Me dicen feo y soy feo. La naturaleza estaba en un mal día cuando diseñó mi cara. Probablemente después, al ver su obra, debe haber tenido cargo de conciencia y, tratando de compensar, me dio un potente intelecto, una firme voluntad y un físico armonioso y robusto. Por tener ese cuerpo sufrí muy poco las bromas de mis compañeros, con su habitual crueldad, pues generalmente era más alto y fuerte que ellos. Resumiendo, en el balance salí ganancioso.
Me llamo Euclides Giménez, 28 de edad, soltero, obtuve la licenciatura en economía a los 24 y dos años después me doctoré. Trabajo en una empresa fabricante de insumos médicos en el sector financiero con una retribución más que suficiente.
Mi vida está jalonada por episodios donde la suerte juega totalmente a mi favor.
La primera manifestación es haber nacido y criado en un hogar donde sólo abundaban dos cosas, trabajo y afecto. Ese ambiente rebosante de cariño fue el combustible que me movió a estudiar, ayudar a mi madre en las tareas de la casa y poner el hombro al trabajo de mi padre en el campo.
El segundo episodio se dio cuando, faltando poco para terminar la primaria, un hermano de papá ofreció tenerme en su casa mientras cursaba el secundario en la ciudad. Quedando pocos meses para finalizar ese ciclo mi tío anunció que se jubilaba, lo cual implicaba una reducción en sus ingresos. Negándome de plano a seguir representando una carga para mis padres y para mis tíos, dejé de lado la expectativa de cursar la universidad.
Un día, como al pasar, le pregunté a mi tío si era posible entrar a trabajar en la empresa que él dejaba, recibiendo en respuesta que iba a averiguar. Nuevamente la suerte a mi favor hizo que me tomaran a prueba por tres meses. Para terminar el año lectivo faltaba un mes, así que hablé con el director del colegio, quien me concedió el permiso viendo que había tenido buen rendimiento. El puesto de cadete-ordenanza no requería una aptitud especial, así que a los quince días me desempeñaba con soltura, y cumplido el plazo de la prueba quedé efectivo.
Tercer episodio. Una mañana después de entregar un expediente me cruzo con el dueño de la empresa. En el momento de saludarlo escucho que me llaman
– “Feo, vení”
Don Benito simplemente miró cómo acudí al llamado y siguió caminando. Era la primera vez que me veía y caía en cuenta de mi presencia en la empresa. Un poco más tarde me avisan que debía ir a la gerencia general. Me presento a la secretaria y tras anunciarme entré al despacho y, ante una seña, me senté frente al escritorio.
– “No te molesta que te digan Feo?”
– “Me molestaría si sonara como burla o desprecio pero no es así”
– “Cuánto hace que estás acá”
– “Justo un año señor”
– “Qué estudios tenés”
– “Secundario y estoy en primero de la universidad en la carrera de economía”
– “Cómo entraste a trabajar”
Le conté todo, resaltando que sin el trabajo no podría estudiar y que el colegio me permitió faltar el último mes.
– “Y cómo te permitieron eso”
– “Tenía buenas notas.”
– “Cuánto de buenas.”
– “Terminé con promedio general 9,87”
– “Hijo de puta”
– “No le entiendo señor”
– “No te preocupes, yo me entiendo”
– “Quiero ver los papeles”
– “Tengo certificado, diploma y medalla. Mañana se los traigo”
– “Se los dejás a la secretaria, ella te los va a devolver en el día. Cuando termines este año me venís a ver. Podés ir no más”
– “Comprendido señor, hasta luego”
Después me enteré que “Hijo de Puta” era una expresión que Don Benito tenía a flor de labios y abarcaba una multitud de significados, pues dependiendo del destinatario, la entonación de voz y el contexto podía expresar admiración, enojo, sorpresa, alabanza, insulto y muchas cosas más. Él había enviudado hacía poco y no tenía hijos.
Unos meses después fui a ver a la secretaria de don Benito y le pedí que me anunciara.
– “Señor, está el empleado Giménez diciendo que usted dispuso que lo viera.”
– “No llamé a nadie, y no sé quién es Giménez.”
– “El ordenanza, señor, el Feo.”
– “No le digas Feo, dame un minuto y hacelo pasar.”
Al entrar vi que estaba con otro señor, también mayor.
– “Hijo, te presento a don Samuel, socio de la empresa.”
