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Con la profesora (parte 6)
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Tiempo de lectura: 10 minutos

Después de nuestro viaje a “…”, estuvimos en una relación muy bonita, pero aun a escondidas. Por su trabajo, nadie se podía enterar de nuestra relación y al faltar aun un año para que yo termine de estudiar, teníamos que seguir escondiendo nuestro amor.

Un día, salimos a comer, tratábamos de no hacerlo, pero esta vez quisimos disfrutar de una salida de novios. Fuimos a un restaurante un poco alejado, para no arriesgarnos a ser vistos. Cuando ya estábamos terminando de comer, pedimos la cuenta. Mientras conversábamos, vi como Patricia ponía cara de susto y de sorpresa.

-No voltees. El chef Vincent acaba de entrar con su esposa –dijo con cara de pánico.

-Tranquila, avísame cuando estén fuera de la vista y me voy al baño –dije, tranquilizándola, el chef Vincent trabaja en la escuela y tiene un cargo relativamente alto, además de ser conocido por su disciplina– ya después, tu sales y te vas no más, espero unos minutos en el baño y voy a tu casa.

-Ok –respondió aun asustada.

Cuando el chef Vincent entró a otro salón del restaurante y no podíamos verlo, me levanté y fui al baño. Patricia también se levantó y salió rápido del restaurante. Unos minutos después, salí y me fui directo a su casa. Una vez llegué a su casa, Patricia me abrió la puerta, entré y la noté aun preocupada.

-Tranquila, no nos vio, así que no te preocupes, no creo que sepa nada –le dije abrazándola y tranquilizándola.

-¿Te das cuenta que estuvo muy cerca? –dijo algo molesta– si nos hubiese visto, me quedaría sin trabajo. No puedo quedarme sin trabajo.

-Si, lo sé. Lo siento –me disculpé.

-Tenemos que hablar –dijo con voz triste.

-Lo sé –respondí, esperando lo peor– sabía que este momento llegaría. No quiero que pase, pero lo entiendo y trataré de aceptarlo.

Me abrazó, me dio un beso muy tierno y me dijo que me amaba. Le respondí el beso y las palabras. Ambos estábamos muy tristes. Decidimos despedirnos en ese momento, de golpe, pensábamos que sería mejor de esa manera. Salí de su casa y fui a la mía. Estaba destrozado. Pero en el fondo, siempre supe que algo así pasaría tarde o temprano.

Pasaron los días, trataba de hacer mi vida normal, pero no podía, la veía todos los días en la escuela y me dolía no poder abrazarla, besarla. Pero tuve que aceptarlo. Hasta que un día, recibí una llamada de Patricia. No sabía si contestarle o no. Decidí contestarle.

-Hola Gonzalo –saludó ella.

-Hola Patricia –respondí.

-Quería hablar contigo de nosotros. Sé que decidimos no volver a vernos, pero después de todo lo que hemos pasado, no me gusta que haya terminado de esa manera. Creo que no lo merecemos –dijo.

-A mí tampoco me gustó, pero no quiero hacer nada que te perjudique –respondí, tratando de hacerme el fuerte.

-Quería proponerte algo. ¿Qué te parecería un viaje de despedida? –preguntó– Como te dije, no quiero que las cosas terminen de esa manera. Nos merecemos una despedida.

-Me encantaría, si es que es en algún lugar alejado y seguro –respondí.

Coordinamos un viaje, decidimos viajar a una ciudad al sur de la nuestra. Reservamos un hotel con piscina, muy agradable. La ciudad tenía muchos lugares turísticos muy atractivos para visitar. Si bien, no era un lugar muy secreto, la época en que viajamos, no era muy popular, por lo que sabíamos que sería difícil encontrarnos con alguien de la escuela.

Cuando llegó el día, decidimos viajar por separado, ella iría primero y yo llegaría un par de horas después. Después del casi encuentro en el restaurante, queríamos tomar unas cuantas precauciones. El viaje era de casi tres horas. La pasé despierto pensando en Patricia, llegué a la ciudad, me dirigí rápidamente al hotel. Me registré y me dieron una llave extra, a pedido de Patricia, según me dijeron.

