Para un hombre que está más cerca de los sesenta que de los cincuenta, que tiene tendencia a echar barriga y cuya vida social no se puede calificar de exitosa, tener sexo es como una especie de película de ciencia ficción.
Yo soy uno de esos hombres. Solitario, aburrido, sin demasiado atractivo físico para las mujeres. No me gusta salir a ligar, con lo cual mi vida sexual se ha reducido a los contactos que encontraba esporádicamente en algún chat, y el último fue justo antes de la pandemia. Desde entonces, el sexo que he practicado ha sido matarme a pajas algo que, por otro lado, tampoco es tan malo.
En esos chats he tenido la oportunidad de conocer a algunas mujeres con las que ocasionalmente tuve sexo. En varios años habrán sido como media docena y, aunque puede no parecer un número muy elevado, lo cierto es que lo pasé bien con ellas.
No es éste el momento para hablar de aquellas experiencias, pero puedo resumirlas diciendo que con ellas pude por primera vez follar un culo y correrme dentro de él, o conseguir que una mujer se corriera literalmente a chorros en mi cara y en mi boca. Beber ese líquido que salía a presión del coño fue, sin duda, uno de los mayores placeres que he tenido.
Pero volvamos al tema que me ocupa hoy. Como decía, mi vida social se limita a entrar en diferentes chats con nicks más o menos curiosos, desde alguno que parezca muy viril a otros que reflejan mi patética vida. El nick tampoco importa mucho porque puedo pasarme horas, días, semanas… entrando en esas salas sin que ninguna mujer me hable. Al principio era yo quien les abría algún privado, pero, viendo que muchas ni siquiera se dignaban contestar, dejé de hacerlo y, simplemente, mantenía abierto el chat por si alguna me quería hablar. Y eso tampoco ocurría.
Pero hace cosa de un mes vi un nick que me llamó la atención porque, junto a la ciudad en la que yo vivía, aparecían otras palabras: “chicamenstruante”. El nick y lo que representa me resultaba morboso y, además, parecía que era de mi ciudad así que, pensando que no perdía nada haciéndolo, le abrí un privado.
Tras los saludos de rigor, la conversación fue más o menos así:
– ¿Qué es lo que quieres encontrar aquí?
– Cuando estoy con la regla me caliento mucho y me pongo muy cerda. Necesito que alguien quiera follarme ya, porque quiero sentir una polla dentro de mí y que se corra dentro de mi coño.
– Pero ¿no tienes a nadie que quiera follarte?
– Tengo un amigo, pero ni está ni quiere hacerlo. Le da asco.
– Según lo dices a mí me encantaría poder follarte así, sin ningún asco, pero soy un tío mayor.
– ¡Eso me da igual! De verdad, sólo quiero que alguien me folle, lo demás no me importa. Me pongo tan cachonda que ni me importa la edad ni cómo es el tío. ¡Sólo quiero que me follen!!
– Bueno, podemos quedar, pero ¿cómo lo hacemos?
– Dime dónde vives. Yo me acerco a tu calle, quedamos allí y luego subimos a tu casa porque yo no tengo sitio.
– ¿No tienes sitio? ¿Cuántos años tienes?
– Tengo 18.
– Joder, ¡18 años! – Yo cada vez daba menos crédito a lo que esa persona me estaba diciendo.
– ¡Por favor, tío! Vamos a quedar. ¡Lo necesito!
Y, después de unas cuantas palabras más, acabé por quedar con ella en el portal de mi casa para esa misma tarde. Lógicamente pensé que todo eso era una de las muchas bromas que se gastan en los chats. Lo más probable es que no apareciera nadie, o que quien apareciera fuera un tío que se iba a burlar de mí, o cualquier otra situación distinta a la que había quedado. Pero, como decía, hacía mucho que no follaba, estaba deseando poder hacerlo fuera como fuera y, aunque no tenía muchas esperanzas de poder hacerlo, la polla venció de nuevo a la razón.