– “Mucho gusto señor.” Saludé inclinando la cabeza.
– “Por qué no diste la mano?”
– “Porque la persona que tiene precedencia es quien dispone la modalidad que tendrá el saludo. Si don Samuel no estiró la mano es porque desea un saludo menos cercano.”
– “Te das cuenta Samuel?”
– “Sí Benito, es muy hijo de puta.”
Naturalmente no intervine en ese diálogo.
– “Bien hijo, que te trae por acá”
– “Usted me dijo que cuando terminara el año de estudio viniera a verlo con los resultados. Ayer rendí una materia y ya terminé.”
– “A ver, que no entiendo. Rendiste una sola materia y terminaste el año. Y las otras?
– “La que rendí es la única que no podía promocionar.”
– “Bien, nota del examen.”
– “Diez, señor.”
– “Hijo de puta. Promedio del año?”
– “Nueve setenta, señor”
– “Samuel?”
– “Tenés toda la razón del mundo, Benito.”
– “Bien, te quiero hacer un regalo. Qué querés.”
– “Que si el año que viene tengo el mismo horario que éste, me deje salir una hora antes del trabajo”
– “Por qué?”
– “Porque las clases comienzan a la misma hora que salgo de acá y hasta que llego pierdo la primera hora.”
– “Samuel?”
– “Demasiado hijo de puta Benito”
– “Escuchame bien Euclides, lo que me pedís es un trámite administrativo. Quiero hacerte un regalo. Qué necesitás?”
– “Un ordenador portátil. Pero es muy caro.”
Si contestarme don Benito, por el intercomunicador, le ordenó a la secretaria que lo comunicara con el ingeniero que hace el mantenimiento de sistemas.
– “Don Benito, le habla el ingeniero Ramírez.”
– “Te va a ir a ver el empleado Giménez para que se pongan de acuerdo sobre el equipo portátil que le conviene comprar. Después llamás a nuestro proveedor para que mañana lo traiga y se lo entregas. Sin que falte ningún accesorio y con programas originales”.
– “Señor, no conozco ningún empleado Giménez.”
– “Ingeniero, no hagás que te lo repita. El Feo se llama Euclides Giménez. Entendiste?”
– “Sí, señor”
– “Hijo, dejale a la secretaria el número de tu teléfono para llamarte mañana a ver si está todo bien.”
– “No tengo teléfono, señor.”
– “Cómo que no tenés teléfono. Qué hacés con tu sueldo si sos soltero y vivís con tu tío?”
– “Lo divido en cuatro, dos partes para mi tío solventando mi estadía, una parte para mis padres, y una parte para mis gastos. Con eso no me alcanza para comprar un aparato y pagar la línea.”
– “Has escuchado Samuel?”
– “Sí Benito.”
– “Y entonces, qué te pasa. Estás distraído, sos amarrete, qué ocurre. No escuchaste que no tiene teléfono?”
“Perdón, ya entendí. Euclides mañana la secretaria de Benito va a tener un aparato para vos.”
– “Samuel, no quiero pensar que te estás olvidando de la línea.”
– “No, por supuesto, de ahora en adelante yo cubriré el gasto.”
Otra manifestación de la buena suerte, no importante pero sí altamente placentera, fue conocerla a Julia, una joven de 19 años, la luz de los ojos de su papá, probablemente la más hermosa de la universidad.
Esta relación, a todas luces incomprensible, fue fruto de algunas coincidencias. Una se dio cuando le llamó la atención mi fealdad y, al preguntar quién era, le contaron entre otras cosas que mi nota más baja de estudio era de nueve. Otra resultó su extrema disposición a la vagancia junto con la exigencia paterna de estudiar algo que le permitiera desempeñarse en puestos importantes de su empresa. La combinación de ambas y su sentido práctico generaron una contraprestación de servicios, yo le hacía todos los trabajos que no eran presenciales y ella se avenía a una sesión semanal de sexo. Al final, lo que parecía ser una obligación desagradable para esta mujercita, devino en algo muy placentero pues, como dicen los criollos, la hacía bellaquear.
Por cosas del azar nuestros sexos eran asombrosamente complementarios. La profundidad y diámetro de su vagina resultaban levemente inferiores a la longitud y grosor de mi pija, resultando que la fricción de entrada y salida suponía un equilibrado deleite, donde la expansión producida por el intruso era devuelta en modo de presión envolvente.
