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Bonnie Parker
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Tiempo de lectura: 37 minutos

Eran alrededor de las 8 de la noche un 31 de octubre, en la víspera de la Noche de Brujas. Yo me encontraba en mi departamento arreglándome para asistir, junto con mi novio Alberto, a una fiesta de disfraces que se realizaría en un conocido bar de la localidad un par de horas más tarde.

Como cualquier chica profesionista y moderna de 23 años, trataba de aprovechar los años que aún me quedaban de soltería para salir ocasionalmente con mis amigos a divertirme. Aunque con un noviazgo formal de casi un año era cada vez más difícil, a causa de los compromisos que conlleva estar en una relación con una persona en especial.

No me mal interpreten, la relación con mi novio ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida. Él ha sido para mí el hombre con que toda la vida soñé; un joven profesionista que no sólo es atractivo y atlético, sino también con fuertes valores morales inculcados desde su niñez por una familia de firmes convicciones religiosas.

Son estos valores los que han hecho de él un hombre de bien, responsable, honesto y trabajador. Una persona que sabe que para salir adelante en la vida no hay caminos fáciles, sino que hay que trabajar duro para alcanzar los objetivos que uno se propone. Cualidades que no pasaron desapercibidas para la institución financiera en la que labora por lo que ha progresado rápidamente en el ámbito profesional.

Con buena apariencia y un gran carisma no faltaban las mal intencionadas bromas de mis amigas, y uno que otro amigo gay, amagando con ‘robármelo’ para quedarse con él. Y esos comentarios no son para tomarse a la ligera, pues siendo Alberto aficionado a la natación y otros deportes siempre se mantiene en buena condición física.

Sin embargo, nada de eso fue por lo que me enamoré de él. Fue su actitud tan atenta y cortés, siempre pendiente de mis necesidades y sentimientos desde el día que nos conocimos, lo que me hizo caer profundamente enamorada al grado de no poder imaginar ya mi vida sin él.

Siendo un romántico idealista, dedica especial atención a aquellos detalles que sabe que son de mi agrado, intentando que cada momento que pasamos juntos sea tan memorable como sea posible. Consiguiendo con esto que no sólo visualice un futuro a su lado, sino que lo anhele. Definitivamente un hombre con el que toda chica 'sueña'.

Aunque claro, hay veces que los sueños pierden un poco de su encanto cuando se materializan. Por ejemplo, digamos que a hay algunas ocasiones en las que me gustaría que fuera un poco menos formal y conservador; sobre todo en la intimidad, si entienden a que me refiero.

Por haber tenido una marcada formación moral desde su niñez, Alberto está habituado a tratar a las mujeres con sumo respeto y consideración, sin importar la situación y circunstancias en las que se encuentre; lo cual es lo ideal y nunca podría reprocharle.

Es sólo que una mujer, con cierto grado 'saludable' de vanidad respecto a su apariencia y atractivo físico, le gusta pensar que vuelve locos a los hombres sólo con su presencia. Más aun cuando consiente de los atributos físicos que ella posee, no duda en vestir provocativamente para utilizarlos sin ningún escrúpulo consiguiendo la atención de uno o más chicos a su alrededor.

El coquetear cuando mi novio no estaba presente; un viejo hábito que no desapareció automáticamente cuando colocaron un anillo en mi dedo. A tal grado que en varias ocasiones llegué a provocar, ‘inocentemente’, rencillas entre algunos chicos que se enfrascaban en una discusión por determinar quién tenía el derecho a acceder a la minúscula posibilidad de llevarme a la cama (o cualquier otro lugar donde se pueda tener intimidad).

Y justo ahí es donde está el pequeño detalle en mi relación con Alberto, uno muy importante para ser precisos. Sobre todo si una, habiendo ya cumplido con la cuota 'mínima' de novios y amantes, tiende a caer en las siempre odiosas comparaciones.

Ni Alberto ni yo éramos vírgenes cuando nos comprometimos en un noviazgo formal; por lo que me resulta imposible evitar recordar con algo más que nostalgia alguno de los chicos con los que había estado antes de él. Especialmente los más salvajes y rudos.

Y aunque estaba plenamente consciente de los motivos por los que todas aquellas relaciones habían fracasado; de vez en cuando, con la ayuda de algún ‘sintético amante’, me atrapaba a mí misma añorando en la privacidad de mi alcoba la forma en que alguno de esos chicos me había hecho suya en todos los sentidos.

Seamos claros, anatómicamente hablando no tenía ningún motivo por el cual quejarme de Alberto; ya que como lo he mencionado, él siempre ha sido un fanático del acondicionamiento físico y la vida sana. Lo cual no sólo le da una buena apariencia, sino también le permite prolongar el sexo por más tiempo. Y si a eso añadimos que la madre naturaleza había sido generosa con él, habiéndolo dotado con un miembro acorde a su ‘talla’, tenía motivos más que suficientes para sentirme agradecida de tenerlo a mi lado (o arriba o abajo).

Sin embargo, el físico no siempre lo es todo. Y es que como olvidar aquellas desenfrenadas noches de verano en las que un amanecer me sorprendió en la playa, entregándome a algún pasajero amorío sin tener que preocuparme por la arena que se introducía en cada rincón de mi cuerpo o ser atrapada infraganti por algún madrugador bañista. O los días de campo en los que, embriagándome con algún amigo, terminábamos nadando desnudos en el lago a la luz de la luna.

O las épicas ‘noches de chicas’, en las que vistiendo muy provocativamente salía a divertirme con mis amigas a algún bar o club; sólo para terminar compitiendo entre nosotras, por ver quien era capaz de seducir primero a un afortunado extraño en el cuarto de servicio antes de que la noche terminara. Casi siempre resultando yo como ganadora, obviamente.

Si a Alberto le daba pena incluso cuando en el cine aparecía una escena con algo de ‘pornografía ligera’; el proponerle algo así de excitante como el sexo en un lugar público, o esperar a que él me lo propusiera no pasaba por mi cabeza ni en un millón de años. Para él, el sexo tenía que ser algo más ‘privado’ e íntimo; ¡Que locura! ¿Verdad?

Bueno, quizás esa debería ser la forma correcta de ver el sexo en pareja, no lo sé con exactitud; pero lo que sí sé es que una vez que se ha probado el champagne la cerveza sabe a orina (lo cual no significa que por tomar champagne no volvería a tomar cerveza, u orina; en cualquiera de los dos casos depende del contexto).

“Te amo tanto linda” o “eres la más hermosa mi amor”, son el tipo de frases con la que Alberto suele halagarme durante nuestras sesiones de sexo. Y aunque en una primera instancia parece ser que es lo que una mujer desea escuchar cuando se está entregando físicamente a un hombre, con el tiempo pueden perder su significado a causa de la repetición.

Muy diferente a las emociones que los chicos más salvajes con los que había estado llegaron a provocar en mí, cuando alababan mi femineidad con un lenguaje más vernáculo. “Te voy a coger puta”, o, “ya sé que te gusta la verga”, eran la clase de poesía que me volvía loca cuando de sexo se trataba durante mi época de soltera. Y si a eso le agregaban un par de ‘firmes caricias’ podrían conseguir que llegara al orgasmo en un santiamén.

Aunque no lo decía abiertamente, sabía que Alberto tampoco veía con buenos ojos la forma de vestir tan reveladora que solía utilizar las ocasiones que salíamos a divertirnos con nuestros amigos. Teniendo que tranquilizarlo dando le a entender que me gustaba vestir así exclusivamente para él; ocultándole el hecho de lo mucho que me fascinaba robar las miradas de deseo de otros hombres apenas él me descuidara por un segundo.

Aun cuando era cierto que mi época de travesuras universitarias ya había terminado; no consideraba que fuera el caso de mi vida sexual, el cual yo esperaba que debía incrementarse justamente por tener una pareja estable. Y aunque en teoría eso parecía ser, pues prácticamente todos los fines de semana desde el viernes hasta el domingo Alberto se quedaba a dormir en mi departamento; debido a su carácter serio (por no decir aburrido), la monotonía en la cama se hizo presente rápidamente.

Algunas de mis mejores amigas, conscientes del predicamento en que me encontraba, me sugirieron utilizar lencería temática para estimular el juego del rol previo al sexo. Y aunque yo consideraba que era muy pronto en mi relación para recurrir a este tipo de estrategias, en un buen día mi armario se encontró lleno de todo tipo de atrevidos y reveladores conjuntos de lencería.

Una cariñosa enfermera, una dura policía o una pervertida diablita tomaron turnos para presentarse en mi habitación a seducir o torturar a mi novio según fuera el caso; salvando nuestra relación tan pronto la puerta se cerraba detrás de él.

Me encantaba ‘complacer’ a Alberto atándolo a una silla para evitar que usara sus manos; mientras lo torturaba con un provocativo baile sobre su regazo enfundada en mi lencería roja escarlata de diablita. “¿Quién se ha portado mal?”, solía susurrar a su oído, consciente de lo perturbador que podía ser para él ese malévolo y sensual personaje a causa de su formación religiosa. Pero en lugar de reprochármelo, el bulto en su entre pierna consentía mi seductor sacrilegio.

Sin embargo, el problema de tener que ser yo la que siempre tomara la iniciativa en la intimidad se mantuvo; pues al tener que hacerme cargo de nuestros juegos daba como resultado que yo tenía que establecer cuando iniciaba y cuando terminaba, restándole emoción al juego de rol.

Por lo que las remembranzas anecdóticas de mis pasadas aventuras sexuales siguieron regresando a mí, más frecuentemente que al principio. Pues resulta difícil remplazar el grado de excitación que el juego de la seducción me provocaba, justamente cuando era yo a quien se debía seducir. Más aún, si quien te debía seducir era un atractivo y perfecto extraño.

