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Café caliente y caramelo
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De todos los hombres de la barra lo elegí a él. Sus labios grandes, carnosos, rosas encarnados, la línea como perfilada… Esa boca era una fruta que morder con placer.

Estaba solo. Tenía una mirada pícara y traviesa color caramelo con la que acababa de cruzarme un par de segundos; me sonrió de medio lado y luego se concentró en su copa casi vacía, que agarraba con ambas manos, o quizás no miraba a nada y mantenía una conversación en silencio consigo mismo, instalado en a saber qué pensamiento, deseando yo en cierto modo que fuese obsceno y hacia mí.

Volví rápidamente a mi café, ni siquiera había abierto aún el azucarillo y ya había repasado a todo el personal del lounge, llegando a la conclusión de que era él con quien quería probar suerte, si es que me atrevía a atacar, claro, y no se quedaba el morbo encerrado sólo en mi cabeza, como me había pasado en otras ocasiones.

Mientras removía el café con la cucharita me preguntaba si se habría dado cuenta de mis lascivas divagaciones, pero me interrumpí yo sola mentalmente contestándome "no, sólo habrá sentido que lo observabas tonta, tienes demasiada timidez como para decirle con la mirada, en dos segundos, cómeme el coño en este bar con esa boquita de fresón humedecido, en el baño, no mejor, aquí mismo, encima de esta mesa, después de que arrastres al vacío la taza de café, así de película, y dejes el tablero libre para, después de cogerme, soltarme, y posar mi culo en él". Pero dos segundos pusilánimes sólo dieron para retirar fugazmente la mirada mientras ese deseo canalla se interrumpía un instante entre sonrojos tontos.

Con los ojos cobardemente escondidos en el café, la nube de nata daba vueltas a la vez que se iba disolviendo en la leche demasiado caliente para mi gusto, humeante aún, y comencé a penetrar en ella la cucharita, la llenaba, la alzaba y dejaba caer en alto la esponjosa mezcla esperando que se enfriase antes; volvía a introducirla y sacarla, introducirla y sacarla, una y otra vez, alternando ese intento por atemperar un poco la bebida con una imagen de esa enorme boca y su lengua entrando y saliendo de mi vagina, y con unas cuantas miradas furtivas más que lancé cautelosamente para no ser sorprendida de nuevo sin estar preparada, y que me calentaron más si cabía ante ese adonis que había activado tanto mi interés. Ni siquiera era mi tipo, ni por edad, demasiado joven, ni por aspecto, demasiado guapo, pero esa boca me tenía hipnotizada.

Estar sentado con los brazos apoyados en la barra pero algo alejado de ella hacía que su culito se dispusiese respingón. Pensé que con esos músculos definidos sin excesos y ese trasero prieto que se advertía bajo el vaquero sería probable que usara la bici asiduamente. Me encantan los culitos de los ciclistas cuando suben una cuesta, sobre todo ese momento en el que necesitan ponerse de pie en los pedales para transmitirle más fuerza al vehículo, momento en que se dibujan las líneas de sus fibras en las mayas con trazos muy eróticos.

El chico volvió a coger su vaso servido de nuevo con Cuatro Rosas sin hielo, y antes de mojar esos labios tan apetecibles volvió a mirarme, esta vez sin prisa, de abajo a arriba, siguiendo el largo de mis largas piernas cruzadas a lo Sharon Stone, comenzando desde mis botas chelsea de tacón fino hasta el bajo de la falda de tubo con cintura alta en la que estaba embutida, y que sentada y cruzada quedaba algo más arriba de mis rodillas. Antes de que subiera más su mirada ya había estirado mi tronco y dirigidos hacia atrás mis hombros, adelantando así mis senos muy sutilmente, en un movimiento desapercibido, estilizando mi figura hacia una postura provocadora. Aquella falda me sentaba de muerte pero empecé a pensar que probablemente no era la prenda más apropiada para un instinto básico, para abrirme bien de piernas sobre la mesa y dejar que mojara su fresón en mi ya humedecida entrepierna.

Cuando hizo una parada en mi escote, cuya abertura dejaba adivinar adrede la forma de mis servidos pechos, mi piel comenzó a erizarse y mis pezones se endurecieron y se volvieron tan sensibles que el roce de la ajustada camisa blanca de seda sobre ellos me reexcitó soberanamente. Entonces él se mojó ligeramente los labios con su lengua acabando por morderse un poco el inferior, y justo en ese instante una punzada intensa de placer en el clítoris, erectándolo, me hizo apretar las piernas contra el pubis y empinar el culito, ambos actos reflejos, igual que un animal, igual que una gata en celo. Fue cuando caí en la cuenta que yo ya no había refugiado más mis ojos en el café porque ya no estaban tímidos ni avergonzados sino desatadamente hambrientos.

Sus ojos caramelo, grandes y rajados aterrizaron en los míos nuevamente, con una mirada esta vez descarada y condescendiente, sin tapujos, regalándome otra sonrisa de medio lado tan marcada como la intención que me estaba mostrando. "Ahora sí lo sabe", me dije, "está claro, me lo está poniendo bien fácil", y es que su faz excitada lo decía todo. Mi cortedad, gloriosamente y al fin, huyó escurridiza y sin avisar, mis piernas empezaron a descruzarse manteniendo el mismo estilo que cuando estaban cruzadas, muy de pose, en un aviso hacia él de que iba a ponerme en pie, mientras mis ojos le contestaban en tono fogoso con una invitación a seguirme al baño. La desfasada idea de la mesa se esfumó, evidentemente, ante la presencia de espectadores y como no, la posible llamada a la policía a poner orden en aquel innecesario escándalo.