Las dos primeras veces fueron placenteras pero matizadas por tanteos, buscando las zonas sensibles, la presión adecuada para cada una, los signos faciales para detectar el estímulo apropiado y otras cosas que sería largo enumerar.
La tercera vez fue algo glorioso. Después de las caricias preliminares y un buen orgasmo, mientras le comía la conchita, me pidió que la dejara manejar la acción, a lo que accedí.
– “Cuando te diga, entrá nada más que la cabecita y luego quedate quieto”.
Se puso en cuatro sobre el piso alfombrado al costado de la cama y me instó a hacerlo. Al ubicarme de rodillas percibí que la suerte de nuevo estaba de mi lado. Sobre la pared a unos dos metros había un espejo de cuerpo entero que me permitiría ver lo que la posición me impedía.
Julia, apoyada sobre rodillas y codos, mordía su labio inferior con los ojos cerrados. Mientras se movía haciendo que la entrada y salida del glande fuera corta, sus facciones distendidas sugerían concentración en las sensaciones del contacto.
Varias veces hizo la rutina de salida lenta y entrada súbita, acompañadas de su voz
– “Qué delicia sentirte suave. ¡Ahora siiii, enteraa!”
Cuando una de las violentas entradas fue seguida de sus nalgas pegadas a mi pubis haciendo un movimiento rotatorio, quebré mi promesa de quietud. Puse las manos en sus nalgas y con los dedos a modo de garras la aplasté contra mí, profundizando al máximo la penetración comenzando la corrida. Habrán sido cuatro palpitaciones con expulsión pero sentí como si hubiera arrojado hasta la idea de semen. El final de mi orgasmo coincidió con el comienzo del suyo que semejó un ordeñe de lo poco que me quedaba dentro.
La tarea de ambos, habitualmente tenía lugar los sábados, en la vivienda paterna y nos instalábamos en su dormitorio, con escritorio amplio y todas las facilidades para ambas actividades. En el resto de la semana nos veíamos ocasionalmente en la universidad pues mi tiempo libre era escaso. El trato con su padre fue distante y por parte de él se evidenciaba un desagrado mal disimulado. Reacción en cierto modo lógica pues yo era poca cosa para su princesa.
Con la pareja del dueño de casa la cosa era bien distinta, al punto de ser la única que me llamaba por mi nombre, algo que solo se verificaba con mis familiares. Nuria, tercera en la lista de mujeres que ocuparon ese puesto, es una hermosa mujer con menos de treinta años. Había sido empleada en la empresa del padre de Julia cuando éste la cortejó y se juntó con ella, hace un año y medio. Proviene de una familia modesta donde todos viven de su trabajo. Tiene un hermano casado y su madre vive de la pensión del esposo fallecido. Lo notable de Nuria es su perfil bajo. Siendo muy linda viste sin llamar la atención, de conversación agradable, opiniones muy centradas y criteriosas, como si la vida le hubiera impuesto una rápida y temprana maduración.
Con ella la relación fue creciendo en cercanía y confianza en un ámbito de mutuo respeto. En una de mis visitas faltando dos meses para finalizar del ciclo académico, y habiendo concluido mi trabajo con una gratificación algo más larga, estaba ya saliendo cuando me pidió hablar un momento. Por supuesto que acepté encantado.
– “Necesito que me des algunos minutos. Tenés tiempo?”
-“Todo el que quieras”
– “Vos sabés que te aprecio, creo habértelo demostrado en estos meses. Lo que te voy a decir quizá te duela, pero me sentiría muy mal si sufrís porque no fui capaz de advertirte a tiempo. Decir es fácil, lo difícil es hacer. Julia no te conviene, todo lo que para vos tiene valor, estudio, trabajo, esfuerzo, veracidad, lealtad, para ella es cuestión de perdedores, de gente que no sabe vivir. Por aquí he visto desfilar una buena cantidad de jóvenes que al poco tiempo, cuando pasó la novedad, son dejados de lado como pañuelo descartable. Mi sugerencia es que hagas lo posible por no enamorarte aunque sigas disfrutando de su cuerpo, y ante la primera muestra de cansancio de su parte, sin siquiera despedirte no vuelvas a tener contacto con ella. Si te llegara a preguntar qué te paso, simplemente decile que estás muy ocupado. No permitas que ella te descarte.”
