Estuvimos conversando previamente por internet las últimas semanas, habíamos hecho match en una de esas apps de citas. Durante algunas madrugadas, y después de un par de fotos y diálogos sucios, coincidieron nuestras ganas de tener un encuentro para conocernos.
El siguiente sábado, cerca de medianoche, me buscó en mi departamento, me había entrado un mensaje de texto en el celular que anunciaba la llegada del desconocido en cuestión.
Vi por la ventana desde el tercer piso, él esperaba afuera, apoyado en el capó de su goltrend polarizado, hacía algo de tiempo fumando un cigarrillo. Bajé en un instante por las escaleras del edificio para encontrarme frente a él.
Era moreno, de piel cálida, grande, mucho más alto que yo, quizás más de un metro ochenta. Tenía el pelo corto y oscuro, pero le crecía un poco rizado. Su perfil era hegemónico, linda nariz y labios carnosos.
Dejó de fumar automáticamente cuando me vio, llevaba una remera negra con un pequeño cocodrilo bordado al costado del pecho, y pantalones oscuros de corte recto. Tenía una expresión seria, pero cambiaba rotundamente cuando sonreía al hablarme.
Nos presentamos y saludamos con un beso en el cachete.
Mi outfit era una remera de los Arctic Monkeys, combinada con una pollera mini que me ceñía bien las caderas y el culo, y unos borcegos negros a juego. Tenía las piernas algo pálidas, resaltando un par de moretones y raspones que tenía en las rodillas, a algunos sádicos les gusta ver ese tipo de heridas en la piel.
Subimos al auto y dimos un paseo. Conversábamos de manera fluida de diversos intereses en común mientras él manejaba. Era un gusto charlar con un hombre tan encantador, teníamos el mismo sentido del humor y su inteligencia y perspicacia me resultaban sexys.
Los demás detalles del encuentro, aunque agradables, resultan casi triviales, en comparación con los hechos que le siguen, aún más interesantes.
Llegamos hasta el dique de la ciudad, era un lugar tranquilo y desolado, con espacios amplios y frondosos, a lo lejos se percibía la frescura del agua. La noche parecía ideal, podíamos admirar las luces de la civilización desde allí, era un buen panorama.
Aquel hombre a mi lado, su nombre… No nos llamábamos por nuestros nombres, nunca, sólo nos decíamos “mon cher”, pequeña apreciación en francés que significa “mi querido/a”.
A medida que charlábamos dentro del auto, tomó mis piernas y las acomodó sobre las suyas, acarició cada marca y hematoma, apretaba mis muslos y pantorrillas suavemente sin dejar de hablarme, me descalzó para darme masajes en los pies. Sentir sus grandes manos era una delicia, su tacto, su fuerza. Comencé a percibir un leve ardor en la piel, se me aceleró un poco el corazón.
Me sonrojé, y se dio cuenta.
– ¿Acaso te incomoda sentir mis manos, mon cher? – me preguntó, sin dejar de tocarme. Qué descaro, pensé, cuánta malicia de su parte querer evidenciar el goce que me transmitía su toque.
– Sabes que me gusta lo que estás haciendo, hablamos de esto por chat. – dije, algo nerviosa.
En realidad, platicamos de muchas cosas indecentes, sobre todo de nuestras preferencias en la intimidad. Él sabía de mis gustos peculiares: el maltrato, la humillación, el sexo duro, anal, vaginal, oral, en síntesis, la sumisión y el masoquismo.
Casualmente, compartíamos cierta compatibilidad sexual; él era un auténtico sádico, disfrutaba de humillar y castigar, el dolor ajeno le causaba cierto deleite. En primera instancia, lo que me llamaba la atención de él fue su perfil de dominante.
Me sonrojaba con la idea de realizar una felación a su miembro en ese mismo momento, lo anhelaba. Me miraba a los ojos, devoraba mi insignificante ser con esa mirada perversa, de pies a cabeza. Me tomó, agarrándome primero de la cintura, como si fuera una muñeca de trapo, a su antojo, y me colocó de frente, encima de él.
Mis latidos eran como los de un colibrí. Pude sentir su deliciosa erección por encima de su pantalón.
