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Confesiones a la ginecóloga (parte 1)
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Sabrina empezó a sentir una leve sensación de malestar después de tener relaciones con su nueva pareja, Marcelo. Hacía relativamente poco que estaban saliendo y ella no quería arruinarlo; realmente le gustaba. Ella estuvo casada por más de 10 años y, después del divorcio, estuvo otro tanto sin conocer a nadie. Más allá de esporádicas y efímeras interrupciones de placer, permaneció casi otros 10 años sin sexo.

Se dedicó exclusivamente a su hija. Pero ahora su hija estudiaba y vivía sola. Entonces se abrió un vacío en su vida que parecía tener las profundidades del abismo. Fue hace poco que conoció a Marcelo y resultó un bálsamo para su vida: la hizo de veras renacer, la sacudió de un letargo que la tenía mustia y apagada; la despertó y vitalizó.

Marcelo era un excelente amante y la hacía estremecer de punta a punta. Pero, no obstante ello, cada vez que hacían el amor sentía ella después una incómoda sensación de ardor que la hacía querer orinar todo el día. De hecho, cuando lo hacían de noche, antes de dormir (Marcelo era una verdadera máquina siempre presta para el sexo, por lo que no había horas ni días) permanecía varias horas sentada en el inodoro pues no dejaba de hacer pis de a hilitos muy pequeños. Cuando pensaba que ya estaba lista, y volvía a la cama, otra vez le asaltaba ese ardor que no la dejaba en paz.

Decidió entonces hacer una visita a Fernanda, su vieja amiga y ginecóloga. No lo dudó. Tenían entre ellas extrema confianza y hablaban de todos los temas. Es más, Fernanda era quien otrora le recomendó a Sabrina tener relaciones después de que ésta le confesara que hacía más de siete años que nadie la tocaba. La insistencia de su confidente facultativa la hizo recurrir a una baja estratagema, pero esto es para otra historia. Fernanda no se sorprendió al verla en el consultorio. La estaba esperando. Su amistad no conocía de turnos ni citas y bastaba en solo mensaje de Sabrina para que la esperara en el consultorio, sin que importe el horario.

-¡Hola Sabri! ¡Tanto tiempo! ¿Cómo andás? ¡¿Cómo anda Sofi?!

-¡Hola amiga! Bien, bien, todo muy bien. ¿Sofía? ¡Estudiando, creo… jajaja!

-¡Ay sí! ¡Seguro! Vení, pasá, que ya sos la última, pasá.

Después de la breve charla típica que se impone en toda conversación entre dos amigas que hace tiempo no se ven, Sabrina le comentó el problema:

-Mirá, después de tener relaciones con Marcelo me agarra como muchas ganas de hacer pis y no se me van por horas.

-Ajá, ¿y cuándo notaste esto?

-Y, hace mucho. Lo que pasa es que no quería decir nada porque no quiero estropear lo de Marcelo, pero cada vez me está costando más. Aparte, acá entre nosotras, Marcelo le da y le da… jajaja, no sé si me entendés.

-¡Jajaja, bueno, bien amiga! ¿Es larguero?

-Sí, jajaja. Es un caño, la verdad. Aparte acaba y sigue automáticamente, no descansa, pero tampoco me da respiro. Y yo a veces me meo y el sigue, sigue…

-Bueno amiga, quedate tranquila igual. Lo más probable es que tengas cistitis poscoital. A veces entran bacterias a la vejiga y causan eso, pero es re normal y no pasa nada. También puede tener que ver con la intensidad de las relaciones y, por lo que veo, ¡Marcelo es todo un semental!

-¡Ay qué asco amiga! ¿Cómo que bacterias? ¡Pero yo nunca tuve antes, por dios! ¿Y me las pasó él? ¡Seguro que anduvo con otras, si es un pajero! ¡Y me contagió!

-Noo no, para nada. Son bacterias que tenemos todos, naturalmente, pero que por las relaciones se pasan a la vejiga. ¡Quedate tranquila que no es nada raro! Aparte, te digo, tiene mucho que ver con la fricción y la intensidad de las relaciones

-¿Seguro? Jajaja. Ahora me da un poco de cosita.

-Seguro. Escuchame, ¿vos lubricás bien? ¿Usan gel íntimo?

-No, no uso, pero lubrico re bien, mejor que a los 20 años -Sabrina se sonrojó al extremo- Marcelo me encanta, me hace de todo. Te digo, acá entre nosotras, me la pone como un charco, ¡no sabés!

-¡Ah bueno! ¡Jajaja! ¡Pero mirá a Marcelito! ¡Me lo tenés que presentar entonces!