En mi caso era precisamente ese jugueteo, previo al consentimiento del acto sexual, lo que más expectativa me generaba durante mi etapa de ‘cazadora’ profesional que simulaba ser una presa. El lanzar una aparentemente inofensiva sonrisa a algún desprevenido y atractivo chico, sólo para ver su reacción fue una adicción muy difícil de superar (si hubiera sido superada).

Ni que decir cuando la incauta presa se atrevía a romper el hielo, acortando la distancia para saludar intentando ser amistoso; y una debería calcular en una fracción de segundo (muchas veces estando ebria), la respuesta correcta para mantener la atención del chico sin parecer desesperada. ¡Si pudiera escribir un libro explicando la fórmula para determinar esa respuesta, me haría acreedora a un premio Nobel!

Eran todas esas inéditas aventuras, cada una más emocionante y excitante que la anterior, las que me hacían recordar con melancolía mi vida antes de Alberto. Quien a pesar de ser un hombre con el que toda chica ‘sueña’, en algunas ocasiones lo que una necesita es precisamente no soñar, sino mantenerse despierta toda la noche.

Veámoslo de esta forma a propósito del día de brujas, día en que se suelen consumir grandes cantidades de azúcar a manera de golosinas de todas formas, colores y sabores. Algunas muy dulces, unas saladas, otras ácidas y picantes. De ser como yo, posiblemente les gusten combinar algunas de ellas y metérselas a la boca para experimentar nuevas sensaciones en su paladar.

Sin embargo, si sólo pudieras escoger un tipo de golosina en particular para comer durante todo ese día, ¿cuál sería? Difícil elección, ¿verdad?

Y es que, ¿cuál es el sentido de tener la facultad de experimentar una parte tan importante de tu ser como es la sexualidad, sino puedes llegar al límite de ésta; cuando de hecho se tiene la capacidad física para hacerlo? ¿Qué malévolo ente cósmico, peor que cualquier bruja o psicópata, gozaría con otorgarte la más deliciosa de las golosinas del universo, y no permitirte más que imaginar su sabor sin siquiera llegar a quitar su envoltura? Ningún escritor de Hollywood sería capaz de crear un villano así de perverso, desde mi punto de vista.

Hablando de villanos, no se imagina la clase de bronca que pasé para convencer a Alberto de asistir una fiesta de disfraces donde según él, exagerando, se venera a la maldad y la oscuridad. Y es que habiendo sido educado en una familia muy religiosa celebrar esta fecha en particular no era algo habitual para él.

Maquillarse o utilizar una máscara para parecer un ser diabólico u otra clase de espectro quedó descartado desde antes de que accediera a acompañarme a la fiesta (de lo contrario yo hubiera asistido sola). Pero dado que uno de los requisitos para acceder al bar donde se realizaría la fiesta, era ir disfrazado de un personaje que inspirara temor tuve que ponerme a buscar algo que él pudiera utilizar sin perturbar su consciencia.

Sólo después de que hubo rechazado una docena de opciones encontramos una que no sólo resultaba económica, por no tener que invertir mucho en ella, sino que además podíamos utilizar ambos complementando nuestros disfraces como pareja. Tal opción no podía ser otra que la pareja de bandidos más famosos de la historia: Bonnie y Clyde.

Víctimas de la Gran Depresión económica de principios del siglo pasado Bonnie Parker y Clyde Barrow, una pareja de jóvenes de veinte y un años, se hicieron famosos asaltando bancos en toda la zona de Texas y estados vecinos. Terminando estos robos frecuentemente en grandes balaceras contra la policía. La carrera criminal de ésta sórdida pareja de enamorados fue tan prolífica, que llegaron a ser considerados enemigos públicos número uno; un extraño honor que comparten con el también famoso jefe de la mafia Al Capone.

Después de una serie de atracos la policía intentando atraparlos distribuyó un juego de fotografías que le había confiscado a la pareja en una redada, con la intención de que fueran denunciados por quien llegara a reconocerlos.

Irónicamente en esas icónicas imágenes, ambos lucían tan elegantes, valientes y atractivos que captaron la atención del público de forma positiva convirtiéndose en celebridades instantáneamente; pues veían en la inusual pareja una especie de antihéroes que luchaban contra el corrupto sistema bancario.

Aun cuando la pareja fue considerada por la sociedad como una clase de Robin Hood modernos, su carrera delictiva terminó trágicamente más al estilo de ‘Romeo y Julieta’; muriendo acribillados a sangre fría por la policía en una emboscada.

Pero ni más de cien balas que atravesaron sus cuerpos pudieron terminar con la leyenda de un amor que venció a la muerte y al tiempo; pues al día de hoy, casi cien años después, no se puede decir Bonnie sin decir Clyde.

Ese fue justo el argumento que utilicé para convencer a Alberto de asistir a la citada fiesta caracterizando a la proscrita pareja. La idea no era venerar su efímera carrera criminal, sino más bien celebrar un amor que pasó a la eternidad; ignorando el devaluado “hasta que la muerte los separe”.

Por otro lado 'disfrazarse' como esta pareja era relativamente simple; pues prácticamente se reducía a que Alberto utilizará un traje cruzado con un sombrero para lucir como Clyde. Y siendo que por su trabajo Alberto habitualmente viste de traje y corbata no le estaría pidiendo que hiciera nada fuera de lo normal.

El atuendo de Bonnie tampoco era muy complicado pues se trataba sólo de un vestido recto a la altura de la rodilla, preferentemente ceñido al cuerpo, complementándolo con una coqueta boina sobre la cabeza. Si acaso lo único que me molestaba de mi disfraz era que no daba mucha oportunidad de lucir mis encantos; pues al parecer Bonnie era una chica bastante recatada, pero con una ametralladora Thompson bajo el brazo.

Alberto no sólo aceptó la idea de buena gana, sino que se ofreció a conseguir algo de material de utilería para complementar nuestros disfraces: armas de juguete y billetes falsos. Motivo por lo que me aventuré a pronosticar que pasaríamos una agradable velada en aquel bar caracterizando a la peligrosa pareja.

Como yo no sabía mucho de armas de aquella época, o de cualquier otra, Alberto se ofreció para conseguir algunas que pudiéramos combinar con nuestros atuendos; lo cual me sorprendió, pues en el tiempo que llevamos de novios nunca lo había visto entusiasmarse tanto con el hecho de utilizar un disfraz, ya que como lo he mencionado su carácter es principalmente serio y formal.

Yo por mi parte me encargué no sólo del vestuario, sino también de los accesorios que podría haber utilizado la singular pareja. Para Alberto conseguí un elegante reloj de cadena el cual había sido de mi abuelo, y aunque no contaba con más valor que el sentimental seguía marcando la hora con exactitud.

Para mí conseguí algo de bisutería con perlas, de fantasía naturalmente, lo que yo suponía sería la moda en aquellos días. Collares, pulseras y aretes; además de media docena de boinas de distinto color para combinar con los diferentes vestidos que me habían prestado mis amigas.

Cualquiera pensaría, con sólo ver los diferentes conjuntos sobre mi cama, que me estaba preparando para mudarme a los años treinta del siglo pasado. Al fin de cuentas, interpretar a la criminal más famosa de esa época no podía dejarse a la ligera vistiendo lo primero que encontrara. “Había que estar a la altura”, pensé justificando mi vanidad.

Estaba en mi habitación probándome por enésima vez uno de los atuendos preliminares sin decidirme del todo, cuando escuché Alberto tocar a la puerta antes de entrar a mi departamento.

—Hola cariño ¿dónde estás? —preguntó mi novio desde el recibidor.

—Aquí amor —respondí invitándolo a pasar a mi dormitorio y así conocer su opinión acerca de mi apariencia.

—Te ves muy hermosa amor —dijo Alberto tan pronto entró a la habitación y me vio usando uno de los vestidos que, a pesar de ser muy conservador, resaltaba muy bien mi silueta gracias a su corte ajustado al cuerpo— y sin necesidad de enseñar de más —agregó recordándome las innumerables veces en que se había sentido incomodo cuando yo vestía algo un poco más revelador.

—No te hagas ilusiones amor y vayas a creer que de ahora en adelante voy a vestir como una monja —aclaré rápidamente con una sonrisa, para dejar claro que tan pronto pudiera regresaría a mi estilo de vestir habitual; el que solía utilizar para presumir mis encantos.

—Sabes que me encanta como vistes; y más cuando no lo haces —dijo pícaramente haciendo referencia a lo mucho que le gustaba ver mi cuerpo desnudo en la intimidad.

Quizás se trataba sólo de eso, de su egoísmo básico como hombre y querer a su mujer sólo para él, lo que lo impulsaba ponerse celoso cuando al salir a divertirnos me veía vestir de forma por demás provocativa y sensual.

Sin embargo, esa actitud estaba bien en otros tiempos cuando las mujeres normalmente no trabajaban y su única ocupación era su familia y su hogar. Por lo que era perfectamente normal que las esposas dedicaran su vida entera a complacer a sus esposos; dejando sus necesidades y objetivos de lado.

En la actualidad, cuando el mundo moderno exige un esfuerzo equitativo en todas las parejas, no sólo es justo que una mujer tenga derecho a mantener sus propias amistades después de casarse sino es necesario; pues si una quiere progresar en cada ámbito de la vida, tiene que aprender a socializar tanto con hombres como mujeres.

Si en nuestros días hay demasiados hombres que no alcanzan a comprender esto, imaginen lo que le tocó vivir a la pobre de Bonnie en su tiempo. ¿Cuánto valor requirió acumular para atreverse a ir en contra de los convencionalismos y estigmas sociales de su época al elegir su inverosímil ‘profesión’? Fue precisamente esa actitud valiente y revolucionaria lo que la impulsó a luchar por sus ‘objetivos’, convirtiéndose en una de las primeras precursoras del feminismo contemporáneo sin pretenderlo.

