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Candidata a zorra
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Conforme avanza la noche el viento golpea con mayor virulencia y el frio se hace más intenso también en el interior del coche. Natalia se pone el abrigo y se acurruca haciéndose un ovillo con las piernas encima del asiento trasero. Está tiritando cuando por fin reconoce que ha sido una temeridad salir con semejante temporal. Si no hubiese tenido que esperar el vuelo de su marido habría podido ir en el autobús con todo su equipo, pero antes de iniciar su gira deseaba abrazar una vez más a su esposo, puesto que la campaña les iba a mantener separados por un tiempo.

Los medios ya alertaban de que el temporal podía ser importante, lo que no esperaba es que fuese tan inclemente como para que la nieve les impidiese la visibilidad y con ello la circulación, por no mencionar el hecho de no llevar cadenas ¿No es cometido del chofer encargarse de eso? Ahora es fácil buscar culpables, piensa, y eso la hace reflexionar. Es cierto que él debería haber previsto llevar un juego de cadenas, pero también la obligación de ella era haber sido precavida y evitar viajar en coche teniendo información como la tenía que amenazaba temporal. Antepuso su primer mitin a la seguridad de ambos y, si iba a gobernar en la comunidad, ¿qué podía esperarse de ella tomando ese tipo de decisiones tan irreflexivas?

Natalia es cabeza de lista por su partido y candidata a la presidencia y casi todos los sondeos apuntan a ella como clara vencedora para las próximas elecciones, sin embargo ella nunca le ha prestado demasiada importancia a las encuestas porque por experiencia sabe que en el último momento las cosas pueden dar un giro inesperado. Tiene plena confianza en sus opciones como presidenta, sin embargo ahora sus preocupaciones son otras.

El temporal hace que las retenciones sean de varios kilómetros, y por orden suya, Ahmed coge la primera salida para incorporarse a una comarcal y evitar así el atasco. Al abandonar la autovía desaparece la aglomeración y Natalia respira aliviada porque no hay nadie por la carretera, por lo que posiblemente se puedan incorporar unos kilómetros más adelante. El GPS les indica que sigan por la comarcal, pero con el temporal han cortado la carretera y el chofer tiene que tomar inevitablemente un desvío que les lleva por una carretera local que parece más un camino de cabras que una carretera.

El limpiaparabrisas no puede eliminar la nieve con la misma rapidez con la que cae sobre el cristal, de tal modo que apenas hay visibilidad y el camino, con toda la que ha caído ha desaparecido como tal, con el agravante de que van sin cadenas, por tanto, lo sensato sería parar y llamar a emergencias. Natalia llama primero a algunos miembros de su equipo para comunicarles que probablemente se retrasará por el temporal, pero la cosa parece más seria que un simple retraso y se percata de ello cuando abre la puerta del coche y no ve nada. El viento trasporta la nieve a sesenta kilómetros por hora y ésta golpea su cara cuando asoma la nariz, por lo que vuelve a meter la cabeza como lo hace una tortuga cuando advierte un peligro.

Parece ser que no hay cobertura, no sabe si por la cercanía de las montañas o por el propio temporal. Lo intenta una y otra vez sin lograrlo y le ordena a Ahmed que lo intente con su teléfono por ver si tiene más suerte, pero es más de lo mismo: nada.

Ni siquiera tienen mantas para abrigarse, solo los abrigos y la temperatura empieza a bajar rápidamente dentro del coche, por lo que no les queda otra opción que encender el motor para que la calefacción los mantenga calientes, confiando en que no se queden también sin gasolina.

Tras la llamada a emergencias toman nota de su ubicación y le hacen saber que las urgencias están colapsadas, informándoles que mandarán a los cuerpos de seguridad para que acudan en su rescate a la mayor brevedad posible.

Transcurren los minutos y Ahmed limpia el cristal empañado por sus respiraciones y por la diferencia de temperatura, alumbra con la linterna hacia el exterior percatándose de que todo es blanco. La carretera ha desaparecido y parece que estén en medio de la nada. Natalia tiene un nudo en el estómago y empieza a sentir un desasosiego ante el amenazante paisaje. A ella siempre le ha gustado tener todas las cosas bajo control y por primera vez en mucho tiempo, la situación se le escapa de las manos. Al ignorar el poder implacable de la naturaleza, ésta se ha vuelto contra ella, piensa.

Llevan dos horas esperando y nadie ha acudido en su rescate y queda muy poca gasolina, por lo que tienen que apagar el motor, y al hacerlo perciben como el termómetro desciende vertiginosamente. Natalia considera que si se sienta Ahmed detrás con ella y se mantienen abrazados podrán mantener el calor, de no hacerlo, las consecuencias pueden ser funestas, de modo que se desabrochan los abrigos para que sus cuerpos permanezcan pegados el uno junto al otro.