-¡Si! ¡Nos tenemos que juntar a comer los cuatro! Y, ya que está, te pregunto, siempre entre nosotras…

-¡Siempre entre nosotras!

-¿Puede tener algo que ver con el tamaño? Porque la verdad, yo nunca había visto algo tan grande, tan… gordo… jajaja

-¡Jajaja, por dios!

-Pero mucho más que el stripper ese que me hiciste coger, ¿te acordás?

-¡Ay, pero ese la tenía enorme Sabrina! Le decían Stanley, por el termo. ¡Si lo garchamos las dos juntas, y tenía para las dos y para más!

-Bueno, pero Marcelo la tiene enorme, te digo. Es, capaz que un poquito más corta que la del stripper, o igual, no sé, pero es muy gorda. Es como una serpiente gorda, jajaja ¡Ay! ¡Qué vergüenza!

-¡Pero por dios! ¡Jajaja, bueno, te felicito amiga! Tenés todo un macho al final!

-Sí, pero es impresionante. La primera vez que la vi me impactó porque, a ver, tengo 47 años y he visto de todo en mi vida, pero eso, así, todo hinchado, lleno de venas, nunca.

Había un dejo de vergüenza en la voz de Sabrina que, a pesar de estar sola con su amiga, hablaba cada vez más en voz baja. Fernanda no podía ocultar su entusiasmo y la interrogaba con la boca abierta a su amiga:

-Pero… decime que le sacaste una foto, por favor

-Nooo, por dios, sabés que nada de fotos ni videos conmigo

-Pero le tenés que sacar una, para mí, jaja. Aunque sea por un mero interés científico. Es un caso para estudiar. Pero amiga, decime, ¿te duele cuando te coge? Porque, directamente, no tiene nada que ver con la cistitis después del sexo. Sí, indirectamente puede incidir: como te dije, la fricción desmedida puede contribuir al ingreso de bacterias en el cuello uterino y el tamaño del pene puede incidir, a su vez, en eso

-No no, no me duele -Sabrina bajó aún más la voz:- Aparte no sabés cómo me mojo. Es rara la vez que me garcha sin chupármela antes. Es re bueno en todo lo que hace.

Riéndose, bajó la cabeza y se tapó la boca, como queriendo detener aquello que ya había sido dicho. Siguió:

-Por lo general, te confieso: mi concha es un cambalache de flujo y saliva. Después me empieza a bombear y ya se hace una crema impresionante.

-¡Hermoso! Jajaja. Bueno, todo eso contribuye al florecimiento bacteriano. ¡Pero, ¿quién te quita lo bailado, Sabrina?!

-Ay, pero me empezó a molestar.

-Bueno, yo te voy a dar unos antibióticos para el tema de las bacterias. Los tomás dentro de las 24 o 48 horas del sexo, dos por día, hasta que se te pase. Si te sigue molestando, te voy a tener que hacer un cultivo y ver cómo proseguimos. Pero estoy segura, por lo que me contás, que con las pastillas se te va a pasar.

-Bueno, voy a intentar.

-¿Le dijiste a él que te pasa esto?

-Noo, ni loca. No quiero decir ni hacer nada que pueda estropear esto que tenemos.

-Pero boluda, se lo tenés que plantear, porque quizá él tenga que parar un poco la moto y ser un poco más “delicado”

-Es que él no es bruto. Es pijudo, sí; pero no es bruto. Sabe exactamente cómo moverse con esa anaconda venosa que tiene, jajaja.

-¡Ay dios amiga! Ahora lo quiero conocer. ¡Bah, quiero conocer esa verga! ¡La tengo que ver! ¿Tan impresionante es?

-Te juro, impresiona.

-Y ¿cómo hacés para que no te duela?

-Te digo, es un genio en lo que hace. Siempre me la chupa antes y me hace acabar, salvo que esté indispuesta. Y después, sabe lo que me gusta y cómo me gusta. Lo que tiene es que no para. Son mínimo, dos horas, entre que empieza a comérmela y termina.

Fernanda ya estaba visiblemente excitada. Ellas ya habían compartido una experiencia sexual en la que habían compartido a un hombre. Este acontecimiento había sido pergeñado por la doctora como un “remedio” a la abstinencia sexual de su amiga. Aprovechó la ocasión y contrató a un stripper, que llamó a su casa, cuando su marido no estaba. Fernanda tenía dos hijos y estaba casada con Diego, un abogado de la “city porteña”.

Aburridísima de Diego, no hesitó en usufructuar los servicios del profesional y, bajo la excusa de la timidez de Sabrina, empezó a tener sexo con el stripper, para recién después unírseles la paciente. Habían disfrutado tanto del episodio que quedaron en repetirlo, pero nunca lo habían concretado. Un halo de silencio envolvió al suceso, y quedó enterrado en el inconsciente de ambas. Ahora, el grueso miembro de Marcelo parecía rescatarlo de las ondas mismas del deseo.

