Mi señora y tres amigas de la juventud tienen una empresa dedicada a la producción de perfumes, siendo sus clientes habituales aquellos famosos que pretenden tener su propia línea. Las cuatro socias se están acercando a la cuarentena y hacen un buen equipo.
Con Sara llevamos doce años de matrimonio, no tenemos hijos, y yo crucé hace tres la barrera de los cuarenta. Soy socio en un estudio jurídico-contable con importante presencia en el rubro. Un día, al regreso de nuestras labores, mi esposa me comenta que les ha surgido una oportunidad de ampliar sensiblemente el mercado, incorporando un socio que tiene una importante cartera de clientes.
– “Quién es?”
– “Se llama Fidel Alonso”.
– “Por qué será que me suena?”
– “Porque fue novio mío durante un año antes de conocerte”.
– “Ahora recuerdo que me contaste. El mujeriego incorregible. Se compuso?”
– “No creo. Sigue soltero”.
– “Yo también tengo algo bueno que contarte. Hoy un empresario poderoso vino a verme porque tiene un tema que lo preocupa. Y me dijo que fui recomendado por un colega. Lo notable es que me buscó en el gimnasio porque el asunto es urgente. Si logro fidelizarlo tengo asegurados unos buenos ingresos”.
– “Cómo se llama?”
– “Estanislao Pellegrini”.
– “Uno de nuestros competidores. Tiene fama de peligroso y despiadado”.
Desde la adolescencia practico, con regularidad, un arte marcial. Más que nada porque inculca una sobria elegancia de movimientos, el dominio de todo tu cuerpo y, lo menos importante para mí, destreza en el combate. Estaba en la práctica cuando un joven trajeado se acercó diciendo que su patrón deseaba hablar conmigo, y me rogaba que lo acompañara hasta el auto pues era algo reservado. Fui de puro curioso pues todo se salía de lo habitual. Quien me había hecho llamar era un señor mayor, de una presencia señorial y que, tras explicarme lo que deseaba, me contrató.
Al cabo de una semana terminé la tarea encomendada por el señor Pellegrini. No era algo muy complejo pero sí poco común, por lo cual no abundaban los conocedores de ese terreno como para manejarse con solvencia. Cuando le indiqué mis honorarios me sorprendió al decirme que no pensaba pagar eso. Satisfecho al ver mi cara de sorpresa, continuó diciendo que me iba a pagar el doble, porque mi imaginación era insuficiente para aproximarse a lo él había ganado con mi trabajo. Concluyó la entrevista diciéndome:
– “Doctor, si alguna vez puedo ayudarlo, no dude en llamarme”.
La relación societaria de las cuatro mujeres, naturalmente devino al terreno social, al cual se incorporó el nuevo socio, aunque parcialmente, por su soltería. Y así se sucedieron reuniones en alguna casa o saliendo a cenar y tomar algo.
Mi trato con Fidel podría calificarse como correcto manteniendo la distancia, cosa que él percibió de inmediato y, parece ser, se lo comentó a Sara, quien a su vez me preguntó si había algún problema.
– “Todavía no, y espero que no lo haya. Puedo estar equivocado, pero siento por él un particular rechazo. Lo percibo como superficial, falso y engreído. Tiene el perfil del perdonavidas. Como no tengo algo concreto que me dé certeza sobre lo que pienso, me cuido para no ser grosero, y lo mejor para eso es tenerlo lejos”.
La primera vez que saltó la alarma fue cuando salimos a comer y luego a tomar algo a una confitería bailable. El soltero bailó con todas pero más con Sara. En una de esas oportunidades verlos bailar me hizo tocarme la frente, diciéndome interiormente: ´si no han salido es porque están en proceso de calcificación, pero seguro que ya los tengo´. Vista cada parte por separado era mirar un indicio, pero unir esos fragmentos significativos te hacían estar frente a una evidencia.
Brazos y manos nada decían, ella con su izquierda en el hombro de él, y él con su derecha en mitad de la espalda de ella. Ambos cuerpos separados por una cuarta, mirándose a los ojos, que decían mucho más que las palabras. Por un lado la actitud del que maneja la situación, y por otro la de quien está entregada y expectante. Era el momento de preparación y sincronización.
