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Como conocí a mi remordimiento (III)
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Llegado este punto entenderás, querida amiga/o, un poco más mi situación. Tal vez hayas pasado por lo mismo, o lo estés viviendo en este momento, tal y como me sucede a mí, y lo cierto es que si tuviera que definir las semanas siguientes no podría decir que fueron buenas.

Enfrentarme cada día a su presencia me llenaba de sentimientos encontrados: Ansiedad, expectación, incertidumbre, excitación…

Me estaba creando una escena en mi cabeza que posiblemente fuese irreal, pero aquel día en la cafetería sentí algo que me había hecho feliz durante un instante. No era por él, por Marcos, te comenté anteriormente, sino por haberme sentido mujer, con mayúsculas, de nuevo. Aquel roce y su posterior excitación disimulada tras la carpeta me recordó que aún podía sentir el cosquilleo del deseo y, por supuesto, fue la emoción de imaginar si durante aquella erección aquel muchacho había llegado a fantasear conmigo.

Era verano y lo cierto es que el calor y la sensación de que muchos estaban ya disfrutando de sus vacaciones no acompañaba a la hora de encarar los compromisos laborales de cada día. De aquellos tres aprendices quedaron sólo dos al cabo de unos días. Una de las chicas decidió dejarlo y eso me planteó la duda sobre si Eva, que aguantaba y se le veía muy interesada en continuar, al verse sin su amiga, se acercaría a Marcos. A esos extremos llegaba mi ansiedad. Más tarde supe que Eva tenía pareja, otra chica, y me alegré. Me alegré por ella, que tenía pareja, me alegré por la suerte de su amiga a la que vi en un par de ocasiones mientras la esperaba a la salida, ya que Eva era una chica bastante mona, y claro está, me alegré por mí.

Yo seguía enviándole pequeñas señales intentando encontrar una reacción positiva. Miradas, sonrisas… me maquillaba y buscaba ponerme el conjunto que mejor me sentara, el que más escote ofrecía a la vista. Trataba de reconducir hacia lo personal conversaciones que manteníamos cuando nos encontrábamos solos. Era una locura, sí, pero dentro de mi cordura sabía que aquello había que llevarlo de una manera sutil, despacio, sopesando cada paso para no dar un traspiés y echarlo todo a perder, o peor aún, para no meter la pata y acabar descubriendo que todo era fruto de mi mente, de mis hormonas revolucionadas, de las rutinas de la vida.

Y en eso estaba cuando un día, con el café de media mañana, nos ofrecieron un cuadrito de chocolate negro junto al sobre de azúcar. Marcos lo guardó en su bolsillo. Yo esperé a que Eva saliese a fumar, cosa que seguía a rajatabla cada vez que parábamos a reponer fuerzas, y aún no se ni cómo, le comenté armándome de valor que el chocolate era considerado el sustituto del sexo. Me miró y le sonreí. Percibí una leve sonrisa y algo de sonrojo. Antes de que abriese la boca volví a la carga y le ofrecí el mío, por si necesitaba una dosis extra, que él era joven y necesitaría seguramente más chocolate para cubrir sus necesidades. Reímos. Le seguí mirando a los ojos. Me contestó algo así como que entonces iba a tener que acercarse a la barra a comprar chocolatinas.

Volvimos a reír y aquello lo interpreté como un "adelante". Se inició una conversación en la que salió a relucir que tenía novia pero que trabajaba a casi 1000 km de allí así que "se veían poco", dijo sonriendo y dejando entrever que follaba en contadas ocasiones. Reímos y le dije que yo estaba casada, obviamente habría visto mi anillo, pero que tenía la despensa llena de tabletas. Volvimos a reír y aunque lo deseaba, me pilló de improviso. Me dijo que no se podía creer que acostándome todos los días con mi pareja necesitase comprar tanto chocolate, porque le parecía que era una mujer atractiva. Nos quedamos en silencio… mirándonos. Pasaron unos segundos en los que no sabía cómo reaccionar. A través de las ventanas vi a Eva acercarse a la puerta y le dije que debíamos marcharnos ya.

El corazón se me salía del pecho. Se me había acelerado el pulso y ya ni pensaba en las dos visitas que quedaban.

Antes de entrar al coche, dije que tenía que volver un momento a la cafetería y aproveché para llamar a los clientes y excusarme porque no iba a poder pasar hoy. Al salir, les dije a los chicos que me habían llamado para cancelar la visita así que, siendo verano… podíamos hacer una excepción y acabar el día allí mismo, y que les acercaba a casa o les dejaba donde quisieran. Marcos me miraba y yo, nerviosa, solo trataba de encontrar la excusa para poder dejar a Eva primero y quedarme a solas con él. No hizo falta. Eva me pidió si la podía acercar a un centro comercial que estaba cerca porque iba a mirar unas cosas y luego ya le irían a recoger allí. Se me hizo la luz.

