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Clara. La musa
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A sus escasos 21 años, uno de los principales problemas de Clara era su apetito. No precisamente el de comer; el “otro” apetito, ese que solo era capaz de saciar muy rara vez, quizá con algún novato incauto en el gimnasio, o con aquel argelino que casi la arrolla al salir del Mercadona, y que obligó a compensar con “un café con bollo”.

De complexión atlética, Clara estaba en la flor de la juventud. Pechos pequeños, una figura algo menuda que apenas levantaba un metro sesenta y cuatro del suelo, y una trasera que explicaba adónde había ido a parar el resto de material genético. Esto Clara lo sabía, como también sabía que, con su carita de ángel de melena azabache, pillaba desprevenido a más de un chico. Pero el tema no acaba solo en sementales, ni mucho menos: aunque su amiga Maialen (con quien habrá historia) se metía con ella diciéndole ninfómana, Clara le repetía que era de “gran apetito y paladar”. Vamos, que no se acostaba con las piedras porque no podía. Sus sueños húmedos viajaban desde la joven becaria de la librería del barrio hasta el panadero de la esquina, pasando por ese pibón maduro de melena pelirroja que salía a correr por el Ensanche los sábados. Con poco más que dos décadas de edad, Clara había experimentado en el sexo con todo lo que había podido.

La historia comienza un lunes 19 de marzo, nublado de par de mañana como suele ser habitual en Pamplona por esos meses. Clara iba tarde, el finde había tenido “jarana” con un chico que había conocido en un bar del Casco Viejo. La fiesta se les había ido de las manos, Clara apenas había dormido y se le había pasado la hora del despertador, impidiendo cualquier sucedáneo de desayuno o ducha siquiera. Con las prisas, la pobre Clara salía con unas mallas de yoga, un top ligero y una sudadera, bajando las escaleras de su casa de dos en dos, volando hacía la bicicleta que tenía aparcada enfrente del portal y saliendo cual cohete, rumbo al Segundo Ensanche, con 10 minutos en el reloj antes de que empezaran las clases.

Clara iba repasando mentalmente sitios de camino que abrieran antes de las 8 y donde pudiera comprar un café y un cruasán. Acabó decantándose por un bar nuevo en Carlos III, que no tenía mala pinta y que le quedaba casi enfrente de la Escuela. Como alma que lleva el diablo, dejó la bicicleta en una farola, le echó un candado rápido y se lanzó hacia la puerta de la panadería. La camarera que le recibió enfrente desde detrás de la barra hubiera dejado a Clara sin aliento, si lo hubiese tenido. La empleada, joven, de piel morena, de ojazos castaños como el pelo corto, y unos labios que convertirían a un vegano en carnívoro. Tras el mostrador del local se adivinaba un cuerpo joven, bien cuidado, más o menos metro sesenta y siete, de pechos apetecibles bajo la blusa sin mangas blanca. Clara dedujo procedencia en Brasil, quizá algo de Cuba o Puerto Rico, pero no pudo pensar más en cuanto la camarera le sonrió al entrar.

-¡Buenos días cariño! ¿Qué te pongo?- le saludó la camarera con una sonrisa de oreja a oreja, sin ningún acento aparente, solo el deje de picardía de quien se sabe deseada.

No sin antes recuperar el aliento suficiente, Clara respondió: -Buenas… un café con leche y un cruasán… por favor…- “y una camarera para llevar”, pensó para sí. Tenía que echarle el guante, de eso estaba segura; ahora bien, la manera quedaba bastante más en incógnita.

Con la exótica camarera en la cabeza y la bolsa con el desayuno en la mano llegó a la Escuela, con el tiempo justo para llevarse una mirada reprobatoria del conserje.

-¡Vamos Clara, que llegas tarde!

La exclamación de apremio la sacó de sus pensamientos como un jarro de agua helada, lo que la obligó a sacudirse de la cabeza el embriagador aroma a pan recién horneado que asociaba a su nueva musa de piel tostada. El día transcurrió horriblemente despacio, al punto que la pobre Clara casi podía ver las burlonas manillas del reloj del aula de fotografía marchar hacia atrás. Varias veces tuvo Clara que huir al baño, puesto que la humedad entre sus muslos estaba acabando con ella, y el hecho que no llevaba sujetador y cada roce de sus pezones con el top no ayudaba mucho.

