Había caído la tarde de manera plomiza, una gruesa y rara capa de lluvia levantó todos los hábitos de vida aquel miércoles de mediodía. Las gentes iban y venían en el centro de Madrid envueltos de caos y prisas, era un ridículo espectáculo que Marina y yo mirábamos aburridamente desde la cafetería. Guardábamos silencio, yo tomaba un café doble con leche, era un café fuerte, café de máquina expreso, parecido al café Turco y en la forma que sólo lo preparan en España: Entre prisas, voces, sonidos de platos y cucharas desafinados, y vasos sucios con restos de manchas de carmín. Marina tomaba una copa de licor de Amaretto, de almendras amargas, observaba despistadamente la botella como quien quiere encontrar de nuevo el secreto de los frailes que destilaron su pequeño elixir, y yo a su lado abría y cerraba hojas del diario, intentaba encontrar una razón para que aquel día fuera un día normal y corriente.
Había llegado el día, tenía todo el aire de los domingos por la tarde, de las fiestas, tenía ese toque especial de las celebraciones, y parte del secreto y el éxito estaba en mí, debía de disimular y aparentar cierta calma, cierto aburrimiento como parte del secreto.
Vestía impecable, aunque lo hiciera a toda prisa y salida de la cama expulsada por un muelle, la misma camisa que le caía y el café que daba entre sorbos de precipitación la convertían en una mujer única, especial, maldiciendo entre mocasines a la carrera y los restos de su bolso como un naufragio esparcidos sobre la mesa.
Esa tarde de lluvia en la cafetería llevaba curiosamente la misma falda corta de nuestra primera cita, una falda de algodón color crema, quizás fuera un mensaje, quizás también un buen presagio o quizás también solo pura casualidad porque con Marina nunca se sabía nada a ciencia cierta. Había pasado un año, !un año! tan deprisa, como pasa un tren de carga, con la velocidad del diablo, con el mismo viento también acariciando mi cara, un año de aquella primera cita en la que quizás nunca hubiéramos llegado a nada mientras bostezábamos un aburrido recital de poesías de la Cámara de Comercio.
Nunca había entendido demasiado bien la necesidad que encontraban las personas de creer que sus lamentos, penas y desgracias resultaban atractivos a los oídos ajenos, aquel rapsoda leía versos de zumo de alma seca, de cuento de hadas disecadas, y no encuentro una explicación más lógica y acertada que el mismo olor de Marina, de aquella sensación que llenaba mi alma y me sacaba una erección, por la que mi mano se había acomodado en su asiento y junto a su cadera sin que hiciera el mínimo esfuerzo por librarse de ella.
Era mi mano, una mano lasciva, casual, que aun podía huir si se incomodaba demasiado, mitad mano, mitad roce con su cadera, mitad deseo de rozar su pierna. Miré de soslayo su gesto y seguía siendo el mismo, solo que ya sabía de la existencia de mi mano entre sus bostezos y su cadera, entre la melodía de fondo de aquel poeta triste que cantaba odas a los sentimientos patéticos y encerrados, como un chiste, como un cinismo, aquel hombre mal afeitado de camisa ridícula miraba ridículamente al techo preguntando idioteces y reproches a la amada mientras simulé dejar caer fortuitamente mi abrigo sobre sus piernas.
Una mano ladrona, mi mano, trepaba bajo el abrigo por su pierna, si hubiera sido la mano izquierda habría sido mucho más fácil, pero estaba sentada a mi derecha y solo podía hacerlo con la mano derecha, resultaba un poco más incómodo pero peor era nada. Su pierna era suave, de piel de terciopelo, caliente.
Lo verdaderamente importante era su reacción, era nuestra primera cita, no éramos nada, apenas amigos que se habían cruzado en los pasillos de un trabajo enorme y descomunal, de unas oficinas tan pesadas y largas como los grandes barcos mercantes. Aquella zorrita mejor que caminar levitaba por los pasillos entre archivos y ojos lascivos de funcionarios que se pajeaban a costa de sus bragas en la hora del desayuno, la estuve observando un tiempo y casi tenía la certeza de que le encantaba provocarlos, empezaba a caerme simpática.
