Es la primera vez que escribo un relato y no podría iniciar de mejor manera. Soy un chico de 32 años de edad, con seis años de matrimonio y que trabaja en una oficina de gobierno. Ella, a quien llamaré Lizeth, tiene tres años más que yo y 10 años de casada. Ninguno de los dos tiene hijos.
Cuando llegué a trabajar a esa oficina, ella ya tenía algunos años en la misma área a la que me asignaron, por lo que pronto entablamos una relación cordial y de compañerismo. Lizeth es de estatura media, 1.60 cm. aproximadamente, delgada, tiene el cabello corto y color café, ojos medianos color negro, piernas delgadas y un trasero poco llamativo, pero tiene un par de tetas espectaculares que luce maravillosamente en días de calor, con blusas claras, escotadas y sin mangas. Fueron ese par de tetas las que hicieron que le pusiera más atención y las que empezaron a despertar mi deseo en ella.
Con el tiempo fue creciendo la confianza y llegamos a formar una relación de amistad, poco a poco fuimos hablando de temas más personales hasta que llevé la confianza a los temas sexuales. Era delicioso contarle sobre mis anteriores parejas, sobre mis aventuras con otras mujeres y sobre todo, darle detalles de mi vida sexual. Algunas veces ella también compartía experiencias conmigo, aunque puedo asegurar que ella disfrutaba mucho más de escuchar las mías.
Cuando creí conveniente decirle, le confesé que me gustaba mucho y que sentía mucha atracción hacia ella. Al principio se alarmó por tratarse de dos personas casadas y se ofendió por haber descubierto mis verdaderas intenciones, aunque después fue asimilando la idea y comprendió que nada podía hacer.
Nuestra amistad empezó a cambiar un día en que le escribí por celular para preguntarle qué hacía, me respondió que descansando en un sofá y yo le pedí que me mandara una fotografía del momento. Lo que recibí me dejó perplejo, me mandó una foto con una de esas blusas que tanto me gustaban y que me recordaban que ese par de senos debían ser míos. Respondí la cortesía enviándole de vuelta una foto y después de un breve intercambio detuvimos el mensajeo, sin haber recibido algo más extraordinario.
En otra ocasión tuvimos que trabajar en equipo, por lo que estuve en su escritorio gran parte del día. Mientras ella se concentraba en redactar, yo solamente veía su escote y fantaseaba con comérmela a besos, así que con un bolígrafo empecé a frotar sus piernas delgadas. Evidentemente al principio me detuvo, más por miedo a que nos pudieran sorprender, pero poco a poco fue cediendo y cada vez iba subiendo más y más su respiración, hasta que por un momento cerró los ojos y liberó un ligero gemido que me volvió loco. No pasó más, pero sabía que iba por el camino correcto.
Cuando hablaba de su marido, lo hacía con cierta desconfianza y me dejaba ver que no era una mujer satisfecha, por lo que yo aprovechaba cada oportunidad para decirle lo hermosa que se veía y lo bien que le quedaba tal blusa nueva o los nuevos jeans.
En otra ocasión le mandé una foto con el torso descubierto, después de haber hecho ejercicio, y la sinvergüenza me pidió que le mostrara mi verga. No dudé en complacerla y se la envié. Le pedí que correspondiera al regalito pero se negó, aunque prometió que en otra ocasión lo haría. Pocos días después, sin que yo se lo pidiera, me mandó una foto de sus tan deseados pechos, acostada en su cama, cubriendo con sus dedos los pezones y con una cara que pedía a gritos la verga que ya conocía por imágenes. Le dije que la deseaba y que quería comerme ese par de tetas que me hacían perder la cabeza y respondió con un "tal vez algún día". Sabía que seguía en la dirección correcta.
El día de mi cumpleaños me envió una felicitación por mensaje y le dije que quería un abrazo tal y como debía ser al tratarse de una amiga, aceptó y me pidió que la acompañara afuera por algo. En cuanto bajamos la abracé y la apreté hacia mí, pude sentir sus senos en mi pecho y me prendí enseguida, giré mi cabeza y le besé el cuello, ella liberó un gemido y sin más la besé en la boca. Aunque fue un beso breve y que ella terminó, confirmé que pronto sería mía y la podría besar tanto como yo quisiera.
