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Con la profesora (parte 5)
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Tiempo de lectura: 9 minutos

El piso del baño estaba lleno de pétalos de rosas. El jacuzzi prendido, lleno de agua con burbujas, al costado del jacuzzi había una hielera con un champagne y dos copas. También había un ramo de rosas en un florero y un plato lleno de fresas, las cuales sabía que eran sus preferidas. Se dio vuelta, me miro con ternura a los ojos y me dio un beso suave, hermoso, tierno. Nos desvestimos el uno al otro y nos metimos al jacuzzi.

El jacuzzi era amplio, entrábamos los dos muy cómodos, uno frente al otro, sentados, con las piernas de costado. El agua, llena de burbujas, le cubría todo el cuerpo, hasta un poco más arriba de sus pezones. Quedaba la mitad de sus tetas por encima del nivel del agua. Destapé el champagne, con el particular sonido y el corcho salió volando. Serví las copas y me dispuse a dar un brindis.

-Quiero hacer un brindis. Por ti, porque hoy en la tarde, me hiciste el hombre más feliz del mundo –dije, levantando mi copa– con tan solo dos palabras, me diste una gran alegría. Esas dos palabras, quería escucharlas desde hace mucho tiempo. Y hoy por fin pude oírlas –continué– Te amo. Salud.

Chocamos nuestras copas, bebimos champagne y comenzamos a comer las fresas. El baño estaba muy relajante y ameno. Conversábamos de cosas normales, me contó que mientras esperaba en la terraza, vio entrar a nuestros vecinos, otra vez un poco tomados. Se saludaron de forma natural, pero notó cierta vergüenza en ella. Cada cierto rato cambiábamos de posición. Abrimos nuestras piernas, ella las puso por encima de las mías, sin que nuestras partes se toquen. Por el momento, era todo romántico, nada sexual.

Luego ella se dio la vuelta y quedo sentada delante mío, dándome la espalda, la abracé y nos quedamos un rato descansando en esa posición. Nos serví otra copa de champagne, le di de comer fresas en la boca, ella lamia mis manos cada vez que podía. Esto hizo que mi pene comience a endurecerse. Ella debió sentirlo, ya que suavemente movía sus nalgas contra mi pene.

De repente, se inclinó ligeramente hacia adelante, dejando su culo levantado hacia mí. Sus movimientos continuaron, haciendo que mi pene se frote entre sus nalgas. Una de mis manos fue directo a su clítoris, lo froté. La otra mano, en una de sus tetas, la amasaba suavemente. Comencé a oír unos gemidos suaves, casi imperceptibles. Siento su vagina húmeda por dentro, al meter dos dedos. Ella hace un movimiento rápido y deja mi pene en la entrada de su vagina. Se sienta de golpe y mi pene ingresa hasta el fondo en su vagina. Comienza a subir y bajar encima de mi pene.

-¡que rica pija tienes! Y tan dura –dice entre gemidos.

-Me encanta como te mueves –respondo, tratando de contenerme para no correrme tan rápido.

-Me vas a hacer correr –me dice levantándose y poniendo su vagina en mi cara– quiero que me hagas correr con la lengua y correrme en tu cara.

Comienzo a lamerle rápidamente la vagina, está muy mojada, gime como loca. Empieza a moverse rápidamente frotándose con toda mi cara. Siento como comienza a temblar y luego, un chorro de su corrida impacta fuertemente contra mi cara. Abro la boca para tragarme lo que puedo. Que delicia.

Después de correrse fuertemente, se da la vuelta y se vuelve a sentar encima mío. Ahora tengo sus tetas frente a mi cara, así que aprovecho para lamérselas. Comienza a moverse de atrás para adelante, el sonido que hace lo mojado de su vagina con el agua del jacuzzi es muy excitante. Separa sus tetas de mi cara y me da un beso muy ardiente. Sus movimientos se hacen cada vez más rápidos, hasta que ya no me puedo contener.

-Sigue así, me voy a correr, mi amor –le digo agitadamente.

-Yo también, mi amor –responde ella– dame tu lechita.

-¡ahí va! ¡Ahhh! –digo mientras me corro.

-¡Ahhh! ¡que rico! –dice, también corriéndose.

Se levantó, se sacó mi pene de la vagina y se recostó encima mío, nuevamente dándome la espalda. Así nos quedamos unos minutos, relajados, sin hablar, abrazados. Estuvimos largo rato así, Patricia se durmió en mi pecho por unos minutos. Hasta que decidimos salir del jacuzzi, ya que el agua se puso fría. Salimos, nos secamos y fuimos al cuarto. Yo me recosté y Patricia fue al ropero a sacar una bolsa que, después me enteré, había comprado mientras yo compraba las cosas para la sorpresa.