Marina miraba aquel poeta del desayuno del alma atormentada con el mismo y frio gesto, como si sus piernas fueran de acero y mi mano de madera, con la misma expresión que podían aportarle aquellos versos. Mi mano por fin cayó entre sus piernas y un gesto de su brazo brusco me sobresaltó, esperaba lo peor, su brazo venía hacia mí a cámara lenta, tenía la certeza de que con un gesto brusco apartaría mi mano dejándome en el peor de los ridículos, pero no, falsa alarma, solo se llevó la mano a la boca para disimular un bostezo.
Tenía todo el tiempo del mundo, llevaba quince minutos con mi mano tomando la posición de su colina y aun aquel poeta necesitaba media hora más para convencer a su auditorio cada vez más escaso de que no se marchara. Francamente me lo había puesto difícil, intentaba empujar la mano entre sus piernas pero las mantenía firmes y cerradas, temía que si hacía demasiada presión se incomodara y abandonara el juego, así que opté por seguir acariciando sus piernas por la misma línea de unión. Pudieron pasar así no sé… cinco, diez minutos, quince tal vez, de repente ocurrió el milagro, sus piernas se abrieron un poco, solo un poco, el hueco justo para admitir media mano antes de que quedará prisionera e incapaz de hacer nada.
Ambos mirábamos con gesto interesado aquel pobre hombre, solo una gota de sudor me delataba, pero aquel poeta no parecía darse cuenta de nada, solo hablaba y hablaba y su mirada era agradecida por nuestra actitud devota. Marina abrió más las piernas y entonces supe que el camino del cielo estaba abierto, caminando con las yemas de los dedos, casi de forma incómoda estuve acariciando sus muslos por la cara interior, débilmente, suavemente, apenas a unos centímetros de su coño. Decidí rozarlo, nuevamente como por despiste, casi acompañado de un débil estornudo, y me pareció increíble lo que noté, necesitaba repetir el roce para estar seguro, pero parecía que estaba tremendamente mojada. Cuando por fin puse dos dedos tras sus bragas supe que era cierto, estaba tremendamente empapada, sus bragas parecían haber quedado bajo un grifo, incluso había alcanzado también a la pequeña silla. Entonces por primera y única vez se movió, acomodo mejor el abrigo sobre sus piernas y abrazándose a mi brazo colocó su cabeza en mi hombro, retiró mi mano derecha y bajo el abrigo tomó la izquierda acomodándola hasta su coño, bajando las bragas con un movimiento ligero quedaron dos dedos entrando en su vagina, abierta, mojada, mientras mi dedo pulgar rozaba su clítoris. Se agarraba a mi brazo, con fuerza, su gesto era disimulado, pero no podía evita cerrar los ojos, una señora gorda que estaba a su lado pareció no notar ni sentir nada, solo éramos dos enamorados conmovidos por la 'poesía'. Daba pequeñas contracciones, abría y cerraba las piernas, mis dedos estaban dentro, entraban y salían, entonces puso sus labios en mi oreja y susurró con voz cortada 'Más… más rápido'. Mis dedos entraban y salían, había subido el ritmo, ella me guiaba con su mano por fuera, la acompañaba… parecía decir 'así… así… así'… podía oír y sentir el sonido de la vagina haciendo hueco con los dedos, chapotear en el agua cuando al poco rato se vino, apretando fuerte mi brazo, dando un quejido en forma de soplo contenido por sus dientes.
Lo que más me gustaba de Marina era que su conejo siempre estaba dispuesto, caliente, ponía en realidad más intención de la que podía. Sus formas eran las de una adolescente pese a tener veinticinco años y aunque nunca fui el típico hombre dotado de un pene exagerado debía de poner extremo cuidado y excitarla muy muy bien antes de penetrarla porque era bastante cerrada y casi siempre le hacía un poco de daño. De la misma forma ocurrió con su culo, su ano aparecía siempre más dispuesto y abierto de lo que en realidad podía, todos los intentos por penetrarlo resultaron vanos entre sus fuertes sollozos, y ambos siempre terminábamos abrazados consolándonos por el fracaso, es cierto que ninguno teníamos la culpa de su especial y cerrada anatomía que ella suplía con otras ventajas.
Me costó convencerla, fueron meses de charla, de peleas, de tirar la toalla, aún recuerdo sus quejas y lamentos:
-Me tomas por una puta, una cosa muy distinta es que nos impliquemos en juegos de cama y otra muy distinta que me obligues a hacerlo con otros, no sé, en serio, creo que no me gustaría… siempre me gustó elegir a mi… es un juego peligroso, no me atrevo.
