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Con la madura del trabajo
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Hace unos años, estuve trabajando en una oficina de abogados de un amigo de mi padre. Mi trabajo consistía en llevar documentos de oficina a oficina, sacar copias, entregar artículos de oficina según me pedían. En otras palabras, era el mandadero de la oficina. Tenía 26 años. No pagaban muy bien, pero era un trabajo fácil y no demandaba mucho tiempo, así que podía estudiar a la par.

Estuve trabajando ahí unos 6 meses. Ahí conocí a la secretaria de uno de los abogados principales, se llamaba Julieta. Tendría unos 43 años aproximadamente. Era alta, delgada, con unas tetas medianas, pero que se veían muy bonitas, ya que siempre iba con ropa muy provocativa. Su culo era también mediano, pero con los pantalones que usaba, se le notaba bastante grande. Se veía muy guapa y siempre sonriente.

Un día, mientras entregaba documentos, pasé por la oficina del doctor Suarez, su jefe, Julieta no estaba en su escritorio, así que pensé que habrían salido, ya que siempre iban a hacer diligencias y casi no paraban en la oficina. Intenté entrar y estaba cerrado con seguro. Toqué y de adentro escuché la voz del doctor diciendo que esperara un momento. Abrió la puerta Julieta, salió un poco asustada y pude ver que estaba con un botón de la blusa sin abrochar. Entré y le entregué los documentos al doctor y me di cuenta que estaba con el cierre del pantalón abierto. Unos días después, me atreví a preguntarle.

–Julieta, disculpa que te pregunte así, pero tengo esta duda desde hacer varios días –dije.

–Dime Gonzalo –respondió ella, sin saber lo que se venía.

–Ese día que fui a dejarle los documentos al doctor vi algo que me dejó intrigado –dije– tú y el, ya sabes, tienen algo ¿no?

–¿Qué? –respondió ella– ¿Cómo se te ocurre?

–Ya pues, Julieta –continué– no soy tonto, por lo que vi, era obvio que estaban haciendo cosas ahí dentro. No los juzgo. Sé que él es casado, pero lo entiendo, tener que venir a trabajar y ver una mujer tan hermosa como tu todos los días, como que debe ser difícil contenerse.

–Gonzalo, por favor, deja de decir tonterías –dijo, bastante nerviosa y se fue.

Después de ese día, cada vez que pasaba por su escritorio, su actitud iba cambiando, había días que me miraba molesta, y otros, sonreía nerviosamente. Un día, me llamó y me llevó a la oficina del doctor. La oficina estaba vacía.

–Gonzalo, quiero saber si le has comentado a alguien de lo que hablamos el otro día –dijo.

–No, no le he dicho a nadie –dije– se meterían en un problema ¿no?

–Claro que sí, así que, por favor, ni se te ocurra contarle a alguien –dijo, mirándome un poco desafiante.

–Claro, no te preocupes –dije– nunca haría algo que te pueda traer problemas.

–Ok, gracias –dijo, yendo hacia la puerta.

–Pero, lo que pasa es que la verdad, me da mucha envidia el doctor –dije– desde que te llegué y te vi, me pareciste una mujer hermosa –continué, mientras ella regresaba frente a mí y me miraba un poco molesta.

–Mira Gonzalo, no me vengas con rodeos –dijo– dime de una vez que es lo que quieres por tu silencio.

–Ok, vayamos al grano –dije, acercándome– te quiero a ti. Quiero una noche contigo, quiero cogerte de todas las maneras posibles, toda la noche sin parar –me acerqué más y puse una mano en su culo– tu culo me vuelve loco.

–Espera –dijo, alejándose de mi– si te doy una noche, ¿no dirás nada? Solo una noche.

–Si –respondí.

–Déjame pensarlo –dijo y salió de la oficina.

