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Como conocí a mi remordimiento (I)
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Hay un instante en la vida de todos en el que debes tomar una decisión sabiendo que traerá consecuencias impredecibles.

La mía fue cruzar la línea que separaba la fantasía de la cotidiana realidad, y al dar ese paso añadí el remordimiento a esa mochila que cargamos y que se va llenando con el paso del tiempo.

Esto no es en sí ni un "relato", ni un "cuento". Ni siquiera entraría en la categoría de "historias". Es simplemente una confesión anónima en la que espero liberarme de esa carga.

Soy una mujer que ha superado hace poco esa barrera psicológica de los 50, trabajadora, discreta, alegre… y casada. Sí, casada desde hace mucho, y no me arrepiento. Tenemos una vida tranquila y serena. No me atrevería a llamarla rutinaria porque no sería justo, pero sí podría afirmar que vivimos del calor de unas brasas que hace tiempo que dejaron de arder pero que reconfortan cuando te acercas a ellas.

Aunque estoy segura del anonimato, no dejo de tener la sensación de que las personas más cercanas a mí podrían identificarme, así que permíteme omitir detalles y quédate con que me dedico al sector comercial. Un equipo de ventas a mi cargo y la responsabilidad de cumplir los objetivos del departamento, así que mantengo un equilibrio entre ser "compi" para mi equipo pero sin dejar de ser la "jefa" que debe tomar las decisiones, a veces difíciles.

Siempre fue así hasta el pasado verano.

Todo comenzó como una anécdota. Habíamos parado a desayunar durante una jornada de visitas a clientes. Ese día llevaba a 3 comerciales a los que estaba formando. Dos chicas y un chico jóvenes en busca de un primer contacto laboral. Ellas habían salido a fumar y nos habíamos quedado en la mesa apurando el café. Nos reíamos mientras le contaba anécdotas vividas cuando me interrumpió para ir al servicio.

Al poco terminé mi taza y fui a ponerme en pie y girarme para acercarme a la barra a pagar. No me había dado cuenta pero Marcos (de acuerdo, no es ese su nombre real) había llegado por mi espalda hasta la mesa, y en el movimiento de girarme restregué mi mano derecha por su entrepierna. Llevaba un pantalón fino de algodón así que con el dorso de la mano pude sentir por un breve instante el bulto que escondía bajo su cintura.

Debió ser un segundo apenas, pero nos quedamos mirándonos a muy poca distancia mientras trataba de excusarme quitándole importancia al asunto.

Al regresar de pagar, observé que había colocado su carpeta a modo de escudo y me sorprendí imaginando que tal vez tuviese una erección. No soy una mujer, digamos, exuberante, pero décadas atrás me consideraba una chica que estaba bien, y aunque parte de esos atributos aún los conservaba, echaba de menos aquel impulso y esa sed de poseerme que mi marido mostraba hacia mí al verme desnuda. En ese momento no fui consciente, pero algo en mí había hecho click.

El resto de las visitas del día estuve algo ausente porque no dejaba de pensar en aquella carpeta, en aquel roce fugaz, en la posibilidad de haber provocado esa reacción. Y me sentí bien imaginándolo.

En el coche incluso le busqué con la mirada a través del retrovisor y le encontré observándome. Me dio vergüenza. Le doblaba ampliamente la edad y, además, trabajaba bajo mi mando, pero mi mente no dejaba de darle vueltas a las infinitas e irreales situaciones a las que tal vez, o no, desearía dejarme arrastrar.

Al despedirnos aquel día me pareció que se sonrojaba, o tal vez esté involuntariamente redefiniendo ese recuerdo. De lo que sí estoy segura es de no haberle dicho nada.

Llegué a casa deseando que mi marido aún no hubiese regresado porque necesitaba un tiempo a solas para asimilar lo que estaba sintiendo.

Me desvestí frente al espejo del baño en lugar de hacerlo como de costumbre en la habitación. Quería ponerme en el lado de otra persona que estuviese viendo como me quitaba la ropa. No era la misma que cuando tenía 30 años, pero qué coño, ninguna lo somos. Me convencí de que no estaba tan mal al fin y al cabo.

Mis pechos, que en algún momento desee que fuesen más grandes, se mantenían relativamente firmes gracias a no tener que soportar un gran peso que hiciese que se cumpliese la ley de la gravedad. Un poco de barriguita se podría pensar que desluciría un poco el aspecto general, pero una debe aceptarse tal y como es, y gustarse, y yo me sentía bien con mis curvas imperfectas.

Bajé la mirada mientras deslizaba suavemente mi mano por mi vientre. Siempre he sido un poco maniática con el vello del pubis así que desde hace mucho, ingles brasileñas o depilado. Mi marido apreciaba mucho ese aspecto íntimo, aunque bien es cierto que ya tampoco se sorprendía al verme llegar del salón de estética.

Me miré de una manera diferente al resto de días. Me estaba viendo a través de los ojos de otra persona y me gusté. Me imaginé que era Marcos quien me estaba observando allí, de pie en el baño, desnuda, y de inmediato sentí ese cosquilleo por dentro. Deseé que estuviese allí. Realmente no pensaba en él en concreto porque tampoco es que Marcos fuese un chico al que te pararías a mirar 2 veces. Marcos era la proyección de un deseo que había surgido de repente, un deseo que sentía curiosidad por explorar.

Me senté al borde de la bañera, separé las piernas y mientras mis dedos separaban suavemente mis labios, acariciando la vulva, cerré los ojos y dejé que mis dedos jugasen a recorrerme hasta que me sentí lo suficientemente mojada como para dejar que se fuesen introduciendo en mi.

Tras un rato que se me hizo corto, temblaron mis piernas, se agitó mi bajo vientre y me corrí en la que sería la primera de las muchas veces que me he corrido desde entonces, y te voy adelantando que la gran mayoría de esos orgasmos los he tenido con él, con Marcos, disfrutando y a la vez sintiendo ese remordimiento que me acompaña desde aquel entonces.

Tal vez este ataque de sinceridad acabe aquí, o tal vez me decida a seguir contando todo lo que sucedió a partir de ese día. Estoy confundida y soy primeriza en este tipo de situaciones, pero también sé que necesito compartir esto con alguien que no me juzgue, porque fue así como conocí a mi remordimiento.

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