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Coqueteando
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Fue en el módulo de materiales del Diplomado sobre Decoración de Interiores donde lo conocí. De profesión arquitecto, desde un principio me gustó la forma de impartir su clase. Influyó, también, que en esa época esos temas me interesaban por razones laborales. En las clases se dirigía por mi nombre con atención especial a mi persona, mirándome a los ojos con insistencia pero discretamente. Intercambiábamos miradas y sonrisas, mas nada. En ese entonces tenía un trabajo de medio tiempo en un despacho de arquitectos. Mi marido, en cambio, tenía una jornada laboral de más de ocho horas. Con más tiempo libre, sin tener que cuidar ya a los hijos por la edad, mi tiempo lo distribuía como yo quería. Temprano iba a clases de Pilates; después a trabajar y en la tarde al Diplomado dos veces por semana.

En una ocasión, después de clase, y aprovechando el interés que mostré por algunos contenidos del curso (materiales y diseños), me dijo que habría un Congreso-exposición y preguntó que si me interesaba, me daría la información. Le respondí que sí. Me dijo que el evento sería en un mes aproximadamente. Me complació su interés por mis inquietudes y la forma atenta en que se dirigía a mí, independientemente de que me agradaba su personalidad. Era alto y bien proporcionado físicamente y siempre arreglado, demasiado pulcro. Sin más interés que en el curso, esperaba con gusto esos días a la semana aunque, reconozco, me arreglaba más de lo normal esos días.

Consciente o inconscientemente, entré o ¿entramos?, sin proponérmelo o proponérnoslo, en el juego del coqueteo. Sin pretender involucrarme emocionalmente ni nada por el estilo, tenía claro que no tenía interés en llegar a algo más con este hombre. Por muy atractivo que me pudiera parecer; era consciente de los riesgos y los límites que debe uno establecer ante una situación de este tipo para que no se malinterpretara y con más razón en mi condición de mujer casada. Desde un principio fue recíproco. En ese sentido y por el simple placer y emoción que aporta el disfrutar de esos momentos compartidos, sin perseguir ninguna otra meta que no fuera sentirme, en mi caso, todavía atractiva y valorada a mi edad fue que no me negué a dicho juego. Simplemente me gustaba jugar al juego de coqueteo y en cierta medida de seducción. Cincuentona, con varios años de casada, con la suficiente experiencia y satisfecha sexualmente y emocionalmente con mi marido, no me sentía necesitada ni nada, sino más bien, me sentía satisfecha conmigo misma. Así que el coqueteo se limitaba a miradas, sonrisas y conversaciones sobre intereses comunes, pero siempre terminaba despidiéndome diciendo: “me espera mi marido”.

Como parte del juego, sobre todo en las últimas sesiones, me senté en la fila de adelante, para atraer su atención. Me vestí de diferentes formas, tanto formal como informal: pantalones ajustados y blusas ceñidas; vestidos o faldas cortas con tacones; o de plano iba de tenis con unos leggins estampados. Acepto que me gustaba sentir sus miradas, pues eran discretas, sin morbo, con estilo y decencia, sin tampoco ser insistentes. Ni siquiera compartimos teléfono. Cuando ya faltaban pocas sesiones para que finalizara el curso me arreglé de otra manera: me alacié el cabello, me pinté un poco más. Una tarde me puse una falda corta pero con medias negras, con tacones y una blusa azul pastel. En esa ocasión sentí más sus miradas que de costumbre, pues nunca me había vestido así. Constantemente cruzaba las piernas y sentía su nerviosismo cuando retiraba la mirada. En consonancia con el juego, ese día no me quedé a conversar después de la clase, terminó y me retiré. Cuando me despedí junto a los demás compañeros “hasta luego”, se sorprendió pues pensaba que me iba a quedar como en otras ocasiones. Esa noche había acordado ir a cenar con mi marido por un aniversario más de nuestro matrimonio y por supuesto que habíamos festejado con una gran noche de sexo.

De igual manera, y como parte del juego, lo reitero, el penúltimo día de clase me pinté un poco más y me puse la misma falda negra corta, con tacones, pero sin medias y una blusa blanca. Llegué antes de la clase y me senté, como lo había hecho en clase pasadas, en la fila de adelante. Cuando llegó y me vio sentada con las piernas cruzadas y sin medias, percibí nuevamente su nerviosismo. Mis piernas blancas llamaban más la atención que con medias negras. Saludó a todos pero su mirada regresaba frecuentemente a mí. Esa clase fue diferente, no fue como las otras, pues estaba desconcentrado y se iba de un tema a otro tema. Tampoco me quedé al final de la clase, más bien me salí antes, desconcertándolo, supongo, todavía más.