En lugar de dejarla en la puerta les comenté que iba a entrar en el parking subterráneo un momento porque tenía que pasar por un cajero a sacar dinero. Nos bajamos las dos. Le dije a Marcos que esperase en el coche, que no tardaba. Cuando vi a Eva alejarse, busqué el directorio tratando de encontrar un supermercado o una farmacia. Tenía intención de comprar preservativos… por si acaso, y mientras buscaba en la lista me asaltó el remordimiento, la sensación de culpa, de estar a punto de dar un salto al vacío sin vuelta atrás. Me asusté y decidí volver. Marcos seguía en el coche. Mientras me acercaba me asaltaba la duda sobre si había sido sólo una conversación picante de adultos, sin ninguna otra intención por su parte más allá de halagarme.

Entré en el coche, decidida a salir de allí, dejar a Marcos en algún sitio y volver a casa. Estaba a punto de abrocharme el cinturón cuando Marcos puso su mano en mi nuca, acercó mi cabeza hacia la suya y me besó, y yo no hice nada por impedirlo. Primero suavemente, hasta que mi lengua decidió explorar su boca y fue allí cuando el beso se hizo intenso, salvaje, y mientras agitábamos nuestras cabezas, tomó mi mano y la posó en su entrepierna. Estaba excitándose. Dejé escapar un leve gemido que se ahogó en su boca y aquello pareció espolearle aún más. Apretó mi mano para que sintiese como su erección iba creciendo bajo el pantalón. Recuerdo apretarle y suspirar. Me separé de sus labios y le ayudé a desabrochar el pantalón. Antes, miré alrededor. No había nadie. La oscuridad del parking jugaba a nuestro favor. Levantó un poco la cadera sobre el asiento y deslizó su pantalón y su ropa interior, dejando a la vista un pene erecto, no muy largo, pero sí grueso, maravilloso. Me giré un poco en mi asiento y lo agarré con mi mano.

Lo sentí caliente, carnoso, palpitante… y deseé sentirlo en mi boca, probar su sabor, porque era el sabor de un pene distinto. Desde que nos casamos no había vuelto a tener esa sensación de descubrimiento, esa excitación por lo nuevo, y por supuesto hacía mucho que las erecciones de mi marido, que me lleva ocho años, habían dejado de ser aquellas erecciones firmes de cuando nos conocimos. Era algo normal y siempre lo acepté así, pero allí me encontraba yo, agarrando su polla, sintiéndola bajo mis dedos, recorriendo su esplendorosa firmeza de veinteañero. Agaché la cabeza y lo introduje en mi boca.

Marcos me debió agarrar del pelo porque sin darme cuenta estaba acompañando mi cabeza, empujándola para que me lo tragase. Era especialmente grueso y me costaba mover la lengua dentro de la boca. Salivaba mucho y sentía como se empapaba un ligero vello púbico que seguramente se mantenía a base de algún tipo de depiladora. Dejé de chupar y le pedí que vigilase por si se acercaba alguien y que me avisase si se iba a correr. Marcos me pidió que no parase.

Aumenté el ritmo y sentí como acompañaba el movimiento empujando con su cadera. Yo quería gemir, pero con la boca llena apenas se escapaba un leve sonido entrecortado por el movimiento. En ocasiones sentía sus huevos contra mi barbilla y notaba como sus caderas se agitaban más rápidamente. Me estaba follando la boca. Me llenaba. Me preguntaba cómo sería sentirle dentro de mí.

Empecé a sentir en la boca el sabor de unos fluidos que ya empezaban a avisar de lo que estaba a punto de llegar. Marcos empezaba a respirar entrecortado y todo aquello me excitaba sobremanera. Comenzó a moverse más deprisa si cabe y me avisó de que no aguantaría mucho más. Levanté la cabeza y seguí masajeándole. Tenía la polla llena de saliva y mi mano se deslizaba como si se hubiese untado aceite. Acerqué mis labios a los suyos y le besé. Le susurré si quería correrse en mi boca y me dijo que llevaba tiempo sin masturbarse. Me calentó mucho esa confesión y me di cuenta de que no habíamos preparado nada. No tenía pañuelos de papel a mano así que me volví a acercar a su polla, le pedí que se corriese, la introduje levemente en mi boca y empecé a sentir como descargaba. La sentía bombear mientras se me llenaba la boca mezclada con mi propia saliva.

Tragué como pude mientras seguía derramándose y su cuerpo se agitaba. Durante el tiempo que estuvo corriéndose tragué varias veces y aun así, cuando sentí que ya había concluido, tuve que girarme, abrir la puerta y escupir lo que me quedaba dentro. Sentía en la boca el sabor y el olor de su semen. Hacía muchísimo tiempo que no sentía eso.