Al entrar en la habitación, el baño estaba casi al costado de la puerta, era un baño con una ducha amplia, pero lo demás, de tamaño normal. La habitación tenía una cama muy grande, con un sofá de un cuerpo y una pequeña mesa de centro. La habitación no estaba mal, pero lo que realmente me gustó, fue lo que encontré en la cama. Recostada, en la posición que tanto me encantaba, completamente desnuda, mostrando su hermoso cuerpo, estaba Patricia. Tan sensual como siempre.

Dejé mi maleta en el suelo, me desvestí en dos segundos y me acerqué suavemente, para besarla desde los pies hasta la cara, pasando por todo su cuerpo, ella se despertó, se dio la vuelta, y una vez frente a frente nos dimos un beso muy romántico. Habían pasado 3 semanas desde la última vez que estuvimos juntos. yo estaba a mil. Por cómo me besaba, asumí que ella también me había extrañado. Mientras nos besábamos, comencé a pasar mis manos por todo su cuerpo, ella me frotaba la espalda.

-Te he extrañado tanto mi amor –decía muy suavemente– no te imaginas cuanto deseo que me hagas el amor.

-Yo también mi amor –respondí– he soñado estos días con tenerte en mis brazos.

-Quiero sentirte dentro, no quiero esperar más –dijo, notablemente excitada– cógeme de una vez.

La recosté boca arriba, abrí sus piernas y la penetré suavemente, cuando la mitad de mi pene había entrado, ella me agarró de las nalgas y me jaló hacia ella, para que la penetre con fuerza y hasta el fondo. Estaba muy mojada. Comencé a moverme rápidamente, sabía que no duraría mucho con la excitación que tenía, pero estaba desesperado y ella me pedía que le dé cada vez más duro. Estuve un corto tiempo penetrándola así. Ella arqueó su espalda, levantando el culo y moviéndolo de arriba hacia abajo, mientras la embestía con fuerza.

-¡así! No pares. ¡dame más duro! Quiero que te corras conmigo –decía gimiendo fuertemente.

-¿quieres duro? ¿quieres que te coja más duro? –le decía mientras la embestía cada vez con más fuerza– ¿quieres que te llene de leche?

-¡si, por favor! ¡no pares! ¡me corro! ¡córrete conmigo, mi amor! ¡lléname de leche la concha! –gritaba ella.

-¡ahí va! ¡me corro! Toma toda mi leche –dije mientras me corría dentro de ella– ¡Ahhh!

-¡yo también me corro! ¡Ahhh! –dijo corriéndose junto conmigo.

Nos tumbamos en la cama, uno al lado del otro, nos abrazamos y nos quedamos dormidos unos minutos. Ambos estábamos cansados del viaje. Luego de descansar unos minutos, nos levantamos y salimos a cenar. Paseamos por el centro de la ciudad, tomados de la mano, volvimos a ser una pareja, como cuando fuimos a “…”, sabíamos que solo sería por unos pocos días. Pero íbamos a aprovecharlos.

Volvimos al hotel, subimos al ascensor para ir a nuestra habitación, que se encontraba en el piso 14. En el ascensor, estando solos, comenzamos a besarnos, metió su mano por debajo de mi pantalón y comenzó a masturbarme. Yo hice lo mismo, mientras nos besábamos muy apasionadamente. Llegamos a nuestro piso, muy excitados. Por el pasillo desierto, caminamos, Patricia delante mío, con las tetas al aire, ya que se había subido el pequeño polo que usaba. Detrás iba yo, con el pene afuera, ya que Patricia lo había sacado en el ascensor. Caminábamos riéndonos, ella agarrándome del pene mientras caminábamos, yo le apretaba una teta y una nalga.

Cuando entramos a la habitación, mi pantalón ya estaba a la altura de mis rodillas. Patricia tenía su polo en la mano, con la parte alta de su cuerpo desnuda y el pantalón ligeramente por debajo de sus nalgas. Ya andábamos casi desnudos. apenas entramos nos terminamos de desvestir, antes de ir a la cama, la tomé por detrás, metí mi pene en su vagina y comencé a moverme. Así caminamos desde la puerta hasta la cama, sin parar de penetrarla.

Cuando llegamos a la cama, apoyó sus brazos en ella y seguí embistiéndola fuertemente. Ella gemía fuertemente mientras una mano frotaba su clítoris. Yo comenzaba a meter un dedo en su ano. Cada vez se intensificaban más sus gemidos. De repente sentí como se contraía su vagina, ella se movía frenéticamente. Se estaba corriendo.

