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Con la profesora (parte final)
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Se acercó, me besó y me comenzó a desvestir. Yo hice lo mismo. Una vez desnudos los dos, la llevé a la cama, volvimos a la posición del 69, nos encantaba besarnos mutuamente. Su vagina estaba húmeda, mi pene estaba durísimo. Mi lengua jugaba con sus labios vaginales, mientras dos dedos, previamente humedecidos, se introducían en su ano, dilatándolo. Ella se metía todo mi pene en la boca, mientras me sobaba los huevos y metía un dedo en mi ano. Comenzó unos movimientos de cadera, frotando su vagina en mi cara, hasta que explotó en un orgasmo delicioso que me bañó toda la cara.

La levanté, la puse en cuatro patas y comencé a penetrarla fuertemente, mientras metía tres dedos en su ano. Mis embestidas eran muy fuertes. Su ano estaba completamente abierto, así que la saqué de su vagina, la metí en su ano y fui variando entre un agujero y el otro. Le daba 3 embestidas en uno y pasaba al otro, tres embestidas y volvía a cambiar. Se sentía buenísimo ir cambiando de su ano a su vagina. A Patricia se notaba que le encantaba por como gemía.

-¡si! ¡así! ¡párteme los dos huecos mi amor! –decía gimiendo– me encanta como me coges. Me vas a hacer correr de nuevo.

-Como me gustan tus dos huecos mi amor –dije– y me encanta hacerte correr como loca.

Patricia se volvió a correr. Le di la vuelta, la recosté boca arriba. Ella apoyó sus piernas en la cama, levantando el culo. Me arrodillé en la cama y la comencé a penetrar, tomándola de las nalgas. La embestí fuertemente. Ella gritaba, yo me estaba volviendo loco. La ayudé a incorporarse, sus tetas quedaron en mi cara. Las chupé, me las metía en la boca, succionando sus pezones.

-Me vas a hacer correr otra vez, malparido –gritó– ¡sigue así! ¡dale! ¡no pares! ¡Ahhh! –gritó, corriéndose por tercera vez.

-¡yo también! ¡me corro contigo! ¡Ahhh! –grité, mientras eyaculaba una gran cantidad de semen dentro de ella.

Caí encima de ella, ambos muy agitados. Encima de ella, la besé, respondió a mi beso, metiendo su lengua dentro de la mía. El beso era muy ardiente. Nuestras manos se paseaban por nuestros cuerpos. Estábamos cansados, pero no queríamos desaprovechar ni un segundo. Nos quedaban 3 horas de hotel y no queríamos desaprovecharlo por nada del mundo. Seguimos besándonos, mis manos se paseaban por todo su cuerpo.

Me giró, se colocó encima mío, se lamió la palma de la mano y se la pasó por la vagina, humedeciéndola. Acomodó la punta de mi pene en la entrada de su vagina y de un sentó se lo metió todo. Comenzó a moverse, como solo ella sabía hacerlo. Me encantaban sus movimientos. Se movía en todas las direcciones, sabiendo perfectamente cómo ir variándolos. Me apoderé de sus tetas, pellizcándole los pezones.

-¡si! ¡así! Pellízcame los pezones así. ¡me encanta! –dijo.

-¡que rico te mueves! –dije.

Me incorporé y la abracé, pegando sus tetas a mi pecho. Nos besamos, con la boca muy abierta y frotando nuestras lenguas entre sí. Sus manos se posaron en mi espalda, apretándola con las yemas de los dedos. La tomé de las nalgas y las apretaba. Sus movimientos eran de adelante hacia atrás, frotándose contra mí. Se movía muy rápido. Todo estaba muy mojado. Comenzó a arañarme la espalda mientras se movía cada vez más rápido y gemía desesperadamente. Estaba teniendo un orgasmo brutal.

Me empujó hacia la cama, caí recostado nuevamente. Ella se levantó un poco. Quedando como sentada en una silla imaginaria. Yo seguía echado debajo de ella, con las rodillas dobladas. Levanté un poco mi cuerpo, para poder llegar a su vagina y comencé a penetrarla de esa manera, levantando y bajando mi cintura. Podía ver como todo mi pene entraba y salía en su vagina. De su vagina salpicaban sus fluidos. Estuvimos así unos pocos minutos, ya que no me parecía muy cómoda la posición.