Si algo había en este mundo que me la ponía tiesa era imaginar, ver a aquella zorrita chupar, mamar una verga descomunal, sentirla como una perra en celo y abierta sacando semen de una polla enorme. Aquellas charlas quedaron en nada, pasaron los meses y creo que nos mantuvimos unidos porque nunca compartimos mi pequeño apartamento ni la rutina nos atacó como un cáncer nuestras vidas. Una mañana en el trabajo decidí pasarme por su negociado, debía cruzar unos cien metros de pasillos, y al abrir la puerta de su oficina de manera estúpida sentí celos. Había bajado dos botones de su camisa blanca y transparente, sus pezones estaban excesivamente tiesos y su cara asomaba las manchitas rojas de cuando estaba cachonda y pidiendo a gritos una polla, y frente a ella los ojos exoftálmicos, salidos de su cuenca del compañero, el aparejador, entre planos apenas si podía disimular su erección.
No dije nada y salí de aquella casa de putas dando un portazo, a la salida me pidió una explicación, recuerdo que solo dije 'Eres una putita, me cansas'.
Estuvimos cuatro semanas sin vernos, sin llamarnos, sin tener noticias, aproveché y pedí anticipadamente mis vacaciones, cuando regresé en el contestador había un mensaje suyo que me mandaba recuerdos, buenas vibraciones y todas sus chorradas a la par que me comunicaba como de pasada y por despiste que había comenzado a salir con otro compañero. Estuve un mes francamente jodido, no sabía aun si odiar o amar aquella zorrita pero echaba de menos su olor, su coño, sus maneras de hacerme pajas, lo estrecho de sus caderas, su boca de 'niña puta'. Casualmente al mes nos encontramos en el trabajo, comentamos eso de 'bien, como te va… muy bien, y a ti?, pues bien… pues me alegro, cuando quieras te llegas por casa, etc., etc.', le había dado la espalda cuando sentí que decía:
-Juan, perdona, te importa si esta tarde paso por casa?… es que Rauny, bueno, Ramón me ha pedido la tienda de campaña, se va de camping.
Aquel angelito tenía ya entidad propia, se llamaba Ramón, solo un gilipollas podía tener ese nombre y apodarse Rauny, Rauny se estaba follando mi conejito, Rauny se lo comía, ella pajeaba a Rauny… y mil malos rollos más… así que decidí evitar caer en el juego de mi imaginación y evitar el masoquismo que me estaba comiendo las vísceras, solo di mi aprobación y la cité a las seis en casa. Entré después en los aseos y solo salí a la media hora y cuando me aseguré que mis ojos ya no mostraban síntomas de haber llorado como un crio de escuela.
Llegó a las seis, tenía preparado las cosas que me pidió en la puerta, a dios gracias apareció sola, con la cabeza agachada. Fui a abrir la boca y me la tapó con un beso, después de forma loca y precipitada terminamos follando y a lo bestia en el suelo y sobre la tienda de campaña de Rauny. Volvimos a salir juntos, pero nunca le perdoné aquello, creo que como un cáncer me comía las vísceras, ya apenas si le podía cumplir un terno, un polvo de mala manera y nuestra vida en la cama se sintió muy resentida. Por fin, todo amor, toda femineidad como era ella, una tarde aceptó:
-Recuerdas el juego que me propusiste de hacerlo con otros, como sería?
-Bien, para ser la primera vez necesitaríamos ver nuestras reacciones, así que supongo que montaría una farsa, un teatro para ti… pero tan, tan sumamente bien hecho que no supieras nunca donde empezaba el teatro y donde la realidad, tan bien hecho que no supieras la diferencia. Lo haría de la siguiente forma, te amarraría a la cama desnuda, vendaría tus ojos, y pondría un sistema de altavoces por la casa, de forma que oyeras voces, que sintieras la puerta, que escucharas pasos acercarse a ti… dos… tres, cuatro hombres… tomaría camisas prestadas, las pasaría por tu nariz.
-Solo te pido que estés a mi lado, que pase lo que pase nunca te separes, que tomes mi mano. Está bien, acepto.