Cuando ya tuve, un buen rato, dos dedos en su ano, la saqué de su vagina, abrí sus nalgas y la penetré por el ano. Comencé a embestirla fuertemente. Ya lo habíamos hecho muchas veces así, por lo que su ano no oponía mucha resistencia. Comenzó a meterse dos dedos en la vagina, mientras yo apretaba sus tetas y la penetraba con fuerza. En un momento, mis embestidas eran bestiales, la penetraba con mucha fuerza, ella gritaba de placer, mientras sus dedos, que se metían rápidamente en su vagina, hacían que se corra una vez más. No aguanté más y descargué toda mi leche en su culo.

-Me encanta cuando me coges por el culo –dijo, agitada, cayendo en la cama.

-A mí me encanta escuchar y sentir como te corres –dije, cayendo a su lado– y tu culo me vuelve loco.

-Me acabo de dar cuenta que aún no te la he chupado –dijo levantándose– con lo que me gusta el sabor de tu pija.

-Yo también quiero chuparte esa conchita deliciosa –respondí.

Nos colocamos en posición de 69. Mi pene había perdido dureza. Estaba flácido, ella se lo metió en la boca y las succiones que le daba, hicieron que se comience a endurecer de nuevo. Yo me dedicaba a disfrutar de su vagina, del sabor de su corrida, que aun chorreaba. Cuando mi pene se endureció por completo, lo comenzó a chupar deliciosamente. Sentía cada vez más húmeda su vagina.

Patricia se levantó, se subió encima de mi pene dándome la espalda, se metió mi pene de un solo golpe, comenzó a saltar encima mío. una vez más podía disfrutar de la vista de sus nalgas subir y bajar encima de mi pene, comiéndoselo entero. Le apreté las nalgas, ella seguía saltando encima mío. su vagina chorreaba, manchando mis huevos con sus jugos. Estuvo saltando encima mío unos minutos, hasta que se corrió.

Después de correrse, se dio la vuelta, sin sacarse mi pene. quedo frente a mí, puso sus pies encima de mi pecho, se tiró para atrás, apoyando sus manos en mis piernas y comenzó a moverse encima mío. Que rico como se movía. La humedad de su vagina hacía que mi pene entre con mucha facilidad. Tomé uno de sus pies y comencé a lamerlo, chuparle los dedos, pasar mi lengua entre ellos. Era la primera vez que lo hacía, pero parecía que le gustaba, así que no me detuve.

-¡que rica pija tienes! –dijo mientras seguía moviéndose encima mío, mientras sus nalgas chocaban con mis muslos -¡sí! ¡así! Lámeme los pies, me encanta.

De repente separó sus piernas, poniendo sus pies en mis hombros. Podía ver como su vagina se comía mi pene mientras ella se movía de arriba hacia abajo. Cuando de repente, levantó su culo, mi pene salió de su vagina y de se corrió, gritando y lanzando un chorro grande directo a mi cara, seguido de dos chorros suaves que me bañaron el pecho.

Me levanté, cargándola, ella se abrazó de mi cuello. Sus piernas me rodearon por la cintura, la agarré de las nalgas y la empecé a embestir fuertemente. Su vagina seguía chorreando jugos, al golpear mi pubis contra el suyo, imitaba el sonido de cuando pisas un charco. Ella seguía gritando, yo ya no aguantaba más, me quería correr otra vez.

-¡me corro! ¡que rica concha tienes carajo! –dije mientras aceleraba mis embestidas.

-¡Ahhh! Yo también me corro. ¡que rico coges hijo de puta! –dijo ella mientras se corría una vez más -¡dame tu leche malparido!

-¡Ahhh! –esas palabras fueron demasiado para mí– ¡Ahhh! ¡toma toda mi leche puta! –dije mientras me corría muy fuertemente.

Caímos rendidos en la cama. Estábamos exhaustos. Definitivamente el hecho de saber que podrían ser las últimas veces que cogíamos, hacían que todo sea más intenso. Nos acostamos abrazados y nos dormimos así, con nuestros cuerpos y la cama manchados por nuestras corridas. Se sentía muy bien volver a dormir abrazado de Patricia.

