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Carmen la costurera
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Carmen la costurera vivía en un pequeñísimo apartamento a dos cuadras de mi casa, ella era la “costurera de barrio”, cada vez que alguien tenía la gran dicha de poseer un pedazo de tela, solo confiaba en Carmen para convertir aquel tesoro en una prenda de ropa.

La costurera estaba ocupada con otra cliente cuando entre, yo conocía de vista a dicha clienta, casi todo el barrio sabia de ella, era la peluquera de mi madre, y también la amante de casi todos los mecánicos del taller que estaba frente a la peluquería. Muchas veces cuando mi padre llevaba el carro y yo lo acompañaba podía oír a los mecánicos contando las hazañas de la peluquera en la cama.

Carmen le dijo que se parara en un banquito que estaba próximo a la máquina de coser, con la cinta de medir alrededor del cuello una libreta de notas en la mano y un lápiz en la boca le dijo “te puedes quitar el vestido”. La peluquera actuó como si nadie más estuviera presente, levanto el vestido sobre su cabeza y quedo solamente con bragas y brasier, pero no se trataba de la ropa interior como las que yo había visto en la tendedera de mi casa, las de la peluquera eran minúsculos, tenían bordados y parecían de una tela muy fina, atreves de los ajustadores se podían ver sus tetas redondas, con unos pezones hinchados que penetraban la fina tela. De las bragas salían pelos como si fueran prófugos de la justicia.

“que cuerpo más precioso tienes mi amiga” dijo Carmen. “Yo se que tienes a todos los hombres del barrio embobecidos, especialmente mi marido, a mí no me hace caso, pero noto como te mira cada vez que vienes a verme”. seguía hablando Carmen sin parar de tomar las medidas.

Para mí la escena y la conversación resultaron humillante, ya yo era un adulto, aunque no lo parecía, por culpa de mi aspecto físico siempre me trataban como si fuera un niño. En ese momento hubiera querido que me tragara la tierra.

Mientras la peluquera se volvía a poner el vestido y Carmen escribía las medidas en su libreta de notas, pude con más detalles ver las tetas perfectas de aquella mujer, eran más grandes y más hermosas que las que yo había visto en las revistas porno. La bella mujer salió por la puerta sonriente diciéndole a la costurera. “que disfrutes a tu joven cliente.” Y se fue.

Cuando Carmen dijo, “vamos, es tu turno, párate en el banquito”, me di cuenta que tenía un bulto dentro de mi pantalón que había ido creciendo mientras le miraba las tetas a la clienta ahora ausente.

“párate en el banquito” volvió decir la costurera.

Le entregue la tela que hasta ahora tenía apretada en mis manos y me subí al banquito con la esperanza que mi bulto no fuera descubierto.

“Que tela más linda” dijo Carmen, “te voy a hacer un pantalón bien apretado para que vuelvas loca a tu novia” decía mientras se ponía la cinta en el cuello, la libreta en la mano y el lápiz en la boca.

A mí me temblaban las piernas, no sabía si para las medidas necesitaba quitarme los pantalones como tuvo que hacer la peluquera con su vestido. Las manos me sudaban, mi mirada estaba clavada en un cuadro del corazón de Jesús que estaba mal clavado en la pared.

“tengo que rezar” pensé. “sí rezo se me baja”, nadie puede tener una erección tan grande cuando está rezando” trataba de convencerme sin éxito.

Sentí sus manos cuando ponía la cinta alrededor del torso, eso no ayudaba con mi problema, sentí sus manos cuando ponía la cinta alrededor de mis nalgas, sentí sus manos cuando puso la cinta en mi costado para medir el largo del pantalón; Carmen puso la cinta en su cuello, se quitó el lápiz de la boca y escribió los números en su libreta. Respire profundamente, sentí alivio de no ser descubierto, mire al cuadro y dije “gracias dios mío”.

Me baje del banquito de un brinco y estaba dispuesto a salir por la puerta con la misma velocidad que con la que había entrado.

“donde vas muchacho, no hemos terminado, falta lo más importante que es el tiro”.

“el tiro? Que tiro” dije yo haciéndome el inocente.