Finalmente llegó el último día de clase del módulo. Recuerdo que ese día mi marido tenía una cita de trabajo en Cuernavaca a mediodía y tenía programado regresar hasta el día siguiente. No olvido que ese día hizo demasiado calor y me duché dos veces, en la mañana y en la tarde antes de irme a clase. En la mañana mi marido me había despertado con su miembro pegado a mis nalgas, abrazándome por detrás, lo cual me excitó. Después cambió de posición boca arriba y yo descansé mi cabeza en su pecho. Luego mi mano derecha empezó acariciando su torso y poco a poco fue bajando hasta llegar a su miembro. Lo empecé a acariciar encima de su trusa y después por debajo de ella. Lo sentí duro. Esto me excitó más. Entonces me dijo que lo montara. Me coloqué encima de él y acomodé su miembro en mi vagina y sentí como se deslizó hasta entrar completamente. Empecé a moverme, a cabalgar, con la experiencia de tantos años de casada. Sabía lo que le gustaba a mi marido, como moverme en círculos sobre la punta de su miembro. Lo excité muy rápido, por lo que me detuve un poco pues no quería que eyaculara, sin embargo, no lo logré y eyaculó y por más que intenté yo no pude alcanzar el orgasmo, a pesar de lo excitada que me estaba poniendo. Ese día estuve caliente y consideré masturbarme con un juguete sexual, obsequio de mi marido. Sin embargo, recordé que era la última clase, por lo que me enfoqué en el juego de coquetería que había o recíprocamente habíamos propiciado entre yo y el maestro.

Me volví a bañar en la tarde. Estaba excitada, me toqué y consideré nuevamente masturbarme, pero no lo hice. Me depilé el pubis. No sabía que ponerme. Fui al cajón para sacar mi ropa interior. Como repertorio la puse en la cama para escogerla. Respecto de si ponerme una falda, un vestido o un pantalón para esa última clase no sabía qué elegir, pues no quería mostrarme tan explícita, sino sutilmente insinuar. Como hacía calor, pensé en un vestido corto con los hombros descubiertos, pero como ya me había puesto faldas y vestidos cortos, mejor opté por un vestido floral estampado, ligero, de tirantes y en la cintura fruncido, ceñido a mis caderas, un poco suelto pero debajo de las rodillas. Pensé en unos zapatos bajos, pero me veía muy casual. Decidí ponerme unos zapatos con tacón alto. Me hice un chongo, para verme diferente, pues nunca había ido así a clase. Me vi en el espejo y me gustó como me veía. Los tacones altos hacían que resaltaran mis curvas y mi trasero un poco más de lo normal. Me gustaba la tela de este vestido ya que no se transparentaba. Por esta razón me lo llegaba a poner sin ropa interior y ahora no fue la excepción.

Llegó la última clase. En esta ocasión no me senté en la fila de adelante sino en medio, lo que le sorprendió nuevamente cuando llegó, pues siempre que llegaba sentía como su mirada me buscaba en la primera fila. Cuando terminó la clase esperé un momento mientras se desocupaba con otras compañeras. Ya de camino al estacionamiento me dijo que había olvidado el programa del Congreso-exposición en su auto y que lo acompañara para que me lo entregara. Fuimos a su auto y me entregó el programa y me dijo que podríamos ir juntos pues él conocía a algunos de los expositores. Acepté su invitación. Me preguntó si tenía tiempo y sí podíamos ir a tomar algo esa tarde noche. Le dije que no existía inconveniente de mi parte pues, y deliberadamente mientras le ofrecía una sonrisa pícara y mirándolo a los ojos le dije: “mi marido salió de viaje y regresa mañana”. Sonrío y me dijo que para no irnos en dos autos nos fuéramos en el de él y que después regresaríamos por el mío. Aunque le hice la observación que tampoco quería llegar tarde a mi casa.

Fuimos a un bar que se encontraba en una terraza, lo cual fue una buena decisión por el calor que todavía hacía. La conversación fue amena, hablamos de diferentes temas. Sabiendo, supongo, del juego, el coqueteo era muy sutil, nos mirábamos y nos reíamos. Después quise confirmar algo: suponiendo que me observaría, le dije que iba al baño. Luego de unos metros caminando, volteé y lo confirmé, me estaba mirando, pero discretamente. Yo me sonreí y seguí caminando. También sentí la mirada de otros hombres. En el baño me vi en el espejo, pensé que había exagerado con esos tacones, pues resaltaban demasiado mis nalgas. Como a las dos horas escuché un mensaje en el teléfono: era de mi marido, diciéndome que habían cambiado los planes y que llegaría a casa antes de las once de la noche. Le dije que me tenía que ir antes pues mi marido había decidido llegar el mismo día. Pidió inmediatamente la cuenta y dijo que no había problema. Eso también me gustó pues no expresó molestia ni nada, tampoco me presionó para quedarnos más tiempo. Divorciado y con 11 años menos que yo, había estado casado 9 años. Fue sincero en todo lo que me dijo.