Natalia tiene mucho frio y se abraza a Ahmed rodeando con su brazo su pecho y espalda. Está tiritando. Ahmed siente su contacto tan de cerca que no sabe muy bien qué hacer, ni cómo actuar. Él tan sólo es su chofer e invariablemente ha sabido siempre cuál es su cometido. Siempre ha admirado a su jefa y la ha tratado con sumo respeto y educación, por tanto, para él la situación es un tanto incómoda y, a pesar del frio empieza a sudar, ya que al fin y al cabo es un hombre y el hecho de sentir su contacto le provoca cierta inquietud y, como no, una evidente excitación que no sabe cómo disimular. Natalia está abrazada a él con la cabeza apoyada en su pecho y percibe el nerviosismo del chofer, en vista de que esta rígido y sin apenas moverse. Eso, y el hecho de percatarse (a pesar de la tenue luz del piloto) del sobresaliente bulto que está a cuarenta centímetros de su cara, le lleva a entender su desazón.

Ahmed es un hombre respetuoso y no hará nada que la pueda incomodar, no obstante la situación le desborda. Ella lo puede entender, aun así el frio la obliga a seguir aferrada a su torso para entrar en calor, pero también es cierto que su tacto le parece de lo más reconfortante. Es un hombre atlético, de eso no cabe duda, después de todo, nunca lo ha visto de manera sexual, ¿por qué entonces está evaluando su tren superior y lo atlético que es? Natalia es consciente de que Ahmed no está cómodo con ella recostada sobre su pecho y de que su contacto es el que le inquieta y le ha provocado la excitación. Debería apartarse y normalizar el supuesto dilema, pero no quiere hacerlo. ¿Es por el frio o por otra cosa?

Es ella quien tiene el control y así le gusta que sea siempre, por tanto, Ahmed carece de control alguno en ese escenario. Natalia tiene su mirada fija en el primer plano del anormal bulto que se le marca, incluso le parece ver como palpita. Advierte que ya no tiene frio a pesar de que la temperatura no ha subido. Ahora es el calor el que invade la estancia, aunque ella no sabe si es que ha subido la temperatura del ambiente o la de ambos, prueba de ello es que Ahmed está sudando y Natalia ha dejado de tiritar. Nota como la respiración del chófer se acelera, pero también como su sexo se humedece y se inquieta. No entiende muy bien su actitud, aunque debería porque parece querer jugar a un juego peligroso.

Por culpa de pretender ver a su esposo antes de marcharse se encuentra en esta situación y ahora su esposo parece haberse diluido entre la nieve y es el contacto del joven moreno, junto al montículo que tiene ante sus ojos lo que acapara su atención.

Si van a morir, ¿qué mejor manera de que aquello sea la antesala?

Ahmed es de origen egipcio, pero ya lleva veinte años en el país y tiene doble nacionalidad. Es el chófer de Natalia, pero cuando no está a su servicio, permanece a disposición del partido.

Ahora es otro el servicio que al parecer requiere de él la candidata. Sabe que lo que está a punto de hacer es una osadía y todos los años dedicados en cuerpo y alma a su carrera pueden irse al traste, al igual que su matrimonio si da un mal paso. En esos momentos valora si merece la pena dar el temerario paso y su mano obvia a su sentido común y desciende lentamente por su pecho hasta alcanzar la hinchazón deteniéndose a palparla. Por el volumen se advertía lo que escondía Ahmed tan celosamente, y al cogerlo, sus sospechas se confirman.

Ahmed no sabe qué hacer. Respira aceleradamente y siente la presión de la mano de la futura presidenta palpar su miembro todavía encerrado. Está muy excitado y no tiene más remedio que dejarse llevar por la sensación placentera que su jefa le está provocando con sus manoseos. Natalia le desabrocha los botones, le baja ligeramente el pantalón, ve el exagerado abultamiento de su slip y no duda en deslizarlo hacia abajo para observar que una fabulosa verga le da la bienvenida, le presenta sus respetos y se pone a su servicio.

La candidata a la presidencia aferra la polla desde la base, hace una exclamación y se pone bizca contemplándola, después desliza su mano a través del tronco una y otra vez como si estuviese midiendo su envergadura. Su lengua empieza a tantear el erecto falo empezando por el glande y bajando por toda su extensión. Se propicia ella misma unos golpes con la polla en la boca como si quisiera cerciorarse de que es auténtica y después sus labios se enroscan en el glande saboreando el cipote que está enteramente a su disposición. Su boca intenta albergar toda su extensión en la boca, aun sabiendo que es imposible, y lo hace hasta la mitad, por lo que desiste de la impracticable proeza, decidiendo centrarse en la felación. Su cabeza sube y baja a un mismo compás y la mano de Ahmed se posa tímidamente sobre su cabeza como si quisiera marcar él el ritmo de la mamada, sin embargo, Natalia acelera la cadencia y su mano se une aplicando movimientos circulares a través de la polla.

