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Cómo me casé con uno de mis profesores (Parte 1)
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Me llamo Aranza, tengo 28 y soy mexicana. Me dedico profesionalmente al acondicionamiento físico desde que tengo 20 años, pero empecé en este mundillo desde los 15. Mido 1.67, soy de piel blanca y cabello castaño, bra 34b, 62 de cintura y 91 de caderas. Me considero una mujer atractiva, desde antes de cumplir la mayoría de edad ya atraía miradas de muchos hombres y algunas mujeres. Sí, mi pecho es pequeño, quizá demasiado, pero dejó de acomplejarme hace bastante tiempo. Mis caderas y mi cintura me hacen ver más mujer que otras mujeres más voluptuosas, a veces esa clase de cuerpos se ven hasta vulgares si me lo preguntan. Me considero guapa de cara, lo único que me disgusta es mi nariz, el puente es delgado, pero la punta de mi nariz es un poco ancha y, aunque me han dicho que me queda bien, la verdad es que es la parte de mi cuerpo que menos me gusta.

Probablemente tenía un poco más de cintura en el tiempo que transcurre lo que estoy por contarles, también creo que era menos caderona. Lo cierto es que mi cuerpo no ha cambiado mucho desde entonces, definitivamente mi pecho sigue siendo el mismo.

Pues bien, estaba en mi segundo año de universidad, tempranos veintes y la vida me iba de maravilla. Amaba mi carrera, a mi novio y mis amistades eran muy sanas. Nunca fui popular más allá de mi cuerpo, parecía ser lo único que le interesaba a externos a mis grupos sociales, pero lo cierto es que me gustaba bastante que fuera así, esa gente no me iba a procurar ningún bien.

Pues bueno, ya estando en cuarto semestre, me tocó armar mi horario y oh, maldita sea, las horas se me acomodaban de tal forma que me tocaba clases con la profesora más perra de la uni (con la que ya había tenido problemas en el semestre anterior) o me quedaba hasta las cuatro de la tarde a tomar clase con un profesor diferente. Dejar en claro que me quedaría casi cuatro horas en la uni esperando sólo esa clase. Me decidí a tomar la clase de las cuatro, las cuatro horitas que me sobraban las podía dedicar a tareas en la biblioteca y, para ser sincera, me hacía falta, nunca se me facilitaba hacerlas en casa. Además, muchos compañeros de semestres superiores hablaban maravillas del Profesor Caleb. En especial aquellos que pertenecían a su grupo "privado". Trabajaban en investigaciones de bajo perfil junto a él y les recomendaba literatura artística y científica a todos ellos. Este grupo privado era, además, un símbolo de prestigio. Si te invitaba a unirte, es que algo estabas haciendo bien.

Pues eso, recuerdo que las clases con él fluían muy bien y las dos horas se iban volando. A veces obligaba a alguien a participar tirando el plumón y haciéndonos pasar al frente o simplemente dialogábamos en clase de las lecturas que dejaba hasta tal punto que entrabas entendiendo un cuarto de lo que leíste y salías sabiendo el doble de todo lo que venía en ella. Además, era muy atento con todos, incluso los menos capaces de la clase, esos que participan con preguntas obvias. Tiraba tal respuesta que hasta llegabas a envidiarlos porque sus preguntas evidentes terminaban dando lugar a medio hora de explicación y diálogo constante. Esta se convirtió en mi clase favorita e hice de todo para que Caleb se fijase en mí, fantaseaba regularmente con cómo sería trabajar con él y sus alumnos, a veces sólo fantaseaba con nosotros dos hablando de basurilla intelectual. Estaba muy jovencita, no me juzguen.

Así fue como llegamos a medio semestre y las cosas se pusieron un poco mejor para mí. Día con día me acercaba más a él y después de exámenes, tras darnos calificación, me pidió que me quedara después de clases. Hablamos cerca de una hora entera y terminó invitándome a unirme a su grupo de investigación.