Esos días, seguí con mi trabajo, como si nada hubiera pasado. A los dos días, pasé a dejarle un documento y me entregó un papel disimuladamente. Lo guarde rápidamente en mi bolsillo para que nadie se dé cuenta. Seguí con mi ruta y cuando tuve un momento libre, saqué el papel de mi bolsillo y lo leí.

El papel decía “Mañana a las 9 pm en mi departamento” y una dirección.

Lo guardé en mi billetera y seguí con mi trabajo. Cuando volví a pasar frente a Julieta, le mandé un beso volado y ella se rio.

Al día siguiente, cuando llegué a su edificio, toqué el intercomunicador y me abrió, fui al ascensor, llegué al departamento y toqué la puerta. Me abrió Julieta, con ropa de gimnasio. Un pantalón de licra negro, bien pegado, el cual marcaba bastante bien sus nalgas. Un top de licra, también negro, que a las justas soportaba sus tetas, las cuales parecía que querían salirse. Un poco despeinada y algo sudorosa

–Disculpa, recién llego del gimnasio, toma asiento –dijo, mostrándome el sillón de su sala– me baño rápido y salgo.

–No te preocupes –dije y me senté.

Estuve esperando unos minutos, estaba nervioso esperando que salga. Me paraba, caminaba por la sala, veía fotos de Julieta, con su familia, con amigas, pero había una que llamó mi atención. Estaba ella sola en una playa, llevaba un bikini pequeño, que rica se le veía, mi pene comenzó a endurecerse. Me volví a sentar.

Cuando Julieta salió, vestía ropa interior de encaje, rojo, y una bata corta negra. Entró en la sala como si nada. Fue a la cocina y trajo dos cervezas. Se sentó a mi lado y comenzamos a conversar. Todo era muy casual, como si fuera normal lo que iba a pasar. Nos tomamos dos cervezas más cada uno, conversando y escuchando música.

–Gonzalo, no quiero que pienses que soy una cualquiera –dijo– lo que pasa con el doctor es algo que se dio de la nada, al comienzo me dio un poco de miedo rechazarlo y perder mi trabajo, luego comencé a tener sentimientos hacia él. Sé que no está bien, ya que es casado, pero no lo puedo evitar.

–Entiendo Julieta –dije– por muy joven que sea, sé cómo son estas cosas.

–Ahora, lo que va a pasar esta noche, será algo de una sola vez –continuó– y no solo lo hago por el miedo a que cuentes algo de lo que viste, desde que me propusiste esto, he pensado mucho y me gusta la idea de hacerlo con un jovencito como tú.

–La verdad Julieta, que siempre me has gustado, desde que te vi por primera vez, muero por cogerte.

–Qué bueno, porque hoy día cogeremos mucho –dijo, levantándose y acercándose a mí.

Se paró frente a mí, se quitó la bata y quedó solo en ropa interior. Abrió sus piernas y se sentó encima de mí. Me comenzó a besar el cuello. Luego se acercó a mí y nos fundimos en un beso bastante caliente. Nuestras lenguas jugaban una con la otra. La tomé de las mejillas mientras la besaba, luego fueron a su espalda, para ir bajando y apretar ese hermoso culo. Comenzó a frotarse contra mi pene, sin dejar de besarme en la boca. Fue desabrochando mi camisa, mientras bajaba, besando mi cuello hasta llegar a mi pecho.

Después de sacarme la camisa, se dedicó a lamer mi pecho, bajando hasta mi abdomen y volviendo a subir. Me ayudó a pararme, y, así, parados, mientras nos besábamos, comenzó a quitarme el pantalón, mientras yo le quitaba el sostén y lo lanzaba al suelo. Dejó caer mi pantalón y quedé en bóxer, mi erección se notaba por lo ajustado de mi bóxer. Me sacó las zapatillas, las medias y el pantalón y ambos quedamos solo con la parte baja de nuestra ropa interior. Seguimos besándonos, mientras yo sobaba sus hermosas tetas y ella frotaba mi pene por encima del bóxer.

–No esperaba que la tengas tan grande –dijo– esto se va a poner bueno.