La respiración excesivamente acelerada de Ahmed provoca que los cristales se empañen todavía más y goteen por la condensación acumulada. Sus gemidos sugieren que no aguantará mucho y no transcurren más de dos minutos mamando el garrote de Ahmed cuando la leche golpea en su garganta haciendo que el chófer se retuerza de placer. Ella retira su boca y los dos siguientes latigazos golpean en su cara.

Natalia levanta la cabeza para observarle y pasea su lengua por el labio superior, después junta los labios saboreando la amarga sustancia blanquecina.

Ahmed la observa con cara de un adolescente que acaba de perder la virginidad. Es la primera vez que está con una mujer de su nivel. Siempre ha pensado que las mujeres de las altas esferas son intocables e inalcanzables, pero al parecer se equivocaba, teniendo en cuenta que todas son de carne y hueso, aunque muestren la frialdad de un témpano y crean estar por encima del resto de mortales.

Natalia le mira a los ojos y le sonríe con la cara bañada de esperma y sin dejar de aferrarse al madero todavía erecto, sólo lo suelta para coger un pañuelo y limpiarse el semen de su rostro. Inmediatamente se desabrocha sus pantalones y se deshace tan sólo de un camal, después cruza la pierna por encima de las de Ahmed, vuelve a coger el puntal, hace sus bragas a un lado y se sienta a horcajadas sobre él. Finalmente se deja caer sintiendo como penetra por completo el pollón de Ahmed en su angustiada raja.

Natalia no es una sex symbol. Su cuerpo dista mucho de serlo. Es una dama madura de cuarenta y dos años que ya ha tenido dos hijos y sus caderas son propias de una mujer que ha gestado en dos ocasiones. No es una fémina de gimnasio, ni muchísimo menos, pero es de las que saben sacarle partido a su cuerpo en su forma de vestir. Es una aristócrata muy elegante y distinguida y, sobre todo, muy valorada entre su equipo. Su personalidad y su talante acostumbra en no pocas ocasiones a intimidar a sus adversarios. Habla cuatro idiomas, sin embargo el idioma que ahora maneja es el de los gritos y jadeos que le produce el saltar sobre la verga de Ahmed, quien poco a poco está perdiendo la timidez y se agarra a sus carnosas nalgas, mientras la noble dama cabalga queriendo sentir todo el puntal, y en pocos minutos la candidata se corre entre jadeos en un orgasmo que parece interminable. Cuando finalmente concluye, se queda quieta apoyada sobre él mientras valora lo ocurrido.

Podría decirse que acaba de echar su carrera por la borda. Es consciente de ello y está evaluando la situación, pero la polla palpitante que todavía alberga en su interior empieza a moverse y le recuerda que su lacayo está como un toro y también desea acabar, si bien todo indica que ella cree que ya es suficiente y que todo ha sido un error por su parte. Se lo hace saber a Ahmed, por el contrario, antes de que se salga, él le da la vuelta sin sacársela y la coloca acostada en el asiento diciéndole que lo hubiese pensado antes de ser tan zorra. Ahora quiere ser él quien controle la follada y empieza a embestir de menos a más, y tras unas cuantas exclamaciones de protesta, Natalia comienza a gozar de nuevo del garrote que quiere sacarle los higadillos por la boca. Vuelve a gozar de la estaca que incursiona una y otra vez en su coño y se deja llevar por el placer que le provoca. Se agarra a sus prietas nalgas y lo empuja hacia ella queriendo sentir todo su potencial. Se siente muy zorra como le ha hecho saber su chófer, pero ya pensará en eso más tarde. Ahora le importa más su goce y se abandona al placer que le está brindando el semental moreno, al tiempo que sus uñas se clavan en las nalgas del egipcio, siendo éstas un indicador de la intensidad de la cópula.

Entre gritos y resoplidos de placer por parte de ambos amantes, es Natalia la primera que empieza a vislumbrar un nuevo orgasmo y sus pupilas desaparecen al mismo tiempo que el formidable clímax golpea sus entrañas. A sus gritos desbocados se le unen los de Ahmed, soltando lastre en su interior, y cuando finaliza, extrae la anaconda de la cavidad al mismo tiempo que los líquidos resbalan por su raja, descienden por el ano y se desparraman en el asiento. Los dos amantes se incorporan y cada cual regresa a su asiento con sus respiraciones normalizándose poco a poco. Natalia está completamente despeinada y dista mucho de parecer la próxima presidenta. Ahmed se encuentra exultante y siente que estalla de júbilo al haber tenido el placer de follársela. La política siente ahora que su coño es un bebedero de patos, y aunque ha disfrutado como una salvaje, es consciente de que su reputación pende de un hilo por su insensatez. Ahora sus aspiraciones a presidenta están en manos del egipcio, quien sostiene la “candidatura” y la zarandea ante sus ojos, mostrándole que aquello no ha hecho más que empezar.

La mandataria adivina que si quiere ser presidenta tiene que esforzarse y repara en que ahora es ella la que tiene que obedecer las órdenes.

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