Afortunadamente, mi novio Alberto era plenamente consciente de lo importante que es para una mujer en la actualidad mantener su individualidad, aun cuando se está en una relación formal. Era sólo que sus patrones de conducta aprendidos en su formación no eran los mismos que los míos; pues desde mi punto de vista, una mujer tiene todo el derecho de vestir como ella quiera. Desde el primer momento en que Alberto se fijó en mí aceptó este hecho tácitamente, aunque él no lo supiera.

—Tendrás que esperar para eso —respondí matando las ansias de mi novio por ver mi cuerpo desnudo; pues en ese momento necesitaba precisamente lo contrario, decidir con que cubrirlo.

Que extrañas resultamos ser algunas mujeres. La primera vez que vi a Alberto su atractiva y atlética apariencia me cautivó al grado que estaba dispuesta a desnudarme tan sólo para llamar su atención. Cuando me enteré de lo serio y respetuoso que era él con las mujeres, por un momento llegué a pensar que no era el hombre para mí. Pero en lugar de desanimarme lo tomé como un desafío, prometiéndome a mí misma que aquel chico caería a mis pies de una u otra forma.

Sólo después de una serie de coqueteos y algunas citas en las que llegué a conocerlo mejor, fue que aprendí a valorarlo no sólo como hombre, sino también como persona. Terminando profundamente enamorados uno del otro.

Sin embargo, ahora que él era completamente mío no tenía ningún apuro en premiarlo físicamente; él tenía que esperar sin protestar a que yo decidiera cuando debería ser nuestro tiempo de pareja. Injusto, lo sé.

—Eres tan mala como ‘Bonnie’ —respondió mi novio a modo de broma, al escuchar mi negativa a mostrarle mi cuerpo; en lo que abría una bolsa de plástico que traía en la mano.

Alberto vació el contenido de la bolsa sobre la cama para mostrarme los accesorios que había conseguido. Un par de pistolas de juguete, una escopeta de aire, varios fajos de billetes falsos y el más curioso de los accesorios; un pequeño costal con el símbolo de dinero impreso en el costado repleto con monedas falsas de algún juego de mesa.

Imposible evitar sonreír al ver los curiosos obsequios que había conseguido mi novio para complementar nuestros disfraces.

Si yo me sentía agradecida con Alberto al ver el ‘botín’ que él había conseguido para mí; imagínense como se sintió la dulce Bonnie cuando su amante Clyde hizo lo mismo, pero con dinero de verdad. “Que envidia”, pensé.

—Permíteme —dije yo tomando la pistola de juguete y el pequeño costal de dinero para simular que acababa de asaltar un banco—. ¿Cómo me veo? —pregunté al posar soplando el cañón de la ‘humeante’ arma.

—Luces tan hermosa como peligrosa —respondió mi novio, apelando a mi vanidad como era su costumbre.

Yo sonreí al escuchar los halagos de mi novio, para inmediatamente después cambiar de pose, soltando el costal de dinero y sujetar mi arma con ambas manos apuntando hacia su corazón.

“Si el piensa que soy peligrosa, aún no ha visto nada”, pensé tontamente para mí; pues realmente había muchas cosas que no le conté que había hecho, otras más que seguía haciendo y muchas más que esperaba hacer sin que se enterara.

—No puedes darme en el corazón dos veces —dijo mi novio con una sonrisa en su rostro; aludiendo a lo enamorado que estaba de mí.

Ese último comentario de mi novio me hizo soltar una fuerte carcajada, provocándome bajar el arma y cerrar los ojos al echar la cabeza hacia atrás. Momento que Alberto aprovechó para acercarse a mí y ‘desarmarme’ al sujetarme por la cintura y besarme en el cuello.

—Tranquilo primor, que mi novio Clyde llegará en cualquier momento —dije en tono de broma, al empezar a asumir mi papel como la peligrosa pero sensual criminal.

—Tiene razón señorita, no queremos hacer enojar a su novio —dijo Alberto siguiéndome la corriente para continuar con la broma—. Es mejor que me vaya antes de que regrese —agregó antes de salir de la habitación rápidamente.

El comentario de mi novio me dejó desconcertada, pero dado que él todavía no se había puesto el atuendo que le había escogido para interpretar a Clyde, supuse que iría a cambiarse a la otra habitación para regresar ya caracterizando al famoso criminal. Sin embargo, para mí sorpresa lo escuché salir del departamento al cerrar la puerta tras de él.

—¡Idiota! —exclamé al deducir que posiblemente había olvidado algo en el coche; dejando el asunto de lado para dedicarme a hacer los últimos arreglos de mi atuendo.

Después de autoconvencerme de que lo que vestía en ese momento era lo que se había ajustado mejor a mi cuerpo, pase a seleccionar la bolsa, boina y demás accesorios que completarían mi disfraz. Estaba probándome los aretes cuando escuché que alguien golpeaba la puerta de mi departamento.

—Adelante, está abierto —grité invitando a pasar a quien supuse debería ser Carlos, el apuesto vecino del departamento de a lado, debido a que mi novio tiene llave.

No sería la primera vez que mi amigo llegaba a mi departamento sin invitación, ya que tenemos una amistad de varios años, prácticamente desde que me mudé al edificio; lo único fuera de lo normal es que él también suele entrar cuando la puerta está sin cerrojo. Y aunque siempre me ha parecido un chico muy apuesto y simpático, por el hecho de tener una novia muy celosa, nuestra relación no ha llegado más allá de coqueteos ‘inocentes’ (este término es relativo, ya sabrán porque), compartiendo una ocasional copa a altas horas de la noche en su departamento o el mío.

“Háblame cuando se vaya”, solía decirle a Carlos a modo de broma, sugiriendo que no dudada en llamarme cuando su novia se marchara para vernos a escondidas. A su vez, él respondía a mi hipotética propuesta con humorísticas frases como, “pero no vuelvas a dejar tus calzones en el piso”; insinuando que yo me desnudaría al estar en su departamento (lo cual era probable).

Tener un ‘mejor amigo’ varón viviendo tan cerca de una, tiene sus ventajas aparte de las ocasionales bromas que nos gestábamos uno al otro. Pues sabes que cuentas con alguien a quien recurrir cuando ocurre alguna emergencia en tu hogar que precise ser reparada; o si sólo necesitas conversar de algo que te sucede y no puedes hablar con nadie más.

A cambio yo le otorgaba a Carlos no sólo mi amistad, sino también acceso total a mi departamento aun cuando yo no me encontrara. La confianza que le tenía era tal que ya me había visto desnuda en más de una ocasión.

Entre ambos habíamos mantenido la costumbre de compartir una copa, por no decir cerveza, una vez a la semana cuando nuestras parejas no estaban con la excusa de no beber solos como un vulgar alcohólico. Oportunidad que aprovechábamos para ponernos al corriente de lo acontecido esa semana.

Nos encantaba acurrucarnos en el sillón bebiendo un capuchino; mientras veíamos una película hasta que a ambos nos ganaba el sueño, sólo para terminar compartiendo la cama del departamento en que nos encontráramos. Claro, siempre teniendo cuidado de no ser atrapados por nuestras respectivas parejas; aunque a decir verdad, creo que esa latente posibilidad era lo que lo hacía tan divertido y excitante.

Imposible no sentir celos cuando Carlos me contaba la forma tan excitante en que solía seducir a su novia; intentando siempre sorprenderla con detalles creativos y atrevidos.

“Esa puta no lo merece”, pensaba al escuchar a mi amigo contarme como había seducido a su novia en la ducha en casa de sus suegros, o cuando le regaló un consolador una vez que tuvo que salir de viaje de improviso para que ella no lo extrañara.

Limitándome a sonreír por no poder lidiar con la envidia que me provocaba que su novia si tuviera como novio a un chico tan espontáneo. Sentimiento que en otras ocasiones le tocaba experimentar a mi amigo.

En una ocasión en la que Alberto vino de visita la noche que acostumbraba recibir a Carlos, mi amigo no quiso quedarse sin compartir nuestra tradicional cerveza de mitad de semana. Por lo que esperó hasta que mi novio entrara al ascensor, cuando ya iba de salida, para cruzar el angosto corredor desde su departamento hasta el mío, ¡vistiendo únicamente calzoncillos!

¡No se imaginan la sorpresa que me causó al verlo entrar por la puerta semidesnudo, casi a media noche! Excusándose en el hecho de que ya estaba por irse a dormir justo cuando mi novio se marchó. Lo cual, en lugar de incomodarme, por el riesgo de que mi novio pudiera regresar atrapándome con un hombre vistiendo sólo calzoncillos en mi departamento, me agradó; pues, aunque Carlos no tiene un físico tan trabajado como el de Alberto aun así me sigue pareciendo un hombre bastante atractivo debido a lo fornido y alto que él es.

Como ya era muy tarde para ver una película o beber una cerveza, le ofrecí a Carlos que se quedase a dormir en mi cama como compensación por su paciencia; y aunque nuestra relación era principalmente platónica, en esa ocasión las caricias bajo las sábanas estuvieron permitidas.

Obvio yo no podía esperar una semana para regresarle a Carlos la cortesía de su peculiar visita; por lo que, a la noche siguiente, cuando su celosa y pretenciosa novia se marchó ya estaba lista para presentarme en el departamento de mi amigo, ¡vistiendo únicamente ropa interior!

