, mi falo y el de Cornelio se hincharon simultáneamente y el temblor anhelante de Stella nos hizo explotar a la par. ¡Tres chorros le soltamos cada uno a Stella, hasta el útero seguramente! y sudorosos los tres quedamos quietos.
“¡Qué rico, mis amores! ¡Qué rico!” Dijo por fin Stella obligándome a quitarme de encima, separando mi boca de la chiche que me había adueñado y se hincó dejando la cabeza de su marido entre las piernas; movió su pelambre que literalmente escurría flujo y semen sobre la boca y nariz de Cornelio. Él abrevaba gustoso lo que su mujer le daba y yo deseaba ser quien estuviera probando lo que mi amigo aseguraba era un manjar. Entonces vi que el pubis y el escroto de mi amigo también estaban tan mojados como Stella y quise chupárselo para saborearlo, pero mi razón me detuvo, sin embargo, tomé un poco del líquido y me lo llevé a la boca. Stella vio mi acción de reojo y dejó de darle a su marido para recorrer sus rodillas hacia atrás, dejando la grupa mojada cerca de mi cara “Ya me diste lengua almendrada, ahora dame de la tuya”, ordenó antes de comenzar a besar a su exmarido.
–¿Me amas, aunque sea muy puta, mi amor? –le preguntó a Cornelio.
–¡Te amo puta, mi Nena! –contestó él fundiéndose en un beso con su exesposa, en tanto que yo le metía la lengua a Stella en la vagina hasta donde alcanzaba mi lengua.
¡Fue delicioso sentirla calentísima, tallando su trasero en mi cara y sorber el flujo de sus venidas adicionales que le causaban el amor del beso de Cornelio y el frenesí de mis chupadas con viajes de mi lengua desde el ano a la vagina, ida y vuelta! Se ensartó otra vez en el miembro de Cornelio que ya estaba un poco repuesto. Se movió para cogérselo muy bien y a mí sólo me quedaron sus nalgas y su ano para lamer. Se vinieron otra vez y el líquido salía en cada bombeo escurriendo por el tronco. El beso de ellos y el magreo de chiches que hacía Cornelio continuaban. Esta vez no lo pude impedir y mi boca fue a la raja y al tronco de Cornelio para saborear directamente el amor que se entregaban.
–Ber, por favor, ¿me la metes por el culo? – solicitó Stella sin sacarse la verga de Cornelio de la pucha.
Yo concedí su deseo de inmediato, acomodándome y metiéndola poco a poco. Para ayudarme a que resbalara mejor, con mi mano tomé una y otra vez los jugos que escurrían y los ponía en mi tronco; a veces eran de la raja y del tronco de la verga de mi amigo, otras del escroto y de su pubis. Entró toda y mis huevos colgantes se friccionaban con los de Cornelio que había cerrado sus piernas para que se elevara el nivel y compartíamos la humedad que él le sacaba a Stella. Nuestros penes se “saludaban” a través de las paredes en cada embestida que dábamos. ¡Me vine dando un grito! y quedé encima de ellos hasta que Stella me tumbó hacia la cama. Qué bueno que lo hizo, de otra manera, mis ochenta kilogramos la hubieran asfixiado.
Stella, entre los dos, se puso boca arriba. Sus tetas, desparramadas, le colgaban hacia los lados. Nos tomó del cuello y nos acercó la cabeza a la teta, una a cada quien. Nosotros chupamos como becerritos y quedamos dormidos por un par de horas. Despertamos cuando Stella se paró al baño. Cornelio y yo quedamos frente a frente y sonreímos al ver que nuestros cuerpos y cara tenían señales de semen, flujo y babas por todas partes.
–¿Siempre ha sido así tu mujer? –pregunté llamándola “tu mujer” y no “tu exmujer”.
–No es sólo mía, ¡sabe Dios cuántos se la han cogido! Pero seguramente que nunca lo ha gozado tanto como ahora, ni de lejos se parece al trío que hicimos con Ociel. Bueno, sí nos dirigió igual que lo hizo ahora –precisó.
–¡Es muy hermosa y se disfruta a la vista, al tacto, al olor y al sabor…! –exclamé.
–Sí es una putita muy linda… –verificó Cornelio–. Yo creo que todos la ven así pues no puede esconder su putez y atrae a los machos fácilmente.