La recosté de nuevo, entrelazamos nuestras piernas y la comencé a penetrar suavemente. Mientras la penetraba, la iba girando, hasta que quedo recostada boca abajo. Con el culo levantado, sus piernas juntas, me arrodillé, con mis piernas abiertas a los lados de ella, la comencé a penetrar fuertemente. Nuevamente abrí sus nalgas y jugué con su ano. Una vez dilatado, la penetré de golpe por el ano y me movía rápida y fuertemente. Patricia se agarraba de las sábanas y mordía la almohada.

-¡Ahhh! ¡que rico! Cógeme el culo mi amor –dijo, dejando de morder la almohada– ¡que dura que está tu pija!

-¡me encanta tu culo! –dije, mientras la seguía penetrando y le aplastaba las nalgas con mis manos– ¡que rico aprieta mi pinga!

-¡dale! Cógeme más fuerte. Quiero sentir toda tu pija adentro y que me llenes de leche –dijo.

La seguí embistiendo fuertemente, se corrió una vez más. A su pedido de que la llené de leche, aceleré mis embestidas y, apretando fuertemente sus nalgas, empujándola hacia la cama, dejé salir toda mi leche, llenándole los intestinos de caliente semen. Se la saqué del ano, junto con mi pene, salieron varias gotas de semen, que se chorreaban entre sus nalgas.

Nos abrazamos. Recostados en la cama. Y nos quedamos unos minutos ahí, sin hablar, solo abrazados. Después de unos minutos, me dijo para bañarnos, fuimos a la ducha. Entramos, dejamos que el agua caliente caiga sobre nuestros cuerpos. Nos enjabonamos mutuamente. Aprovechando para masajear todo el cuerpo. Patricia se agachó, se metió mi pene semierecto a la boca y comenzó a mamármelo suavemente. Se lo metía tres veces a la boca, luego lo sacaba y pasaba su lengua por todo el tronco. Mi pene no demoró nada en ponerse muy duro nuevamente.

Luego me tocó a mí, me agaché, levanté su pierna y la puse encima de mi hombro, con su vagina frente a mí, comencé a lamerla. Pasaba mi lengua por sus labios, abriéndolos suavemente. Llegaba a su clítoris y lo lamia suavemente. Apretaba sus nalgas, ella me tomaba de la nuca y me apretaba hacia ella. Luego subí una de mis manos y le sobaba las tetas, apretaba sus pezones. Patricia movía sus caderas, frotándose contra mi cara. La excitación hizo que metiera mi nariz dentro de su vagina. Soy ligeramente narizón, así que la comencé a follar con mi nariz.

Me hizo levantar suavemente, con su pierna aun en mi hombro. Acomodó mi pene en su vagina y se la metió de golpe. La comencé a penetrar suavemente. Luego fui subiendo la intensidad, hasta conseguir un nuevo orgasmo de Patricia. Bajó su pierna, se dio la vuelta y me dejó su culo al frente. La volví a penetrar fuerte por la vagina. La embestí fuertemente unos minutos más.

Luego me pidió que la cargue. Se abrazó de mi cuello y de un salto, se subió encima mío, la tomé de los muslos y se la metí de un solo golpe. La comencé a embestir fuerte, el sonido que daban mis golpes contra su cuerpo, ayudado por el agua, que caía encima de nosotros, y sus fluidos, que empapaban su vagina, era delicioso. Patricia seguía gimiendo fuertemente. Estuvimos así unos minutos, en los que también la tomé de las nalgas, con sus piernas levantadas, apoyando su espalda a la pared y empujándola contra esta con mis embestidas.

Luego fuimos a la habitación nuevamente. La recosté en el borde de la cama, me arrodillé y, abriendo sus nalgas y levantando sus piernas, comencé a lamerle el ano que, después de las penetraciones previas, seguía abierto. Mi lengua entraba y salía de su ano, humedeciéndolo. Escupía en la entrada de su ano y esparcía la saliva con mi lengua. Una vez estuvo bien lubricado, me levanté. La tomé de los muslos, se los empujé, pegándolos a su cuerpo, Patricia se abrió las nalgas y, con su culo bien abierto, la penetré con fuerza hasta el fondo.

Estuve embistiéndola con fuerza varios minutos, Patricia gritaba. Se soltó las nalgas, para meterse dos dedos en la vagina y con la otra mano sobarse frenéticamente el clítoris. Ya me quería correr, pero intentaba aguantar lo más que podía. Quería que se venga primero y después venirme yo. Por los movimientos de las manos de Patricia, sabía que su corrida estaba cerca. La comencé a penetrar cada vez más fuerte y rápido, hasta que Patricia empezó a temblar.

