Su gruesa verga aún palpitaba en el interior de mi boca, su esperma era tanto que sentía cómo salía un poco dentro el ínfimo espacio que había entre mis labios y su pene. Lo saqué con mucho cuidado de que no tocara mis dientes, recién había hecho eyacular al hombre de mi vida, no quería arruinarlo con un error tan tonto. Caleb estiró el brazo y tomó un pañuelo de una cajita que tenía sobre el escritorio, me lo dio y, al verme limpiando algunos restos de esperma de mis labios, me acarició el cabello con ternura.
La mirada de Caleb era de puro placer, tenía los párpados un poco caídos, la respiración muy agitada y su pene no dejaba de tener violentos espasmos. Me pregunté si, quizá, me había enamorado de un hombre bien dotado, pero sin habilidades para el sexo. Me sentí iluminada durante unos segundos, pensando que podría enseñarle a gozarme y a disfrutar del sexo como debía hacerlo un ser humano, me sentí superior a su esposa también. Y toda esa idea se vino abajo al momento.
– Perdona que fuera tan rápido. Llevo siete meses sin eyacular.
SIETE MESES… No dije nada, me seguí limpiando el esperma de la boca, pero mi expresión lo dijo todo. Era demasiado, más de medio año sin liberar tensión sexual. ¿Qué carajos le pasaba?
– Desde el tercer mes de embarazo de Jacqueline no me deja hacerle nada… y me niego a masturbarme, ¿por qué tengo que hacerlo teniendo una mujer? Es patético.
Pude ver cómo su mirada cambiaba y parecía ligeramente molesto. Estaba pensando en ella.
– No hablemos de ella, profe, déjeme ayudarlo a recuperar esos meses.
Caleb volteó a verme y acarició mi mejilla con cariño. Su palpitante pene seguía duro, aún quedaba trabajo por hacer.
– No me hables de usted, Aranza, creo que ya pasamos ese límite.
Dijo antes de ponerse de pie y quitarse la camisa delante de mi al mismo tiempo que se sacaba los zapatos con los pies. Treinta y tres años y su cuerpo era mejor que el de mis compañeros. Su abdomen marcado, bien definido y formado de manera proporcional a su pecho, sus pezones marrones eran pequeños, sus areolas grandes. Sus brazos musculosos y venudos, sus hombros anchos y esas piernas tan marcadas. No era tanto el volumen de su cuerpo, sino lo hermosamente formado que estaba. Era simplemente embriagante ver esa figura, sin mencionar que, de por sí, ya lo veía con ojos de amor.
Miré arrodillada cómo se desvestía hasta el punto de que lo único cubierto de su cuerpo eran los pies por sus pantalones caídos, en cuanto los tiró a un lado, estuve ante lo que llevaba deseando desde hace tiempo. Me ofreció las manos para levantarme, tiré el pañuelo al bote de basura y se las di. Me ayudó a ponerme de pie y, paso seguido, me preguntó.
– ¿Segura que quieres hacer esto? No te sientas obligada nada, niña.
Me acerqué a él, le puse una mano en el pecho, la desliza por todo su abdomen, bajé por su pubis hasta llegar a su verga.
– Llevo queriendo esto desde hace meses, Caleb.
– Déjame ayudarte, entonces.
Tomó mi blusa de la parte baja y tiró hacia arriba mientras yo levantaba los brazos, mi pecho cubierto por el bracier blanco que llevaba ese día. Me rodeó con los brazos sin dejar de mirarme a los ojos y lo desabrochó con facilidad, dejando mis pequeños pechos expuestos. Me sentía avergonzada. Había visto a su esposa un par de veces por la uni. Una mujer muy dotada de pecho. Me sentí inferior a ella, una de las peores sensaciones que he tenido en mi vida. Eran ganas de darme la vuelta, de llorar y algo raro en la boca del estómago.
– Están preciosas.
Me dijo antes de encorvarse un poco y empezar besar y mamar mi pezón derecho. Su mano derecha jugaba con mi teta izquierda mientras su derecha desabotonaba mi pantalón, todo al mismo tiempo que su lengua y sus labios le daban amor a mi seno.
Comenzó a tirar de mis pantalones hacia abajo y desvió su mirada hacia mis ojos, hacia mi sonrisa de placer y emoción. Yo misma comencé a bajar mis pantalones y las bragas al mismo tiempo, quitando también mis converse en el proceso, dejando mi cuerpo completamente desnudo con excepción de mis calcetines cortos. Sentí un poco de vergüenza. Luis (mi novio) y yo teníamos planeado hacer algo dos días después, por lo que pensaba ir a depilarme el pubis y ano al día siguiente, tres semanas de vello púbico cubrían mi, de otra forma, suave y placentera piel.
Sus manos se movieron hasta mis caderas, me tomó con fuerza hasta el punto en que me dolió un poco y me subió a su escritorio, dejando mis nalgas sentadas en el borde y mis piernas colgando. Se acercó a su cajón, lo abrió y sacó una caja de condones XXL dorada.