A la hora a la que habíamos quedado estaba yo esperando a la puerta de mi casa, nervioso como un flan y con unos sentimientos enfrentados. Por un lado, deseaba que todo eso fuera verdad, que realmente una chica de 18 años quisiera follar conmigo y que lo hiciera de una forma muy dura y asquerosa. Pero, por otro lado, tenía miedo precisamente por eso, por la juventud de la chica, por el posible engaño y por las dudas de una cita a ciegas.
Nerea, que así me dijo que se llamaba, llevaría un vestido azul de verano, con tirantes. Así que cuando, casi diez minutos después de la hora, vi aparecer por el extremo de la calle a una chica con un vestido azul, mi corazón empezó a latir de tal manera que parecía que iba a estallar.
Cuando se acercó a mí y se presentó, todas mis dudas se disiparon. No podía creer lo que tenía delante de mis ojos. Nerea era una chica joven, alta, de más o menos 1’70 y un cuerpo precioso. No era ni gorda ni delgada, tenía unas bonitas caderas y unos muslos que se adivinaban duros y suaves a la vez. Sus ojos eran verdes y su pelo, moreno y liso, caía libre sobre sus hombros. El escote del vestido permitía ver unas tetas no demasiado grandes que brillaban con el sudor que desprendía su cuerpo. Y, además, me sonreía.
Ver esa belleza de chica, saber que era real, intuir el cuerpo que había debajo de esa ropa, imaginar el coño húmedo y sangriento …, todo ello hizo que me empalmara sin necesidad de más.
– ¿Subimos a casa entonces? ¿Te parezco bien? – pregunté para asegurarme de que no estaba en un sueño.
– Sí, me pareces estupendo. Con que tengas una polla que quiera follarme según estoy me vale – contestó ella sin ningún rubor.
Subimos a casa y, nada más entrar, me preguntó dónde estaba el dormitorio. Yo había colocado encima de la cama unas cuantas toallas de baño, previendo lo que podría pasar en la situación en la que estábamos. Nerea lo vio y sonrió.
– Vaya, eres muy previsor. No se te escapa nada.
Y en ese momento se acercó a mí y, sin decir una palabra más, me agarró la cabeza para atraerla hacia ella y empezar a besarme como no lo había hecho nadie en muchos años. Sus labios besaban los míos con rapidez, mientras sacaba su lengua y me la pasaba por toda la cara. Yo abrí la boca y empecé a comerle la suya. Nuestras lenguas se juntaban y nos pasábamos la saliva que iba apareciendo. Utilicé mis dientes para morderle su lengua, luego la atrapaba con mis labios y la succionaba, mientras Nerea daba gemiditos de placer y de dolor. Estábamos abrazados y nuestros cuerpos estaban muy pegados. Notaba sus tetas en mi pecho, y notaba cómo mi polla cada vez crecía más. Me arrimé a ella para que la notara cerca de su coño mientras mis manos agarraban ese culo tan duro, esas nalgas firmes, de una chica tan joven como ella.
– Quiero comerte la polla y quiero que me folles – me dijo separándose de repente.
Se echó a un lado y, en un momento, se desprendió del vestido que llevaba. Otra vez me quedé impresionado al verla de nuevo, ahora ya sólo con su ropa interior. Llevaba un sujetador blanco, sin tirantes, que resaltaba perfectamente la forma de sus pechos, y unas bragas azules, muy ajustadas, que se pegaban a su coño de una manera excesivamente morbosa.
Mientras tanto, yo también me había ido desnudando intentando no caerme, quedándome en unos bóxers en los que también se notaba la dureza de mi polla.
Nerea se quitó el sujetador y lo dejó caer al suelo. ¡Dios! Esas tetas tan redondas, tan perfectas, con unos pezones marrones que se veían erectos, dentro de una areola no demasiado grande.
– ¿Te gustan mis tetas? ¿Sabes que ahora que estoy con la regla se me han puesto más duras, y que las tengo más sensibles? ¿Quieres comérmelas, cabrón?
