Tengo una amiga con la que compartí muchas vivencias; menos una.
Como es lo normal, cada quien hizo su vida de pareja; hasta que por azares del destino me separé.
Carla. Mi amiga de años me daba consejos, ánimos; incluso llego hasta ofrecerme hospedaje en una habitación. Cosa que rechacé; ya que ella también tenía problemas con su marido.
Conversábamos de todo, incluso algunas aventurillas de jóvenes de situaciones algo candentes.
Los días pasaron. Yo me instalé en un nuevo trabajo. Eso sí, sin faltar a alguna visita a mi querida amiga.
Su marido jamás puso alguna objeción en cuanto a mis visitas; cosa que hacía que Carla estuviera un poco más relajada.
Antes de ir a ver a mi amiga, recibo un mensaje que decía.
«Ven por favor, necesito hablar con alguien, mi marido se fue de casa»
Pronto llegué a su encuentro; era obvio que la encontré llorando.
Como pude la calmé, diciéndole cosas que tal vez no vengan al caso en esta historia.
Nos servimos unos tragos de tequila, para relajarnos. Optamos por cambiar de tema, comentando cosas triviales y otros tantos.
Entramos en el tema de las confesiones, por lo que yo no quería decirle que desde hace tiempo me encantaba.
Y claro. Ese día tenía un pantalón pegado que dejaba ver sus curvas.
Carla es delgada, blanca, pechos pequeños, cadera mediana, estatura media.
Pronto por el alcohol comenzó a llorar, por los recuerdos de la buena época y como buen amigo me acerqué para darle un abrazo.
En eso nos quedamos viendo y prontamente nuestros labios se unieron en un beso muy rico.
Al término, ella me pidió que la acariciara de forma erótica.
Pues bien. Mis manos se posaron en sus piernas para ir subiendo tímidamente hasta rosar sus caderas.
Nuestras bocas se unieron de nueva cuenta.
Ahora sus manos tocaban mi miembro, me acariciaba de una forma muy suave.
Me hizo entre acostarme en el sofá, bajándome el zipper, sacando mi falo. Dios! Que rica mamada. No podía dejar de acariciar su cabello, de disfrutar de esas lamidas.
La convencí de hacer el 69.
Pero antes de eso, al bajarle el pantalón, metí un dedo en su vulva. Su velluda vulva, sintiéndola mojada.
Ya en aquella pose, su vagina mojaba mi cara, cosa que era para mí un manjar, su sabor me sabía a que tenía tiempo sin tener sexo.
Le avisé que sentía una descarga de líquido; cosa que ella, sin decir nada metió prisa en sus chupadas, hasta que se tragó toda mi leche.
Aun así seguimos en esa misma posición. Yo pensé que perdería la erección, pero Carlita, sabia como mantener mi asunto firme.
Nos acomodamos en ese mismo sofá. Ella en cuatro y yo atrás.
No podía creer que me estuviera follando a esa amiga de años.
Repentinamente me llego la idea de que el marido de Carla llegara a la casa.
Al decírselo, Carla y yo nos excitamos bastante; tanto que de vez en tanto echaba un vistazo a la puerta y otro tanto a darle sus metidas de verga a mi triste amiga.
La adrenalina y el nervio, nos ponían cada vez más cachondos.
Yo por mi parte le metía un dedo en el culito de Carlita, ella masajeaba mis huevos; a pesar de estar en cuatro.
Lubricado y listo su culo, fui clavándole el miembro. Poco a poco, pero con mucha calentura.
No daba crédito a lo que estábamos haciendo en su sala.
Pronto volví a avisar de otro orgasmo, de hecho le dije que acabaría dentro. Aceptando, le llene su agujero de leche.
Al terminar llenamos las copas, charlamos de lo ocurrido, hasta que nos dimos cuenta que ya era muy de noche.
Carla me confeso que hacía tiempo que su marido no la tocaba y que aun seguía excitada por aquel encuentro.
Levantándose de su lugar, comenzó a quitarse la ropa completamente en un baile erótico.
Saque mi verga de nueva cuenta, masturbándome frente a ella, en lo que hacia aquel baile.
«No te vayas a venir». Decía.
Acercándose, volvió a darme de chupadas, en lo que yo dedeaba su rica vagina, que aun seguía mojada.
Me pidió que no hiciera nada; así que se sentó sobre mí, cabalgando de un modo rico.
Me gustaba ver como mi falo entraba y salía de su vulva, mi dedo en su culo.
Al ternaba entre cabalgata y mamada, dándome mucho placer.
Quise volver a penetrarle el ano, pero ella quiso que atendiera su vagina.
Poniendo sus piernas en mis hombros, comenzó el va y ven de mis caderas, contra la de ella.
Mis manos apretaban sus pechos, esa sensación me gustaba o, tal vez porque yo también tenía tiempo sin hacer nada.
Sentimos un gran orgasmo, como una corriente de electricidad, que hacía que nos convulsionáramos al mismo tiempo, dando gemidos llenos de placer.
Obviamente termine dentro de su vulva; pero eso no le importó.
Ahora hicimos un último brindis y nos dispusimos a dormir; pero estando los dos en una misma cama.
Al día siguiente falté al trabajo, con tal de seguir consolando a mi amiga…
Vladimir escritor.