Como Carlos había puesto el cerrojo de su puerta, tuve que tocar y esperar a que me abriera simulando ser su novia que regresaba por algo que hubiera olvidado. Huelga decir la agradable sorpresa que se llevó mi amigo, al momento que abrió la puerta y me vio vistiendo únicamente mi delicada lencería rosa. La lujuria en su rostro así lo confirmó.

“Con permiso”, dije yo abriéndome camino al interior de su departamento, antes de que me sorprendiera algún otro vecino, sin esperar por una invitación formal a pasar (dada las circunstancias no creo que la necesitara en absoluto). ¿Qué clase de hombre le negaría la entrada una atractiva chica a su departamento de soltero estando ella semidesnuda? ¡Tendría que estar ciego!

Después de aceptar beber un par de cervezas para darle oportunidad a Carlos de recrearse la pupila con mi hermosa anatomía; él me desafió no sólo a que esa noche durmiera en su cama, lo cual yo ya estaba más que dispuesta a hacer como en otras ocasiones, sino que además lo hiciera ¡completamente desnuda!

A penas terminó de retarme, coloqué sobre la mesa la botella vacía que tenía en la mano para remover de mis hombros los tirantes del sujetador, ¡lenta y sugestivamente! Como una señal clara de aceptación al reto que él había invocado. Y dándole la espalda, me dirigí hacia el dormitorio en lo que deslizaba mi delicada prenda superior desde mi torso hasta mis pies, dejándola caer en el camino.

La prenda inferior me la quité ya en el dormitorio sin encender la luz, justo frente a la cama; y completamente desnuda me metí bajo las sábanas en espera de mi osado y atrevido compañero de juerga. ¡Súper excitada y ebria! ¡Qué afortunado resultó ser mi amigo esa noche! ¿No creen?

Carlos se desvistió en la penumbra de la habitación mientras yo lo observaba con curiosidad. Hasta ese momento yo sólo lo había visto en traje de baño cuando ambos coincidíamos en la piscina del complejo habitacional. Donde el agua fría remarcaba por unos segundos el bulto en su entrepierna antes de que éste se retrayera a causa de la baja en su temperatura corporal; por lo que mi curiosidad por conocer la talla de su miembro estaba más que justificada.

Ya estando desnudo Carlos amagó, jugueteando un par de ocasiones, con saltar a la cama para caer justo sobre mí.

“¡Alto!”, grité entre risas, asustada por su falsa amenaza en lo que levantaba las sábanas para invitarlo a meterse debajo de ellas de una forma menos violenta.

Ya los dos en la cama, bajo los influjos del alcohol, nos abrazamos cariñosamente como en otras muchas ocasiones; sólo que ésta vez el contacto de nuestros cuerpos desnudos ocasionaba que cada caricia que nos regalábamos, por más sutil que ésta fuera, hiciera que nuestra piel ardiera de deseo. Especialmente, cuando nuestros órganos sexuales estaban involucrados.

Al final, esa noche no hicimos nada más aparte de dormir abrazados con brazos y piernas; haciendo un esfuerzo extraordinario por ignorar cada sensación que se producía alrededor de nuestras zonas erógenas. Supongo que en el fondo ambos teníamos el mismo temor de perder nuestra gran amistad por una sola noche de pasión, por más tentador que la oportunidad se nos presentara.

Sin embargo, eso no evitó que al día siguiente disfrutáramos de tomar una ducha juntos antes de partir a nuestros trabajos. Viéndonos forzados a utilizar ambos pares de manos para hacer rendir la única barra de jabón de que disponíamos; enjabonando mutuamente cada rincón de nuestros cuerpos. ¡Juró que nunca en la vida me había sentido tan limpia (o sucia, depende de cómo lo cuente)!

Después de esa excitante ocasión Carlos y yo no desaprovechamos cada oportunidad para desnudarnos uno en frente del otro. Me hacía temblar de emoción cada vez que mi vecino entraba a mi departamento blandiendo por el frente su erecto miembro, lo que por lógica significaba que debería haberse estado masturbando pensando en mí. Por mi parte yo hacía lo mismo, pero dado que Carlos siempre ponía cerrojo a su puerta tenía que esperar algunos segundos en el corredor, ¡totalmente desnuda! ¿Se imaginan?

En retrospectiva quizás todo ese jugueteo con Carlos, y otros de mis amigos, eran lo que habían ocasionado que mi relación con Alberto hubiese caído tan rápidamente en la monotonía; pero deben de entender que la mayoría de esas amistades las había formado desde antes de conocer a mi novio, y es sumamente difícil cambiar los alcances de una amistad cuando no hay un motivo real para hacerlo.

Por ejemplo, me resultaba casi imposible sopesar en lo prudente y sensato de desnudarme en frente de uno de mis amigos, cuando éste ya me hubiera visto desnuda con anterioridad; pues sí mi cuerpo y nuestra amistad no habían cambiado, ¿por qué debería actuar de una forma diferente con ellos?

Y siendo que mi amistad con Carlos había comenzado antes de siquiera conocer a Alberto, no tenía problemas en mantener los mismos términos de ésta, ya que ambos disfrutábamos de los beneficios de contar con esa relación tan cercana.

Aunque no lo crean, hasta ese momento yo siempre le había sido fiel a Alberto. Sin embargo, como extrañaba las inesperadas llamadas por teléfono de algún amigo durante mi época de soltería (o de noviazgos pasajeros), para proponerme asistir a una improvisada fiesta o pijamada solamente como excusa para poder intimar conmigo.

Siendo sincera, en realidad no extrañaba a una persona en especial por como me hubiera tratado o por lo que yo hubiese hecho con ella en la cama. Extrañaba la impredecibilidad de mi vida y la adictiva adrenalina que la espontaneidad me provocaba. La incertidumbre de iniciar una divertida velada sin saber a ciencia cierta donde te sorprendería el amanecer o con quién, era insustituible.

Por razones obvias, desde que me involucré con Alberto en una relación formal, tales escapadas fueron disminuyendo con el tiempo; por lo que Carlos llegó a ocupar buena parte de ese vacío emocional que me invadía.

Aun así, el recuerdo indeleble de las aventuras y travesuras que viví previo a mi relación actual, me provocaba un ataque de melancolía que me hacía dudar sobre los beneficios de sumergirme en la predecible monotonía del matrimonio. Por más perfecta que ésta pudiera parecer desde el exterior.

¿No sería esa la razón principal por la que la mujer en que se basaba mi personaje para esa noche prefirió seguir una vida de riesgos y peligros, que eventualmente la llevaron a su fin, en lugar del matrimonio tradicional de su época?

¿Quizás Bonnie, al verse forzada por su familia y la sociedad a la que pertenecía a elegir entre una larga vida de intrascendente rutina, o una más fugaz de emocionantes y frenéticas aventuras prefirió ésta última?

De ser ésta la verdadera razón detrás de sus acciones tenía suficientes motivos para creer que mi vida tenía ciertos paralelismos con la de la infortunada Bonnie; dejando de lado su carrera criminal, claro está. Aunque la verdad, un poco de dinero extra no me caería mal.

Obvio que Carlos estaba al tanto de mis planes con Alberto para esa noche, pero debido a cuestiones de tiempo, no había tenido la oportunidad de modelarle los diferentes atuendos que había conseguido. Por lo que pensé que no habría mejor ocasión para eso que ese preciso momento; pues pasando esa noche difícilmente yo volvería a utilizarlo. Más aún que contaba con todos los accesorios que Alberto tan gentilmente había conseguido.

Por lo que volví a tomar mi pistola de juguete, los fajos de billetes y el pequeño costal con el símbolo de dinero; y procedí a caminar hacia el recibidor dispuesta a sorprender a Carlos tan pronto entrara al departamento. Para mi sorpresa la única respuesta que tuve a mi invitación fue otra serie de golpes en mi puerta, más fuertes que en la anterior.

“¿Quién podrá ser?”, pensé cuando mi invitación a entrar a mi departamento fue ignorada. Tanto Alberto y Carlos tienen pase directo a mi departamento, por lo que llegué a pensar que podría tratarse de la impertinente administradora del edificio solicitando alguna nueva cuota de mantenimiento.

—¡Ya voy! —grité a quien desesperadamente estuviera llamando por tercera vez a mi puerta.

Me detuve por un segundo para dejar sobre la mesa la utilería que traía en las manos, para no tener que dar explicaciones a quién suponía debería ser la amargosa administradora; la cual solía aparecerse con alguna queja de mis vecinos.

Sólo por precaución, atiné a echar un vistazo por la mirilla de la puerta aun cuando en el décimo piso es improbable que se aparezca una delincuente como la que yo intentaba interpretar en ese momento.

¡Cual fue mi sorpresa al vislumbrar que tal impertinencia no era ocasionada por un maleante sino todo lo contrario, por una figura de autoridad! ¡Un policía!

Parpadeé un par de veces tratando de despabilarme sin conseguirlo de lo que yo suponía un sueño lúcido, pero no el policía seguía ahí de pie del otro lado de la puerta.

Y no se trataba de cualquier policía, sino uno bastante atractivo de presencia imponente con un físico atlético y bastante alto. Perfectamente uniformado con su camisa y pantalón azul marino ajustados a su anatomía, y sobre su cabeza una gorra de visera engalanada con distintivos dorados que lo hacía lucir como un oficial de alto rango.

Unos lentes negros ocultaban el brillo de un par de ojos que yo creía conocer bien; mientras sus grandes bíceps hacían lucir mal a las mangas cortas de la camisa de su uniforme, dando la impresión de que estaban a punto de reventar bajo la presión de sus músculos.

“No puede ser, es demasiado alto”, razoné en mi interior tratando de adivinar la identidad de mi inesperada visita al echar un nuevo vistazo.

