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Tiempo de lectura: 3 minutos

Entonces saqué su mano de encima de mí y me giré, a la vez que envolvía la sábana sobre mi espalda. Otra noche de inquietud y dudas, de sentir que todo el esfuerzo se desvanece en una eterna espera por esa palabra o gesto. Tanto más atractiva es la pared del fondo de la pieza, con sus infinitas posibilidades que mi mente puede proyectar, imaginando todo eso que simultáneamente pasa en este preciso instante, en esta helada noche.

Tiendo a pensarte, imaginarte sola, con el mismo desvelo y girando en ti misma. No me cabe en la cabeza que no sientas las caricias que van recorriendo mi cuerpo en este minuto. Que tu piel no reaccione y tu respiración no se agite.

Acá todos duermen, todos menos nosotros, pero no estás. Eso parece, sin embargo, sientes como mi mano recorre el elástico del viejo buzo que uso de pijama, y así baja por la cuenca entre mi abdomen y cadera. Respiras más profundo, así te giras incómoda ante esta sensación de deseo prohibido, mientras tus manos emancipadas empiezan a recorrerte suave y lentamente.

El amparo de la soledad nos libera, acá estamos cada cual con sus pensamientos y sus deseos profundos. ¿Cómo será cuando nos veamos? Será que en el fondo de esas sonrisas está la complicidad de la memoria de la piel, de cuando el contacto se vuelve más claro y decidido.

Así voy poco a poco, gozando este enredo mientras con mi mano decidida agarro la base de mi pene y a tu mismo ritmo empiezo el trabajo de sentirte a distancia. Sé que estás ahí, libre en tu casa, frotándote entre almohadas y con la mente a mil por hora. Lo que daría por entrar en tu cama, tomarte un pie y olfatearte lentamente, desde tu empeine hasta tus caderas.

Siempre he creído que el tobillo, y en mayor medida la rodilla, son los diques que enfrenta el placer para recorrer las piernas. Como caja fuerte, se deben escuchar y sentir hasta descifrarlos, solo ahí estarán tus muslos a mi disposición.

La simple idea estacionar mi cabeza entre tus piernas, me provoca un latido intenso, así como una erección cada vez drenada. Puedo imaginar nítidamente el aroma que comienzas a desprender, así como el movimiento nervioso de tus labios.

Tus nalgas reciben hambrientas mis manos que las aprietan con fogosidad, en ese instante te giras y quedas boca abajo. Juntas tus manos firmemente para cargar todo tu peso sobre ellas y así comienza este vaivén en que fusionamos nuestras sombras. Yo acá, tu allá, tocándonos cada vez con más ímpetu.

Tu pelvis lentamente se retuerce sobre tus puños que reciben el peso de todo tu cuerpo, puedo ver tu sonrisa cómplice mirando la ventana, buscándome. Por mi parte, voy apretando más y más fuerte, incluso añado un toque de aceite para aumentar esta sensación.

Imagino tu cara desfigurándose, saliendo de esa compostura que siempre debemos sostener cuando nos vemos y que los dos sabemos incompleta. Soltando tus emociones atascadas. ¡Háblame! Te estoy escuchando… Cuéntame esas cosas incorrectas del día a día, esa inseguridad y esos logros inconfesables. Quiero verte desnuda, sola y sincera.

Quiero tomarte, saber tu real tamaño, la posición de tus huesos y las marcas de tu piel. Quiero sentir tu instinto y tus movimientos libres, sin culpas ni dudas. Quiero que nos acerquemos, escuchar tu respiración agitada descargando palabras que ni tu esperabas decir jamás. Y así mostrarme yo también, desde la entereza que da la fragilidad.

Mis testículos se pasean entre mis dedos con un palpitar incansable, engañados con este relato que mi mente les ofrece. Claman por tu piel y tu aroma, estafados por esta soledad sincera, pero sola. La frustración de la realidad está al acecho y me hace correr, así voy aumentando el ritmo de mis movimientos.

Tu imagen empieza a difuminarse por lo que decido ponerme de rodillas, para así sentirte mía. Mientras me masturbo, con mi otra mano tomo tu garganta, eres todo lo que tengo de ti y no te dejaré escapar. Puedo sentir el placer que te provoca sentir mi fuerza, mi cuerpo de hombre y en un acto de profunda confianza te entregas a la asfixia y al forcejeo.

Imagino tus tetas endurecidas moviéndose al compás de estos movimientos que ya se han desbocado, mientras tu misma posas tu mano en tu cuello para sentir el vigor de mis dedos hundiéndose en tu piel. Sé que te estimulas cada vez más intenso y que mis propios gemidos te acompañan. ¿Cómo no va a ser así?

Te recorres con fuerza, como si me estuvieras buscando en tu propio cuerpo. Llegas a clavar tus uñas en la zona interior de tus muslos, como escarbando para encontrar algo, para luego retirar de una vez tu calzón empapado. Estás tan caliente que ni siquiera debes estimularte la de forma directa, basta con retorcerte entre las almohadas y respirar cada vez más rápido. Sabes que ya estoy dentro de ti y que toda mi energía esta puesta en sentirte.

Ya no tengo control de nada, te imagino de rodillas dándome la espalda. Imagino tomar tu pelo y tu cuello con mi mano derecha, mientras te manoseo el culo con la izquierda y mi pulgar recorre tu ano que se contrae cargado de electricidad. Así te penetro, en tu casa y en la mía a la vez, somos uno en esta danza prohibida que tristemente así se quedará.

Tus gemidos y gritos se mezclan con los ruidos de la noche, mientras mi jadeo solo va en aumento. Los golpes de mi pecho y la tremenda hinchazón de mi pene solo avisan lo inevitable. Podría parar, pero no quiero, te quiero a ti aquí y ahora, te quiero así. Sola, desnuda y sincera.

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