De pronto los labios del varón se mueven como diciendo ´Ya´ y ambos hacen un leve giro de modo que las extremidades se separen, las pelvis se unan y la hembra con los muslos abiertos acoja entre ellos la pierna del varón. La melodía ya no la siguen los pies, sino la cintura femenina produciendo, rítmicamente, el encuentro de su pubis con la parte superior del muslo masculino, cuyo rozamiento la hace cerrar los ojos y morderse el labio.
Evidentemente al macho sólo le interesa su placer, y más aún ostentar el dominio que ejerce sobre la hembra indefensa. Si ella queda como una puta, si muestra su infidelidad, si manifiesta su bajeza, a él no le importa.
Por supuesto que todos se dieron cuenta de esa obscena familiaridad, que yo simulé ignorar mirando para otro lado. Cuando regresaron a la mesa me disculpé con los presentes pues no me sentía bien.
– “Querida, lamento arruinar la velada, nos vamos”.
– “Quisiera quedarme un rato más”.
Mi mirada seria, unida a un no tajante, fue suficiente para que se levantara y saliéramos. A partir de ese momento suspendí toda intimidad y por dos días no le dirigí la palabra.
El hecho definitorio, para convencerme de la existencia de esa relación paralela, sucedió durante una cena en casa, solos los matrimonios. Iba por el pasillo a buscar vino cuando escuché a Sara y Lucrecia, conversando en la cocina, mientras esperaban lo que estaba en el horno. El tema de la charla me hizo detenerme y prestar atención.
– “Sara, estás segura de lo que hacés”.
– “No, no lo estoy, pero no puedo ni quiero cambiarlo”.
– “No te censuro, pero hay que reconocer que es peligroso y hay mucho en juego”.
– “Es verdad pero estoy entregada y necesito lo que me da. Ya fue así cuando estuve de novia con él. Nos separamos porque me dejó. Yo hubiera seguido atada sin revelarme”.
– “Pero ahora estás casada y bien con tu marido”.
– “Es verdad, pero no tengo fuerzas. Te cuento que el día de su llegada entró a mi despacho, cerró la puerta con pestillo, me dijo cuanto me había extrañado y poniéndose al lado de mi sillón se desprendió la bragueta, sacó la pija y tomándome del cuello la puso entre mis labios abiertos. Chupé hasta que eyaculó y tragué su semen. Luego se fue a saludarlas a ustedes”.
No quise escuchar más. La reunión fue una refinada tortura, de la cual me evadí en cuanto pude alegando problemas digestivos.
Analizando fríamente la situación concluí que no había vuelta atrás. Que todo intento de recomponer el matrimonio chocaría contra la firme decisión de mi esposa de mantenerse segura en casa, al lado del marido que la amaba, pudiendo gozar sin límites fuera del hogar, cuando le viniera en gana. Se había cebado, y contaba con la complicidad de sus amigas y socias.
Dos opciones tenía, doblegarme u oponerme. La primera estaba descartada y la segunda presentaba alternativas. Teniendo en cuenta que Sara, además de ser infiel, se jactaba de ello burlándose de mi ingenuidad, induciendo al amante a seguir el mismo camino, decidí que lo apropiado era vengarme produciendo el máximo daño posible. Y para eso el mejor método, tan viejo como la humanidad, era desarmar al enemigo paulatinamente, que se confiara bajando sus defensas y en el momento de mayor indefensión lanzar un ataque fulminante.
Sin dilación el lunes siguiente contraté los servicios de una empresa de investigaciones para informarme todo lo que pudiera relacionarse con infidelidad fuera de su lugar de trabajo y hogar, en tiempo real. El primer informe relevante me llegó un viernes, en que teóricamente estaba junto a sus amigas, pero quien la acompañaba entrando a un hotel, era el galán. Era la oportunidad de asegurarla en la sensación de contar con el amor incondicional del marido. Después de la medianoche llamé a su teléfono sin tener respuesta. Luego llamé al teléfono de Dora, una de las socias, que sí respondió.
– “Hola Dora, quiero comunicarme con Sara pero no contesta. Estará cerca tuyo?”