Marcos trató de disculparse al verme escupir, pensando que me había incomodado y me reí. Le respondí que no estaba acostumbrada a comer chocolate "con leche" pero que me había parecido muy rico. Volvimos a reír ambos.

Estaba a punto de echar mano al bolso para buscar pañuelos cuando sentí su mano situarse bajo mi falda, entre mis muslos. Le miré, aún con restos de semen bajo mi boca. Separé lo que pude las piernas y sentí como sus dedos trataban de introducirse en mis braguitas, apartándolas. Ahí si que no pude contenerme y suspiré tras lo cual dejé salir un pequeño gemido de placer, pero puse mi mano sobre la suya, deteniéndole, y le dije que no podíamos follar allí, que aparte de que podía aparecer alguien en cualquier momento, yo necesitaba estar más mojada. Ya no tenía su edad, y aunque en aquel momento me sentía muy caliente, tuve que decirle que si me penetraba así posiblemente no lo iba a sentir como algo placentero. Le dije que necesitaba algún tipo de lubricante íntimo, y en aquel momento y por un instante me volví a sentir la mujer que era, una que había pasado los cincuenta. Bajé la mirada y sentí como apartaba su mano de mi, pero solo para introducirse el dedo índice y corazón en la boca, chuparlos bien, y volver a acercarlos hasta mis muslos.

Aquello volvió a infundirme confianza y cuando sentí como los introducía poco a poco en mi sexo, me pegué al sillón y tuve que ponerme la mano en la boca para no gemir. Volví a abrir las piernas lo que el asiento del conductor me permitía y me deslicé un poco hacia abajo. Pensaba que así tendría más fácil el acceso a mí, y no me equivocaba puesto que sus dedos se hundieron un poco más. Tuve que volver a taparme la boca, pero empezaron a brotar pequeños gritos cuando sentí sus dedos moverse dentro de mi. Aunque al principio había sentido un poco la falta de lubricación natural, lo cierto es que cuando empezó a juguetear con ellos dentro de mi me fui sintiendo más mojada, más cómoda, y más segura de que aquellos dedos iban a hacer que me corriese.

Empezó a moverlos también de adelante hacia atrás, al principio muy despacio y poco a poco ganando velocidad e intensidad. Yo ya no ocultaba mi placer y jadeaba y gemía apenas tapándome con el antebrazo. Trataba de poner en práctica un ejercicio que hacía tiempo que ponía en práctica para buscar no perder fortaleza ni tensión en el interior de la vagina, pero me veía incapaz de contraer a voluntad ningún músculo. El cuerpo tan solo me pedía tratar de mover la cintura para facilitar las acometidas de sus dedos. Me agarré los pechos y los estrujé mientras sentía las sacudidas de su mano rozando el interior de mis muslos y chocando contra mis labios. Marcos de vez en cuando sacaba los dedos y se los metía en la boca, cosa que me excitaba muchísimo. En esos momentos yo soltaba mis pechos y me apartaba las braguitas para que pudiese volver a mi sin demora.

No se cuanto tiempo estuvo así hasta que retiró parcialmente los dedos y comenzó a masajear suavemente mi clítoris, que a esas alturas debía estar ya muy hinchado porque la sensación que me dio es la de que me partía en dos de placer. Mientras me masajeaba desde el interior con el dedo corazón, con el pulgar acariciaba con suavidad alrededor de los pliegues de mis labios. Sentía como se contraían y tensaban los músculos de mi vientre, como me bajaba un calor intenso. Me apretaba fuertemente los pechos, pellizcaba mis pezones, y nada de eso calmaba el deseo de que me arrancase la ropa y me penetrase hasta hacerme gritar sin tener que taparme la boca, sin ocultar el placer que me estaba dando.

No puedo explicarlo porque fue algo muy extraño. No me había sucedido antes y tampoco se ha vuelto a repetir, pero tuve la sensación de que unas décimas de segundo antes de tener el orgasmo mi mente desconectó de mi cuerpo, como si se alejase, o fuese ajena a la parte física de mi, y sucedió apenas antes de empezar a temblar mientras me corría como no recordaba haberlo hecho nunca.

Temblaron mis piernas mientras mis muslos se cerraban en torno a su mano. Se agitó mi cuerpo. Apreté mis pechos deseando arrancarme la ropa y posiblemente grité. Era gritona antes… y pensaba que ya lo había olvidado.

Fue maravilloso, y cuando se me pasó… se sentí tremendamente culpable.

Escribo hoy, a punto de cerrar el año, y mientras lo hago se me pone la piel de gallina al recordar aquel día.

Disfruten de la vida, todas y todos.

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