Cierta vez me pidió que la acompañara a comer, fuimos a unas calles de la oficina y los dos pedimos una cerveza, que después fue otra y luego otra más. Aunque ella casi no bebe, insistía en que yo tomara más, a lo que yo accedía siempre y cuando ella siguiera bebiendo. Salimos ya de noche y un poco mareados, así que vi la oportunidad perfecta para continuar con ese beso que ella había cortado y la llevé por un camino más oscuro y poco transitado.
En cuanto vi la oportunidad me lancé sobre ella y la empecé a besar desesperadamente, ahora sí correspondió con la misma intensidad y en cuanto pude toqué sus tetas, las mismas que veía todos los días y que me habían despertado muchas erecciones. Pasé de la boca a su cuello y nos perdimos en aquel beso que solamente hacía crecer el deseo. Yo ya tenía una erección y la pegué aún más a mi, pudiendo sentir su pelvis sobre mi verga.
Cortamos el beso y seguimos caminando, entramos a una calle aún más oscura y yo repegué mi pene contra sus nalgas, en cuando hice eso ella tomó mis manos y las metió por debajo de su blusa, al fin pude tocar la piel de sus pechos, suave y cálida, y logré tomar sus pezones con mis dedos, estaban durísimos y en cuanto los empecé a frotar ella volvió a gemir, quería cumplir una fantasía de hacía muchos años de cogerme a una chica en la vía pública, pero ella detuvo nuevamente la acción por temor a que nos vieran. Le pedí que fuéramos a un hotel, pero se negó, aunque su cuerpo lo exigía a gritos.
Unos días después de eso, me dijo que quería que volviéramos a comer juntos, así que inmediatamente entendí que era el momento de llevármela a la cama. Cuando nos dirigíamos al lugar acordado, la tomé de la mano y la metí al primer hotel que pasamos. Aunque temía que se negara o que se ofendiera, me sorprendió que no objeto absolutamente nada. Entramos a la habitación y tan pronto como cerré la puerta empecé a besarla.
Enseguida de eso, ella empezó a tocar mi verga por encima de la ropa, yo la besaba y le acariciaba todo su cuerpo, al tiempo que iba quitándole cada una de sus prendas, hasta que logré desnudarla de la cintura hacia arriba. Después de tantos años, por fin tenía ese par de tetas frente a mi, totalmente dispuestos para lo que yo quisiera. Besaba su cuello, su boca, sus pechos y su espalda, ella no hacía más que gemir y tocar mi verga, hasta que por fin desabrochó mi pantalón y empezó a masturbarme.
Cuando los dos quedamos totalmente desnudos, empecé a tocar su vagina, jugueteaba con sus labios y recorría cada rincón de su sexo. Aunque ya estaba bastante lubricada y su vagina estaba dilatada, no la masturbé hasta que ella misma tomó uno de mis dedos y lo metió. Ardía en placer. En un momento retiré mi mano y chupé el dedo que le había metido, saboreando sus jugos que liberaban ese olor que nos vuelve locos. Esa acción la prendió aún más.
Cuando ya mi verga estaba que explotaba, me senté en una silla y la senté sobre mí. Al principio ella solamente se frotaba sobre mi verga caliente y dura, pero tan pronto como empezó a frotarse con más fuerza y rapidez, la penetré sin haberlo pretendido. Sus gemidos eran cada vez más altos y yo solamente disfrutaba de esa vagina lubricada, caliente y suave. En esa posición nos quedamos y yo aproveché para besar, lamer y darle unas pequeñas mordidas en sus tetas, unos ligeros rasguños en su espalda y sus nalgas. Cuando ella aumentó aún más el ritmo y empezó a gritar sentí como mi leche subía por todo mi pene, anunciando que pronto vaciaría todo sobre ella, así que para disfrutar más el momento le apreté los senos y me agarré de ellos para lo que se venía.
Finalmente me liberé y cuando ella por temor se quiso quitar, yo la tenía tan agarrada de las tetas que no le quedó más que moverse un poco más y disfrutar de mi semen caliente que escurría por sus piernas. Nos quedamos un rato más en esa posición y yo la empecé a besar y acariciar tanto como al principio.
Por fin se había consumado el deseo y ahora podía decir que tenía una amante con quien disfrutaría más las horas de trabajo.
Ese fue nuestro primer encuentro, seguro pronto vendrán más y seguro también se los contaré.