-¡Ahhh! Me corro de nuevo maldito –gritó, mientras lanzaba varios chorros de corrida manchándome el pecho y abdomen– ¡que rico me coges! ¡que rico haces que me corra!

-¡así! Córrete putita, córrete y báñame con tus jugos –dije, mientras la seguía embistiendo– yo también me voy a correr.

-Quiero tomarme tu leche, mi amor –suplicó– tírame tu leche en la boca.

-¡ya viene! Ven siéntate acá –dije, sacando mi pene de su culo y señalándole el piso.

Se arrodilló en el suelo, agarró mi pene, metió la cabeza en su boca y comenzó a masturbarme rápidamente. Mientras me masturbaba, succionaba mi cabeza y un dedo se metió en mi ano. Su dedo se movía haciendo círculos dentro de mi culo. No me pude contener más. Estaba en la gloria. Así que la tomé de la nuca, empujé hasta el fondo y todo mi pene entró hasta el fondo de su boca y eyaculé con fuerza.

-¡Ahhh! Ahí está putita, tomate toda tu leche –grité– pásatela toda. Trágate la leche de tu macho.

Solté su cabeza, se separó de mí, mi pene salió de su boca, perdiendo la erección. Patricia se relamió, buscando restos de mi corrida para metérselo a la boca. Se tragó todo mi semen y puso cara de satisfacción. Me senté en el piso frente a ella. Nos miramos sonriendo, recuperando la respiración.

-¡que rico coges carajo! –dije– definitivamente eres la mujer que mejor me ha cogido en mi vida.

-Y tú el mejor que me ha cogido –respondió– ¿Qué hora es? ¿Tendremos tiempo para un polvito más?

-Estas insaciable hoy mi amor –dije.

-Te dije que quería aprovechar la mañana –dijo sonriendo– ¿te quedan fuerzas?

-No sé si pueda seguir, pero me muero de ganas de seguir cogiéndote –respondí.

Así sentados, se escupió en la mano, agarró mi pene, lo mojó con su saliva y me comenzó a masturbar. Lo hacía fuertemente, desesperada por ponerlo duro de nuevo. mientras me masturbaba, me miraba con furia a los ojos. Estiré una de mis manos y metí tres dedos en su vagina, los comencé a mover dentro de ella. Así, sentados, uno frente al otro, mirándonos como si nos quisiéramos hacer daño, nos estábamos masturbando mutuamente, con fuerza.

Cuando su vagina comenzó a chorrear sus jugos, y mi pene estaba otra vez duro como un fierro, la llevé a la pequeña mesa de centro. La recosté encima, solo una parte de su espalda se apoyaba en la mesita. Parado frente a ella, con las piernas ligeramente flexionadas, se la metí de un solo golpe. La penetraba con fuerza. El momento de hacer el amor se había acabado. En nuestra despedida, queríamos coger fuerte, queríamos sexo duro.

Después de unos minutos, la levanté, se arrodilló en el asiento del sillón, abrazándose y apoyando sus tetas al respaldar. Su culo levantado. Me paré detrás de ella y la penetré desde atrás. Su vagina estaba muy húmeda y caliente. Seguía moviéndome con fuerza. Los golpes de mi cuerpo contra sus nalgas, emitían un sonido fuerte, parecido a los aplausos. Sus nalgas vibraban con cada embestida. Su vagina se mojaba cada vez más. Patricia comenzó a correrse.

-¡Ahhh! ¡siii! Empótrame contra el sillón, puto –gritaba, mientras se agarraba la cabeza y mordía el acolchado del sillón.

-te gusta así ¿no putita? –le decía yo mientras quise meter un dedo en su ano.

-¡no! Por favor por ahí ya no –reclamó– dame por la conchita no más, mi culo ya no puede más.

Me separé de ella, la llevé al borde de la cama. Me senté e hice que se suba encima, rodeándome la cintura con las piernas y el cuello con los brazos. Apreté sus nalgas y la comencé a mover de arriba hacia abajo, mientras ella se movía de adelante hacia atrás. Sus tetas se frotaban con mi pecho, sus pezones se sentían duros. La comencé a besar en la boca, mi lengua entraba en lo más profundo de su boca, ella hacia lo mismo.

El beso era muy húmedo. Seguíamos con los movimientos. Yo la cargaba y la sentaba encima mío, ella se movía de atrás hacia adelante. Nuestro beso no paro nunca. Estuvimos buen rato, hasta que nos corrimos los dos al mismo tiempo, el largo beso que nos estábamos dando, apagó nuestros gemidos.