-Ay, contame más, por favor.

-Mirá, la primera vez nos besamos en el sillón. Yo estaba muy nerviosa, estábamos mirando una serie, tomando helado. En un momento, él me abraza y me besó.

Marcelo trabajaba en una dependencia estatal en ese momento. Conoció a Sabrina en un partido de fútbol: ambos compartían la misma pasión por San Lorenzo. En una final en la que Sabrina no había podido comprar entradas, Marcelo, que tenía contactos la dirigencia del club, pudo hacerla pasar a ella y a su hija, desesperadas por ver el partido. Marcelo las acompañó y a partir de allí nunca pudo despegar sus ojos de los mullidos pechos de Sabrina.

Ella le había dado su número de teléfono y hablaban por mensajes, de vez en vez. Hasta que Marcelo la invitó a comer. Sabrina fue reticente al principio, pero cedió. Marcelo no era un tipo buen mozo, pero era alto y musculoso. Vivía haciendo deportes y, a sus 52 años, tenía un cuerpo envidiable. Además, era alguien que sabía cómo hablarles a las mujeres.

Fueron a comer, y nada pasó esa vez. Pero Sabrina se comprometió a cocinarle una de sus especialidades: ratatouille, plato que al rusticidad de Marcelo nunca había alcanzado a saborear. A Marcelo le pareció un plato horrible. Pero comió de todas maneras. Después tapó el amargor que sentía con el helado que había llevado de postre.

Ya en el sillón, con el helado en mano, Marcelo la abraza y le da un suave beso en el oído Sabrina, nerviosísimas, no hace sino reírse, pero apoya su cabeza en el hombro de él. Es ahí cuando vio la enorme protuberancia en que se dibujaba en el pantalón de Marcelo. Era un bulto que asomaba y que se inclinaba hacia el lado izquierdo, y hasta parecía moverse. Sabrina no sabía qué hacer, pero tampoco podía dejar de mirar, y el dotado lo sabía.

Marcelo abrió un poco sus piernas y mostró en toda su plenitud el instrumento que sus pantalones guardaban. Allí, la tomó del pelo y Sabrina lo miró, y se besaron. La calidez de sus labios contrastaba con el frío que el helado le había impreso a su lengua el helado. Sabrina siguió contándole a su amiga:

-Nos besamos un largo rato. Me tocó las tetas, jajaja. Yo tenía corpiño pero aun así se me habían parado los pezones. Y yo no pude dejar de tocarle el bulto. Era algo carnoso, gordo y enorme. Se ve que él no se esperaba que se lo toque tan de pronto, porque pegó un saltito. Pero no pude contarme. Me di cuenta de que me había apurado y como una boba le pedí perdón.

Sabrina estaba extática. Le acarició la entrepierna a Marcelo y le pellizcó le prepucio. Marcelo lo sintió y se estremeció, pero cuando Sabrina quitó la mano Marcelo y se había desabrochado el jean. Allí se podía ver un gran tubo de carne envuelto por un calzoncillo blanco que no lograba sujetarlo todo: era tan ancho que separó el elástico del calzoncillo de su pubis. Marcelo puso de vuelta la mano de Sabrina allí y le dijo: -Es todo para vos.

-Yo, a todo esto -prosiguió Sabrina- ya estaba empapada y temblaba. No podía creer lo que estaba tocando. Él se bajó un poco más los pantalones y ahí estaba: una gran anaconda blanca, a punto de romperle los calzoncillos. Dejó de besarme y miraba su pija con mi mano, que no sabía si eso era de verdad o no.

Marcelo se sacó el calzoncillo y dejó al desnudo su pene. Era de verdad una gran serpiente henchida de sangre, surcada por venas y coronada con una cabeza de diamante sonreía. Sabrina no pudo contener su exclamación de sorpresa. Su boca quedó semiabierta y sus neuronas quedaron bailando en ese tronco, sin poder reaccionar.

Allí Marcelo, que estaba acostumbrado a causar ese impacto, se sacó la camisa. Sabrina estaba absolutamente obnubilada: el abdomen tallado de Marcelo, apenas recubierto por una fina manta de vellos, contenía una vena que iba desde el pectoral hasta la base de su martillo. Parecía la vena encargada de insuflar el halo vital que mantenía enhiesta a esa fiera. Sabrina la recorrió con su lengua. Llegó hasta la base del pene y se detuvo: la tomó entre sus dientes y no la podía abarcar. Se quedó un rato allí, jugado y oliéndolo.