–Sabía que estabas buenísima, pero no esperaba unas tetas tan hermosas –dije.

Me tomó de la mano y me llevó a su habitación. Mientras la seguía, no podía evitar ver sus hermosas nalgas, las cuales estaban libres, debido a lo pequeño de su hilo. Tenía una cama bastante amplia. Me sentó en el borde de la cama, bajó mi bóxer y mi pene saltó. Lo tomó con una mano y lo comenzó a examinar. Le pasaba la lengua por todo el tronco. Lo ensalivaba completo, luego se metió la cabeza en la boca y comenzó a mover su lengua alrededor de ella. Después de un rato, se comenzó a meter todo mi pene en la boca, subía y bajaba por toda la extensión de mi tronco. Lo estaba ensalivando bastante.

Después de una larga y mojada mamada, Julieta se levantó, se quitó el hilo y dejo ver una vagina sin depilar. Se acercó a mí, me besó y se sentó encima de mi pene, entró con mucha facilidad. Comenzó a moverse de arriba hacia abajo suavemente. Sus tetas pegadas a mi cara, comencé a besarlas, lamerlas, chuparlas. Separó sus tetas de mi cara, me hizo levantar la cara y me comenzó a besar desesperadamente. El beso era muy jugoso, delicioso, largo. Comenzó a moverse un poco más rápido de adelante para atrás.

Me pidió que me pare. Se recostó boca abajo, al borde de la cama, con las piernas abiertas, apoyadas en el suelo. Me paré detrás de ella y la vista era espectacular. Comencé a masajear sus nalgas, mientras frotaba su vagina con una mano. Le daba nalgadas suaves. Recogía los jugos de su vagina y me los metía a la boca. Acomodé mi pene en la entrada de su vagina y empujé despacio. Una vez entró toda, comencé con los movimientos, entraba y salía rápidamente, su vagina estaba bastante mojada y mi pene resbalaba fácilmente. Seguí embistiéndola con fuerza, mientras le daba suaves nalgadas.

–No te contengas –dijo gimiendo– nalguéame duro. Me encantan las nalgadas.

–¿te gusta duro? Te gusta que te den duro ¿no? –dije, mientras la nalgueaba cada vez más fuerte– se nota que te gusta.

–¡si! ¡así! Me encanta que me nalgueen duro –dijo, mientras seguía gimiendo.

–Y ¿por el culo también? –dije– porque ese huequito me está llamando.

–¡no! Mi culo siempre será virgen –dijo, volteando a verme un poco molesta– mi culito no aguanta –dijo, calmándose y poniendo cara de inocente.

–Te tendré que partir la concha entonces –dije, embistiéndola más fuerte y rápido, mientras apretaba sus nalgas con fuerza.

–¡si! ¡dame así! ¡duro! ¡no pares! –dijo casi gritando de placer– me vas a hacer venir. ¡así! ¡así! ¡Ahhh! –dijo, mientras se corría, temblando y dejando un pequeño charco en la cama.

Sin sacársela de la vagina, le di la vuelta, la recosté boca arriba, me tiré de cara en sus tetas, comencé a chuparlas, mientras la embestía muy rápido. Julieta seguía gimiendo fuertemente. Seguimos en esa pose un rato bastante largo. Sentía su vagina bastante húmeda. La cara de Julieta no paraba de hacer gestos de placer. Esto hizo que agarre confianza y me atreva a tomar la iniciativa.

–Maldito, que rico coges, me vas a hacer venir de nuevo –dijo Julieta– me voy a correr.

Saqué mi pene de su vagina y comencé a lamerle la vagina, mientras con un dedo frotaba rápidamente su clítoris. Ahora Julieta gritaba.

–¡Ah! Me corro ¡Ahhh! ¡no pares! –gritó.