– “Te agradezco la sinceridad, francamente no lo esperaba. Quisiera retribuirte de la misma manera pero antes tengo que saber algo. Alguna vez me dijiste que trabajabas en la empresa del padre de Julia antes de ambos convivieran y que dejaste el trabajo por su expreso pedido. También me contaste que sos la tercera pareja de Jorge llevando año y medio juntos. Dios no lo quiera, pero si mañana él muriera, ¿dónde irías a vivir y como solventarías tus gastos?”
– “Iría a casa de mi madre y seguro ella me ayudaría hasta que consiga trabajo.”
– “Entiendo, pero no hay razón valedera para ello. Si fueras inepta para trabajar, vaga o superficial lo entendería, pero así no. Mi invitación es que aproveches la influencia y poder de Jorge para conseguir una buena ocupación. Estoy seguro que te vas a sentir mejor. Si él te preguntara el porqué, simplemente le decís que estás viviendo como un parásito, que deseas sentirte ocupada y útil. El día que tengas trabajo, si te parece bien, avísame, que algo se me va a ocurrir para buscar tu independencia.”
Por todo ello es que me adhiero fervientemente al dicho que reza: “Creo en la suerte y además he comprobado que cuanto más duro trabajo más suerte tengo.”
Cuando Nuria me contó del empleo y la remuneración le armé un proyecto. Básicamente era construir un bloque de diez habitaciones con baño para alquilar a estudiantes de la universidad cercana a la casa de su madre. El terreno permitía eso y mucho más. Sus ingresos le daban para afrontar los gastos de un importante crédito para la parte básica de la obra. La dificultad estaba en que, si bien podía pagar, no se lo iban a otorgar. Solución, que madre, hermano y cuñada gestionaran individualmente, siendo ella quien solventara el gasto. Finalizada la estructura se podría conseguir un crédito hipotecario que permitiera terminar. Este proyecto debía hacerse a la vista de todo el mundo, incluido el padre de Julia.
Durante el desarrollo viajé con cierta frecuencia para ver el avance y coordinar actividades futuras, quedándome tiempo para esparcimiento y cambio de rutinas. En esas visitas llegué a conocer y apreciar a los integrantes de la familia, Mabel la madre con algo más de 60, Pedro el hermano en los 40 y Lea, la cuñada, igual que Nuria apenas pasados los 30.
El matrimonio llevaba 6 de casados sin hijos. Él tenía una diabetes juvenil que no podía controlar porque comida, bebida y sedentarismo eran su pasión. Ella una hermosa mujer, delgada pero apetecible y culta. Quizá lo más notable era la rara combinación de un carácter fuerte unido a una ternura deliciosamente femenina. Como era quien llevaba el manejo inmediato del proyecto tuve una relación más cercana con ella que con el resto, al punto que teníamos un saludo de buen humor y casi ritual.
– “Tendría que haberte conocido de soltera”.
– “Te hubiera rechazado porque no me gustan los estudiosos”
Tres años han pasado de aquella charla con Nuria donde le expuse un posible proyecto para asegurar en algo su futuro. En ese lapso terminé mi carrera, después logré doctorarme, y lo que en aquel momento era una declaración de intenciones, una semana atrás había concluido. El otro hecho destacable fue la operación para modificar algo mis facciones. Usualmente don Benito, cada dos o tres semanas, me llamaba para invitarme un café y pedirme opinión sobre algún asunto de interés. Una de esas veces me sorprendió por el tema.
– “Hijo, alguna vez pensaste en hacerte una cirugía facial?”
– “Sí señor, en cuanto pueda lo voy a hacer. No pretendo ser lindo pero sí menos feo”
– “Me darías una alegría si me permitís intervenir. Un cirujano, amigo de muchos años, tiene prolongada experiencia en este tema. Cuando estaba empezando yo le equipé todo el quirófano a pagar cuando pudiera. Lo hizo rapidísimo y al completo, sin embargo dice que de por vida va a permanecer en deuda conmigo. Si le pido que te opere lo va a hacer con inmenso gusto y seguro no va a permitir que le pagues. Me dejás que lo hable?”
– “Encantado señor”
Y así fue, no cambié el apodo pero sí mi cara. Ya no asusto.
Hace dos días Nuria me invitó para viajar este fin de semana largo y festejar la finalización del emprendimiento. Salimos en su auto y en tres horas ya habíamos llegado. El sábado hicimos unos cálculos por la mañana. Al mediodía comeríamos todos juntos menos Pedro pues no se sentía bien.
