Desde siempre supe que María Luisa era una hembra bien entrona y bien caliente. Convertirse en toda una Matriarca era su destino, con esos buenos muslos y sabrosas nalgas incitaba a hacerle hijos. Su carácter de dadora de vida podía vérsele en sus volúmenes y curvas, propios de una de esas mujeres que se desarrollan para atraer al sexo opuesto, y así éste las preñe; su naturaleza se los demanda. Fue por eso que no me importó que fuéramos primos, yo me la chingué desde que pude.
Y es que a una mujer como ella se le preña de seguro. Hay hembras así, que bien pronto se les ve para qué están hechas, y ese fue su caso, María Luisa tuvo varios hijos, no sólo el mío. Su cuerpo de por sí te tentaba para fecundarlo, pero lo que de plano te conducía a hacerlo era su carácter.
En casa de sus papás, cuando aún era soltera, ella misma me incitaba. Se bajaba el pants junto con los calzones y me enseñaba las nalgas. Como ya era toda una mujer de vastas carnes invitaba a agarrarla a dos manos, ya fuera de sus cachetes de carne prieta o de sus dos hermosas tetazas. Sus volúmenes incitaban a apretar, pellizcar, lamer y chupetear, dejándole marcas por toda la piel.
Solía cogérmela cuando mis tíos no estaban. Nos encantaba jugarle al peligro, pues en cualquier momento podrían regresar. Nada más nos quedábamos solos le poníamos, yo me lo sacaba por la bragueta y ella me lo chupaba sin ninguna vergüenza, y con muchas ganas. Por propia mano se metía mi verga en su panocha. Con la cabeza de mi tolete la sentía bien lubricada y caliente de ahí, ella siempre estaba bien jugosa de su gruta vaginal.
La muy cabrona, había veces, me dejaba bien picado. Dos o tres metidas y luego se echaba a correr con los pantalones y los chones a medio muslo. Era tremenda, le gustaba tentarme para que la persiguiera así por toda la casa. Ahí iba yo con la verga toda erecta y cabeceando tras de ella. Si la alcanzaba se la volvía a meter, pero si no, se encerraba en el baño y ya no salía hasta que regresaran sus papás. Yo nomás le gritaba que saliera, o ya de plano, le rogaba que no me dejara con las bolas llenas. Cuando mis tíos regresaban la veía salir y reírse de mí frente a ellos, y yo con los huevos bien adoloridos por no haberlos descargado.
Así de canija era María Luisa, ya desde entonces. Cosa que no cambió. Pero valía la pena, aquellas enormes y morenas nalgas se sentían bien rico encima de uno, era la mismísima gloria estar metido en ella, y más cuando me le venía dentro.
Con los años y las cogidas la embaracé, pero por fortuna ella se lo enjaretó a alguien más.
Alejandro fue el nombre de aquel pendejo que se casó con mi prima, y dirán que soy un malagradecido con aquél que me salvó, pero, si así lo califico es porque, con el tiempo, le jincó más hijos que él creía eran suyos.
De verdad que no entiendo cómo duró tantos años así, digo, ¿qué sus hermanos o sus cuñadas no le hicieron ver que María Luisa bien que le ponía el cuerno?
De seguro que las esposas de sus hermanos (al vivir tan cerca de ellos) podían ver sus “salidas”.
María Luisa se puso más buena con los años, eso sí, pese a parir hijos frecuentemente. Muy oronda se pavoneaba moviendo sus tremendas nalgas de aquí para allá siempre que salía de casa. ¡Cabrona méndiga! Cuando la veía salir sin su marido ya sabía yo que iba a ponerle el cuerno con algún cabrón. Desgraciado pendejo, yo no sé cómo no se daba cuenta.
Era obvio. Ninguno de sus hijos se le parecía ni tantito (ni siquiera se parecen entre sí, todos tienen rasgos bien diferentes). Según sé uno es hijo del chofer de una micro, otra, hija de un chamaco precoz, dos de otros primos; y los otros quién sabe de dónde. Bien a bien sólo María Luisa conoce quiénes fueron los padres de sus hijos, lo cierto es que consiguió lo que tanto ansiaba su cuerpo, ser preñado tanto como pudo.
Las tetas dieron leche en varias ocasiones (considerables cantidades de leche). Por el gran tamaño de sus dos tetazas había prometido tal cuajada desde muy joven, y cumplió, yo le mamé las tetas en tres de sus embarazos, eso lo confieso y no me sonrojo, me di el gusto. Aunque, ¿cuántos no habremos bebido de las mismas tetas? …quién sabe.
Viéndola caminar de regreso a su casa, solía pensar que vendría con los olores de la faena sexual realizada en cama ajena. Su esposo, quien llegaría más tarde del trabajo, ni se percataría que su mujer estaba llena de la esperma de otro hombre.
Y es que quién sabe qué extraño placer le provoca a María Luisa ponerle con otro hombre que no fuera su marido y, quizás más, llenarse del esperma de ese otro en espera de salir fecundada. Pues traer hijos al mundo es su verdadero mayor placer en la vida, según creo.