“¿Qué tal si hacemos más interesante la apuesta?”, dijo barajeando con ambas manos los naipes sin verlos y enfrentándome con la mirada y continuó: “Si pierdes, no podrás negarte a lo que te pida; y, si ganas, te llevas el dinero de todos”.
Yo no podía perder, tenía 3 reinas y un par de 8. Mis tres compañeros de estudios me miraban esperando mi respuesta, mientras nuestro profesor, que a la vez era nuestro anfitrión en su casa, seguía barajeando su mano de cartas.
“Hecho” le dije convencido y destape sobre la mesa mis barajas.
Mis compañeros se asombraron. El profesor cambió su semblante, se rascó la cabeza y recuperó su sonrisa.
“No creo que tus reinas le ganen a mi escalera” dijo mostrando sus naipes y continuó “Bueno, no te vayas”, dijo mientras se levantó de la mesa y fue a otra habitación. Yo estaba sorprendido y destrozado. Me había ganado la emoción.
El profesor regresó con un par de zapatos. Eran unas sandalias clásicas de color negro, un pequeño tacón, no muy alto, con una tira para pasar sobre los dedos y unas cintas que con una hebilla ajustaban el tobillo por delante y por detrás.
“Póntelos” me dijo.
“¿Qué?” exclamé indignado “¡Esos son zapatos de mujer!”, no me los voy a poner.
“Las deudas de juego son deudas de honor”, afirmó.
Mis compañeros bajaron la mirada, evitándome.
“Con permiso”, le dije, “esos juegos no me gustan” y salí de su casa sorprendido por la propuesta.
“Vamos a ver si tus padres estarán de acuerdo con que pierdas tu clase por no honrar tu palabra” alcancé a escuchar mientras cerraba la puerta.
La verdad me asusté, no iba muy bien en esa clase y esa era la principal razón por la que intentaba “ganarme” la amistad del profesor yendo a jugar naipes a su casa aquel viernes por la tarde.
Pasé la noche en vela preocupado y ya noche decidí llamarlo.
“Sabía que llamarías”, me contestó al teléfono. “Te perdonaré la deuda, pero con intereses, si te parece ven mañana por la mañana, te espero a las 9:00”, sentenció.
Cuando llegué a su casa el sábado por la mañana comenzamos una charla amena en su sala, nos reímos como dos buenos amigos.
“Bueno, llegó la hora”, me interrumpió tomando una bolsa que tenía al lado del sillón. Sacó un vestido corto rojo con adornos de flores y en forma de campana y las sandalias que me había mostrado ayer. “allí está el baño, entra y quiero verte salir solo con este vestido y viéndote los pies en estos bonitos tacones”.
Quise alegar algo, pero continuó: “no te vayas a resistir, ya sabes que te puede ir mal en la clase si no me cumples”.
Sentí miedo, pero el miedo de perder la materia lo era más. Entré al baño, me desnudé. Lo que estaba haciendo iba contra todo lo que sentía que era correcto. Me puse el vestido y sentí una rara, agradable, sensual y excitante sensación. Respiraba agitado. Cuando metí el pie en la sandalia, mi miembro me dio una punzada, se comenzó a poner duro. Amarré el cincho de la cinta y me sentí mejor. Me calcé la otra y la sensación fue mucho más placentera.
Había un espejo de cuerpo entero en el baño y al verme me descubrí a mí mismo como una bella mujer. No podía creerlo. Los tacones eran pequeños, de manera que me fue fácil dominar la caminata, además que torneaban mis pantorrillas. Salí del baño y me presenté ante aquel hombre que descubrió por vez primera mi lado femenino.
“Mmm, qué delicia, acércate, siéntate aquí” me dijo sentado palmeando sus piernas.
Me acerqué a él y me dejé que jalara mi mano y me forzara a sentarme en sus muslos.
“¿Qué va a pensar de mi?” le dije “soy un hombre”.
“¡No!” exclamó con placer “tienes zapatos de mujer, tienes vestido de mujer, no lo niegues, te sientes mujer”
No se equivocaba, yo estaba confundido en ese momento, me sentía tan bien vestido así que le dije “Tiene razón, me siento muy bien. Pero ¿qué van a decir mis amigos?” le comenté.
Soltó una carcajada: “ellos también han sido mis mujercitas” me sorprendió, “cada uno ha sido mía. Uno me bailó como una princesa árabe, otro hizo la limpieza con traje de mucama y el otro fue mi alumna distinguida, vistiendo de colegiala. ¿Tú qué vas a ser para mi?” sentenció, exigiéndome con la mirada.
No me resistí, sentado sobre sus piernas, me acerqué y lo besé. Mi primer beso a alguien, nunca había besado a nadie. “quiero ser su novia” le dije, “la tierna, la delicada, la obediente”.
Volvió a besarme. Me sentía excitado y me abandoné. Los ánimos se caldearon, comencé a sentir calor, sudaba. Los besos eran cada vez más apasionados. Sentí su mano entrar por mis piernas, estremeciéndome toda la piel. Llegó a mi pequeño miembro que estaba duro y dijo “qué rico mi novia, estás calientita”, apretó mis testículos. Gemí. Siguió besándome y llegó a mi agujero. “ábrete un poquito” me dijo acomodándose en el sillón, de tal forma que al estar sobre sus piernas nos recostamos un poco y metió sus dedos en mi agujero, que para ese entonces parecía una sopa de lo húmedo que estaba.
“Me duele, por favor pare”, le pedí.
Ignoró mi súplica.
“Este culito será tu concha desde ahora. Échate una paja”, me ordenó mientras él metía su dedo en mi esfínter. Comencé a pajearme. El placer era delicioso. Siguió besándome, alocando su lengua caliente mientras su índice entraba y salía de mi agujero. Me masturbé duro.
“¿Cómo te llamas para mi, mi novia?” me preguntó en medio de la locura que estaba produciendo en mí.
“Bautíceme usted, me llamaré como usted quiera” continué, mientras la paja que me hacía cada vez era más rápida y su dedo llegaba a mi próstata, jugando adentro de mi culo.
“Genoveva, te llamaré Genoveva”, sentenció, y al decirlo exploté en semen caliente mientras le besaba con lengua y saliva deliciosa.
En la locura que me provocó le dije: “soy su novia, solo suya, soy su Genoveva” mientras terminaba de salpicar las últimas gotas de leche, con una sensación electrizante en la punta de mi pequeña verga.
Me sacó el dedo del ano. Me abrazó. Me besó. Sentí el aire en los pies por las sandalias y por las piernas por el vestido.
“Ven mañana. Ahora vístete y regresa a tu casa, alguien más viene en unos minutos. Si quieres ser mi novia, sentirás lo que es ser mujer”, me llevó la mano sobre el pantalón hacia su miembro grande, duro y gordo. “Mañana te voy a desvirgar ese culito, pero antes te vestirás y maquillarás como nunca imaginaste”.
Lo besé de nuevo. Luego me vestí con mi ropa que llevaba y regresé a mi casa. Nunca había experimentado nada igual. Me vi al espejo y me dije: “Hola Genoveva, bienvenida a mi vida”.