– Se siente bien estar encima tuyo, grande y fuerte mon cher.
Me había comentado que le gustaría que le hablara así, con ese tono de sumisa deseosa, continué con ese rol.
Puse mis manos sobre sus hombros, acariciando y tocando su pecho por encima de su ropa, me acerqué para besar su cuello, dulcemente.
– Tu aroma me embriaga, hace que te desee más… bésame, por favor. – le susurré al oído mientras aún estaba cerca de su cuello.
Me tomó del rostro, apretando levemente mis cachetes, y me besó, apasionado e insaciable, metió su lengua en mi boca, mordía mis labios y dejaba que mordiera los suyos, nuestras respiraciones se aceleraban un poco más entre cada beso.
Sus labios encima de los míos recorrían mi cuello y detrás de mis orejas, al percibir mi perfume dejó escapar un suspiro de lujuria.
Estaba ya excitada, sentía húmeda mi ropa interior a causa de tener a aquel hombre tan cerca de mi cuerpo, sus besos y sus manos explorando cada parte de mi me hacían sentir en la dicha, pero sentía mucho calor, quería estar desnuda para él.
Ultrajó mi sexo, acariciándolo con la palma de su mano hábil, me apretó y eso agitó aún más mi libido. Me levantó la mini, y me corrió la tanguita con encaje que evidenciaba mi excitación.
– Estas muy mojada mon cheeri, noto que disfrutas que te agarre bruscamente de esta pequeña parte tuya, ¿verdad? Dime, quiero que ruegues que te maltrate- dijo, mon cher estaba muy excitado, era como un animal, ansioso por hacerme sufrir.
– Mon amour, maltrátame, por favor, hazme sentir tanto dolor que deba rogar que pares, y no me hagas caso si lo hago, quiero disfrutarte hasta el límite.
Sentía que mi piel ardía por una cachetada bien puesta, no quería dejar de sentir sus manos encima.
Esas exquisitas casualidades, de un hombre dominante con una mujer sumisa. Una suerte tan grande como su miembro, la voluptuosidad a flor de piel.
Me pegó una cachetada en la cara tan fuerte que me dejó muda, mientras me agarraba fuerte de la cintura. Mi remera y sostén me fueron despojados.
Seguía sentada sobre él, sentía su miembro cada vez más rígido y abultado, estaba ya con el torso desnudo y mis pezones erizados, la cara roja y las manos inquietas por tocarlo. Le acaricié el pecho y el estómago por debajo de su remera. Tan fuerte, un hermoso sádico, quería sentir más de cerca su piel.
Dejó de besarme un momento, tomó apenas un poco de distancia y se desabrochó el pantalón. Me dejó jugar un rato con su miembro, me llené la mano de saliva para tocarlo, apretarlo suavemente, de arriba a abajo, tocaba su glande con mis dedos mojados, se me hacía agua la boca por engullir entera esa delicia de entre sus muslos.
Mientras observaba lo entretenida que estaba, él me pellizcaba los pezones y golpeaba mis senos, notó que de verdad eso me enloquecía, se me escapaban de vez en cuando unos suspiros y gemidos. Me mordió la piel carnosa que estaba maltratando, dejando marcas de mordidas hasta a la altura de mi escote.
Lo miré extasiada y con un dejo de súplica en mi expresión, me sujetó la mirada y comenzó a masturbarme.
Con la ropa interior corrida, me apretó bien fuerte y le dio una palmadita firme a mis labios hinchados de deseo, para después jugar con lo mojada que estaba, pasaba toda su mano, lentamente, y con sus dedos acariciaba mi clítoris, dibujaba en círculos por cada parte de mí, en un ir y venir de orgasmos. Aumentaba cada vez la intensidad de sus caricias, me hacía temblar las piernas levemente.
Culminó aquel sublime acto introduciendo un dedo en mi culo. A ese punto, apenas podía controlar mis exclamaciones de placer.
Con cuidado y cierta gracilidad, me sentó de nuevo en el asiento del copiloto. Se sacó la verga, aquel miembro era de porte y diámetro considerables. Hegemónica, una delicia rígida y toda para mí.