Por fin llegó el descanso a mitad de mañana, y a Clara no se le ocurrió mejor cosa que ir a ver a la dulce camarera morena, comprarle algo de almuerzo y, ya que estamos, ver si podía hablar con ella. En lo que a pesca de bombones se refiere, la joven Clara era tan sutil como un ariete en plena carga.

-¡Pero si es la velocista de esta mañana! ¿Puedes ya hablar o todavía no has recuperado el aliento, cielo?- Saludó a Clara la camarera, burlona.

-Ja, ja. Vengo a ver si me das algo de comer- Le respondió Clara, roja hasta las orejas.

-¿Entonces qué quieres? Aviso que solo puedo darte de lo que ves, la cocina la tengo cerrada- Replicó con una sonrisa la otra.

En ese momento, ya más lanzada, Clara sonrió y examinó lo poco que podía ver a la camarera desde ese lado de la barra, y se decidió a echar la suerte.

-A ver, déjame pensar… Si no tienes cocina, creo que me quedaré con una bonita y joven trabajadora de piel morena, para llevar, por favor.- Terminó por responder Clara, con la mejor de sus sonrisas.

La camarera levantó las cejas, sorprendida y divertida por semejante ataque frontal, y acabó por estallar en carcajadas, una dulce risa auténtica y contagiosa. -¿Te la caliento entonces? ¿O te la llevas tal cual?- Apoyándose sobre el mostrador, se acercó a la oreja de Clara, y susurrando le dijo: -Escucha, termino el turno en 5 minutos, te hago un café, espérame y cuando termines pregunta por Rosa. Invita la casa.-

Solo el susurro ya provocaba olas continuas de escalofríos en el cuerpo hirviente de Clara y la forma en que Rosa dijo la última frase hizo que casi le fallaran las piernas. A duras penas pudo tomarse el café de nerviosa que estaba. Eso, y que Rosa le había calentado un café que casi echaba fuego, así que le tocaba a Clara tomárselo con una calma que no era capaz de mantener. Todo lo que podía pensar era que su nueva musa olía a cerezas y que se estaba volviendo loca.

Contando los minutos en el reloj Clara reflexionaba: para su trabajo universitario de fotografía no necesitaba estar expresamente en clase, la única persona que podía llegar a echarla de menos, Maialen, tenía a Ander, su novio y, al vivir sola en un piso alquilado por estudios no tenía mucho problema en desaparecer de la Escuela de Artes por un día. Eso la animó, y casi sin darse cuenta dieron los 5 minutos estipulados.

Apuró la taza de café, cogió su mochila y se dirigió a la barra, donde había entrado un hombre de avanzada edad del siguiente turno. Clara se acercó al hombre.

-Hola buenas, ¿sabe por dónde ha salido Rosa? La chica del turno anterior.

-Sí bonita, creo que está fuera.- Clara le dio las gracias y salió, donde la esperaba a la vuelta de la esquina su deseada Rosa. Esta la recibió tomándola de la cintura en cuanto la vio, atrayéndola hacia sí y aprisionándola en un húmedo beso de bienvenida.

Sorprendida, Clara respondió, y sus lenguas se fundieron, jugando y explorando la boca de la otra. Las manos de ninguna de las dos se quedaron ociosas: las de Clara fueron hacia los amplios senos de Rosa, y juguetearon con sus marmóreos pezones; las de la morena, rumbo hacia las nalgas de Clara, con escala en uno de los pechos duros y cónicos de la joven.

Tras poco más de unos segundos, Clara tomó conciencia de su localización, se separó ligeramente. -Me gustas,- susurró, -pero aquí no es lugar. ¿Quieres ir a algún lugar apartado?

-Tú también me gustaste desde que te vi- Respondió la otra -¿Tienes pensado algún sitio o te llevo yo?

-¿Te parece mi casa?- propuso Clara -No queda muy lejos de aquí-, añadió con una sonrisa picarona.

En el camino hacia el Casco Viejo fueron charlando, cogidas del brazo como viejas amigas. Charlaban de sus vidas, del amor, sexo y pasión. De vez en cuando una arrastraba a la otra hacia una esquina menos visible y le robaba un beso, lo que contribuía a aumentar el deseo y la temperatura.

De lo que Clara pudo sacar de la conversación era que Rosa, o Rosita como la llamaba su familia, estaba sola, aunque le encantaba divertirse y, con 25 había experimentado en la cama con un amplio elenco de razas y géneros. Era de Pamplona, aunque las apariencias engañaran, y no se cortaba un pelo ni hablando ni en la cama. Estaba trabajando a media jornada para pagarse el grado en Música y Sonido a distancia, y nada apreciaba más en el mundo que su guitarra y Mia, su gatita.