Andando en pasos lentos hacia el baño, dejé caer mis caderas bajo el sensual bass de Tricky y la pícara voz de The Antlers en un Parenthesis que arrancó a sonar, tan erótico como oportuno, justo cuando comenzaba a levantarme del asiento, sin dejar de mirar insinuadamente al caramelito que parecía ser que me iba a comer, en una caminata provocativa y sensual que culminé con una última mirada buscando su asentimiento.

Tras la primera puerta había un pasillo con cuatro puertas más. "Ellas" y "Ellos" primero y "No pasar" y "Privado" al fondo. Abrí la puerta de "Ellas" y con un solo pie dentro unas manos me cogieron de la cintura, me tiraron hacia atrás hasta dar en seco con un cuerpo y unos labios rozaron mi oreja derecha mientras una voz me susurraba "tengo un sitio más idóneo al que llevarte, preciosa". Mis cachetes notaron su erección y mis flujos se desbordaron en cataratas ante la idea de tal prominencia. Me di la vuelta y cogiéndome la nuca con su mano acercó a mi boca su fresón, que ya había yo mordido antes sin dolor en mi mente, y comenzó a beber de los míos en una actitud super excitada. El asunto prometía.

Guiando mi cuerpo hacia el privado sin parar de comerme la boca y el cuello, me puso de espaldas a la puerta, me subía la falda con una mano y con la otra introducía una llave en la cerradura para abrir la puerta de un golpe. Su desenfreno tocándome siguió hasta llegar a una mesa llena de papeles y utensilios de oficina que arrastró al vacío con su brazo, cogiéndome y soltándome rápidamente sobre la mesa, con mi culo en el borde y la falda ya arrugada en la cintura. Con sus dedos sobre mi pecho me indicó que me tumbara y con la otra mano me quitó hábilmente las braguitas, poniéndoselo yo aún más fácil con movimientos sincronizados totalmente con los suyos.

Tumbada con las piernas cruzadas tras sus cachetes, como en un amago de no dejarlo escapar, me desabroché la blusa con rapidez mientras el lamía y mordisqueaba graciosamente mi cuello a la vez que con sus dedos recorría toda mi vulva. Me bajó el sostén, ni paró en desabrocharlo siquiera, y comenzó a comer mis erectas tetas como un crío ansioso por amamantar, alternando breves lamidos, pequeñas succiones y más mordisquitos graciosos en mis duros pezones, para luego seguir con su lengua por las aureolas y los senos dibujando grandes círculos. Mis gemidos, de volumen algo controlado, se mezclaban con el ruido de su chupeteo, que abandonó para bajar la cintura de mi falda y trazar una línea de saliva con la punta de su lengua hacia mi ombligo y qué rodeó haciendo círculos a la vez que decía "mmmmm el ombligo de Venus", cosa que no entendí y me prometí buscar después su significado.

Mis fluidos corrían hacia la mesa deslizándose por mi culo, mi clítoris estaba bien erecto, estaba preparada y ansiosa por que me penetrara con ese supuesto gran miembro, pero entonces separó mis piernas mientras se agachaba y me dio un lamiscazo desde el culo hasta la pepita que se tradujo en electricidad recorriendo mis vértebras. "Sepárate esos labios, felina", a cuyo imperativo obedecí como una perra. Empezó lamiendo los labios externos e internos lentamente, realizando sutiles succiones que iba intensificando poco a poco. Los calambres ya empezaron a recorrerme la pelvis, la espalda y los brazos, y a medida que él trabajaba el clítoris maestramente e introducía después su lengua en mi vagina, sentí que el primer orgasmo estaba cerca, cosa que no me podía perder. Me incorporé todo lo que pude evitando cambiar la postura de mi pelvis frente a su cabeza, que era perfecta, y miré la escena mientras alcanzaba el cielo, corriéndome en esa boca de fresa que estaba haciendo y se veía tal y como había imaginado sentada a la mesa enfriando el café.

Sin dejarme descansar tras la primera corrida, cosa que no era necesaria ni mucho menos, se puso de pie, y pasando la cara externa de su mano por su boca se limpió un poco mis fluidos para terminar lamiéndose y escrutó diciendo "qué coño más rico, es un río de fresa", cosa que me hizo bastante gracia por la coincidencia en la fruta. Llevó su mano a su pene, largo, ni grueso ni delgado, y con un glande precioso. Yo hice el amago de agarrarlo para llevármelo a la boca, pero el me apartó cariñosamente. "Quiero follarte ya, tan húmeda", lo cual me pareció morbosamente inteligente. Introdujo su miembro despacio y sin problema, entre mmms y alabanzas a mi lubricación y a lo bien que deslizaba su polla dentro de mí. A movimientos suaves y cortos sucedieron embestidas cada vez más largas y fuertes combinadas con movimientos circulares, los suyos y los míos, cada vez todo más enérgico conforme alcanzábamos el cielo esta vez los dos. Sus gemidos anunciaban la venida de su fuente y mis espasmos y mis calambres la desembocadura de mi río, que al llegar tiró de mi cuerpo hacia atrás volviendo a encontrarme tumbada en la mesa, disfrutando el clímax generado por la simultaneidad de nuestros orgasmos.

Él cayó entonces rendido sobre mí, con su pene aún dentro, decreciendo poco a poco su tamaño. Y entonces, levantando su cabeza de mis pechos, con una sonrisa de medio lado y mirándome a los ojos acaramelada y plácidamente me preguntó: ¿y cómo te llamas, preciosa felina? A lo cual contesté ¿y para qué nombres, caramelo? Sólo soy café caliente.

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