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Cogiéndome al macho de mi madre, Un potro rubio
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Aquellas primeras experiencias eróticas y después sexuales con mi madre, las que habíamos vivido en Cabo Frio, Brasil, fueron alimentándose con el tiempo con sus relatos, mientras disfrutábamos de aquel sexo ardiente y a veces violento bajo aquellas sábanas, las que fueron testigos de nuestros largos orgasmos junto y frente a los espejos que reflejaban el provocado incesto. Mi madre me relataba —mientras me iba provocando, masturbándome y dejando que sus pezones se excitaran sobre mi pecho— con sus variados relatos de aventuras, de los encuentros con sus amantes, —que por cierto no fueron pocos—; uno de ellos fue Mingo, un pendejo de treinta años mientras ella disfrutaba de sus eróticos cuarenta y pocos.

Ella y yo habíamos comenzado aquel incesto después que la había descubierto justamente una tarde muy temprano al volver de la facultad; al entrar en casa el silencio era demasiado sospechoso y escuchando apenas murmullos desde mi dormitorio, me fui acercando silenciando mis pasos. Si bien después ella me contaría como había comenzado su romance con Mingo, como después con otros pendejos, esa tarde descubrí el encanto pornográfico, el de mi madre con Mingo sobre mi cama —eso me excito aún más—. (Laura su verdadero nombre, aunque yo la bauticé “Xochi” —cual la diosa del placer, y del erotismo de la cultura azteca—.

Desnuda con sus lozanas lolas erguidas, con esos pezones rozado y erectos, los que rozaba suavemente sobre los rubios vellos de las piernas de su amante, apenas con una tanga negra escondía su depilado bajo vientre, pero las formas de sus caderas quedaban a mis ojos al igual que su boca, la que se atragantaba con la tiesa y venosa pija de Mingo dejando caer su saliva, la que corría entre sus lolas. Yo comencé a sentir que esa imagen estaba provocando una erección bajo mi bóxer, la que tuve que sostener y apretar para acabar hasta que mi semen afloró descubriéndose en mi pantalón con una tremenda mancha expuesta.

No solo me excitaba ver desnuda a mi madre y en su pose de perra ardida, sino como cerraba y revoleaba sus ojos provocando y disfrutando con su amante, hasta que este, echando su cabeza hacia atrás, comenzó a acabar dentro de la garganta de esa puta; el gemido de Mingo fue otro gemido en mi madre al sentir que su boca y su garganta se llenaban de esa leche y aún más en mí, al ver como ella dejaba caer otra vez desde sus labios —que sostenían todavía esa erección—, ahora mezclada su saliva tanto semen que parecía nunca acabar de salir de aquella boca.

¡Yo volvía a acabar!, pero esta vez pajeándome con mi mano. Descubría que no solo me estaba calentado con la escena, descubriendo a mi madre como una puta, sino que me calentaba e incitaba también el cuerpo desnudo de Mingo; tuve esa primera sensación homosexual, ¿por qué negarlo?

Si bien como dije, mi madre después y con el tiempo no solo me iba relatando sus aventuras hasta ser también un juguete para nuestra lujuria; íbamos compartiendo secretos callados a voces y cuantas veces me atreví a descubrirla y espiarla en otras aventuras en nuestra casa, en las playas durante nuestras vacaciones, con sus cómplices amigas en casa de estas o bien, en otra ocasión viéndola salir del “telo” (albergue transitorio) con este amante, su macho oficial, Mingo. También como dije, él me provocó la primera sensación homosexual y tenía que descubrirla en mi propia piel; así que me dispuse a ello; si mi madre era una puta tenía yo que descubrir que era esa sensación.

Como Mingo era hermano de Mena, esa amiga cómplice que tenía mi madre y que al fin fuera quien le había confesado que su hermano la deseaba, provocando esa primera relación prohibida de mi madre.

Cuando mi madre comenzó con ese peligroso juego erótico y sexual, me llevó a provocar en una oportunidad, al amante de mi madre en el vestuario del club que frecuentábamos.

No desaproveché la oportunidad cuando se dio la ocasión, los vestuarios que compartían la misma enfermería que los comunicaba, dejó que se escuchara que mi madre y Mena estaban también del otro lado; Mingo atravesó la enfermería hacia el vestuario de mujeres, pero volvió de inmediato, a lo cual le noté la tremenda erección debajo de la zunga que traía y apenas cubriendo su buen físico ¡tremendo lomo tiene ese guacho!; cuando me vio, me confesó y tuvimos esa primera franqueza; cuando me dijo —¡Cómo me calienta tu madre! Yo ni corto ni perezoso le contesté —se te nota en la zunga hijo de puta—.

Él sin más, bajando apenas el elástico de esa negra zunga dejó que su erección saltara revotando entre sus rubios vellos enrulados.

Al ver la calentura que le había provocado mi madre, le pregunté ¿Hace mucho que te la coges? me miró sonriendo mientras se acercó a mi oído y mientras me decía que hacía un par de meses, su pija rozo mi mano; fue instintivo el impulso que tuve, cuando tomé con mis manos esa erección, esa pija que se cogía a mi madre y que ahora sentía dura y caliente para mí.

Mingo me miró a los ojos, yo sin soltarlo me fui arrodillando —como lo hacía mi madre— delante de ese mismo «potro», rozando mi cara contra su pecho hasta que mi boca encontró esa erección, levanté mis ojos para mirarlo y mientras él también me miraba, me dijo —cómetela como se la come tu mami— más me calentó, y dejé que esa pija llegara a mi garganta entrando y saliendo, mientras no soltándola con mis manos, le practicaba tremenda paja con mis labios.