– Equis Equis Ele…
Dije en voz alta y me volteó a ver mientras sacaba un condón de su empaque.
– Es más por lo ancho que por lo largo, no te preocupes.
¡Si era lo ancho lo que me preocupaba! Comencé a respirar agitadamente ante el pensamiento de ser penetrada por un monstruo como aquel. Si mi boca me había dolido, no quería ni pensar mi vagina…
Frente a mí, deslizó su pene dentro del condón y, tomándome del hombro, acercó su verga hasta mi temeroso agujero.
– ¿Eres virgen, Aranza?
– No, profe.
– Perfecto.
Se acercó a mí y me dio el primer beso de amantes que tendríamos. Lo recuerdo perfectamente. Su mano en mi hombro, una de mis manos en el escritorio, apoyada sobre una laptop y la otra en sus costillas izquierdas. No hubo lengua, simple movimiento de labios y las suaves caricias que me daba en el hombro y cuello con su mano. Cuando nos separamos, yo fui la que inicio un beso más, lo rodeé con mis brazos y él simplemente me puso las manos en las piernas y dejó que me explayara durante, probablemente, más de dos minutos. Cuando acabé, esperaba ser penetrada por el pene más grande y doloroso de mi vida, pero en cambio, Caleb comenzó a besar mi cuello, bajó por mis pechos, mi abdomen y fue entonces que llegó a mi pubis.
– Perdóneme por no depilarme.
– Ya te dije que no me hables de usted.
Después de decir eso, comenzó a lamer y besar mis vellos púbicos, no importándole nada, hasta que llegó a mi vagina. Se agachó un poco más, lo suficiente como para poder poner mis piernas encima de sus hombros y se enderezó. Mi vagina quedaba expuesta totalmente.
– Está perfecta, Aranza, rosadita…
– ¿Te gusta?
– Me gusta, me gusta mucho.
Sin decir más, hundió su cara en ella. Su lengua, comparada con la de mis otras parejas sexuales (hombres jóvenes), era gentil, más grande, pero menos agresiva que la de todos los chicos con los que había tenido sexo. Su lengua se movía lentamente y dejaba salir de tanto en tanto saliva para lubricarme bien. Era la mejor mamada que me habían dado en mi vida, la manera en la que raspaba gentilmente mis paredes vaginales… Sin embargo, lo mejor estaba por venir. Pasó una mano por debajo de mi pierna e introdujo el dedo medio a la vez que, con la boca, retiraba el capuchón de mi clítoris y lo mamaba. Su dedo, al igual que su lengua, era gentil y lento, llevándome poco a poco al orgasmo. Pasó el tiempo lentamente, cada segundo me acercaba más y más al squirt que tanto deseaba expulsar, pero fue entonces que conocí un poco de Caleb que nunca había imaginado. Hasta ese punto, mi fantasía era realidad, la gentileza, el cariño, todo.
– No grites, Aranza.
Después de decir eso, su dedo comenzó a moverse de manera violenta, rápida y retorcida en mis interiores. Yo me agarré con fuerza al borde del escritorio con las dos manos y mordí el interior de mi boca en un intento por no gritar. Su expresión era muy maliciosa y a la vez excitante. Le gustaba verme preocupada, esforzándome por no dejar escapar ninguna muestra de placer.
– Aguanta, hermosa, ya te siento salir.
Cuando dijo eso, no pude evitarlo. Me mordí con la fuerza que me saqué sangre de la boca. Llevaba quizá veinte segundos sin respirar, mordiéndome y aguantándome las ganas de gritar. El squirt más grande que haya soltado en mi vida bañó la cara de Caleb, mismo que abrió la boca para recibir un poco de ello en la boca.
No era mi primer squirt, pero sí el primero ocasionado por otra persona que no fuera yo.
Caleb se puso de pie, me tomó de las sienes y me dio un beso en el que metió un poco de mi propia corrida al interior de mi boca. Lo tragué sin pensarlo y abrí la boca para demostrarle que podía hacerlo sin dificultad.
Caleb se agachó un momento, recogió su bóxer, lo enrolló bien y me lo entregó.
– Está preciosa – Me dijo mientras acariciaba mis labios vaginales -, pero también chiquita. Muerde esto antes de que lo meta.
Me puso su bóxer en la boca y se acercó a mí con intensión de penetrarme.
Sentí su glande acariciando mis labios, amenazante y duro como él solo. Caleb me miraba con expresión dominante. Nada que ver con mi profesor cariñoso. Me tomó de las caderas, me dejó rodear su cuello y me volteó a ver a los ojos mientras su pene entraba en mi vagina.
Era dolor puro. Cero placer. Un pene con un contorno de casi 17 centímetros estaba entrando en mi vagina. No iba a entrar todo, obviamente, pero no esperaba que desde el glande la cosa fuera tan difícil. Entró, pero en cuanto lo hizo un clic sonó dentro de mi vagina, nada parecido me había pasado antes. Después de ello, las caderas de Caleb se movieron lenta, pero constantemente a mi interior, hasta el punto que más de la mitad de su pene estaba dentro.