Un gran chorro salió de su vagina empapándome la cara y llenándome la boca con su corrida. Seguí moviendo mis dedos en su clítoris y salieron varios chorros más, mientras todo el cuerpo de Julieta convulsionaba. Una vez dejó de correrse, se levantó rápidamente y se metió mi pene a la boca y me hizo una mamada espectacular. Cuando ya quería venirme, la tomé de la nuca, metí mi pene casi por completo en su boca y comencé a eyacular dentro. No se quejó. Al sacar mi pene, un poco de mi corrida cayó en sus tetas y el resto se lo tragó. Nos recostamos exhaustos.

–Me has sorprendido Gonzalito –dijo Julieta abrazándome– no esperaba que cojas tan rico.

–Gracias –atiné a decir, sintiéndome un poco tonto– a mí también me gustó, coges muy rico, además que tu corrida sabe deliciosa.

–Tengo que decirte que tenía tiempo que no me corría así –dijo– por lo menos con Gustavo nunca.

–Bueno, si me dejas descansar te vuelvo a hacer correr así –dije, un poco orgulloso de la proeza– pero dame un par de minutos.

–¿un par de minutos? –dijo, un poco sorprendida– tan rápido.

–Si –dije– con una mujer como tú, con solo verte me pongo duro de nuevo.

–Jajaja –rio– entonces hoy se goza. Jajaja.

Seguimos conversando de temas bastante subidos de tono, me contó que cuando era más joven había intentado varias veces el sexo anal, pero que por más que intentaba, nunca pudo aguantar. Lo máximo que pudo aguantar fue con un novio que no la tenía muy grande, y, aun así, solo aguantó la mitad. Desde ahí, nunca más intentó. Me preguntó si yo lo había hecho y le dije que sí, que con mi primera novia lo hacía bastante seguido, pero ella era muy fan del sexo anal.

Después de tanta conversación sexual, me comencé a excitar de nuevo. Julieta se dio cuenta y comenzó a masajear mi pene suavemente, mientras me besaba el pecho. Yo acariciaba su espalda. Comenzó a bajar por mi pecho, pasando su lengua. Me lamia los pezones, luego fue bajando a mi abdomen, hasta que llegó a mi pene. Se lo metió a la boca y puso sus piernas a los lados de mi cabeza. Dejándome su vagina a escasos centímetros de mi boca. Comenzamos a besarnos mutuamente, su vagina seguía húmeda, mi pene ya estaba duro de nuevo.

Estuvimos un buen rato así. Luego se levantó, se acomodó mi pene en la entrada de su vagina, dándome la espalda. En esa pose podía ver su culo saltar encima mío. Julieta se agachó tomándome de los tobillos y comenzó a mover su culo de arriba abajo. La vista era espectacular. Mis manos fueron directo a apretar sus nalgas. Se sentían deliciosas, duras y grandes. Julieta se movía delicioso en esa pose, me estaba volviendo loco.

Julieta se levantó, se tiró para atrás y comenzó a moverse de arriba hacia abajo. Sus nalgas rebotaban contra mi abdomen. Sus brazos se apoyaban en mi pecho y comencé a masajear sus tetas. Julieta se movía muy rápido. Gemía fuertemente. De repente, levantó un brazo derecho, quedándose apoyada solo con su brazo izquierdo. Su mano derecha fue a su vagina y se frotaba fuertemente el clítoris.

–Me voy a correr de nuevo. Eres un puto –dijo, mientras gemía como loca– ¡Ahhh! –gritó, levantándose, sacando mi pene de su vagina y lanzando un gran chorro, mientras se seguía frotando fuertemente el clítoris.

Después de correrse, cayó encima mío. La empujé, cayó en la cama boca arriba. La tomé de las piernas, las levanté y las puse en mis hombros. Se la metí rápidamente en la vagina, que seguía chorreando sus jugos. Me movía rápidamente, mientras le apretaba las tetas. Julieta gemía fuertemente con los ojos cerrados y la boca abierta. La tomé de los tobillos y abrí sus piernas, estiradas, hacia los lados. Seguía con mis embestidas.