– “Fue al baño, apenas salga le digo que te llame”.
A los cinco minutos entró la llamada.
– “Hola Joaquín, me llamaste”.
– “Si querida, qué tranquilidad escuchar tu voz. Ocurre que, mirando televisión me dormí, y tuve una pesadilla en la vos estabas con un amante. Y pensé que el mejor remedio para calmar la angustia era hablarte. Nos vemos más tarde. Te quiero”.
No reniego de mi profesión ni de la actividad física que practico, pero creo que también debiera incursionar en la actuación, aunque en este caso lo haya hecho con el corazón desgarrado.
Ese viernes Sara trajo a casa todos los antecedentes para armar el informe pidiendo un registro de marca, en caso de que la clienta quedara conforme con el producto. Trabajo que iniciaría el martes próximo, ya que este fin de semana largo lo pasaríamos fuera de la ciudad, en un camping con todas las comodidades y cercano al río, pues los otros esposos, eran pescadores, sumándose también el socio soltero. Accedí pensando que podría darse el momento apropiado para iniciar la venganza.
El domingo los apasionados de la pesca partieron a media mañana al río, mientras, los cinco socios disfrutaban la pileta. Estimando que era buen momento para que se diera el desenlace, fui hasta donde ellos chapoteaban en el agua, para avisarle a Sara que me iba hasta el pueblo a buscar unas revistas, aprovechando para caminar un poco. Hice un trecho y entré en la confitería del camping, observando el sector de nuestras carpas.
Corta fue la espera, a los cinco minutos salieron del agua el amante llevando de la mano a mi mujer. Las risas y los gestos de las otras mujeres, unas levantando el pulgar en señal de apoyo y otras graficando el movimiento de la cópula, eran evidencia de que la próxima reunión íntima, no solo era conocida por todos sino que había acuerdo general.
Cuando la pareja entró a nuestra carpa salí caminando en la misma dirección y, al llegar al toldo frente a la entrada, desplegué una reposera. Pensaba esperar sentado el momento más apropiado para intervenir. Si bien era esperable el tenor del diálogo, no por eso dejaba de producir un dolor intenso diseminado por todo el cuerpo.
– "Sigue sin tocarte?”
– “Sí, desde la noche de la confitería que no lo hace. Me parece que algo se imagina”.
– “No zorrita, seguro que lo sabe. Lo que no me explico es por qué no reacciona”.
– “Es que me quiere y teme perderme”.
– “Entonces, además de cornudo, es un imbécil sin remedio. A una puta como vos no conviene tenerla de esposa”.
– “Realmente sos malo, pero no puedo estar sin tu pija, dámela por todos lados, rómpeme el culo que solo es tuyo”.
Lo que siguió fueron gemidos, gritos contenidos, exclamaciones de placer, pedidos urgiendo más y pequeños silencios.
Después de mirar unos mensajes entrantes, al levantar la vista, me doy con las tres amigas, a unos quince metros, caminando hacia las carpas. Al verme se detuvieron y una de ellas marcó el teléfono, llevándoselo al oído. Sin duda era llamando a la que en ese momento rugía mientras le taladraban el recto. Por mi posición, no escuchaba a quien llamaba, pero sí a quien respondía.
-“¿Queeé, que está dónde? madre santa, Fidel soltame que Joaquín está afuera”.
– “Mejor, sí aprende cómo se coge a un reputa”.
Era el momento. Bajé el cierre de entrada encontrándome a ambos desnudos e intentando colocarse las mallas. Él, encorvado metiendo un pie en la pernera de la bermuda, recibió la primera patada en el abdomen. Doblado en postura fetal y mirándome con incredulidad escuchó lo único que tenía para decirle.
– “Aunque parezca tarde, sí reacciono”.
Con los ojos asombrados recibió la patada en la mandíbula que dio fin al ataque. Avisé a emergencias que defendiendo a mi esposa di dos golpes al agresor, y que este se encontraba desmayado. Por supuesto que la posición de la cabeza, con la nuca casi tocando la espalda, indicaba que estaba muerto, pero no debía darme por enterado.