Fue en las sesiones estas que terminé enamorándome de él. Al principio simplemente eran ideas, después fantasías y después llegué al punto de pensar en él mientras me masturbaba. Me sentía mal después de hacerlo, él tenía treinta y tres años y recién se había convertido en padre de un bebé hermoso. Suponiendo que pudiéramos llegar a tener algo, destruiría su familia. Nunca pensé en escalar las cosas, me resigné a la masturbación e intenté dejar mis fantasías un poco de lado. No funcionó. Su piel morena, su cuerpo fornido y musculoso… su sonrisa y sus ademanes, todo estaba tatuado en mi mente, no me lo podía sacar de la cabeza.

Fue en finales cuando fui a su oficina a hablarle sobre uno de los talleres a los que me quedaba en esas cuatro horas libres y me di cuenta de algo raro. Las persianas de su ventana estaban cerradas y las de la puerta también. Supuse que se habría ido temprano o algo, me di media vuelta y estaba por salir del pasillo de las oficinas cuando lo vi saliendo del baño, sus ojos rojos y toda la cara congestionada. Había visto a profesores llorando antes, pero nunca sentí el impulso de acercarme o nada, pero ahí estaba, corriendo para ver qué pasaba con Caleb.

Le pregunté qué pasaba. Se limitó a darme una palmada en el hombro y me dijo que avisara que no iba a dar clases ese día. No me volteó a ver y su tono de voz era muy diferente al de siempre. Me asustó un poco, tan frío, casi enojado, nada que ver con el profe risueño que nos permitía bromear en clase y tiraba plumones a diestra y siniestra.

Se metió en su oficina y me dejó sola en el pasillo.

Hice lo que dijo, avisé a todo el grupo y estaba lista para llamar a mi madre para que me buscara, pero entonces me acordé de su cara. Sus ojos rojos, el hartazgo y cansancio. Ya había visto y sabido de veces en las que calmaba a estudiantes en crisis o les daba horas enteras después de clases cuando se acercaban con problemas. Me dirigí una vez más a su oficina y toqué la puerta con mucho miedo.

Estaba temblorosa y preocupada. Si me corría de malas o si se descontentaba conmigo… Pero tardó poco en abrir la puerta.

– ¿Está bien, profe?

Le pregunté y entonces cerró los ojos y me sonrió soltando aire por la nariz.

– Sí, sí, no te preocupes, Aranza, vete a casa temprano, aprovecha que te puedes ir a estas horas.

– ¿Está seguro?

– Sí, seguro, bonito fin de semana.

Si dejaba pasar esta oportunidad no sería más que otra alumna, tenía que estar con él en el único momento en el que parecía vulnerable.

– ¿Puedo pasar? – Pregunté y me hice un poco para enfrente.

– Estoy ocupado, ahora, ¿es urgente o podemos hablar el lunes?

– Es muy urgente, profe, perdón por molestar tanto.

Me abrió la puerta sin decir nada y pasé rápidamente. Estaba oscuro en comparación a todas las veces anteriores. Prendió las luces en cuanto me senté en la silla y se sentó detrás de su escritorio.

– ¿Qué necesitas, Aranza?

Me quedé muda, no había pensado bien qué hacer ya estando dentro.

– Nos dijo que si nos llegábamos a sentir muy mal podíamos hablar las cosas con alguien, dejar salir todo para pensar mejor después.

– ¿Qué es lo que quieres hablar?

– Lo digo por usted.

Me desvió la mirada y suspiró antes de voltear a verme.

– Eres alumna mía, Aranza, no creo que esto sea adecuado, ¿sabes?

– No le diré nada a nadie, profe, lo juro.

– Yo sé que no le dirías nada nadie, confío mucho en ti, pero sigue sin estar bien.

– De verdad, perdón por insistir tanto, pero usted nos dijo…

– Ya sé lo que dije, Aranza, no me empieces a sermonear con mis propias palabras. No puedes obligar a hablar a alguien que te está diciendo que no quiere hablar contigo, ahora, en serio, vete a casa y métete esta idea en la cabeza.