¡Santo cielo! ¡No daba crédito a lo que mis ojos veían! Justo cuando me quejaba de la falta de espontaneidad en mi vida, ésta me premiaba con una de tantas fantasías con las que yo había soñado: un atractivo y fuerte policía estaba por irrumpir en mi departamento. “Gracias al cielo”, pensé creyendo merecerlo (aunque no supiera exactamente debido a qué).

Parpadeé un par de veces más intentando enfocar mejor la silueta del otro lado de la puerta, deleitándome la pupila un poco más con la imagen de aquel fornido ‘hombre de la ley’. “Si hubiera sabido que así se realizan los arrestos, hace mucho tiempo que hubiese cometido un delito”, pensé tontamente, bromeando para mí misma.

—¡Abran, es la policía! —ordenó con autoridad el ‘supuesto oficial’; dándome la señal de que el juego estaba por comenzar.

Riendo descaradamente estuve a punto de ceder a la petición de quien me había resultado bastante familiar; pero alcancé a contenerme y entonces me pregunté: ¿Qué haría Bonnie Parker en semejantes circunstancias? La respuesta llegó sin demora.

—¡Largo de aquí, maldito perro! —grité fuerte olvidando por un segundo que mis vecinos podrían escuchar mis insultos; ese no era momento para preocuparme por ellos y sus impertinentes y válidos reclamos, este era el momento de enajenarme en mi propia fantasía erótica-romántica.

Después de haber improvisado vociferando algunos improperios, inteligentemente me alejé de la puerta previniendo lo que estaba por suceder; aquello que tantas veces había visto solamente en películas de acción. Al más puro estilo de un serial policíaco de televisión la puerta fue abierta con una patada (no sin que antes yo hubiese quitado el cerrojo), como un gran gesto dramático.

—¡Policía! —anunció con voz fuerte el intruso una vez que la puerta fue abierta.

La puerta golpeó contra la pared haciendo resonar toda la habitación con un estruendo. “¡Santo cielo!”, pensé al ver la impresionante figura de aquel hombre, ya sin la distorsión de la mirilla de cristal de la puerta, alcanzando a ver algunos detalles que no había notado en el primer vistazo.

Unas pesadas botas negras resolvieron el enigma del excedente en altura que había calculado en un primer vistazo. Y en su cinturón todos los pertrechos necesarios para desempeñar su oficio: una radio, una linterna, un recipiente de gas pimienta y un revólver que lucía más real que el que yo había dejado sobre la mesa. Además de un enorme garrote en su cintura que hizo correr mi mente a mil por horas; suponiéndolo un efectivo consolador. Y no podía faltar un juego de esposas de acero reluciente y brillante; listas para someter a quien osara oponer resistencia.

¡Vaya ni siquiera mi uniforme de policía sensual estaba también equipado como la del oficial que acababa de patear mi puerta!

Estuve a punto de dibujar una sonrisa en mis labios, como preludio a lo que vaticinaba sería un excitante juego de rol sexual; pero no, tenía que contenerme a causa del recio personaje que interpretaba. ¿Cuándo volvería a tener la oportunidad de interpretar a la bella y mortal Bonnie Parker? No lo sabía, la tenía que aprovechar.

Instintivamente di un paso hacia atrás, levantando las manos a la altura de mi cabeza ‘pretendiendo’ entregarme sin oponer resistencia a quien estaba dispuesto a arrestarme.

—Estoy desarmada oficial —dije con voz débil mostrándome ‘indefensa’.

—¿Bonnie Parker? — preguntó con voz grave y ronca el hombre apretando la mandíbula.

—Puede ser, ¿quién pregunta? —respondí con voz suave y una ligera sonrisa dando otro paso hacia atrás en dirección de mi arma.

El oficial sonrió maliciosamente al escuchar mi respuesta y giró sobre sus pies para cerrar la puerta detrás de él. “Seguro no tiene orden de registro”, pensé al ver una ligera oportunidad para tomar mi arma. Tan pronto él se descuidó corrí hacia la mesa en medio del departamento, donde se encontraba mi revólver.

—¡Quieta muñeca! —ordenó el hombre al alcanzarme por detrás; sujetándome por la cintura con ambos brazos un segundo antes de alcanzar mi objetivo.

En otras circunstancias yo hubiera tomado esa orden más que como un simple halago, como una invitación a intimar para ser precisos, pero dada las circunstancias no podía darme tiempo para pensar en placer carnal. Al ver frustrado mi intento por tomar mi arma, tendría que persuadirlo para que me dejará ir de otra forma.

—Tengo dinero, mucho dinero; todo será tuyo si me dejas ir —ofrecí al oficial haciendo referencia al pequeño costal con el símbolo de dinero sobre la mesa.

—¿Crees que me puedes sobornar con unas monedas perra?

¿Perra? No lo podía creer, pasé de ser una muñeca a una perra en menos de 5 segundos. Al parecer convencerlo de que me soltara no sería tan fácil como yo esperaba. ¿Pero que otro recurso podría tener una criminal como yo además de armas y dinero?

—Si esto no es suficiente en mi habitación tengo más —repetí mi oferta recordando los fajos de billetes que me había dejado mi novio ‘Clyde’ minutos antes.

—¡Dije silencio! —ordenó nuevamente el incorruptible hombre de la ley —¿En verdad crees que puedes comprar con tu dinero manchado de sangre?

“¡Mierda!, de todos los policías del mundo me tenía que tocar el único que no era corrupto”, pensé lamentándome por mi mala suerte; pues no sería la primera vez que Clyde y yo utilizábamos dinero para librarnos de la justicia.

El oficial soltó mi cintura para empujarme violentamente sobre la mesa, sujetándome por los hombros para evitar que tomara mi arma a escasos centímetros de mi rostro.

Utilizando la fuerza de su musculoso cuerpo sujetó cada una de mis muñecas para doblar mis brazos detrás de mi espalda y poder someterme con una sola mano; utilizando la mano libre para extraer las esposas de su cinturón.

Una vez que me colocó las esposas, en un bizarro gesto de soberbia acercó su cadera a mis glúteos colocando su duro miembro en medio de mis magníficos atributos; mientras dejaba caer todo su peso sobre mí al apoyar una mano en mi espalda. “Solo un sádico gozaría con frotar sus órganos sexuales contra una indefensa mujer”, pensé en mi interior presa del miedo.

—Central, tengo a la sospechosa en custodia, procedo a registrarla —dijo el oficial claramente, al utilizar la radio que llevaba en su cinturón para comunicarse con sus superiores.

“Registrarme, la oportunidad perfecta del hombre para manosear mi hermoso cuerpo con la excusa de buscar armas, ¿cómo podría él dejarla pasar?”, continué pensando angustiada por lo que estaba por suceder.

El oficial colocó la radio a lado de mi rostro, permitiendo que alcanzara a escuchar el ininteligible ruido blanco que este emitía como música de fondo para su bajeza. Lentamente comenzó a palpar mi cuerpo con ambas manos, bajando desde el cuello hacia la espalda, como si realmente pensara que podría esconder un arma bajo mi ajustado atuendo. Absurdo.

—¡Que bien se siente! —exclamó con lujuria al deslizar sus manos por los costados de mi torso y tocar mis senos.

Apreté los labios tratando de ignorar el ultraje del que era objeto; pero mi propio cuerpo me traicionaba provocando que emitiera un leve pero inconfundible quejido de placer al ser estimulada por las duras manos de aquel hombre.

—Sé que te gusta, perra —dijo continuando con su ‘protocolo’ de arresto.

El oficial deslizó sus manos por mi abdomen hasta llegar a mis glúteos, separó su cadera de ellos para deleitarse con su firmeza y volumen a medida que los apretaba con sus manos descaradamente.

Una vez que hubo satisfecho sus crapulosos deseos con mis glúteos, comenzó a deslizar de nuevo sus manos por mis muslos levantándome la falda sin haber necesidad; para palpar mi piel directamente con sus ásperas manos. Intentando separar mis piernas a medida que subían por el interior de ellas.

¡Imposible contener el escalofrío que se apoderó de todo mi ser, al sentir sus impúdicas caricias en mi entrepierna!

—¿Ves que sí te gusta? —preguntó en forma retórica jalándome por las muñecas para levantar mi torso de la mesa y colocarme frente a él.

“¿Sería acaso que ese rudo oficial ya había saciado sus infames deseos con mi cuerpo?”, que ingenua me vi al pensar así.

Antes de que pudiera recuperar la vertical, me empujó fuerte contra la pared detrás mío, provocando que mi cabeza golpeara contra a ella en un movimiento de látigo al encontrarme maniatada por la espalda.

Sin que pudiera yo reaccionar a causa de la contusión que me había provocado, comenzó a acariciar mis senos por enfrente con ambas manos; apretándolos fuertes, como si los quisiera hacer reventar entre sus dedos.

La fuerte jaqueca que se apropió de mi cabeza, provocándome cerrar los ojos, impidió que notara como sus manos desabotonaba mi delicada blusa buscando dejar expuestos frente a sus ojos mis hermosos y voluptuosos senos.

Sólo después de unos minutos, en lo que recobraba la consciencia, pude percibir como ese infame ‘hombre de la ley’ se deleitaba con mi cuerpo sin ningún reparo. ¡Esto no podía continuar así!

—¡Maldito, hijo de puta! —grité iracunda contra el hombre que saciaba sus impúdicos deseos conmigo— ¡Cuando Clyde se entere de esto te matará como a un perro! —amenacé tratando de amedrentarlo con la violenta ira de mi ausente amante y cómplice.

—¡Silencio perra! —respondió el rudo ‘oficial’ al abofetearme el rostro fuertemente con el dorso de su mano; demostrando lo molesto que estaba por mi actitud desafiante.