Al fin llegaron al portal de la casa de Clara, tarea difícil fue abrir la puerta del portal entre las caricias y los besos en el cuello de Rosa, pero por fin la pareja entró, subió los dos pisos entre risas traviesas y consiguieron entrar en el apartamento de Clara. En el mismo momento en que atravesaron el umbral de la puerta, ambas desataron su tensión sexual, ese deseo reprimido; esa caja de Pandora que, una vez abierta no es posible volver a cerrar hasta saciado el deseo. Y Clara tenía más deseo que una legión de genios. Nada más pisar el recibidor, Rosa se las apañó para quitar la sudadera de Clara, lanzándola a algún punto entre el pasillo y la cocina.

La pareja estaba fundida en un húmedo beso francés, jugando con la sin hueso y explorando la boca de la otra. De cuando en cuando, Rosa mordisqueaba el labio inferior de su amante, o atacaba el lóbulo de su orejita, siempre cuidando mantener las manos ocupadas: una masajeaba sin piedad el pecho izquierdo de Clara, mientras que el otro exploraba la flexibilidad de los leggings cerca del ano. Todo esto hacía suspirar a la joven fotógrafa como una locomotora a vapor, pero ello no significaba que se mantuviese ociosa; a la correspondencia de sus besos se sumaban sus manos: una en un pecho, y la otra acariciando el vientre plano de Rosa, rumbo a sus vaqueros. Descubrió, no sin cierta sorpresa, que su amante se había hecho un par de piercings en los pezones, cosa que no había notado en la calle. A ojo de buen cubero, Clara hubiera jurado una talla D de puro deseo color chocolate, y ahora con el extra de las perforaciones en cada pezón. No fue difícil desatar los botones necesarios de la blusa para acceder a los pechos; en cambio, fue más truculento abrirse paso a través del sostén negro de Rosa. Al final, sin paciencia ya, optó por romperlo, recibiendo un gemido de protesta y un mordisco en el cuello por parte de la ofendida.

Clara se iba a volver loca de deseo. Pillando a su compañera por sorpresa, Rosa se agachó y, sin esfuerzo aparente, tomó en brazos a Clara y fue buscando el dormitorio de ella.

-¡Ay que no soy una niña! ¡Bájame!- Balbuceó Clara, confusa y tremendamente caliente.

-No acostumbro a tener sexo de pie cielo, así que o me dices dónde está tu cama o acabaremos haciéndolo en el suelo- Respondió Rosa, a caballo entre impacientada, divertida y ardiendo de deseo.

-…La puerta de la derecha…- Murmuró Clara, roja hasta las orejas.

-¿Ves? No era tan difícil- Replicó la morena, dejando a Clara en la cama y subiéndose encima de ella, con expresión triunfante. Aprovechó el momento para admirar a la chica que, unas pocas horas antes, había entrado como una exhalación en el local donde trabajaba; la misma chica que con un ataque directo la había ganado, la chica con cara de ángel que mejor besaba desde que Rosa tenía recuerdo.

Sin embargo, ya que Rosa se había sumido en sus pensamientos observándola, Clara tomó ventaja de la situación, se incorporó obligando a su amante morena a sentarse a horcajadas sobre ella y, entre besos, terminó de soltar los botones de la blusa, quitándosela y desterrándola a un rincón del cuarto, a la par que el sujetador. Esto obligó a Rosa a tomar conciencia de nuevo, y copió los pasos de la bella estudiante, quitándole el top y dejando al descubierto dos tetas pequeñas, duras, calientes y cónicas, coronadas por bonitos pezones puntiagudos, cuyo roce arrancó un escalofrío de la espalda de Clara.

El hechizo duró poco y, en vista que los fluidos de Clara hacía rato que habían empapado los leggings y comenzaban a mojar las sábanas, Rosa optó por tumbar a su nueva compañera, y quitarle los leggings. Después de todo, eran demasiado bonitos como para rasgarlos.