No necesitaba más invitaciones. La tumbé encima de la cama y me abalancé sobre esas maravillosas y duras glándulas mamarias. Puse mi boca en el pezón derecho y empecé a succionarlo, mientras con la mano le pellizcaba el de la izquierda. No era sólo el pezón, en la boca metía la mayor cantidad de teta posible y la absorbía. Nerea gemía y decía que le dolía pero que siguiera. Me dediqué a chupar el pezón, que había adquirido un buen tamaño, y excitado como estaba, también se lo mordí. Le di un mordisco mientras le tiraba hacia arriba. Nerea emitió un grito de dolor, pero me empujaba la cabeza para que continuara.
– ¡Sigue, sigue, cabrón, no pares!
Seguía chupando y mordiendo ese pezón, todo ese pecho, mientras que con la mano apretaba y estrujaba la otra teta. Estaba muy dura, sin duda hinchada por la menstruación. Apretaba sin pensar en que pudiera hacerle daño, sólo apretaba esa maravillosa masa de carne, estiraba y pellizcaba el pezón.
Cambié de teta, y ahora era la izquierda quien recibía mis besos, mis mordiscos, mientras amasaba la derecha. Nerea seguía gimiendo, me apretaba contra ella y me seguía llamando cabrón, algo que me excitaba aún más.
Después de un rato, cogí las dos tetas y las junté para poder ir pasando mi lengua de un pezón a otro. Los pezones estaban muy duros, y sobresalían bastante. En ese momento me habría gustado que esas preciosas tetas hubieran estado llenas de leche para habérmela bebido y haberlas vaciado. Una lamida, un chupetón, un mordisco, una lamida, otro mordisco… Intenté incluso meterme los dos pezones a la vez en la boca, pero era bastante complicado.
Unos minutos después, con mi polla a punto de salirse de los bóxers, noté cómo los gemidos de Nerea se hacían más fuertes y su respiración mucho más agitada.
– Me corro, me corrooo, cabrón. Me corrooo…
Me incorporé para verla. Tenía las tetas mojadas por mi saliva, por mis babas; estaban un poco amoratadas en la zona de las areolas y en algunas partes se veían pequeñas incisiones de mis dientes. Pero seguían estando igual de duras.
– Me corro fácilmente cuando follo. Cuando estoy con la regla me resulta más fácil aún. Y como has visto, me puedo correr solo con que me coman las tetas y me chupen los pezones. Me pone muy burra – me explicó Nerea con una sonrisa de satisfacción en su cara -. Y esto no ha acabado aún, cabrón, porque ahora me toca a mí.
Y, al decir esto, se incorporó y, con un movimiento rápido me puso boca arriba.
– Ahora me toca tu polla.
II.
Nerea se montó encima de mí. Inclinando la cabeza, nuevamente empezó a besarme y a lamerme. Pasaba su lengua por mi cara, por mi boca, dando unos lametones que iban dejándome la piel húmeda y pegajosa con su saliva. Empezó luego a descender por mi pecho, por mi ombligo, hasta que, al llegar un poco más abajo, me quitó los bóxers de un tirón. Mi polla, que llevaba mucho tiempo deseando liberarse, dio un brinco y apareció erecta, dura y mojada ante los ojos de Nerea. Se inclinó hacia ella. Usó la punta de la lengua para juguetear con mi capullo; estuvo un rato lamiéndolo mientras me pasaba la mano por el tronco de la polla. Me la empezó a menear cada vez más rápido y, de repente, abrió la boca y se la metió entera. Por suerte para ella, mi pene tiene un tamaño normal, porque, de haber sido más grande, del movimiento que hizo para tragarlo le habría atravesado la garganta. Empezó, ahora sí, con una auténtica mamada, metiendo y sacando la polla de su boca, dejándola a ratos dentro para succionarla, usando la lengua para lamer el glande y usando a la vez las manos para pajearme y tocarme los huevos, que apretaba hasta el punto de hacerme gritar.