Yo guardé silencio tan pronto sentía el ardor que su violenta ‘amonestación’ me había dejado; en lo que mis ojos se inundaban de lágrimas a causa de la rabia que se apoderaba de mí.

“Si tan sólo Clyde estuviera aquí, él le haría ver a este cabrón su negra suerte llenándolo de agujeros”, pensé tontamente; bien compenetrada con mi papel como la novia del enemigo público número uno. ¡Santo cielo, debería ser nominada para un premio Oscar por mi gran actuación!

Sin embargo, había un problema con ese último pensamiento que mi mente había sugerido, por más perfecto que fuera el guion que pretendiera estar siguiendo. Pues las imágenes que recordaba haber visto de la delincuente más buscada del país, distaban mucho de sólo mostrar una atractiva chica veinteañera con buen gusto al vestir, y más que cuestionable gusto para los chicos.

En la mayoría de las fotografías que la policía distribuyó para fomentar la denuncia de la pareja de fugitivos; Bonnie aparecía portando un arma de fuego en sus manos, ¡con total naturalidad! Como si fuera algo perfectamente normal para ella. Esto sin duda era prueba de que Bonnie era más que sólo una chica que tomó decisiones incorrectas por el motivo correcto, su amor por Clyde; sino más bien que se trataba de una mujer de carácter fuerte y dominante, una chica acostumbrada a vivir en peligro. Una mujer de ‘armas tomar’, literalmente.

En pocas palabras, en base a esas fotografías, era fácil suponer que Bonnie no sería el tipo de chica que suplicaría por su vida al sentirse amenazada por un misero polizonte sino todo lo contrario; lo desafiaría con arrogancia a cumplir sus amenazas para vencerlo en su mismo juego, sin importar los riesgos que sus acciones tuvieran.

Definitivamente el tipo de chica que siempre habría querido ser; muy lejos de las poses de niña tonta o ingenua que solía adoptar cuando intentaba conquistar algún chico. Como cuando pretendes que no sabes cambiar un neumático para ahorrarte tener que ensuciar tu perfecto atuendo; y terminas perdiendo más tiempo del necesario por aceptar la ayuda de un caballeroso pero incompetente pretendiente.

Por suerte para mí esa noche, tendría la oportunidad de vivir en carne propia como debería haber sido la vida de esta famosa y peligrosa delincuente. Obvio estaba consciente que esto no sería gratis, habría que pagar un precio ‘razonable’ por ésta invaluable experiencia de inmersión teatral.

—No serías tan valiente si mi novio Clyde estuviera aquí —repetí lo dicho anteriormente con una sonrisa burlona en mis labios, recuperándome de la bofetada que acababa de recibir, poniendo en duda la hombría de mi captor.

—¡Dije silencio! Mi mejor amigo fue asesinado por ustedes —dijo el hombre con rabia en su voz.

“¡Oh, mierda!”, volví a pensar. Era lógico que este era un asunto personal más que oficial; esa era la verdadera razón por la que aquel oficial había rechazado mi ‘jugosa’ oferta monetaria a cambio de dejarme libre.

Durante nuestros asaltos, Clyde y yo habíamos escapado en tantas ocasiones a ‘punta de pistola’ que era de esperarse que habíamos acabado con la vida de más de un despreciable polizonte. “Se lo merecen por pendejos”, así tranquilizábamos nuestra consciencia al argumentar que, si alguien era tan tonto para arriesgar su vida por los bienes materiales de un tercero, se merecía lo que le sucediera.

Aún recuerdo, como si hubiese sido ayer, la vez que ‘silencié’ a un par de esos cabrones con mi propia escopeta mientras suplicaban por sus vidas en Grapevine. Lejos de sentir pena por ellos estaba segura de que lo volvería hacer sin dudar; pues quien se atrevía a interponerse en el camino de mi amado Clyde y yo no merecía misericordia. Sin embargo, estaba consciente de que algún día la vida me cobraría todas mis acciones. ¡Rogué al cielo porque ese día no hubiese llegado aún!

—Recuerdo a tu amigo —mentí con una sonrisa burlona en mis labios, pues eran tantos los oficiales que habían caído anónimamente por nuestras balas que era imposible recordarlos a todos—. ¡Chilló como un puerco al suplicar por su vida! —agregué ampliando mi sonrisa y fijando la vista en los lentes negros de quien me tenía prisionera.

¡Estúpida! ¿Como era posible que me burlara de esa manera tan ruin del mejor amigo del hombre que acababa de abofetearme? ¿A caso Bonnie, quien parecía se había apoderado de mi voluntad, pretendía hacerlo enfurecer aún más para demostrarle de paso que estaba muy lejos de sentirse intimidada por él?

Si ese fuese el caso, quizás sería mejor para mí que me deslindara de las acciones de esta famosa delincuente, poniéndome de rodillas para suplicar perdón, antes de que ella llegara a provocar una reacción mucho más violenta del fornido y robusto oficial.

Sin embargo, era un hecho que Bonnie Parker tenía mucha más experiencia que yo en este tipo de situaciones extremas; por lo que supuse que ella debería tener un plan para escapar, quizás debería confiar en ella un poco más.

Al fin de cuentas, ella no estaría en esta situación si no fuera por mí, ya que yo era quien la había invocado para que esta noche fuera inolvidable (lo cual hasta el momento había funcionado); por lo que me sentí obligada a otorgarle un voto de confianza. Las dos estábamos en esto, no la podía abandonar ahora. ¡Escapábamos las dos, o ninguna lo haría!

—¿Te crees que eres muy valiente? —preguntó el oficial sujetándome por la garganta dificultándome respirar.

—Más que tú sí, perro —respondió Bonnie por ambas, sin dejar de sonreír a pesar de ambas estar siendo estranguladas.

—Veamos si es cierto —sentenció el oficial removiendo de su rostro los anteojos negros para arrojarlos a la mesa, cayendo junto a su radio.

Después de soltar mi cuello, el oficial dio un paso hacia atrás permitiéndome ver como extraía lentamente de su cinturón el duro garrote de policía; cruel instrumento de tortura ideado para someter a sus prisioneros a garrotazo ‘limpio’. Una vez que lo extrajo, comenzó a blandearlo con la mano derecha, golpeando en repetidas ocasiones la palma de su mano izquierda. Indicándome que estaba más que dispuesto a utilizarlo para reprendernos.

Por escasos segundos, no hubo otro sonido en la habitación que el chasquido provocado por el resonar de la madera en la piel de su mano. Una vez que su amenaza quedó clara, el oficial extendió su brazo al frente colocando el extremo de su garrote en medio de mi pecho; presionando con fuerza contra mi esternón para mantenerme pegada a la pared detrás mío.

¡Estaba que me moría de miedo! La posibilidad de que aquel hombre, utilizara esa fría y dura herramienta de tortura para golpearme estando yo indefensa me aterraba. Sin embargo Bonnie, acostumbrada a vivir en peligro a diferencia de mí, se mantuvo con actitud serena dando la cara por ambas.

Con un sutil movimiento de ojos, Bonnie retó al oficial a que en lugar de utilizar el garrote para torturarnos lo empleara para abrir nuestra blusa sin usar las manos. ¿A caso él sería tan ingenuo para caer en la trampa?

—¿Eso quieres? —preguntó el oficial en forma retórica dibujando una sonrisa de lujuria en su rostro; sólo que, a diferencia de la anterior, ésta había sido inducida por nosotras.

Sin pronunciar una palabra Bonnie respondió a la inverosímil pregunta del oficial con sólo mantener la mirada fija, dando nuestro consentimiento. ¡Qué gran muestra del lenguaje no verbal de parte de ella! Definitivamente tenía mucho que aprender de mi nueva mejor amiga.

Aceptando el reto, el oficial utilizó el extremo de su garrote para abrir las solapas de la blusa; al tiempo que aprovechaba para ‘palpar’ mis senos presionándolos con el extremo de éste. El hombre perdió la mirada en mi busto a medida que veía como este se hundía en cada zona que presionaba con firmeza; buscando no sólo abrir la blusa, sino también bajar mi sostén.

Como si fuera un calzador, el oficial empleó el garrote para introducirlo entre la piel de mi pecho izquierdo y la tela de mi sostén, intentando hacer palanca para expulsarlo hacia afuera; al tiempo que mordía su labio inferior con lujuria y sus ojos se abrían como un par de enormes platos, ávido por ver mi torso desnudo.

Después de varios intentos, jalando mi sostén hacia abajo consiguió su objetivo al soltar un suspiro de satisfacción; maravillado por poder contemplar mi perfecto seno. Firme y voluptuoso. Casi babeando y sin dejar de morder su labio ahora utilizó su duro garrote para dibujar círculos alrededor de mi seno; justo en la zona de mi erizado pezón.

Por supuesto que dolía un poco. El busto de una mujer fue creado para ser tratado con delicadeza y ternura y no con un duro y frío palo de madera. Pero dado que nosotras estábamos guiando los movimientos de aquel hombre no me podía quejar… no del todo.

Una vez que hubo probado la firmeza de mi seno izquierdo dirigió su atención hacia el derecho; el cual todavía se encontraba parcialmente cubierto por mi sostén. Exponerlo a sus ojos fue más sencillo, bastó un sólo tirón justo en la unión de las copas para que este se asomara al exterior; provocando que el oficial instintiva e inconscientemente deslizara su mano izquierda hasta su peligrosa ‘arma’.

No, no habló de la Beretta 9 milímetros semi automática con cargador de 11 tiros que llevaba en su cinturón. Habló de una de mayor calibre y mucho más potente (al parecer por el bulto que se había formado en su entrepierna). Su pene.