Estábamos en la terraza de un edificio de 20 pisos, por lo que teníamos que bajar por el elevador. Había demasiada gente y no quería demorarme más de lo debido, pues quería llegar antes de mi marido. Logramos entrar apenas al elevador de tanta gente que subía y bajaba casi al mismo tiempo, pues el otro elevador estaba descompuesto. Ya en el elevador, completamente lleno y con mucho movimiento, él terminó por quedar detrás de mí. Sentía su respiración en mi cuello y la fragancia de su loción. Me gustó su aroma. De repente me dijo si podía poner sus manos sobre mis hombros, pues parecía incómodo: su espalda casi se incrustaba en la pared de metal del elevador. Volteé a verlo, sonreí y con la cabeza asenté autorizando. El elevador se detenía casi en cada piso pero nadie bajaba y todos seguíamos apretujados. Ante tal situación y no por él, sentía como mi cuerpo se pegaba más al suyo cuando pretendían entrar más personas, por lo que sentí su miembro pegado a mí trasero. No tardó un minuto y sentí de inmediato cómo crecía. Me gustó esa sensación, no recuerdo haberla experimentado. La tela del vestido era delgada, por lo que la sensación de cercanía era casi total. Recordé esa mañana el miembro de mi marido pegado a mis nalgas también, aunque en otra posición y con una tanga puesta. Ahora era otro miembro el que estaba pegado a mis nalgas pero sin ropa interior. Consideré que se estaría excitando pues su respiración cambió a un poco entrecortada. Me sorprendió como se humedecía mi vagina, algo ya inusual por mí edad. Me gustó experimentar nuevamente esa sensación. Me excitaba sentir ese miembro pegado a mis nalgas; como el saber y sentir que no traía ropa interior. Así me mantuve. No intenté moverme de posición o hacer algo similar. Estaba disfrutando ese momento. Y ante unas nalgas grandes y redondas como las mías, me complació la dureza y el tamaño de ese miembro. Antes de salir del elevador, y como parte del juego del coqueteo, restregué ligeramente mis nalgas en su miembro.

Finalmente llegamos al estacionamiento. Me abrió la puerta para subirme al auto, mientras él se dirigía a la cajuela a revisar no sé qué cosas. Me sentía húmeda, excitada. Me subí un poco el vestido y me crucé de piernas antes de que llegará al volante. Sentí su mirada nuevamente en mis piernas. Encendió el auto y antes de manejar, tocó con su mano derecha mi muslo izquierdo y me dijo que esperaba verme el día de la inauguración de Congreso-exposición “Ten la seguridad de que allí estaré”, le respondí. Llegamos a mi auto. Se estacionó, se bajó y me abrió la puerta. Me ofreció su mano para bajar. Abrí la puerta de mi auto y antes de subir nos despedimos con un breve beso en la mejilla y un abrazo, mientras me decía al oído que había disfrutado mucho mi compañía. Le respondí que yo también. En el abrazo nuestros cuerpos se juntaron un poco más y en esa cercanía sentí nuevamente la dureza de su miembro pero en mi vientre. Ya en mi auto y antes de arrancar nos despedimos ofreciéndonos una sonrisa.

Llegué a casa y ya había llegado mi marido. Me preguntó que de donde venía, y porqué tan arreglada. Le dije que había sido el último día de clase del diplomado y que se había organizado una reunión por ese motivo en una terraza bar y que había aceptado la invitación sabiendo que no iba a llegar. No entré en detalles. Traía una botella de vino y me dijo que bebiéramos una copa. Cuando terminamos nos levantamos y me dijo que le excitaba verme vestida así, con ese vestido y que con esos tacones resaltaban mis curvas y mis nalgas. De repente me abrazó por detrás. Voltee a verlo y nos besamos. Luego nos abrazamos de frente y empezó a acariciar mis nalgas. Luego metió la mano por debajo del vestido y se dio cuenta de no traía ropa interior. Nos empezamos a excitar y me dijo que subiéramos a la recamara. Ya en la recamara me preguntó que cómo quería y no dudé en decirle que por detrás. Me acerqué a la cama, subí mis rodillas y puse mis las palmas de mis manos al frente. Entonces levantó mi vestido y mientras acariciaba mis nalgas, mis muslos y mis pantorrillas y luego el interior de mis muslos, me preguntó porque no me había puesto bragas si sabía que no iba a estar con él ese día. Le respondí que todo el día había estado caliente y que disfrutaba sentirme así.

Me penetró suavemente pero no totalmente y después se retiró y continuó con sus dedos hurgando mi vagina y luego mi clítoris, todo ello magistralmente, sin prisa y delicadamente, como bien sabe lo que me gusta. Mi excitación empezó a aumentar, él lo sentía perfectamente pues identificó el instante perfecto y empezó a penetrarme. No me envestía, lo hacía suavemente, por lo que mi gozo se iba acumulando. Sentía su miembro y su erección firme. Me sorprendió que su miembro se mantuviera más rígido de lo normal, sin la urgencia de eyacular. Entonces le dije que no se moviera, que se mantuviera quieto. Yo empecé a mover mis caderas en forma circular y él coordinaba el movimiento con sus manos en mis caderas. Me estaba gustando hasta que, continuando con el mismo movimiento, sacaba un poco mi vagina de su miembro para concentrarme en su punta, de tal manera que sentí como su excitación aumentaba y como venían en camino sus fluidos. En ese preciso instante yo también sentí como iba en camino a un fabuloso orgasmo, después de estar todo el día caliente y estar coqueteando con otro hombre.

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