A poco más que hubiera seguido me habría corrido en su boca y, sin duda, le habría llenado su estómago de la gran cantidad de leche que tenía guardada
para ella. Pero no quise que ese momento llegara aún. Tenía que reservar mi semen para ese coño que aún no había visto, pero que me estaba esperando mojado y sucio de sangre. No quería desperdiciar ni una gota de mi simiente fuera de esa vagina tan joven.
– ¡Ponte de pie! Quiero que te quites las bragas, quiero ver tu coño …
Nerea se incorporó y se quedó de pie en la cama con las piernas a ambos lados de mi costado. En mi posición, tumbado, veía su sonrisa en lo más alto de ese cuerpo. Y, despacio, metió los dedos en sus bragas y tiró de ellas para quitárselas. Y allí estaba ese coño ante mí, el precioso coño de una chica que apenas conocía. Una mata oscura de vello fino y arreglado cubría parte de su pubis, con una simetría perfecta. Pero la vulva estaba completamente afeitada. La piel de sus labios brillaba. La excitación había hecho que se humedeciera por sus jugos y, quizá, por algo de la sangre de su regla. Y sí, entre los pliegues de los labios menores aparecía un hilo blanco, el hilo que demostraba que todo lo que Nerea me había dicho era verdad. El hilo de un tampón que dentro de muy poco iba a salir de su cuerpo y que nos iba a proporcionar una situación de enorme placer.
– ¡Ponte encima de mi cara! Quiero comértelo, quiero saborear esa carne, quiero que me empapes y quiero que te corras con mi lengua.
– Vaya, vaya con el cabrón. Así que empiezas con las guarrerías ¿eh? ¿Sabes que me encanta que seas tan cerdo?
– Más cerda eres tú y te adoro por serlo.
Se dejó caer y puso su coño encima de mi boca. Antes de que yo pudiera hacer nada, empezó a restregármelo por toda la cara, con un movimiento de un lado hacia otro, de la frente a la barbilla. Como había imaginado, noté humedad, una humedad que me iba empapando cada vez más. La sujeté los muslos para detener ese movimiento lujurioso que era como marcar su territorio. Agarrándola así, dirigí mi lengua hacia su clítoris y empecé a chuparlo de manera descontrolada. Mi excitación era tremenda e iba aumentando mientras le daba lengüetazos a ese pequeño trozo de carne que se había puesto tan duro y que sobresalía de su capuchón. El sabor de su coño era una mezcla entre el sabor salado de los flujos de una mujer y una parte de sabor a hierro que proporcionaba la sangre que estaba tan cerca de mí. Nada me importaba. No sólo le chupaba el clítoris, también su raja recibía mi visita, intentando meter la lengua muy dentro de ella, aunque ese hilo me lo impedía.
Mi boca empezó a saber a sangre, los gemidos de Nerea eran cada vez más fuertes. Me centré en su clítoris: como había hecho con los pezones, no sólo lo lamía, sino que lo succionaba y le daba pequeños mordisquitos. Era como un perro lamiendo, un perro desesperado lamiendo ese pequeño pedazo de carne que tanto placer daba a las mujeres.
Y, al igual que había pasado cuando le comí las tetas, ahora también llegó el orgasmo. Su segunda corrida y ya la conocía: más gemidos, respiración más fuerte y, esta vez, noté cómo sus nalgas y su culo se contraían justo en el momento en el que se corrió.
Nerea se movió hacia atrás y se tumbó encima de mí mientras recuperaba la respiración. Sus tetas, que seguían estando muy duras, estaban pegadas a mi pecho, y mi polla estaba tan dura como ellas. Notaba mi cara pegajosa y todavía sentía el olor a sexo que se había desprendido.
– Eres maravillosa, niña. Esto es lo más excitante que me ha pasado en mi vida. Y tú eres la causante.
– Y eso que aún no hemos terminado – dijo maliciosamente mientras me plantaba un sonoro beso en los labios.