Al día siguiente, nos levantamos, tomamos desayuno y nos fuimos a un tour que habíamos separado. Paseamos por lugares muy bonitos, pero de eso no va la historia. Esta historia trata de sexo, mucho sexo apasionado y ardiente. Así que pasamos el día paseando, pero siempre con las cabezas puestas en la habitación.

Alrededor de las 9pm llegamos a la habitación. Nos comenzamos a vestir para salir a bailar, pero mientras nos cambiábamos, la veía a Patricia, tan hermosa, semidesnuda, que mi pene se comenzó a endurecer. Yo seguía desnudo, así que mi erección era más que notoria. Patricia la vio, se acercó a mí, caminando sensualmente. Eso me excitó más aún. Mientras caminaba, iba sacándose el sostén y la tanga. En ese momento se fue al tacho nuestro plan de salir a bailar.

-¿Cómo quieres que piense en cambiarme, con esa belleza ahí, apuntándome? –dijo ella coquetamente.

-Lo siento, pero cada vez que te veo, me pongo así –dije– me encantas.

-Bueno, entonces olvídate de ir a bailar y cógeme duro como anoche –dijo mientras se trepó, abrazándome del cuello y con las piernas en mi cintura.

Nos besamos, mientras la cargaba. Mi pene estaba pegado a su vagina, la cual ya estaba húmeda. Acomodé mi pene en la entrada de su vagina. Ella presionó y se lo metió todo. La comencé a penetrar así, cargada, unos minutos. Igual que la noche anterior, la embestía muy fuerte. Se notaba que le encantaba que le dé de esa forma. Luego la solté y ella, con sus piernas alrededor de mi cintura, comenzó a moverse, frotándose contra mi cuerpo.

-¡cógeme! ¡cógeme duro! ¡no pares puto! –decía media enojada, mientras se seguía moviendo.

-¡ahora cógeme tu! ¡así! ¡como la puta que sé que eres! –dije.

-¡quiero que me claves! ¡me gusta cómo me clavas con fuerza! –suplicó.

Así cargada, la llevé al sillón, la senté en el apoyabrazos, su cabeza callo en el asiento, haciendo que su espalda se arquee. En esa posición la comencé a penetrar con fuerza. Con tanta fuerza que le sillón se movía, ella gritaba de placer. Después de unos minutos haciéndolo de esa manera, la moví, la coloqué de cabeza contra el piso, apoyando su culo con el borde del asiento. Me coloqué encima y la penetré desde arriba. Su vagina chorreaba sus jugos, que se escurrían por su abdomen. Después saqué mi pene y metí dos dedos. La comencé a masturbar fuertemente para hacer que se corra.

-¡Ahhh ¡así! ¡sigue! ¡haz que me corra! –suplicó gritando.

-¡córrete puta! ¡córrete! –dije.

-¡me corro! ¡Ahhh! –gritó.

Saqué mis dedos y, temblando fuertemente, se corrió, tirando varios chorros por los aires. Frotaba su clítoris y los chorros no paraban de salir. Estaba teniendo un orgasmo gigantesco. Me agaché y comencé a lamer su vagina, tomándome los jugos que seguían saliendo. Patricia gritaba como loca con tremenda corrida. Después de correrse, se levantó, tomó mi pene y se lo metió en la boca. Me comenzó a dar una mamada espectacular, con una mano sobaba mis huevos, mientras un dedo de la otra mano, comenzó a meterse en mi ano. Nunca me habían hecho algo así. Se sentía muy bien.

Seguía mamándome el pene con desesperación, mientras su dedo jugaba dentro de mi ano. La sensación era nueva, pero muy placentera. No pasó ni un minuto hasta que un gran chorro de leche salió de mi pene llenándole la boca. Creo que nunca había eyaculado tanto. Literalmente le llené la boca de leche, la cual chorreaba de su boca, al no poder contener tanta cantidad. Sacó mi pene de su boca, se tragó todo lo que quedaba en su boca y relamió lo que se había chorreado.

Nos fuimos a la cama a descansar unos minutos. Después de estar abrazados un buen rato. Se levantó, se puso a cuatro patas y se abrió las nalgas, mostrándome el ano.