Cuando sentí que Lea había llegado fui a saludarla, estaba en la cocina y al entrar, viéndola de espaldas, la saludé como de costumbre.
– “Tendría que haberte conocido soltera”
Se dio vuelta para contestar.
– “Te hubiera rechazado porque no me gustan los estudiosos”
Me llamó la atención verla con cara de agotada, pareciendo estar con el ánimo por el suelo.
– “Algo pasa que estás distinta a la dama que hubiera deseado conocer de soltera”
– “Debe ser que tengo un mal día”
Me acerqué, tomándola de los brazos a la altura de los hombros.
– “No pretendo ser tu confidente, pero debes saber que estoy dispuesto a ayudarte en lo que sea que esté a mi alcance”
Su agradecimiento fue silencioso, me abrazó y apoyando la cabeza en mi hombro pegó su cuerpo al mío. Por supuesto que correspondí apretándola suavemente, pasando mis manos por su espalda en tierna caricia, mientras sentía su pelvis en firme contacto con la mía. La unión habrá durado menos de un minuto pero la sensación de su cercanía fue muy intensa. Se separó dándome un leve beso en los labios.
– “Tengo que cocinar”
Conmovido regresé con Nuria a terminar la tarea pendiente. Teníamos que determinar qué porcentaje de propiedad le tocaba a cada uno y cómo se dividirían los ingresos. Cuando se dio la oportunidad le pregunté si Lea tenía algún problema, pues la notaba apagada en contraste con lo alegre y dinámica que se mostraba en otras oportunidades.
– “Vamos afuera como quien recorre la obra. Menos mal que vos tocaste el tema. Yo no hubiera sabido cómo abordarlo. Ahora me explico. Hace tiempo que la salud de Pedro va en franco deterioro y eso representa mucha preocupación, con el agregado de significar la incapacidad para mantener relaciones íntimas.”
En esto sus palabras fueron muy gráficas.
– “Sigue teniendo la sonrisa de la mujer alegre, pero le falta el gesto de la hembra satisfecha”.
– “Y cómo lo llevan.”
– “De regular para mal. Al punto que hace días Pedro le dijo que se consiga un amante. Lo que no quiere es que lo haga a espaldas de él. Y ella le contestó que no sabía si iba a poder. Anoche me llamó mi hermano diciendo que Lea te había elegido, y si podía, te iba a seducir. Me pidió que, si era posible, hablara con vos para dejar claro que Lea no es una buscona que traiciona al marido. Te ruega que no te des por enterado antes de que ella te lo diga.”
Después de almorzar Mabel se fue a descansar. Lea se ofreció a lavar mientras Nuria y yo levantábamos la mesa. En eso estaba cuando mi amiga me llevó aparte.
– “Por favor, no pierdas un minuto, andá a la cocina y dedícate a llevar por las nubes el ánimo de mi cuñada.”
Naturalmente le hice caso.
– “Tendría que haberte conocido soltera”
Su diferente respuesta fue suficiente permiso.
– “Más vale tarde que nunca.”
Me acerque pegándome a su espalda, con los brazos alrededor de la cintura y besándole el cuello. Su reacción fue poner su brazo izquierdo sobre los míos, echar su cabeza hacia atrás mientras su mano derecha en mi nuca estrechaba el contacto de mis labios, y hacer fuerza retrocediendo para que la división de sus nalgas alojara el bulto que resaltaba en mi bragueta.
Después me separé para dejar algo de espacio, desabroché su corpiño sacando los breteles por los codos y retirando la prenda por el frente para dejarla sobre la mesada. Luego levanté el ruedo del vestido para, con ambas manos, tomar la bombacha y bajarla sacándola por los pies. Ahí sí la di vuelta y quedamos abrazados, ella con su mejilla apoyada en el hueco de mi hombro y yo con mi boca detrás de su oreja. Ella dijo dos palabras y yo otras dos.
– “Mi amor”
– “Tesoro mío”
El contacto fue tan intenso, tierno y significativo que me recordó un grafiti leído hace tiempo ‘Hay abrazos que son como para quedarse a vivir’.