La manera en que me lo dijo, cómo golpeó el escritorio con el dedo varias veces. Mis ojos se pusieron llorosos y la mandíbula me temblaba. Pude ver cómo, de un momento a otro, su expresión cambió y se puso de pie en cuanto comencé a levantarme.

– Aranza… perdón, de verdad. No, no sé qué decirte, niña.

– ¿Quiere que me vaya?

– No, no es eso.

Se volvió a sentar y se quedó viendo una pluma un buen rato.

– No estoy enojado contigo. Es que estoy muy inquieto – otra vez, los ojos se le pusieron llorosos -, me voy a divorciar y acabo de tener a mi niño.

¡VICTORIA! La palabra divorcio me hizo dejar de lado el sentimiento de "la cagué" y pasé de un instante a otro a la felicidad pura. Pensaba que no tenía posibilidad alguna, me había equivocado. No demostré esto, claro, pero muy en el fondo me sentí la mujer más afortunada del planeta.

Me contó su miedo de perder a Samuel (su hijo) y cómo es que estaba feliz de ser padre pero se arrepentía de haber tenido un niño con su mierda de esposa. Ya traían problemas desde un año atrás y pensaba que el bebé iba a ayudarlos aunque sea un poco.

Me dediqué a escuchar y, eventualmente, yo misma empecé a llorar también. Quizá pasaron unos quince minutos en ello, pero parecieron horas.

Cuando terminó de contarme y lo vi más calmado, le pregunté si podía abrazarlo. Dudó un poco, pero después me llamó con el brazo. Seguía sentado, me agaché un poco y rodeé su cuello con mis brazos, él me pasó su brazo derecho por debajo de la axila y me tomó de la espalda, su mentón en mi hombro. Lo escuché sollozar un poco y entonces acaricié su cabeza con una de mis manos, momentos antes de alejarme un poco, agacharme más y robarle un beso. Fue uno corto, pero lo disfruté bastante, sus labios carnosos, su barba mañanera rasposa… Me miró confundido, sus ojos bien abiertos y casi asustado, diría yo.

– Déjeme ayudarlo – Le dije y me arrodillé frente a él y puse mis manos en su entrepierna.

No me dijo nada, me tomó del brazo y me obligó a levantarme.

– Ponle seguro – Me dijo.

Rápidamente, me acerqué a la puerta y puse llave.

Al voltearme, pude ver como Caleb se desabrochaba el cinturón y bajaba los pantalones, dejando ver un gran bulto debajo de boxers negros.

Se sentó de vuelta en su silla y supe lo que se venía, sentado, comenzó a bajar sus boxers, revelando un pene que me dejó sin habla. Bien rasurado del pubis, un poco de vello púbico en los testículos tan grandes que parecían cerezas de las moradas y un miembro casi negro con una marca de nacimiento del lado derecho. Era grande, muy grande. Estaba semierecto y parecían ser unos diecisiete centímetros de verga. Lo que más me preocupo fue lo ancho, era monstruoso en ese aspecto. Su glande y su tronco eran, con diferencia, los más anchos que hubiese visto en mi vida en cuanto a grosor hablamos. Ni siquiera en las porno salían penes así.

– Solo mámalo.

Me acerqué, lo tomé con mi mano izquierda y me quedé impresionada con el peso de su verga. Palpitante y cada vez más duro, lo metí a mi boca. Me costó, sentí la piel de mis labios estirándose mucho y me dolió un poco, pero conseguí meterlo y mi lengua comenzó a trabajar ese glande mientras mi mano jugaba con sus peludos testículos. Cuanto más duro se ponía, más me costaba moverme, hasta el punto en que mover la cabeza de atrás a adelante era difícil, pero me estaba luciendo. Succionaba y lamía a partes iguales. A pesar del tamaño tan exagerado, su resistencia no era la que pensaba. Apenas había mamado durante unos cinco minutos cuando pude sentir una eyaculación demasiado grande siendo bombeaba a mi boca. Su esperma era fuerte, me raspó la garganta y dejó un fuerte olor en mi boca.

Poco sabía yo el tipo de cogida que me esperaba.

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