–¡Que increíble eres! Me encanta como coges –dije, sin parar de penetrarla– no tenía idea que eras tan putita.

–¡si! Soy tu puta. Cógeme como a una puta zorra –dijo, completamente excitada– ¡no pares! Eres un animal.

–No voy a parar hasta que te corras de nuevo –dije– hasta que te corras como una maldita puta.

–¡sigue! ¡Ahhh! ¡que rico! –gritó– quiero que te vengas conmigo y me llenes de leche.

–Si serás puta –dije, envalentonado por sus palabras, sin miedo a ser muy obsceno– te voy a dar mucha leche hasta que se chorree de tu concha abierta.

–¡si! ¡me encanta así! ¡Ahhh! –gritó una vez más y comenzó a temblar de nuevo.

Aceleré más mis movimientos y sentí que me corría. Le avisé que me iba a correr y le lancé mi semen dentro de su vagina, mientras ella se corría al mismo tiempo. Saqué mi pene de su vagina y metí dos dedos. Los comencé a mover rápidamente dentro, Julieta gritaba de placer, se estaba volviendo loca. Sentía como se mezclaban nuestras corridas dentro de su vagina. Cuando saqué mis dedos, comenzaron a escurrirse nuestras corridas de su vagina.

Nos volvimos a recostar, esta vez, abrazados, con su cabeza en mi pecho. Esta vez, demoramos un poco más en comenzar a conversar. Estábamos tratando de recuperar el aliento. Había sido un polvo muy intenso para ambos. Luego de recuperar un poco el aliento, hablamos un poco de lo bien que la estábamos pasando. Me dijo que estaba cansada, que quería dormir, pero que, como al día siguiente era sábado y entrabamos a trabajar tarde, podríamos aprovechar un poco la mañana y volverlo a hacer.

Al día siguiente, desperté solo, Julieta no estaba en el cuarto, me levanté y salí, desnudo, a buscarla. La encontré en la sala, con una bata negra que le llegaba hasta un poco debajo de las nalgas. Estaba sentada en la sala, tomando un café. Me acerqué a ella y le di un beso suave en los labios. Ella me correspondió. Me senté a su lado.

–¿Cómo dormiste? –preguntó.

–Muy bien, después de tan buena noche, no esperaba menos. –dije sonriendo– ¿tu?

–Excelente. Anoche terminé muy relajada –dijo, también con una sonrisa.

–¿a qué hora tienes que ir a trabajar? –pregunté, eran las 9 de la mañana.

–A las 11 todavía –respondió– así que tenemos un poco de tiempo. ¿tienes ganas?

–De ti, siempre –dije, acercándome para volver a besarla.

Nos comenzamos a besar, esta vez con lengua. Fue un beso bastante ardiente. Le abrí la bata y sus hermosas tetas quedaron frente a mí. Las comencé a manosear suavemente mientras nos besábamos. Mi pene comenzó a ponerse duro. La recosté en el sillón, boca arriba, comencé a besarle todo el cuerpo, comenzando por el cuello, luego seguí por sus tetas, bajeé por su bien formado abdomen. Cuando llegué a su vagina, Julieta gemía suavemente. Comencé a pasar mi lengua por sus labios vaginales, succioné su clítoris. Con dos dedos, separé sus labios y metí mi lengua entre ellos. Comencé a saborear sus jugos, los cuales eran deliciosos.

Después de saborear su húmeda vagina, me levanté, acomodé mi pene, que ya estaba durísimo, en la entrada de su vagina y empujé suavemente. Mi boca fue a encontrarse con la suya y nos fundimos en un beso espectacular, mientras mi pene entraba hasta el fondo y volvía a salir, casi por completo, para volver a entrar. Mis manos manoseaban esas hermosas tetas, muy bien cuidadas para su edad. Mis movimientos fueron acelerando. Julieta estaba casi gritando de placer.

–Me encanta como coges –dijo, entre gemidos– hace mucho no sentía una pinga joven, que delicia.