– “Querida, conviene que te vistas para no darle un espectáculo a la policía”.
Luego la tomé de los pelos en la unión con el cuello y la hice ir recorriendo con la vista cada parte del cuerpo del fenecido amante, mientras le detallaba verbalmente que daño mostraba. Que esas imágenes quedaran bien grabadas en su cabeza era una parte importante de mi venganza.
Como era de esperar, me detuvieron y estuve preso una semana, hasta lograr la excarcelación por la carátula de homicidio culposo, en contexto de emoción violenta. No era mi intención matarlo, la patada estaba dirigida al abdomen, pero él al doblarse hizo que le diera en la cara.
Mi tarea, al regresar a casa, fue tratar de convencer a mi mujer que no había dejado de amarla, que con tiempo y paciencia podríamos reconstruir la relación. Naturalmente recomponer nuestra intimidad sería todo un desafío, debido a los traumáticos sucesos recientes.
En ese tiempo su actividad laboral fue restringida a aquello que podía realizar en el hogar.
Poco a poco fuimos acortando las distancias, con abrazos y caricias de más en más sugerentes, avanzando sobre las partes más erotizantes, hasta que una noche, pasando un dedo sobre la hendidura entre los labios bulbares, encontré flujo. Me apliqué a esa tarea metódica y pacientemente logrando que alcanzara el orgasmo sin penetración. Obviamente evité besarla como quien huye del diablo.
Al ser mi intención disminuir al máximo cualquier prevención, dejé pasar dos días para un nuevo intento de intimar. Esta vez su entrega fue inmediata y con poco tiempo de caricias la lubricación, producida por su conchita, se deslizaba tranquilamente hasta el ano. Cuando su mano logró mi erección, la di vuelta a la misma posición en había tenido a su amante encaramado, hasta que los interrumpí. Ya penetrada, mis manos trabajaron en pechos y clítoris para llevarla al borde de la corrida, y ahí me detuve. El ensayo previo me permitió una buena actuación cuando descabalgué, tirándome a un costado y, ante su cara de sorpresa, lamentarme dolorosamente.
– “¡No es posible que me pase esto! Estoy por soltarte mi corrida cuando me viene la imagen de la carpa con tu galán mostrando la mandíbula desencajada y sangrante, por el impacto de mi pie en su boca”.
La lividez de su cara me indicó haber logrado el efecto pretendido. El proceso de paulatino desquiciamiento había tenido buen comienzo.
El próximo paso era vengarme de las socias, que se habían prestado a cubrirla en el engaño, y se lo festejaban como si fuera una hazaña. Y el instrumento lo tenía en mi escritorio, en la carpeta donde constaba todo lo necesario para producir el perfume al borde de venderse, quien era la compradora y el precio estimado a negociar. Lo llamé a don Estanislao pidiéndole audiencia.
Sin ningún tipo de reserva le conté mi problema y la solución pensada. Le pareció bien hacerles perder la venta y agregó, como daño complementario, depositar en la caja de ahorros de mi mujer una cantidad que pudiera adjudicarse a una traición suya en perjuicio de las otras. Me aseguró que no perdería ni un centavo teniendo en cuenta lo que estimaba ganar con ese contrato.
Por supuesto que en una semana las tres perjudicadas pasaron de amigas a querellantes en un juicio por defraudación y estafa. Buena contribución al derrumbe anímico de mi, antaño, querida esposa.
En los dos meses siguientes, con un buen número de disculpas posteriores, repetí la representación de las súbitas imágenes que me atacaban despierto. Por supuesto que acudimos a una psicóloga por sus reales pesadillas y mis fingidas obsesiones. Con el correr del tiempo, de la psicóloga pasamos a un psiquiatra, y después a internación en un hospital público para enfermos mentales.
Avisé a sus amistades, de los buenos tiempos de fiesta corrida, por si querían visitarla. Yo me excusé de hacerlo porque, amándola tanto, no podía verla en ese estado.
Sabido es que el gobierno ni mira esos institutos, pues no producen votos. Ignoro qué será de ella en ese depósito de muertos vivientes.
Por mi parte, luego de obtener el divorcio por insania, estoy dedicado a rehacer mi vida.