Mingo me agarró de la cabeza mientras yo seguí arrodillado mamando esa pija y acariciando su esfínter, sintiendo que eso más lo provocaba —lo había aprendido de mi madre—. Cuando me sostuvo firme contra su pubis yo comencé a sentir que mientras se ponía en punta de pie contra la pared, su «guasca» comenzaba a dejarse sentir en mi boca, en mi garganta; era la primera vez que me acababa — no sería la última— el sabor de ese semen me llevó a la locura hasta que lo tragué sintiendo ese amargo sabor y con los ojos cerrados saboreando esa pija hasta dejarla limpia de semen.

Nos volvimos a mirar, su rostro colorado de calentura y yo —como mi madre— mientras imitaba a esa puta, dejé que también corriera su semen por mi pecho desde mis labios, volví a ahogarme con sus veinticuatro centímetros de largo y tan ancho y tanto como podía abrir mis labios refregando mi cara contra ese pubis con aroma a macho. No dijimos palabra alguna, pero llevé mis dedos a mis labios y mojándolos con ese resto de semen que no había tragado mojé mi esfínter, mientras ahora era yo el que se apoyaba contra la pared, abriendo para ese macho mis ancas.

Mingo se volvió a pajear mientras me golpeteaba con su glande el ano, comencé a sentir electrificado todo mi cuerpo y apoyando mis manos contra la pared quebré mi cintura para que me penetrará; él comenzó a jugar y a rozarme de arriba hacia abajo la cola hasta que se detuvo intentando cogerme muy suave, con esa nueva erección; esa pija me estaba destrozando, yo estaba dejando de ser virgen para siempre, cerré los ojos y disfruté.

Sentí que Mingo se apartó y escupió su pija, cuando otra vez volvió a apoyarse sobre mi ano, esta vez y de un impulso metió esa erección dilatándome, conteniendo mi grito, dejé que comenzara a cogerme, cuando esa sensación de ardor primero, se convirtió en placer; solo abrí mi boca dejando que mi jadeo agitado nublara la cerámica donde apoyaba de costado mi cara…

—Cógeme hijo de puta, cógeme como te coges a mi mami.

—Querés que te rompa este culito como se lo rompo a ella pendejo. —dijo apretando sus dientes y estocándome con fuerza.

—Más, quiero mucho más. Atiné a decirle mientras sentí dilatarme con esa penetración; me estaba cogiendo el amante de mi madre y ahora era mi macho; eso me calentaba cuando sin dejar que su glande saliera totalmente de mi esfínter, tomé con una mano el resto de esa erección y la apreté para sentir que ese glande se agrandaba latiendo en mis adentros.

Nos metidos bajo la ducha para escondernos aún más y volví a arrodillarme, comencé a jabonarlo todo, llenarlo de espumas, era mi potro y mi excitación parecía no acabar, tanto que, yo también tenía una tremenda erección que masturbaba pero tratando de no acabar; volví a meterme esa pija en la boca una vez más, pero Mingo me tomó de los pelos y provocando que mi cabeza quedara mirando sus ojos, me dijo —te quiero acabar otra vez pero en la colita pendejo, como le lleno también la colita a la puta de tu mami—.

Me di vuelta, volví a apoyarme contra la pared bajo la ducha y ahora esa pija enjabonada entró con un solo empujón provocando mi grito de placer y descubriendo mi bisexualidad.

No sé cuánto duró esa primera cogida; pero podía sentir como en cada cabalgarme sus pubis golpeaba mi cola, hasta que pasando sus brazos bajo los míos me tomó de los hombros y me clavó levantando su pija hasta que sentí correr dentro de mi una sensación caliente, la que me recorría los intestinos; Mingo estaba acabando hasta la última gota de esa calentura dentro de mí, cuando me fue sacando esa erección y yo poniendo mi mano bajo mi esfínter dilatadísimo sentí que caía un chorro de semen caliente que bajo esa ducha, mirando a ese macho me refregué por toda la cara y volví a saborear en mis labios.

—Sos tan putito como tu mami, pendejo; te voy a coger cada vez que quieras, pero va a ser a mi manera. —Me dijo dándome una fuerte cachetada, fue cuando yo acabé, dejando todo mi semen brotando sobre su rubio y enrulado pubis.

Me dejé caer contra la pared y bajo la ducha le prometí que usaría también la erótica lencería de mi mami, pero que para cogerme tenía que confesarme cada vez que se la cogía, eso nos calentó otra vez, pero salimos de esa ducha cuando me agarró de los cabellos y me hizo también prometerle que alguna vez se lo contáramos a esa puta y así fue…

Hoy disfrutamos de esos secretos con mi madre, pero otros amantes fueron supliendo a aquel potro rubio e inolvidable que fue Mingo; pero si cumplimos, muchas veces me volvería a coger contándome como se cogía a mi madre y como le llenaba la conchita de leche, como a mí la colita y la garganta con su semen, hasta que yo conocí a Eduardo, a quien también lo compartimos con mi mami Laura, con esa puta Xochi, la que me enseñó el sexo y a despertar mi bisexualidad con sus pornográficos ejemplos y a tener también mi lencería erótica para mis machos eventuales.

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MORADO SUBIDO
MORADO SUBIDO
Se deshace el tiempo en edades mitológicas, consumado el deseado incesto se repite una y otra vez entre las penumbras que incitan el pecado, Edipo y Yocasta se reencarnan. En la habitación del hotel nos miramos, sonreímos mientras saboreamos el morbo sabor de un beso, y ante quien nos sirve en silencio jugamos incontrolables el placer lascivo de lo mitológico.

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