“El tiro, el largo del pantalón en el interior de la pierna” dijo Carmen con una sonrisa maliciosa, “es lo más importante”

Me subí al banquito y mire al cuadro de Jesús, esta vez note que tenía una sonrisa sarcástica. “me jodiste” pensé.

Cuando la mano con la cinta me toco entre las piernas, y los dedos de Carmen se encontraron con algo duro que ella no esperaba, quito la mano de pronto, como si hubiera tocado los pies de un muerto. “ya me descubrió” pensé yo, sin quitar los ojos del cuadro” sentía las piernas totalmente engarrotadas.

La costurera se levantó de la silla en la que estaba sentada frente a mí, con pasos lentos fue a la puerta, la cerro con pestillo y dijo. “esta es la medida más importante, tenemos que estar seguro que está bien, a veces hay que tomarla dos veces”.

Esta vez sentí la mano, pero no la cinta, la mano buscaba despacio el objeto duro que había causado alarma hace menos de un minuto. La mano se movió por encima de mi pantalón, con destreza y suavidad, se concentró en el bulto y lo exploro.

A mí me dolía, tenía el pene parado dentro de aquel pantalón estrecho que había necesitado talco para ponérmelo. La mano seguía explorando y acariciando. Por fin sentí que el botón se desabotonaba, y que el zíper se abría, la pinga salió con furia del pantalón. Sentí un alivio grande, miré para abajo, como mirando un objeto que no me pertenecía. A mí mismo me sorprendió lo grande que era. Cuando yo jugaba con ella mientras me bañaba, nunca había logrado que se pusiera tan grande.

“que rica” fue lo único que dijo Carmen antes de metérsela en la boca, vi cómo le entraba entre los labios, sentí la humedad de su boca, mi cuerpo entero estaba engarrotado, la sensación de placer fue más grande de lo que pudiera a verme imaginado.

Quería tocarla, al menos tocar su cabeza, acariciar su pelo, darle alguna señal de “agradecimiento” por tanto placer, pero no me atrevía.

Carmen mantuvo su boca ocupada por un buen rato, luego movió su cabeza hacia atrás y dejo que saliera, volví a mirar, ahora estaba aún más grande cubierta completamente por la saliva de la generosa costurera.

Sus ojos se encontraron con los míos, se sonrió levemente y beso la cabeza y pasó la lengua por toda la superficie, la pasó a todo lo largo, y luego lo repitió con los ojos cerrados, antes de volver a hacer desaparecer la pinga en su boca una vez más.

Yo sabía que en algún momento me tenía que venirme, sabía que el final de aquel evento era sentir salir de mi la leche como un disparo de balas. Al principio pensé que lo estaba evitando para alargar mi experiencia, luego ya quería venirme, pero no podía, miraba a Carmen, buscaba sus ojos para ayudarme a encontrar ese final de fuegos artificiales. Me di cuenta de que Carmen estaba en un éxtasi, que lo hacía por el placer que recibía, no por el placer que daba.

Se levanto despacio, me dio un beso húmedo en la boca, pude probar el sabor de mi propio pene y me gusto. “que rico estas pepillo”, “no quieres terminar en mi boca?” “ven conmigo a la cama, voy a hacer que te vengas dentro de mí”.

Me llevo de la mano a su cama. Me dijo que me acostara bocarriba, me quito los pantalones y las bragas de ceda, se deshizo de sus bragas sin quitarse el ligero vestido se sentó encima de mí, sentí como le entraba, sentí que su vagina me apretaba, su bollo era más rico que su boca, sentía contracciones que apretaban y soltaban mi pene, su cuerpo se comenzó a balancear encima de mí, primero con ritmo más leve y luego mas rápido. “dámela toda, termina dentro de mi” me dijo mientras sentí su vagina apretarme y no soltar.

De pronto sentí una manada en mi cara que parecía que se había apagado la luz, “vente maricón, termina ya dentro de mi te dije”. PUM, sentí otra manada en mi rostro. Cuando regrese a la realidad me sorprendí de notar lo mucho que me gustaba que me pegara, nunca me había imaginado algo así, nunca fue parte de ninguna de mis fantasías, pero sin duda me gustaba.

“Perdón, perdón” fue lo único que se me ocurrió decir, antes de llenarla de un chorro incontenible de leche espesa. “aquí tienes. ¿Satisfecha?” Dije.

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