Se fue al baño, diciéndome que ya volvía. Unos minutos después, salió del baño, con una bata negra que le llegaba hasta la mitad de los muslos, mostrando unos pantis hermosos, que resaltaban sus lindas piernas. Se veía hermosa.

-Yo también compré una sorpresa para ti, mi amor –dijo con voz muy coqueta– esto es para demostrarte lo mucho que te amo.

-¡Wow! Te ves espectacular –dije mirando sus hermosas piernas con esos pantis tan sensuales.

-Eso no es todo –dijo quitándose la bata, mostrando un conjunto de lencería muy sexi, con un sostén negro de encaje, un hilo que combinaba a la perfección y un portaligas con unos pantis negros, que le quedaban espectacular– todo esto es para ti.

Me paré de un salto de la cama y fui hacia ella, la besé con desesperación. Ella se abrazó a mí, respondiendo a mi beso. Me empujó en la cama, caí sentado. Patricia se puso frente a mí y se sacó el sostén. Sus tetas volvieron a quedar frente a mi cara, las besé, lamí y chupé. Me encantaban sus tetas, eran divinas. se dio la vuelta, me puso el culo en la cara y comenzó a quitarse el hilo. Podía oler su vagina, me acerque y pase mi lengua por sus labios. Sabía delicioso. Ella dio un saltito al sentir mi lengua pasar por su vagina. Con el portaligas aun puesto, se subió encima mío y comenzó a frotar su vagina encima de mi pene. Lo mojó con sus jugos.

-Quiero que me cojas por el culo otra vez, mi amor –me susurró al oído, mostrándome un lubricante– méteme los dedos con lubricante, que este culo es solo para ti.

Mientras ella seguía frotándose contra mi polla, me embadurné los dedos con el lubricante y me ti uno en su ano. Ella gemía. Metí dos dedos. Seguía gimiendo. Metí el tercero. Ahora gritaba de placer. Mi pene estaba durísimo y se frotaba contra su clítoris. Yo besaba sus tetas, luego la besaba en la boca y volvía a sus tetas. Cuando mis tres dedos entraban sin dificultad en su ano y Patricia ya se había corrido un par de veces, llegó el momento de volverle a reventar ese hermoso culo.

Se levantó, se recostó en el borde de la cama, boca arriba y levantó sus piernas poniéndolas a la altura de sus hombros. Su culo en pompa estaba completamente a mi disposición. Su ano, ya dilatado, estaba frente a mí. Acerqué la punta de mi pene a su ano y lo fui metiendo suavemente, con lo dilatado y lubricado que estaba, entró muy fácilmente. Me apoyé en la parte trasera de sus rodillas y las empujé hacia su cuerpo. comencé a moverme suavemente, ella seguía gritando, metiéndose dos dedos en la vagina.

-¡eso es! ¡así! Mastúrbate mientras te reviento el culo –le dije.

-¡si mi amor! Reviéntame el orto que yo me encargo de mi conchita –dijo– quiero bañarte con mi corrida mientras me destrozas el culo.

Continué con mis embestidas, cada vez acelerando un poco más. Se metía dos dedos con mucha fuerza en la vagina, frotándose también el clítoris. En su cara podía ver que lo estaba disfrutando. Seguí embistiendo, ella se seguía masturbando, hasta que comenzó a venirse, lanzando chorros de corrida encima de mi abdomen. Mientras se corría, gritaba como loca. Eso hacía que yo me mueva más rápido y fuerte. Seguimos en esa posición unos minutos más, hasta que me pidió cambiar de posición.

La puse a cuatro patas. Patricia abrió sus nalgas, me acomodé encima de ella, con las piernas a la altura de su cintura. Y así desde arriba se la volví a meter por el ano. Su cabeza estaba apoyada en la cama, gemía fuertemente. Volví a sentir como se corría una vez más. Y eso hacía que me vuelva loco.

-Me voy a venir mi amor –dije.

-Lléname el culo –dijo tratando de recuperar el aliento.

-¡Ahhh! –grité, mientras varios chorros de leche le llenaban el culo.

-Ah que rico mi amor, me encanta como me coges –dijo ella.

-Y aun no acaba –dije mientras me levantaba y la ayudaba a ella– desde anoche que quiero cogerte en la terraza.