Cuando Stella salió del baño nos miró con una sonrisa tierna. Al parecer nos había escuchado pues se dirigió a Cornelio acostándose a su lado. Le acarició los huevos y el tronco mientras lo besaba con ternura.
–Te amo. Tú me hiciste mujer, lo puta me salió después, al poco tiempo de que nos casamos. No sé si de verdad hubiese querido que no pasara así pues de lo contrario no nos hubiésemos disfrutado tanto como esta noche, mi amor –le dijo dándole otra vez un prolongado beso que me hubiera gustado fuera yo el receptor de tanto amor y no sólo un simple biocatalizador.
–Me gustas puta, mi amor, ya te lo dije. Me sorprendías cuando me hacías lo que habías aprendido en otros cuerpos y eso me gustaba. Lo que no soportaba era que te comportabas como una puta sin recato, ni tampoco eras discreta cuando alguno de tus amantes estaba presente: todos se daban cuenta de las miradas y caricias entre ustedes –reclamó con suavidad Cornelio acariciándole el pecho.
–Lo sé, amor, no podía evitarlo, por eso acepté divorciarme, tú no mereces a una puta viviendo a tu lado –explicó.
–¿Por qué no puede vivir uno con alguien que sea puta? No creo que sólo se deba a la falta de discreción para tratar a sus amantes o clientes –expresó Cornelio y seguramente al acordarse de Tere incluyó la última palabra.
–¿Por quién me tomas? Quizá debí decir “soy cogelona” y no “soy puta”, ¡Yo no le cobro a nadie, no tengo “clientes”! –dijo Stella con mucha molestia, separándose y echando por tierra la ternura de ese momento, dándole la espalda a mi amigo.
–¡Perdón, sí, eres cogelona!, pero se te nota que lo haces con cualquiera que te gusta, Nena –le dijo Cornelio con voz dulce en el oído, abrazándola para besarle la nuca.
Era claro que yo sobraba en ese momento. Me sentía ridículo. Me sonreí porque además de sobrar, estaba encuerado y con la verga muy flácida. Mejor, procuré no moverme y respirar lo menos profundo que pudiera para no estorbar. Al poco tiempo ya estaban uno sobre la otra besándose y magreándose a dos manos y piernas. El garrote de mi amigo entraba y salía de la tupida mata de Stella. Sus quejidos aumentaron de volumen y frecuencia para serenarse de golpe después de tener todos sus músculos tensos. Yo había empezado a masturbarme y dejé de hacerlo para no mover la cama y dejarlos regocijándose en su calma. Volvimos a quedar dormidos.
En la mañana, me despertaron las caricias y los besos que me daba Stella, quien con la otra mano acariciaba a su amado desde el pecho hasta el escroto.
–¿Durmieron bien, mis amores? –nos preguntaba Stela con voz dulce –¿Quién quiere empezar a desayunarse con un rico 69?
Antes de que yo pudiera contestarle, Cornelio se fue hacia el sexo de ella y se acomodó metiéndole la verga en la boca. Tuvo que doblar las rodillas porque le estorbaba la cabecera. Mamaron y Stella se dio cuenta que yo me jalaba la verga y estiró la mano para ayudarme. Seguramente por la incomodidad, Cornelio la dejo de “a seis” al separarse, pero no soltó la panocha de su boca y se acomodó con el cuerpo hacia la parte baja de la cama. Stella me abrazó obligándome a acercarme a ella para chupar sus pezones y besarme a su arbitrio. Cornelio veía a la puta de su exesposa y le daba más lengua, que se traducía en caricias más estrechas de Stella para mí. “El atole fermentado es lo más rico, pruébalo” me dijo Cornelio y cambiamos de lugar. ¡Era cierto!, aunque no se trataba de algo que fuera disfrutable para muchos, ya que el olor y sabor recordaba más a un orinal de cantina barata, pero elevaba la calentura mucho y mis mamadas, sorbiendo el clítoris y los labios a la vez, propiciaron que Stella me regalara un río de jugos, en tanto que Cornelio gozaba de los besos apasionados que su mujer le daba.
–Ya, ya… –imploró Stela completamente venida por las chupadas y respiraba dificultosamente al aspirar el aire a bocanadas– Hay que hacer el desayuno –dijo antes de quedarse inerme.