-Yo te juro, que es tan grande que parece que transpira ese bicho. Ahí yo solo le chupaba la parte de debajo de la pija y, te juro, me faltaban como dos bocas para completarla. Y el chabón me agarró y me puso la cabeza en la boca. La cabeza de la pija de Marcelo creo que es más grande que todo el pito de mi exmarido. No me entra en la boca. Me quedó ahí, se la lleno de saliva y le paso la lengua por el agujerito, viste…

-La uretra –dijo Fernanda, toda excitada

-La uretra. Eso le gusta y siento que es lo único que puedo hacer. Y lo empiezo a pajear mientras le como la cabeza. Y le agarro los huevos, que son enormes también. Son grandes y duros, y los tiene depilados. Ahí, esa primera vez, me acabó al toque. Empezó a gemir y me dijo… no sabés lo que acabó. No eran chorros, como el stripper, ¿te acordás?

-Sí, mi vida, cómo me voy a olvidar. Meaba leche ese pendejo

-Bueno, Marcelo acaba una banda, pero sin fuerza, sin chorros. Es como si saliera sin fuerza, sola, pero no para de salir, y yo no paraba de chupar, y él no paraba de acabar. Fue hermoso amiga.

En esa primera ocasión, Marcelo no pudo contenerse. Mientras Sabrina jugaba con su frenillo, él ya le había bajado los pantalones a ella, que estaba doblada en el sillón, mientras se encargaba de la bestia que tenía entre sus dientes. Él le acariciaba la cola. Jugaba con la tanga blanca que tenía Sabrina. Sus dedos bordaban la costura de su ropa interior y pudieron palpar la humedad que surtía del sexo de su compañera. Estaba tan mojada, que Marcelo empezó a frutar sus dedos mayo e índice sobre la tanga y se mojaron. Marcelo sacó los dedos, los olió y se los chupó; después volvió a las nalgas de Sabrina y los hundió en su estrecho agujero, que surtía borbotones. Ahí Marcelo acabó.

-Me la tomé toda amiga, toda. Encima él me colaba los dedos y yo estaba mojadísima. Estaba tan mojada que, en una, él me metió los dedos en la concha y como los sacó re mojados, aprovechó el flujo y me metió un dedo en la cola. Yo no podía más

-Y ¿qué hizo?

-Después de acabar se levantó del sillón, se arrodilló, me agarró de las piernas, me sacó el pantalón y me la chupó como nunca antes me la habían chupado. Primero, me abrió de par en par, sin sacarme la tanga, y empezó a hundir su nariz. Estaba enloquecido. Yo gritaba, jajaja, como una loca. Y el hijo de puta me rompió la tanga: me la agarró con los dientes y me la destrozó. Era una tanga cara, encima. Era la Calvin Klein, jajaja

-Ay, pero ni te importó, ¿o si?

-Nooo, por favor. Y ahí se queda fijo mirándome la concha y me dice: es tal cual me la imaginaba, rosada, mojada y gordita. Y me metió la lengua en la concha bien hasta el fondo. Después me la sacó y me empezó a chupar por donde hago pis, y me la metió de vuelta. ¿Y sabés qué hizo?

-¡¿Qué?!

-Con la lengua adentro de la concha me empezó a masajear el clítoris con la punta de la nariz, de acá para allá. Y me apretaba. Viste que es medio narigón, encima. Y yo le agarraba la cabeza y lo hundía más en mi cajeta. No podías más.

Sabrina sintió fuertes espasmos y no taró en acabar. Allí pudo comprobar que su sexo emanaba más flujo del que alguna vez tuvo noción.

-Acabé re mal, boluda. ¿Sabés lo que me pasó? Se me escapó un chorrito de pis, no de flujo, de pis.

-Jajaja, hiciste squirting

-Yo no hice nada, fue Marcelo. Pero le pedí disculpas, no sabía qué hacer, porque le meé la cara, sin querer. No sabés cómo se puso…

-¿Se enojó?

-Noo, si ya estaba caliente, se puso todavía más: me agarró de las piernas, me levantó y me cogió de parada. Yo me sentaba literalmente en su verga: lo enroscaba con mis piernas y me senté en esa cabeza enorme.

La primera estocada le llegó a Sabrina hasta el fondo. Ahí el placer se mezcló con algo de dolor. Marcelo estaba parado, sosteniendo en alzas a Sabrina y penetrándola frenéticamente, mientras le mordía el labio.

-Ahí le tuve que pedir que aflojara un poco, porque me destrozó. Me pidió perdón y así como estaba, a upa de él, me llevó hasta la cama…

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