Me agarró de los pelos y bajó mi cabeza hacia su entre pierna para que se la chupase. Me obligaba y ahogaba hasta las lágrimas, me llenaba la garganta dejándome sin aire, podía estar toda la noche disfrutando esa agresividad, estaba sumida a su antojo.
Qué curioso, ver cómo ese hombre se excitaba con verme ahí, toda desastrosa, felando su sexo, deseando complacerlo con mi boca, mientras lloraba y me ahogaba, lo disfrutaba tanto…
Pude parar bien mi culo para que él me nalgueara fuerte mientras estaba ocupando mi boca, sentía cómo se hacía más grande, cuando más me hacía sufrir.
Hinchada de deseo, quería sentirlo hasta el fondo de mis entrañas.
Sin quitarme la mini, me sentó encima suyo. Estábamos de frente, me coloqué de cuclillas, abriendo mis piernas y entregándome a mon cher, a que me penetrara por donde él quisiera.
Dejé su verga lubricada con mi saliva, yo me había mojado con mis propios jugos.
Lentamente, empujó su erección hacia dentro de mis entrañas. Amaba que me doliera tanto, hasta el fondo. Me sujeté de sus hombros como pude, mon cher me sujetaba de las nalgas para que fuese más fácil subir y bajar, comencé a moverme con sentones sobre esa monstruosidad que tenía entre las piernas.
Era un ir y venir de aquella danza de mis caderas sobre su pelvis, sus caricias y la vez su agresividad y me tenían a su merced.
Me agarró de las muñecas y llevó los brazos detrás de mi espalda, me sujetó así con la fuerza de una mano, y con la otra me daba cachetadas en la cara, acariciaba mis labios y metía sus dedos en mi boca, yo los chupaba, deseosa, me ordenó que no dejara de moverme como la putita obediente que era.
Sólo era una puta más en su auto, buscando desesperadamente complacerlo y rogando que la hicieran sentir insignificante, que me llenara los agujeros hasta dejarme satisfecha, era su sumisa esa noche, y se encargó de déjamelo en claro.
Cuando me tomó del cuello, dejándome sin aire, aún tenía mis brazos sujetos a la espalda. Era aún más orgásmico cuando me dejaba sin aire.
No podía más con tanto placer, miré sus ojos, y a su vez observé lo que estábamos haciendo. Su verga entrando y saliendo de mí, nuestros cuerpos unidos de ese modo, era interesante de ver, podía observar lo hinchado que estaba mi clítoris.
– Mon cher, quiero ser soy sólo tuya desde ahora, quiero que me dejes tus marcas y rasguños como recordatorio de mi entrega ante ti.
– Putita y complaciente, mi mon cheeri, creo que voy a llenarte con mi semen en reiteradas ocasiones desde ahora, tenerte así para mi hace que pierda el control.
Me quitó el aire con sus besos, yo no dejaba de moverme sobre él, dejó mis brazos libres para que me sujetara de sus hombros, mis senos y su pecho estrechaban la distancia entre los dos.
Sentí cómo le palpitaba la verga cuando acabó dentro mío.
¡Que exquisito sentir como me llenaba y rebalsaba con su semen! Me apretó fuerte contra sí cuando el orgasmo nos invadió, y me dejé caer en sus brazos, agotada y complacida.
Al culminar, nos miramos un segundo, me besó dulcemente, apretándome contra su cuerpo.
Suele ser incómodo el tener encuentros casuales con extraños, pero con mon cher resultaba ser todo muy cómodo y natural. Para darle fin a nuestro primer encuentro exitoso, me invitó un helado y me llevó de nuevo a mi departamento. Al llegar, me abrió la puerta del copiloto para bajar, y me besó con ternura.
– Espero volver a verte pronto, pequeña sumisa- dijo mirándome a los ojos, me tomó por sorpresa. Le respondí.
-Volverás a verme pronto, te invitaré a mis aposentos a saciar nuestras más perversas fantasías. Fue un encanto conocerte, al fin.
Era lindo verlo entusiasmado por la próxima vez, nos deseamos las buenas noches, y nos despedimos con un beso y una nalgada de su parte.
Oh, mon cheeri, ansío próximamente a que restaures la felicidad de mis entrañas con tu perversión.
Dulces y húmedos sueños…