-Quiero que me chupes el ano y me lo perfores otra vez –pidió– me has vuelto adicta a sentir tu pija en el ano.

-No tienes que pedírmelo dos veces –respondí, acercándome– sabes que me encanta darte por el culo.

Me acerqué y comencé a pasar mi lengua por su ano. Le abría las nalgas mientras lo lamía. Patricia emitía unos gemidos muy suaves. Metí dos dedos en su vagina, que seguía muy mojada. Mi lengua seguía paseándose por su ano, metía la punta de la lengua tratando de abrírselo. Sus gemidos se hacían más fuertes. Su vagina seguía chorreando jugos. Saqué mis dedos mojados de su vagina y los metí en su ano. Entraron fácilmente. Con los dos dedos adentro, comencé a abrirle el ano, mientras seguía metiendo mi lengua por donde había espacio.

-¡ya! ¡méteme la pija de una vez! ¡párteme el culo por favor! –suplicó gritando.

Me levanté y de un solo empujón entro todo mi pene en su ano. Sus suplica hicieron que no tenga compasión, la embestía muy fuerte. Ella gritaba y se frotaba la vagina desesperadamente. Patricia gritaba como poseída.

-¡así! ¡no pares! ¡reviéntame el culo! ¡soy tu perra! –gritaba mientras se corría -¡cógeme duro puto! ¡así! ¡más duro! ¡párteme en dos!

Sus gritos me estaban volviendo loco, fui subiendo la intensidad de mis embestidas. La estaba penetrando muy fuerte. Si no fuera por sus gritos de placer y sus suplicas para que le dé más duro, me hubiera dado miedo darle tan fuerte. Pero se notaba que lo estaba disfrutando. Patricia seguía pidiéndome que le dé más fuerte, pero ya no sabía de donde sacar más fuerzas, le estaba dando lo más fuerte que podía.

-¡me voy a correr de nuevo! ¡lléname el culo de leche, puto! –gritó corriéndose de nuevo.

-¡ahí va! ¡me corro! ¡Ahhh! ¡toma tu leche perra! –grité yo mientras me corría llenándole el culo de leche.

-Me encanta sentir tu leche caliente llenándome el culo –dijo, mientras de su ano chorreaba mi leche– creo que me has llenado hasta los intestinos.

-Con todo lo que me has dicho, definitivamente iba a correrme así –dije– me encanta cuando hablas así, tan cachonda.

Nos recostamos, nos pusimos a hablar de lo que pasaría una vez regresemos a nuestra ciudad. Sabíamos que, al día siguiente, todo acabaría. Que, al día siguiente, volveríamos a la realidad, a una realidad que ninguno de los dos quería. Pero que teníamos que aceptar, ya que la carrera de Patricia dependía de eso. Ya le habían comentado que tenía posibilidades de ascender dentro de poco y no quería arriesgarlo.

-No quiero que llegue mañana –dijo tristemente, con los ojos llorosos.

-Yo tampoco, pero es algo que ya conversamos, tenemos que ser fuertes –dije tratando de disimular mi tristeza– es por el bien de tu carrera. Igual en un año termino de estudiar y quien sabe, podremos estar juntos –dije con un poco de esperanza.

-Y tú crees que, en un año, ¿aún me querrás? –preguntó.

-Claro que sí, te voy a querer por el resto de mi vida –respondí inmediatamente– ¿Cómo crees que no te voy a querer? Si eres perfecta.

Sonrió, me dio un beso muy tierno y nos dormimos abrazados. Despertar al lado de Patricia era lo mejor de mis días en esa época. Ya sea abrazados o separados, el solo ver su rostro en las mañanas me alegraba el día. Pero ese día no. Ese día no, ese día sería el último en el que podría ver su cara al despertar. Y eso me ponía muy triste.

Al despertar, ambos estábamos tristes. Sabíamos que en unas horas tendríamos que volver y nos despediríamos para siempre. Pero no quería que el ultimo día sea de tristeza. Así que, después de cambiarnos, le sonreí, la abracé, la besé.

-Sé que es nuestro último día, pero hay que aprovecharlo –dije tratando de ser fuerte– ¿Qué quieres hacer hoy?

-Quiero coger –dijo para mi sorpresa– quiero hacerte el amor por una última vez, que me hagas correr como solo tú sabes hacerlo.

Continuará.

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