–Me encanta como se siente tu conchita mojada –dije– eres espectacular.

–Ven, quiero cabalgarte –dijo, ayudándome a levantarme.

Me senté en el sillón y Julieta se subió rápidamente encima de mí, mi pene entró con facilidad. Comenzó a moverse de atrás hacia adelante. Sus vellos púbicos se frotaban con los míos en cada movimiento. Julieta jalaba mi cabello, mientras lamia y mordía suavemente mi cuello. Se le notaba bastante excitada. Yo apretaba sus nalgas, mientras acompañaba sus movimientos. Estaba en la gloria. Julieta realmente sabía lo que hacía en esa pose. Me estaba matando con sus movimientos y sus mordidas.

–Date la vuelta, quiero ver ese culo rebotar –dije, levantándole de los brazos– quiero ver como vibran esas nalgas.

Julieta se dio la vuelta, junto sus piernas entre las mías y comenzó a subir y bajar encima de mi pene. Yo aprovechaba para darle palmadas en las nalgas, mientras ella se movía. Unos minutos después, levantó las piernas, puso sus rodillas en el sillón, una a cada lado mío, se apoyó con las manos en el piso y comenzó a moverse. Que espectacular vista. Ver como mi pene entraba por completo en su vagina y sus nalgas vibraban, me estaban volviendo loco. En esta pose estuvimos un corto tiempo, debido a la incomodidad que sentía Julieta. Al levantarse, vio la hora y me dijo que terminemos en la ducha, que ya tendría que alistarse.

–¡dios mío! Es tarde –dijo– se pasa volando el tiempo con tu pinga dentro –dijo riendo.

–Jajaja –reí.

–Vamos, en la ducha terminamos, si no, no llego al trabajo –dijo, jalándome del brazo para ir al baño.

Al llegar, prendió el agua. Mientras calentaba el agua, nos besábamos y frotábamos el uno contra el otro. Entramos a la ducha, Julieta levantó una pierna, agarró mi pene y se lo metió de golpe. Comenzamos a movernos al mismo tiempo, nuestros movimientos estaban perfectamente sincronizados. Comencé a chupar sus tetas, mientras apretaba sus nalgas.

–Termina rápido por favor, que ya me tengo que ir –dijo, para disgusto mío, ya que lo estaba disfrutando muchísimo.

–¿Dónde quieres la leche, putita? –pregunté, sintiendo la inminente corrida.

–Lléname de leche, puto –dijo, muy excitada– quiero sentir esa leche joven y caliente llenarme la concha.

Aceleré los movimientos, Julieta también aceleró los suyos. Gritaba como loca, su vagina se sentía cada vez más mojada. Yo seguía aprovechando en besar esas hermosas tetas. Hasta que comencé a sentir que me correría.

–Me vengo. Vente conmigo, zorra –dije.

–Ahí va, perro –dijo –vente conmigo, lléname de leche, puto. ¡Ah!

–¡Ah! Toma tu leche, zorra –dije, botando un gran chorro de semen.

Nos corrimos juntos de una manera deliciosa. Después de eso, la ayudé a jabonarse, sin desaprovechar la oportunidad de masajear sus tetas, mientras frotaba mi pene, a media erección, entre sus nalgas. Se dio la vuelta, nos besamos como dos enamorados. Cuando terminamos de bañarnos, salimos de la ducha, nos vestimos y salimos, yo hacia mi casa, ella al trabajo.

Ese fin de semana no hablamos. Cuando llegó el lunes, fui hacia su escritorio, Julieta se veía igual de hermosa que siempre. Me saludó de manera normal, como si nada hubiera pasado. Un día, nos encontramos a solas y me dijo que eso no volvería a pasar, que el doctor le había dicho que se divorciaría para estar con ella, así que no quería perjudicar su relación.

Nunca más volví a estar con Julieta. Obviamente el doctor nunca se divorció, hasta que Julieta se cansó de esperar, terminó con él y renuncio. Nunca más la volví a ver.

Fin

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