Cornelio y yo nos vimos a la cara sonrientes de nuestro trabajo y nos levantamos. En la cocina nos lavamos la cara y las manos, para no hacerle ruido en el baño de la recámara a Stella. Hice un rico desayuno, mientras Cornelio exprimía las naranjas, a mano para no usar el ruidoso aparato eléctrico.
–Esta cogida que le estamos dando, no la va a olvidar nunca la puta de mi esposa –aseguró mi amigo, sin percatarse que dijo “esposa”.
–¿Sí piensas volver con ella? –pregunté–, dijiste “mi esposa”.
–Fue un lapsus, así la siento, pero me gusta más que sea puta. ¿A ti no? –preguntó dejando ver que si volvían yo ya no estaría en el panorama de las relaciones de Stella.
–Me gustaría que fuera tu esposa, aunque ya no me la volviera a coger, los quiero mucho –le dije dándole un beso en la mejilla ante lo cual hizo un movimiento afirmativo en la cabeza y dijo “Gracias”.
Silentes, acomodamos el desayuno en las mesas de cama y esperamos a que diera señales de despertar para acercárselo. “¡Wow, qué hermoso detalle dijo al ver las mesas y nos dio un pico a cada uno al acercarlas. Encuerados y felices platicamos alegremente de sus hijos mientras desayunábamos. Al terminar le pregunté si quería algo más y dijo “A ustedes, sus cariños y apapachos son lo mejor”. Retiré las mesas llevando los trastos a la cocina y me puse a lavarlos, pues al quitarlos de allí, ella extendió las manos hacia Cornelio quien la abrazó y se quedó con ella. Bueno, aunque con envidia, me sentí satisfecho de mis buenas obras que hicieron brotar el amor, y solitario lave todo. Al terminar, me fui a la recámara y disfruté como espectador de una escena completita de amor, sentado en el banco del peinador. Ellos se amaban como si yo no existiera. ¡Te amo!, gritó Stella, “Yo también, le contestó jadeante Cornelio, quedando quieto entre sus piernas. Yo veía con ardor cómo escurría el amor entre las verijas de Stella, pero me contuve y los dejé reposar. Cuando se bajó Cornelio hacia la cama, se quedó dormitando y Stella se me dio cuenta de cómo me relamía al ver la verga flácida y completamente mojada de Cornelio.
–¿Se antoja, verdad? Aquí hay mucho… –me dijo abriendo las piernas y extendió los brazos para que fuera hacia ella.
Me puse a chuparla furiosamente y ella se fue hacia el pene de su marido para hacer lo mismo. “¿Ves que sí es rico el atole que hago?” Me dijo antes de enderezarse para sentarse sobre mi cara y moverse como en la noche anterior lo había hecho con su exmarido. ¡Quedé con la cara embarrada de su flujo que intermitentemente salía de su cueva que paseaba sus labios y clítoris desde mi barba hasta las cejas! El trabajo no era el de una puta, ¡era mejor!, el de una mujer enamorada que complacía a sus instintos. Nos acomodamos y ella se subió en mí para moverse. Acomodó sus tetas hacia arriba y los pezones se acercaban a mi cara con el vaivén de su cuerpo; yo estiraba la lengua para atraparlos, pero la boca de Stella capturó mi lengua y me besó con pasión… Ya no envidiaba el amor que hacía rato le había prodigado a mi amigo Cornelio, me hizo venir con abundancia, y sentí cómo me aprisionaba su “perrito” para exprimirme. “¿Me amas?” me preguntó sorpresivamente antes de besarme. En mi interior grité “Sí, te amo Stella”, pero al terminar de besarla le dije “Te amaré las veces que me lo pidas” y entendí por qué ni sus amantes ni Cornelio quieren dejarla…
Dormimos todos. No sé si Cornelio nos haya escuchado en sus sueños. Al despertar, volvimos a cogerla, juntos y separados otro par de veces más, asombrándome de tantas veces que me vine en esas 24 horas y no supe si era porque sí estaba bien cargado o porque Stella sabía excitar la producción de esperma. Otra cosa que no pude evitar decirle fue “Qué hermosa puta” en la última vez que me vine; yo esperaba un regaño o al menos una mirada de enojo, pero fue todo lo contrario: sonrió complaciente de haberme cogido mucho.
Cansados nos vestimos, nos despedimos. Ellos partieron a recoger a sus hijos y yo a descansar a mi casa, llevándome muchos pensamientos y reflexiones de tarea.