El encuentro de los labios fue el término de un recorrido de besos sucesivos desde el lóbulo de la oreja, pasando por toda la mejilla hasta la comisura, donde lo principal fue saborear la boca del otro. Cuando las lenguas acusaron cansancio de tanto movimiento acariciante, que expresaba la mutua afectividad, me arrodillé desabotonando el vestido de la cintura para abajo. La mata de pelo bien arreglado fue un imán irresistible que recorrí, de abajo hacia arriba varias veces, con el dorso de la mano, mientras ella permanecía con los ojos cerrados y agarrando con fuerza el borde de la mesada. Progresando en la caricia apoyé ambas palmas sobre el final de los muslos, mientras los pulgares puestos en los vértices del vello pubiano estiraban la piel hacia arriba y hacia afuera. El resultado fue que lentamente se fueron abriendo los labios, permitiendo la aparición del clítoris cuyo capuchón se retraía dejándolo sobresalir erguido.
Que nuestros besos, caricias y contactos previos habían llevado la excitación a buena altura era testimonio fidedigno la cantidad de jugo que empapaba esa conchita. No pude superar la tentación, mis labios se lanzaron en pos del botoncito desafiante, y haciendo el mismo trabajo que si fuera un pezón, en un santiamén provoqué su primera corrida en mis brazos. Las manos que ciñendo mi cabeza apretaban vulva contra boca, cuando terminaron los espasmos, me separaron haciendo que, ya de pie, la abrazara.
– “No puedo más, por favor déjame descansar.”
Sentado en una silla, la ubiqué sobre mis piernas. Ella con la cabeza descansando sobre mi hombro me hizo saber el por qué de su proceder, de la impotencia de su marido, de la sugerencia de buscar un amante, de la elección que hizo y de su aprobación por Pedro.
– “Estoy segura que le debe causar algo de dolor porque me quiere, y en cierto modo, al lado del placer que me das, también tengo algo de remordimiento. Vos sabés que no me sos indiferente, pero lo que me inclinó decisivamente es que te considero incapaz de hacernos daño.”
Luego de estos minutos de descanso para ella, en que mi excitación no declinaba, pues su vestido, totalmente abierto solo le cubría los hombros, la hice ponerse de pie, para bajar mi pantalón y calzoncillo, sentarme nuevamente haciéndola montar de frente y a caballo de mis piernas.
-“Te pido dos cosas, que me dejes manejar la penetración y me des tu lengua para saborearla.”
Naturalmente, a un pedido así era imposible negarse. Se levantó ligeramente, agarró el tronco por la mitad ubicándolo en la entrada de la vagina, me hizo sacar la lengua y en el momento de sorberla empezó a bajar.
– “Querida, no sé cuánto podré aguantar sin correrme, has logrado que mi nivel de excitación sea altísimo."
– “Disfrutá mi amor, no te reprimas, y hacelo bien adentro, ayer terminé de menstruar.”
Cuando el glande topó con el fondo, sintiendo presiones sucesivas que semejaban un ordeñe, se abrieron las compuertas, dando comienzo a la serie de palpitaciones seguidas de chisguetazos que me dejaron agotado. Ahí pude disfrutar del puro afecto, que permanece una vez superada la pasión y se concreta entre los brazos femeninos, que antes urgían y ahora hacían de contención.
Por razones de distancia y trabajo nos encontrábamos cada dos semanas viajando alternadamente, una vez yo y la siguiente ella. De común acuerdo quedamos en que su relación matrimonial tenía prioridad sobre la nuestra. El tiempo de Pedro era escaso y nada justificaba convertirlo en una tortura.
Meses más tarde Pedro falleció producto de una falla orgánica generalizada. Naturalmente la acompañé en esa circunstancia dolorosa y poco después le pedí que nos casáramos, dejando pasar un lapso prudencial. Acordamos que tanto la ceremonia cuanto el festejo se realizaran en un ambiente íntimo, reducido a la familia cercana. De esta relación siempre estuvo al tanto don Benito, quien, cuando se acercaba la fecha de casamiento me pidió conocerla. La reunión en su despacho fue agradable y de corta duración. La conversación final fue, para mí, tremendamente emotiva.
– “Euclides, tapate los oídos, porque lo que quiero decirle a tu novia no es para vos. Lea, éste es el hijo que siempre quise tener, si él te eligió debés ser muy buena, sean felices y de ser posible quiero rápidamente un nieto.”
– “Querido bajá las manos que esto también te interesa a vos. Don Benito, le adivinamos el pensamiento, si todo sigue bien, dentro de siete meses será abuelo.”
Y así fue.