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Club de los deseos (parte I)
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Mudarme a este nuevo sitio significó una experiencia de vida impactante. Cambios en el ámbito laboral, nuevas proyecciones influenciadas por el entorno cultural, estilo de vida y los horizontes prometedores de la ciudad.

En mi antigua ciudad traía una fantasía, que más que por deseo, era una inmensa curiosidad por vivir la experiencia. Después de una salida con una chica de la U, conocer a una mujer un poco mayor y otras salidas de fin de semana, quise experimentar la sensación de follar en un club swinger. Si bien el sitio es fácil de conseguir, admito que es difícil proponerle a tu pareja una salida de ese tipo y la chica que aceptaba, complicaba un poco la ida por la distancia, así que veía el panorama perdido.

Por fin vine a esta ciudad, sin mayores expectativas salía a tomar unos tragos, comer y disfrutar los paisajes de la eterna primavera, hasta que conocí a una chica en una aplicación para citas. 26 años, alta, morena, con unas tetas llamativas que ocultaba bajo su chaqueta y agraciada para compartir. Probamos un par de cervezas mientras decidíamos si comer algo o buscar un sitio más cerrado y acorde a los gustos musicales que apenas descubrimos en la conversación.

Para sentir la libertad de expresarme, la llamaré Isabela, y proteger su nombre real. Así que por fin decidí con ella buscar un sitio para compartir en un ambiente plenamente musical, alzar un poco la voz; pero entrando en confianza con preguntas básicas de nuestras vidas, pasatiempos, deportes, lecturas y relaciones. Fue en esto último donde el tema se profundizó y por intuición o simple interpretación de sus gestos, vi expresiones distintas en su cara. De vez en cuando me regalaba una sonrisa coqueta y respondía con una de vuelta hasta que nos dieron las 12 y cerraron el sitio.

Era una hora prudente para irnos cada uno a casa, pero la intriga se apoderaba de cada uno; así que seguimos conversando, ya un poco más cerca, más animados por la cerveza artesanal y con preguntas más comprometedoras. Mis manos tocaban su hombro con mucha sutileza. Isabela me miraba sonriendo y apretaba suavemente mi brazo. En medio de todo, llegaba el silencio y las miradas eran tan profundas que un beso no era nada imprudente, sino más bien deseable. Y cuando digo deseable, no imaginan las ganas que se transmitían en casa beso, el deseo expresado en las caricias y una calentura que nos hacía olvidar que estábamos en sitio público.

En un beso a su cuello, acariciaba uno de sus senos con una mano, con la otra apretaba su espalda y la respiración de Isabela era más potente, más sentida. Mi verga se iba poniendo dura y no quise esperar para proponerle ir a un hotel cercano. Así que fuimos lo rápido posible mientras me explicaba que era un poco raro follar con un extraño de Tinder. Y le explicaba que era más raro aguantar tremendas ganas.

Cuando llegamos, quité su ropa y al ver su panty estaba mojada. Así que me emocioné y abrí suavemente sus piernas, rocé su clítoris con mi lengua para despertar el deseo de ser devorada. Disfrutaba su cara queriendo ser penetrada, así que aumentaba más su calentura, chupando su coño, mostrando mis ganas en cada lamida y disfrutando su humedad. En medio del oral le regalaba una mordida en sus piernas y una apretada de cintura para seguir concentrado saboreando su coño. Era excitante ver cómo su cuerpo se estremecía. Mi verga se endurecía viendo a Isabela pidiendo que la penetrara y escuchando sus gemidos de placer.

Así que decidí hacerlo de la forma más tortuosa. Le regalaba un baile rozando mi verga por su vagina antes de entrar. Lamía sus senos, los mordía y apretaba su cuello mientras sus piernas inquietas intentaban atraparte para ser penetrada. Mis ganas eran demasiadas, pero verla deseándome adentro me prendía tanto que quería sentir sus latidos, sus movimientos y gestos.

Por fin metí mi verga en su coño y el placer fue mutuo. Los gritos de Isabela pidiendo que le dé más me emocionan. Su cara mientras mis manos apretaban su cuello y la abofeteaban aumentaba mi calentura. Quería follarla y hacerla mi puta. Ella no quería menos. Marcaba sus dedos en mi pecho y subía la mirada al techo.

Con suavidad la acomodé en cuatro en el borde de la cama, me levanté en el piso inclinando mis piernas y le dije que sea mi perra, mientras mis manos azotaban sus nalgas. Se lo metí suave y al son de la música; pero incrementaba el ritmo hasta darle duro y tomarla por su cabello con una mano y aruñando su espalda con otra. En medio de los gritos y el placer, Isabela se retorció y se vino. Con mi boca lamí su vagina mojada y totalmente excitado metí mi verga nuevamente.

Deseaba correrme y quería explotar, así que cogimos como bestias. Con las ganas de dos personas que se acabaron de conocer; pero totalmente conectadas, me corrí y vi su sonrisa pícara al verme acabando. Cansados y tumbados en la cama respiramos hasta tener aliento para hablar y en el tema de los anhelos, fetiches y fantasías, le hice una propuesta que tomó a broma, hasta ver la seriedad con que la hacía y finalmente aceptó: la próxima vez sería en un club swinger.

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