Salimos, verificamos que no haya nadie cerca, y la recosté en la tumbona. Me puse encima suyo y coloqué mi pene, medio erecto, en su vagina. Lo metí con dificultad, ya que estaba perdiendo dureza. Pero después de unos movimientos, acompañados de ardientes besos y masajes en sus tetas, se volvió a poner duro como una piedra. La penetraba con fuerza, estaba como poseído. Quería hacerle el amor con fuerza.

Después de unos minutos, oímos que la pareja vecina volvía a salir a su terraza. Me detuve, pero en ningún momento salí de dentro de ella. Nosotros estábamos ligeramente tapados por la baranda de nuestra terraza. Pudimos darnos cuenta que estaban más ebrios que la noche anterior. Ambos estaban desnudos, él se sentó en la tumbona y ella se sentó encima, ensartándose el pene de golpe. Lo cabalgaba rápidamente y sus enormes tetas saltaban hacia todos lados.

-Están ebrios, ni cuenta se van a dar –susurré en su oído.

-No sé –dijo dubitativamente– pero sin hacer ruido.

Continué con mis movimientos, primero suavemente, luego aceleré. Ella gemía suavemente tratando de no hacer ruido, a mí me excitaba la idea de que nos escuchen, así que trataba de darle más fuerte. Me había propuesto hacerla gritar. Los movimientos eran cada vez más fuertes. Ella se tapaba la boca para no gritar. En la otra terraza no había tanto cuidado. La mujer gritaba fuertemente y le pedía más al hombre. Esto me excitaba más aún. Con el dedo pulgar frotaba su clítoris. Sentí como se corría, tapándose la boca con la mano, conteniendo su grito.

Me bajé de la tumbona, me recosté en el piso y ella se subió, dándome la espalda. Sus movimientos eran espectaculares. Siempre me gustó que me cabalgue. Los movimientos que hacía me encantaban. Era una máquina. Apoyó sus manos en mis tobillos, se inclinó hacia adelante y comenzó a mover su culo de arriba hacia abajo. Subía suavemente, pero bajaba con mucha fuerza, hasta que sus nalgas chocaban con mi abdomen.

Ahora ya no podía taparse la boca. Igual trataba de no hacer ruido. Comencé a nalguearla fuertemente. Luego la tomaba de las nalgas y la ayudaba a caer con más fuerza. Esto hacía que se moje más aún. Sus gemidos comenzaron a hacerse más notorios. Aunque aún opacados por los gritos de la vecina.

Después de unos minutos, no sé si porque se cansó de ocultar su excitación o porque los gritos de la vecina le terminaron de molestar, comenzó a gritar sin preocuparse de que la escuchen. Los vecinos debieron oírla, ya que los gritos de la mujer se hicieron un poco más fuertes. Comenzó una batalla de gritos, a tal punto que comenzaron, en medio de su excitación, a competir en quien decía las cosas más obscenas.

-¡si! ¡así! Dame más duro –gritaba la vecina– dame más pinga.

-¡ah! Que rica pija tienes –respondió Patricia– me vas a hacer correr una vez más.

-¡ah! Que rico cachas maldito –volvía a gritar la vecina– párteme en dos.

-Nalguéame puto. ¡ah! ¡que rico coges perro! –continuó Patricia– dame de a perro ahora –dijo levantándose y apoyándose en la baranda, sin importar que nos miren– métela hasta el fondo –dijo mientras me colocaba detrás de ella y la penetraba fuertemente.

-¡si! Que grande la tienes, puto –gritó una vez más la vecina, antes de voltear y darse cuenta que nos podía ver.

-¡más fuerte! ¡dame más, hijo de puta! –gritaba Patricia, descontrolada, queriendo ganar la competencia– ya me rompiste el culo, ahora ¡reviéntame la concha, perro! –gritó para mi sorpresa, mientras volteé a ver que la mujer ya no gritaba, solo nos miraba, sin moverse, encima del hombre que ya estaba dormido echado en la tumbona.

Patricia también la vio, así que viendo que habíamos vencido, se dedicó a disfrutar de la feroz cogida que le estaba dando, siendo observados por la vecina, que se sobaba las tetas y la vagina, sin haberse sacado el pene de su novio, el cual estaba inconsciente sin saber lo que pasaba. Yo detrás de Patricia, la embestía con mucha fuerza. Ella gemía fuertemente, mientras se frotaba el clítoris. Después de unos minutos de furiosas embestidas, Patricia se enderezó, haciendo que mi pene salga de su vagina comenzó a correrse, gritando y lanzando chorros encima del piso de la terraza.