Y llegó el día, en esa cafetería simulaba estar esperando noticias, me levanté e hice una llamada por teléfono. Al poco tiempo llegó un hombre de aspecto marroquí y nos llevó en su coche al pequeño apartamento, la cara de Marina era la de la consternación y el desconcierto, la entrada de aquel hombre en escena no la acertaba a explicar, aunque desde el fondo de su terrible inteligencia perdonaba la torpeza de mis puestas en escena, debió pensar que era mi elemento perturbador, un simple taxista contratado, alguien para desconcertarla, así que de nuevo se sintió segura de si y de poderse burlar de mi juego.
Llegamos al portal, aquel tipo se despidió diciendo 'Ahora les veo… si?'… e interrogó a Marina con la mirada fija, repartida entre sus ojos y sus piernas, 'sí, claro' dijo Marina con aire sonriente, como quien falta añadir 'seas, quien sea te doy una propina por tu papel teatral'.
Bajamos del coche y subimos a casa, me abrazó sonriendo 'Eres increíble'. Aun yo no pronunciaba palabra, apenas entramos de forma fría comencé a desnudarle, llevándola de la mano la hice entrar en el dormitorio, caminaba como una gacela entre saltos que brinca solita al matadero. Quedó amarrada a los cuatro barrotes de la cama, desnuda, con su pequeño conejo abierto, sonriendo, con aire de putita lasciva 'Mmmm un adelantito?… andaa… si?' Aun yo no pronuncié palabra… vendé sus ojos y me aseguré que no viese nada, pase un dedo por su conejo y estaba de nuevo empapado, abierto. La dejé así unos diez minutos, cerré la puerta del dormitorio y desde la cocina la podía oír llamarme, quejarse, aburrirse, cuando llamaron a la puerta.
Dos hombres magrebíes, dos moros entraron, me dieron la aprobación con la vista a la chica y me pagaron el precio convenido, cuarenta euros por los dos les parecía un precio más que razonable. Les abrí la puerta del cuarto y cuando la vieron comenzaron a hablar en árabe entre ellos, a suspirar, rápidamente comenzaron a desnudarse, Marina levantando la cabeza protestó:
-Oye, te juro que parece real, que equipo de música es ese?… oye, y el olor, huele a moro, puags! qué asco, de donde lo has sacado?
Los bereberes entendieron el comentario y se rieron entre dientes 'A moro?… te vamos a dar hija de puta que vas a ver…?'.
-Oye, cielo… te había subestimado?… como te has anticipado en esa grabación y sabías que iba a decir 'moro'?
Yo seguía guardando silencio, le pedí lo mismo a aquellos tipos, ya desnudos uno comenzó a pasarle un enorme pene por la boca que ella se apresuró a besar mientras entre trozo de saliva y suspiro lascivo se admiraba 'Joerr que has hechooo mm esto si esta bienn rico'.
El problema vino cuando el otro no pudo más y se abalanzó sobre ella comiéndole el coño.
-Juan… Juan! Para!! Cabrón! quiero que pares esto ahora… aquí hay otro tío más… para, mierda!.
En ese momento le quité la venda de los ojos, la desaté, quiso salir corriendo con ojos desconcertados pero aquellos dos moros la tomaron de la cintura y mientras uno la penetraba entre sollozos el otro la obligaba a tragar su grueso y enorme miembro. Debió de hacerle mucho daño conociendo como conocía sus limitaciones, necesitaron darle dos bofetadas para que el pánico la dejara quieta y se diera perfecta cuenta que aquello no era ningún juego, que ya era demasiado tarde. Quedó en la moqueta del suelo llorando, gimiendo, pidiéndome con sus ojos que acudiera a ella, entonces me levanté y desplazando al moro hacia atrás la tomé de la mano, apretaba sus dedos, cerraba los ojos y mordía sus labios, aquellos dos hombres se turnaban, ya le había caído la primera eyaculación… ella solo pedía entre sollozos callados:
-Que terminen ya, por dios, no quiero correrme, así no… empieza a gustarme… así no, no.
En poco menos de quince minutos terminó por tener el mayor orgasmo de su vida, extraña mezcla de dolor y excitación. Hoy estamos juntos, es mi pareja, mi amor, aquella extraña espina ya no la siento y por fortuna para ambos está muy muy abierta por delante y por detrás, gozamos como ni se imaginan.