Después de corrernos juntos, por última vez, nos quedamos así, abrazados, ella encima mío, mi pene aun dentro de su vagina, mis manos en sus nalgas. De su vagina chorreaban nuestros fluidos, embarrando mi pelvis, mis muslos y la cama. Después de unos minutos sentados así, abrazados, sin querer soltarnos nunca más, se levantó, comenzó a alistar sus cosas, completamente desnuda. Yo hice lo mismo. Lo hicimos en silencio. Terminamos de alistar nuestras cosas y nos quedamos parados mirándonos unos segundos sin decir nada.

-Creo que esto es todo –dijo tristemente– te voy a extrañar mucho.

-Yo también –respondí– me gustaría seguir contigo todo el día, pero creo que ya me dejaste seco. Espero estés igual de satisfecha.

-Claro que sí, ya te dije que nadie me ha hecho correrme como tú. Nunca –respondió ella.

-A mí me encanta como te corres –dije– podría ver cómo te corres y lanzas chorros todo el día.

-Entonces ven y hazme correr una última vez –dijo sentándose en el sillón, abriendo las piernas.

-No creo que pueda hacerlo otra vez, pero puedo hacértelo con la boca y los dedos –dije, acercándome.

Me arrodillé frente a ella, me acerqué a su vagina, que aun tenía restos de la anterior corrida, y comencé a pasar mi lengua por su vagina. Lamia de arriba hacia abajo, saboreando cada centímetro. Movía la punta de mi lengua rápidamente por su clítoris, haciendo que se estremezca y lance suaves gemidos. Metí dos dedos y los moví dentro de ella, sentía como se mojaba cada vez más.

-¡que rico la chupas! Me encantan tu lengua y tus dedos –dijo gimiendo cada vez más fuerte– ¡sigue! ¡no pares! ¡por favor!

Seguí metiendo dos dedos dentro, mientras lamia y succionaba su clítoris. Estaba muy mojada. Sus gemidos se hacían cada vez más fuertes. Estaba como loca, temblaba, se contorsionaba, movía sus caderas, acompañando los movimientos de mis dedos. Me levanté y comencé a mover mis dedos con fuerza y muy rápido dentro de ella. Comencé a sentir que se estaba por venir.

-¡Ahhh! Me vas a hacer correr. Estoy a punto de explotar –gritó– ¡no pares! ¡sigue, puto! ¡ahí viene! ¡siii!

Saque mis dedos y salió un chorro gigante de su vagina. Me agaché, puse mi cara frente a su vagina y comencé a frotar su clítoris con la yema de mis dedos rápidamente. Salieron varios chorros más, directos a mi cara. Abrí la boca y me tragué una buena cantidad de su corrida. Ella seguía gritando desesperadamente.

-¡Ahhh! ¡para, por favor! ¡ya no puedo maaas! –suplicó, mientras su corrida inundaba mi boca y mi cara.

Me detuve y se desvaneció en el sillón. Yo caí sentado en el piso, frente a ella, tratando de grabar en mi memoria la imagen de Patricia lanzando su corrida a mi cara. Se arrodilló frente a mí, se acercó y me lamió la cara limpiando su corrida. Nos besamos apasionadamente por unos minutos más.

Después de eso nos levantamos, nos aseamos, nos vestimos y nos fuimos al terminal de buses. Patricia compro su pasaje y yo compré uno que salía un par de horas después. Cuando iba a salir su bus, la besé muy apasionadamente. La abracé y me acerqué a su oído.

-Te amo –susurré– y te amaré toda mi vida.

-Yo también te amo –respondió– espero algún día podamos encontrarnos en otras circunstancias.

Se separó de mí y se alejó, sin poder contener las lágrimas. Yo traté de hacerme el fuerte, pero no me pude contener y también lloré. La mujer que, hasta ese momento, era el amor de mi vida se alejaba de mí y nunca más podría disfrutar de sus besos, de sus caricias, de hacerle el amor.

Así fue como terminó esta historia de amor, pero sobre todo de mucho sexo, con una mujer espectacular, a la que hasta ahora recuerdo con mucho amor. Después de eso, pasaron los meses, la seguía viendo en la escuela, quería que pase el tiempo volando para poder terminar mi carrera y poder volver a estar con ella. Pero esto nunca sucedió. Simplemente pasó el tiempo y ambos conocimos a alguien que nos hizo olvidar. Obviamente, ella olvidó lo nuestro antes. Siendo tan hermosa, tenía muchos pretendientes, así que un día conoció a un chico que, más adelante, se convirtió en su esposo.

Fin

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