Tú eras médico, yo era enfermera. Nos llevábamos genial. Ambos trabajábamos juntos y teníamos una extraña relación de amistad. Éramos adultos, había un mutuo acuerdo.
Tú tenías una pequeña disfunción, cuando intimabas con alguien te daba pánico sentir que tu cabeza se iba a pensar en el trabajo y no lograbas excitarte. No éramos pareja, pero por algún motivo yo te ayudaba con eso, formaba parte de tu trabajo y eso te daba seguridad.
Cuando tenías una cita sexual, te acompañaba y comenzábamos el plan. Te preparabas mentalmente. Me mirabas, te ponía a 100, nos comíamos a besos, nos tocábamos, engullías mis pechos.
Empezábamos con la penetración, pero cuando ya había suficiente erección parábamos y entraba en juego la otra persona.
Un día en el apartamento de la playa, tras hacer lo que de costumbre, yo me sentí extraña. Ese día la chica elegida era una rubia de pelo rizado y corto, con un cuerpo con volumen y pechos tubulares. Yo estaba molesta, frustrada.
Me miraste de forma extraña, nervioso.
Empezó a cambiar mi perspectiva de aquellos encuentros, ya no eran divertidos para mí. Me duché y me puse un vestido ligero para salir a la terraza. Me preparé una rica merienda mientras escuchaba la canción Caramelo de Pablo Alborán, y me senté a sentir la brisa y pensar en todo aquello.
¿Qué hice después? ¿Cambió nuestra relación?
Nunca lo sabré, hubo algún ruido en la habitación y me desperté del sueño.