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Con dolor de garganta
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Tiempo de lectura: 2 minutos

Mira, realmente fue sin premeditación, a mí en serio me dolía la garganta, te juro, y ella por celular me dijo que pasara a buscar un remedio que tenía en su casa, es enfermera y vive a dos cuadras de donde yo vivo.

Cuando abrió la puerta y me miro con su pelo renegrido con rulos, largo, sus hermosos ojos grandes, bien criollos y su boca de labios carnosos, no resistí, y aplique eso de que los besos no se piden, se roban. La bese primero suavemente, sus labios me conmovieron, blandos, suaves, atrapantes.

Yo la había tiroteado varias veces en el barrio, siempre tan elegante, formal y muy femenina, nunca ni siquiera me contesto. Y yo ahora la besaba salvajemente. Se separó y me dijo:

– Si no me soltás y te vas voy a gritar.

– Si, por favor, los gritos me excitan mucho. Y arremetí de nuevo.

La lleve suavemente contra un pilar, ella allí apoyada de espaldas respondía a mis besos.

Empecé a acariciar su cuerpo. Cada vez que dejaba libre su boca emitía un grito los que fueron bajando de intensidad y volumen hasta desaparecer.

Cuando ya tenía sus piernas alrededor de mi cintura y sentía su respiración agitada, me dijo:

– Tengo una horrible cicatriz en medio de mis pechos. Su rostro estaba serio y parecía expectante.

– Toda mujer desnuda dispuesta a amar y ser amada es bellísima. Es lo que se me ocurrió contestar. No es mía la frase, en algún lugar la leí, me gusto y realmente siento eso.

Nos desnudamos muy rápidamente, comprobé lo de su cicatriz, y ame ese hecho de que haya vencido su inhibición, haya dejado de lado su vergüenza, para que pudiéramos amarnos. Alguien que derrota sus temores por mí, alimenta mi amor propio.

Todo en ella me parecía bellísimo.

Y allí en el piso de su living empezamos a sentirnos. Yo recorría todo su cuerpo con mi boca, mi lengua no dejaba nada de ella sin ser lamido. Baje hasta su hermosa vagina la cual me lleno la cara de sus líquidos mágicos. Sus muslos no me dejaban salir de esa situación, yo ya explotaba, mi erección era tremenda, busqué penetrarla, su desnudez me maravillaba, pude apreciar sus escalofríos, la dulzura de sus ojos cerrado, sus labios, todo generando una situación que parecía irreal.

Y así llego el milagroso momento de sentir como se abre una mujer que ya no soporta más la necesidad de sentir un hombre dentro suyo, mi pene abriéndose paso entre sus piernas, siento su carne lubricada dando lugar a mi penetración, nuestras transpiraciones y salivas fundidas en una sola y lograr ese ritmo loco de sincronizar el movimiento de ambos que termina con un gran orgasmo de ella que lo declara sin temor ni pudor con gritos y gemidos pidiéndome más. Y cuando el que no puede más soy yo, saco mi pene y sus manos apretando sin compasión me terminan masturbando para derramar mi semen en sus maravillosos pechos, empecé a sentir alternativamente frio y calor, todo mi cuerpo más que sensible cuando sus manos no dejaban quieto mi miembro a pesar de haber terminado que sacar todos mis fluidos.

Nos llevó unos minutos recuperarnos de nuestra agitación echados allí en su alfombra. Y cuando yo no sabía que más pasaría, ella pone su mano en mi frente y dice:

– Tenés fiebre, no podés ir a ningún lado, te quedas que te voy a cuidar.

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