El oficial siguió jugando con mis senos, pasando de uno a otro con la dura extensión de su cuerpo en que se había convertido su garrote. Mientras que con su mano izquierda masajeaba descaradamente su otro ‘garrote’, uno que a pesar de no ser de madera y caucho era igual de largo y rígido.

Era divertido contemplar en primera fila como aquel alto y fornido hombre, era reducido a algo menos que una inquieta marioneta; hipnotizado por la perfecta belleza del cuerpo femenino. Mientras Bonnie y yo lo observábamos sin mostrar expresión alguna. ¡Bien hecho amiga!

En ese momento comprendí el plan original de Bonnie. La idea no era escapar de ese bruto oficial, sino enfrentarlo con valor y someterlo a nuestra voluntad sin que él lo sospechara (básicamente lo que yo solía hacer todos los días con los hombres que conocía).

No importaba si ambas perecíamos aquel fatídico día, al menos lo haríamos juntas con la frente en alto sin dar un paso atrás, ¡sin acobardarnos! “Será un privilegio morir a tu lado amiga”, pensé aceptando cualquiera que llegase hacer el resultado de su plan.

Con un guiño de ojo y humedeciendo mis labios con la punta de mi lengua Bonnie indicó al oficial su siguiente tarea; la cual él aceptó con gusto.

Olvidándose de mis senos, el oficial pasó a dirigir su duro garrote hacia mi rostro, acariciando mi mejilla con éste de una forma por demás perversa. “Mantengamos la mirada”, sugerí a Bonnie, consciente plenamente de lo estimulante que es para un hombre ver una mujer a los ojos mientras la sodomiza.

El oficial mordió su labio nuevamente, mientras me observaba proyectar mi propia lengua para alcanzar a saborear la fría madera que acariciaba mis mejillas. Imaginando el hombre, posiblemente, con que parte de su cuerpo remplazar su bastón.

Haciendo una sustitución mental, el oficial despegó de mi rostro el garrote y lo colocó en posición vertical justo a la altura de su cintura; simulando que se trataba de su propio miembro erecto. Invitándome a darle una demostración de lo que era capaz de hacer.

¡Tantas veces había recibido tan irresistible invitación de parte de algún afortunado chico, que me resultaba imposible negarme a una más! Sin embargo, antes de ponerme de rodillas, como era mi costumbre, decidí consultar a Bonnie; pues ella era quien realmente estaba al mando ahora.

—¡Así me gusta! —exclamó el oficial apretando los dientes; una vez que me arrodillé ante él y comencé a lamer su enorme garrote de arriba abajo. Lentamente.

Utilizando sólo los músculos de mis muslos, me elevaba y descendía procurando pulir con mi lengua cada centímetro de la ahora cálida madera; como si se tratase del más dulce bastón de caramelo que hubiese probado en mi vida. Todo esto sin perder detalle del frenético magreo que el hombre frente a mí regalaba a su propio pene bajo el pantalón.

Sin darme cuenta, me encontré a mí misma atrapada en un éxtasis de lascivia que provocó que comenzara a salivar excesivamente; ocasionando que cubriera con una espuma blanca el duro objeto de mis deseos. ¡Juro que nunca me había sentido así de excitada!

¡Oh mierda!, pensé al acelerar el subir y bajar de mi lengua por toda la longitud de aquel macizo palo de madera. Entré en pánico; pues conociéndome bien, sabía que en poco tiempo está acción ya no sería suficiente para satisfacer mis instintos. Tendría que pensar en algo pronto para saciar mi repentino libido. Para mi fortuna Bonnie era capaz de escuchar mis pensamientos.

—Necesito algo más grande —susurró Bonnie después de hacerme despegar los labios del artificial miembro viril.

¡Increíble jugada de parte de Bonnie! Toda mujer sabe que no hay hombre en la tierra (al menos no uno heterosexual), que no crea que posee el miembro más grande de entre todos ellos. Era de esperarse lo que quien estaba frente a mí me ofrecería.

Al igual que sus lentes, el oficial arrojó su garrote sobre la mesa, golpeando ruidosamente sobre ésta antes de rodar hasta el piso; saturando la hasta ahora silenciosa habitación con su sonido.

Entonces el rudo oficial comenzó a desabrochar el primero de sus dos cinturones; el que contenía su equipo táctico lenta y sugestivamente y, a diferencia de su garrote, lo colocó con delicadeza sobre la mesa; evitando que su arma se accionara por error.

Inmediatamente después, él continuó con su sensual exhibición desabrochando su otro cinturón, el que ajustaba su pantalón a la cintura; tirando de el a través de las presillas para exhibir toda su longitud como preludio de lo que estaba por mostrarme.

Al desabotonar su pantalón fue más rápido, así como al bajar su cremallera. Obviamente, la presión que su ropa ejercía sobre su enorme miembro erecto instaba a el hombre a desnudarse lo más rápido posible.

Mis ojos se abrieron como un par de enormes platos a medida que el oficial bajó sus ropas, exhibiendo ante mí el más efectivo de sus instrumentos de tortura (o de placer, según sea el caso); en efecto, su otro ‘garrote’ el que no era de madera y caucho, pero quizás más duro y letal.

De pronto toda la habitación se inundó con la fragancia inconfundible de las ‘partes nobles’ de un hombre. Quizás no concordaba del todo con sus violentos métodos policíacos, pero él era un hombre al fin, ese aroma me lo recordaba.

El oficial blandeó amenazante su ‘garrote’ frente a mí, dispuesto a usarlo sin piedad; mientras mis ojos lo seguían de un lado a otro con ansiedad. ¿Han tenido esa extraña sensación de desesperación, al saber que algo malo está por suceder y no saben si rogar para que no ocurra, o rogar para que ocurra lo más rápido posible? Justo así me sentí por unos escasos segundos.

Sin previo aviso, el oficial atestó un fuerte golpe en mi rostro con su nuevo ‘garrote’ intentando rompernos a Bonnie y a mí; pero no lo conseguiría, no sin que diéramos pelea. Si él estaba dispuesto a utilizar su mejor arma contra nosotras era menester pagarle con la misma ‘moneda’.

Lejos de retroceder contra el despliegue de esta nueva arma, me armé de valor y en nombre de ambas alcancé a acariciar el duro ‘garrote’ con mis labios sujetándolo firmemente con un tierno beso. El ‘arma’ más infalible que una mujer segura de su sensualidad posee contra la brutalidad de un hombre.

El oficial dibujó una sonrisa de lujuria en su rostro al tiempo que su garganta profería un leve quejido de placer, cuando llegó a sentir la tibieza de mis labios en su erecto miembro; cerrando los ojos y dirigiendo su mirada hacia el techo.

Como hubiese hecho con su anterior arma, bajo la supervisión de Bonnie, continué degustándola de arriba a abajo empleando mi lengua hábilmente; distrayéndolo de la razón principal por la que se encontraba en mi departamento. Mi objetivo era claro, había conseguido despojarlo de sus armas sin mover un dedo, en poco tiempo conseguiría despojarlo de su voluntad; no importaba hasta donde tuviera que llegar.

Aunque, por otro lado, debo reconocer que la calidad y tamaño de la actual ‘herramienta’ de tortura del oficial facilitó mucho mi labor, por lo que no tuve ningún reparo en continuar con la encomienda por unos minutos más (era mi fantasía después de todo).

Por lo que en cuestión de segundos conseguí que toda la longitud del nuevo ‘garrote’ se viera cubierta ya no sólo con mi propia saliva, sino también con el de una sustancia blanquecina, viscosa y de dulce sabor que salía de su punta escurriendo hasta ser recogida por mi lengua. ¡Delicioso!

Por un momento llegué a sentirme un poco apenada conmigo misma. ¿Cómo era posible que comenzara a sentirme cómoda con la actual situación, en la que era vilmente sometida por un hombre que apenas conocía? “Bueno, no será la primera vez”, pensé en mi interior tranquilizándome a mí misma.

En un instante dado, justo cuando lamía la húmeda punta del nuevo ‘garrote’, un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando un fugaz vistazo al pecho de mi captor me permitió conocer el nombre escrito en su placa de identificación: Hammer.

¡Mierda! Era de esperarse que el oficial asignado a irrumpir en mi departamento no podía ser otro que el peor enemigo de Bonnie y Clyde. Aquel que cobardemente en una emboscada había acabado con sus cortas vidas. ¿Cómo tomaría Bonnie el estar frente a frente con tan despreciable hombre? (esto en sentido figurado, porque realmente no estábamos frente a frente).

—¡Cobarde! ¡Hijo de puta! —grité incitada por Bonnie, una vez que ella hubo reconocido al cabrón que había sido asignado a arrestarla.

Como si hubiese estado esperando la súbita reacción de Bonnie, el oficial sonrió soberbio y mezquino dispuesto a olvidar los buenos modales y castigar brutalmente a sus cautivas tomando el control total de mi cuerpo.

Aún con los pantalones en las rodillas él levantó su pierna derecha para colocar su pie en mi hombro, estando yo indefensa con las manos esposadas en la espalda, y hacerme perder el balance al empujarme hacia el piso con su pesada bota policíaca.

De pronto, me encontré en el piso cegada por la luz de las lámparas, totalmente indefensa y retorciéndome de dolor al haber caído con todo mi peso sobre mis propios brazos. “¡Mierda!”, pensé en mi interior al presagiar lo que estaba por suceder: ¡esa bruta bestia estaba a punto de abusar de mí!

Para mi fortuna al menos no tendría que afrontar ésta espantosa pesadilla sola, pues contaba con una buena amiga a mi lado; una que no se acobardaba ante nada. “¡Que pase lo que tenga que pasar!”, pensé aceptando mi destino con valor.