-¡Ahhh! ¡así se corre una verdadera puta! –gritó, como provocando a la vencida vecina, que ahora se masturbaba fuertemente, completamente recostada encima de su novio y con los ojos cerrados– ¡que rica corrida! Ahora quiero tu leche en mi cara, perro –dijo arrodillándose frente a mí y masturbándome fuertemente– dame tu leche, báñame en leche puto.

-¡ah! –grité yo, mientras un gran chorro de semen caía en su cara– ¡ah! Así me gusta, que te portes como una puta. ¡tomate mi leche, perra!

Patricia se relamía los restos de semen cerca de su boca, mientras con los dedos recogía lo que su lengua no alcanzaba y se lo llevaba a la boca, para tragarse toda mi corrida. Al levantarse, pudimos ver que los vecinos estaban dormidos, una vez más, en la terraza. El, tirado en la tumbona, con el pene flácido. Ella encima de él, con los brazos y las tetas chorreando hacia los lados y con una gran corrida chorreando de su vagina por sus muslos.

Patricia y yo nos miramos a los ojos y nos reímos fuertemente. Entramos a la habitación con los brazos en alto, en señal de victoria. Fuimos directo a la cama, Patricia se quitó el portaligas y los pantis, para quedar completamente desnuda y nos echamos a dormir la última noche del viaje.

Al día siguiente despertamos alrededor de las 10 am. El check-out debíamos hacerlo a la 1 pm. Decidimos no ir a desayunar y quedarnos en la cama. Sabíamos que una vez regresemos, tendríamos que volver a la realidad. A esconder nuestro amor de la gente. No queríamos que eso pase, así que decidimos tener una última sesión de sexo sin contenernos.

La besé por todo el cuerpo. comencé en sus labios, luego fui bajando lentamente sin dejar de lado ninguna parte de su hermoso cuerpo. pasé por su cuello, seguí con sus tetas. Luego fui bajando, pasando lentamente mi lengua por su abdomen. Llegué a su vagina y me demoré unos minutos lamiéndosela. Seguí bajando por sus piernas. Llegué a sus pies. Los lamí cuidadosamente, luego volví a subir, hasta llegar nuevamente a su vagina. La lamia cuidadosamente, mientras iba metiendo dos dedos. Patricia gemía suavemente.

Luego fui mi turno. Me recosté en la cama y Patricia hizo lo mismo que yo. Cuando llegó a mi pene, lo lamió sin metérselo a la boca, pasaba su lengua ensalivando mi pene y mis testículos. Bajo por mis piernas, hasta mis pies y luego volvió a subir. Ahora si se metió mi pene a la boca y me sobaba los testículos. Luego cambió y comenzó a chupar mis testículos, metiéndoselos en la boca y succionándolos suavemente, mientras me masturbaba suavemente.

Se recostó en la cama, de costado. Me puse detrás de ella y se la metí suavemente en su ya lubricada vagina. Comencé a moverme suavemente. Ella seguía gimiendo muy suave. Mis manos se apoderaron de sus tetas. Ella giraba su cabeza para poder besarnos. Todo era romántico en esos momentos. No era sexo, estábamos haciendo el amor. Estuvimos así unos minutos.

Luego me levanté, Patricia seguía de costado. Me senté encima de una de sus piernas y levanté la otra. Seguí penetrándola suavemente. Su vagina estaba completamente mojada. Sus gemidos se aceleraban. Se comenzó a correr suavemente. Sus gemidos eran un poco más acelerados.

La giré y me puse encima de ella. Seguí penetrándola suavemente. Mientras nos besábamos y mis manos recorrían sus tetas y sus nalgas. Nuestros besos ocultaban nuestros gemidos, que cada vez se hacían más intensos. Luego de unos minutos, nos corrimos simultáneamente y nos quedamos abrazados.

Nos quedamos recostados unos minutos más. Abrazados. Luego alistamos nuestras maletas, nos duchamos rápidamente y nos vestimos para retirarnos. Hicimos el check-out, pero dejamos nuestras maletas en custodia. Queríamos ir a pasear a un complejo arqueológico cercano al hotel.

Después del paseo, ya en la noche, cenamos algo rápido, recogimos nuestras maletas del hotel y fuimos al terminal de buses para tomar el bus que nos regresaría a la realidad. Volvimos a tomar el bus que viajaba toda la noche para poder dormir todo el camino.

La mañana siguiente, despertamos de vuelta a nuestra ciudad y nos fuimos cada uno a sus casas. Después de este viaje, ya nada era igual. Si bien es cierto que nuestros encuentros seguían siendo clandestinos. Nos veíamos más seguido, pero no solo para tener relaciones, como lo hacíamos antes, sino también para tener encuentros tranquilos de novios.

Fin

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