Antes de que Clara pudiera reaccionar, la brasileña salió de la cama, sin dejar de mirar a su amante, y con movimientos sensuales se quitó el pantalón, quedando como única prenda un tanga negro de encaje, húmedo de fluidos. Clara, impaciente, saltó hacia su bonita compañera, la enganchó de la cintura y la atrajo hacia sí, quedando ambas tumbadas de medio lado, una enfrente a la otra, unidas por largos y cálidos besos, solo interrumpidos por suspiros igual de largos, ocasionados en parte por el roce de las manos de ambas en el cuerpo de la otra.

Rosa que jugaba con la boquita de Clara, cambió de plano, y fue bajando poco a poco, lamiendo cada rincón de la estudiante: el hueco de la clavícula y ambos pezones; el piercing en el ombligo de la joven fotógrafa y, finalmente, el lugar donde debería haber estado el vello púbico, que se demostraba limpiamente afeitado. La lengua de Rosa se afanaba con los labios inferiores de Clara, alternando entre caricias a la vulva y besos a la cara interna de los muslos. La sin hueso de la amante brasileña jugueteaba con el clítoris en largas pasadas, lamía los labios menores e incluso se acercaba al ano limpio de Clara, quien suspiraba y gemía como una caldera a punto de estallar, jugando con el suave cabello corto de su Rosa.

Al poco de las caricias de Rosa, la aspirante a fotógrafa estalló, frente a la cara de su brasileña, en una oleada de éxtasis puro, el primer orgasmo, que la hizo temblar de la cabeza a los pies. -Lo… lo siento, tenía que haber avisado…- balbuceó Clara. Rosa sonrió, gateó hasta la cara de su amante y la besó largamente.

-¿Qué tal sabe?- fue lo único que respondió. -Quiero que me hagas sentir igual, cielo- la apremió Rosa.

En apenas unos minutos de cariño y besos, Clara volvía a suspirar, ardiente. Era su turno, y estaba dispuesta a devolver el doble de lo que la hermosa brasileña le había dado hoy, por lo que comenzó tomándola de la cintura, para aprisionar un pezón como rehén, lamiéndolo, mordisqueándolo y saboreando el embriagador gusto de las bolitas metálicas. Era adictivo, y por los suaves gemidos que Clara podía escuchar, no era la única que estaba disfrutando.

Fue bajando su atención, acariciando el vientre plano de su musa, el pequeño ombligo, hasta llegar a su zona púbica. Llegando al xoxito, se detuvo a besar el clítoris, viendo como el generoso pecho de Rosa subía y bajaba agitadamente. Poniendo en práctica sus propias experiencias en soledad y con otras mujeres, sin dejar de besar y lamer el botón de placer, le metió a Rosa dos dedos, que comenzó a mover muy suavemente. Por ser marzo, Clara tenía todavía las puntas de los dedos frías, provocando un gemido adicional de sorpresa por parte de la brasileña.

Apenas hubo de esforzarse mucho Clara, pues al poco rato de dar placer a su amante, Rosa comenzó a temblar, llegando al orgasmo y anunciándolo por todo lo alto. Clara volvió a colocarse frente a Rosa, tumbadas de lado, se arroparon con las sábanas y quedaron en un estado de duermevela abrazadas.

Pasado el mediodía, Clara se levantó, notando de inmediato la ausencia de Rosa. Sus dudas quedaron inmediatamente apaciguadas, al oír el sonido del agua de ducha correr. Se levantó, y se deslizó hacia el baño, donde en efecto una figura curvácea se movía tras la cortina de la ducha, entonando una canción en voz baja. Clara entró en el cubículo, mojando su piel enseguida. Abrazó por detrás a su nueva amiga y con un beso en el cuello le reprochó:

-No me has avisado. Me has dejado sola en la cama- la atacó haciendo un falso mohín.

-Mira, me gustas mucho y todo eso, y me lo he pasado como hace mucho que no disfrutaba, pero tengo que irme: tengo ensayo con mi grupo en un rato- Respondió Rosa con un deje de tristeza en su voz. -Pero… – cambió de tono y se volvió hacia Clara, pasándole los dedos por el pelo húmedo -… si quieres puedes venir a verme el viernes que viene.- La joven fotógrafa puso cara de duda, mientras le brillaban los ojos -Tengo concierto en la sala del Zentral, detrás del ayuntamiento.

Rosa le plantó un suave beso en los labios, salió de la ducha y se secó con una toalla de Clara. Pero la estudiante quería asegurarse -¿Podremos repetir?

Antes de salir del baño, Rosa la miró con una sonrisa -Claro-, respondió.

Hola, este es mi primer relato, eventualmente subiré más historias. Disfrutad.

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