Sin nada que pudiera yo hacer, el oficial se arrodilló entre mis piernas para inclinarse sobre mí y saciar sus impúdicos deseos con mi cuerpo. Probando con sus labios mis perfectos senos; no dejando pasar la oportunidad de mordisquearlos con lujuria. Dedicando especial atención a mis puntiagudos pezones, sujetándolos con sus dientes para estirar de ellos con malicia; provocando una extraña sensación de excitación y adrenalina que me hizo dudar un poco sobre lo correcto acerca de mis sentimientos.

“No le des a este perro el placer de sentirte humillada, disfrútalo como si realmente lo desearas”. ¿Qué era lo que acababa de decir Bonnie? ¿A caso había sugerido que lo mejor que podía hacer en esas circunstancias era fingir que deseaba tener sexo con un perfecto desconocido? Aunque su idea me pareció un poco descabellada al principio, tampoco me encontraba en condiciones de cuestionar la experiencia de la criminal más buscada por el FBI. Gracias al cielo, yo tenía un poco de experiencia realizando lo que ella sugería.

Obedeciendo ciegamente la orden de Bonnie cerré mis ojos y me mordí los labios ‘simulando’, ante el hombre que me sometía, contener un grito de placer al sentir esas excitantes caricias en mi torso. ¿Cuánto tiempo más podría ‘fingir’ estar fingiendo? No lo sabía.

Sin previo aviso, una de sus callosas manos abandonó mi torso para hacerse presente en una de mis piernas bajo mi falda; pretendiendo con indecentes caricias buscar un camino hasta mi entrepierna, hasta mi tanga. Lo conseguiría.

—¡Mierda! —exclamé al sentir esa ruda mano por dentro de mi delicada prenda interior.

—¡Silencio perra, sabes que te gusta! —ordenó el oficial como si leyera mi mente.

Ignorando mi falsa protesta él continuó explorando mis partes íntimas con sus largos dedos; acariciando con su dedo índice la abertura de mi vagina. Introduciéndolo dentro de mí, sólo para hacer traviesamente el gesto de jalar de mi clítoris como si se tratara del gatillo de su propia arma.

“¡Santo cielo!”, pensé una vez que el oficial hubo simulado haber vaciado la pistola dentro de mi vagina, provocando una serie de involuntarios temblores que se apoderaron de mi cuerpo. ¡Juraría que una pistola tipo Beretta no tenía tantas balas!

Él sonrió satisfecho por mi espontánea reacción, olvidando por un segundo que su propósito original era hacerme pasar un mal rato.

Con un rápido movimiento el oficial metió ambas manos bajo mi falda; llevándolas hasta mi cadera para poder sujetar la cintilla de mi tanga y jalar de ella hacia abajo, hasta mis tobillos, con la clara intención de despejar el camino para efectuar la máxima afrenta que puede sufrir una mujer a manos de un hombre.

Una vez más cerré los ojos y apreté los labios anticipando lo inevitable. Y un segundo después lo sentí justo en la entrada de mi vagina.

Exacto, su duro y enorme ‘garrote’ golpeaba contra mi ‘puerta’ pretendiendo entrar a la fuerza; al igual que aquel hombre hubiera conseguido entrar sin mi consentimiento en mi departamento sólo unos minutos antes.

Me encontraba totalmente indefensa, y no debido a las esposas que sujetaban mis manos por la espalda, sino porque yo había fantaseado por tanto tiempo con vivir un momento así de excitante que simplemente no lo podía desaprovechar. ¡¿Cómo poder resistirme a algo que en el fondo yo estaba deseando?!

“Mi mejor amiga lo entenderá”, pensé un segundo antes de perder el control de mi cuerpo a causa de la excitación que me invadía, cediendo a las más oscuras fantasías que esa noche se materializarían en la habitación: ¡las mías!

Una vez más el oficial pateó a mi puerta entrando tan violentamente, con su ‘garrote’ desenfundado, que me fue imposible contener mis gritos ante tal muestra de abuso policíaco.

—¡Mierda! —exclamé antes de que el oficial cubriera mi boca con una de sus manos, previniendo poner en alerta a los vecinos.

Sujetándome por el brazo con su mano libre, el oficial comenzó a introducir su ‘garrote’ dentro de mí; lenta y firmemente, alcanzando cada rincón de mi interior. Como si pretendiera llegar hasta lo más profundo de mis entrañas con cada nueva embestida.

Me encontraba totalmente aturdida; confundida en cómo debería sentirme en mi interior. Desdichada o afortunada; pues tenía la impresión de que este no era el primer allanamiento que perpetuaba aquel hombre, dada su eficacia en el manejo de su ‘arma’.

Estaba tan excitada a causa de su ‘ataque’, que me era imposible controlar los reflejos de mi cuerpo mientras estaba siendo asfixiada. Irónico.

Unos minutos después de soportar con valor estar siendo sodomizada en mi interior por aquel tosco hombre; sin misericordia realizó una serie de disparos directamente a mi alma hasta vaciar su ‘arma’, haciendo arder mis entrañas por dentro.

Y justo en ese momento ya no pude soportar y me ‘quebré’, entregándome a disfrutar del más excitante orgasmo que haya experimentado hasta ese día.

—¡Santo cielo! —exclamé en silencio pidiendo perdón por haber gozado con mi supuesta tortura y haberle fallado a mi amiga.

“No te preocupes, no importa lo que este perro te haya hecho, nadie volverá a saber de él”, sentenció Bonnie consolándome en lo que Hammer extraía su ahora ‘flácida arma’ de mi interior antes de erguirse para dirigirse a la mesa todavía con los pantalones abajo caminando ridículamente como un pingüino.

Entonces lo entendí claramente. Ciertamente aquel supuesto ‘hombre de la ley’ no sólo, no había conseguido hacerse tan famoso como él esperaba acabando con las vidas de Bonnie y Clyde; sino que irónicamente había creado una leyenda muy superior a la suya. No en balde cuarenta mil personas asistirían al funeral de la insólita pareja.

De igual manera, todo éste odio que había intentado desquitar al abusar de mí había sido completamente en vano; pues Bonnie había tenido el placer de restregarle en la cara su relativo anonimato una vez más, al recordarle quien de los dos era una auténtica leyenda viviente. Mi humillación había valido la pena.

Aún con calambres en los codos y los brazos, a causa de haber soportado sobre ellos el peso de mi captor y el mío propio, intenté levantarme para recargarme en la pared y tomar un respiro. Por fin la humillación y vejación que había tenido que sufrir junto con mi compañera de fantasía, la valiente Bonnie, había terminado. ¿O no?

—Aquí oficial Hammer informando que la sospechosa continúa resistiéndose al arresto; —dijo el rudo oficial después de tomar su radio con un tono burlón en su voz; observando el desvalido cuerpo de su víctima con actitud soberbia y perversa—. ¡Solicito refuerzos de inmediato, repito, solicito refuerzos de inmediato! —enfatizó.

“¿Qué era lo que acababa de escuchar decir a mi hosco victimario?”, me pregunté a mi misma fijando mi vista en el rostro desencajado de aquel ‘desconocido’. “¿A caso aquel hombre, que pensaba yo conocer bien, sería capaz de haber invitado a algunos de sus amigos a nuestro inocente juego de rol? ¿O sus palabras en la radio, que parecía ser de juguete, no serían más que un simple blofeó?”

Justo cuando creía que todo este suplicio había terminado, la última comunicación por radio de aquel rudo hombre me sugería lo contrario. ¿Cuánta maldad era capaz de contener en su alma?

‘Mierda’, pensé tan pronto el oficial terminó de hablar; sin decidirme del todo en cuanto si debía temer o desear que su amenaza fuera real. Pero en lugar de lamentarme por el nuevo ‘peligro’ que se asomaba sobre mí cabeza, suspiré profundamente y me puse a pensar lo que hubiese hecho mi actual heroína en semejantes circunstancias.

—¡Espero que sean suficientes, hijo de puta! —exclamé con un tono desafiante, intentando escupir cada palabra al maldito que acababa de ‘ultrajarnos’; dejándole bien claro que, a pesar de haber sufrido semejante humillación, mi orgullo había permanecido completamente intacto; estando más que dispuesta a enfrentar con valor a cualquier hombre que entrara por la puerta de mi departamento.

Él sonrió satisfecho por mi altanera respuesta; pues era lógico que no esperara menos de la mujer que había enfrentado a más de mil policías en diferentes balaceras saliendo siempre avante hasta ese día. ¿Lo conseguiría otra vez? Sólo el tiempo lo diría.

Definitivamente las mejores cosas de la vida, muy especialmente cuando se trata de sexo, son las que no te esperas. Aquellas que debido a su espontaneidad revitalizan tu vida al igual que una bocanada de oxígeno en el tóxico smog de la rutina.

¿Qué más podía pedir aparte de una buena sesión de sexo salvaje para comenzar la noche de brujas? Afortunadamente para mí, como para casi todo el mundo, cuando se trata de placer sexual la respuesta fue, es y será siempre ‘más sexo’.

—Entendido equipo Bravo, vamos en camino, cambio y fuera —sentenció una voz de eléctrico acento a través de la radio que hasta hace un instante yo imaginaba de juguete; provocándome un extraño escalofrío que recorrió todo mi cuerpo desde la nuca hasta la punta de mi pie, al tiempo que una inesperada sonrisa revelaba mis más profundos y íntimos deseos.

Sin ningún tipo de vergüenza cerré mis ojos para entregarme a soñar por un instante con el complemento de mi fantasía, sin la certeza total de que ésta se llegara a consumar. Sin mortificarme en disimular esa sonrisa que no era del todo actuada, pues a final de cuentas en ese momento quien habitaba mi cuerpo no era yo sino Bonnie, la chica que no le tenía miedo a nada.

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