back to top
InicioAmor filalBesos de madre

Besos de madre
B

el

|

visitas

y

comentarios

Apoya a los autores/as con likes y comentarios. No cuestan nada.
Tiempo de lectura: 12 minutos

1.

Manuel abrió despacio la puerta procurando no hacer ruido. Era casi las 2 de la mañana y la casa estaba completamente oscura. Por fortuna su cuarto ahora estaba en la planta baja y podía pasar desapercibido cuando era necesario. Supuso que sus padres ya estaban dormidos así que, como de costumbre, se dirigió a la cocina por un refrigerio, pero se llevó una enorme sorpresa al ver a Graciela, su madre, acostada otra vez en el sillón de la sala. Era ya la cuarta o quinta vez en el mes que hacía eso y ya la situación era más que preocupante pues nunca los había visto pelear así.

La delgada cobija se había caído al suelo y estaba titiritando. De inmediato la cubrió y se dispuso a traerle otra manta, pero la visión que tenía frente a él lo detuvo. Usualmente llevaba un pijama de un material parecido a la seda, pero en esta ocasión, traía puesto solamente una camiseta. No llevaba sostén, y al ser una prenda muy vieja, el cuello se había estirado de tal manera que podía ver perfectamente sus senos desnudos que estaban a punto de salirse de la prenda.

Su piel era muy blanca por lo que la aureola, de un color café claro, apenas sobresalía de su piel; tenía los pezones duros y redondos del tamaño de un garbanzo. Manuel disfrutó aquel sugestivo paisaje un momento y cuando la vio moverse corrió a su habitación por las frazadas. Aunque lo volvían loco los senos grandes, trataba de ignorar los de su madre pues sentía raro mirarlos. Algunas veces los veía de reojo o echaba un rápido vistazo al escote de su uniforme médico, siempre sintiéndose incómodo porque era pues, su madre. Cuando Manuel regresó, ella estaba volteada hacia el respaldo del sillón cubierta hasta la cabeza con la cobija. Le colocó la frazada y se fue a su cuarto. Aquella estampa se quedaría grabada para siempre en su mente.

Las discusiones de sus padres se hacían cada vez más frecuentes y a veces dejaban de hablarse por días y cuando se “contentaban” no había mucha diferencia. Para Manuel, el problema estaba claro: su padre era demasiado autoritario y muchas veces menospreciaba a su madre de muchas formas. Nunca tuvo una buena relación con él pero lo respetaba pues, a fin de cuentas, era su padre.

Sabía que su madre sufría en ese matrimonio y cada vez se notaba más su desesperación y aflicción; y aunque era una mujer muy atractiva a sus 40 y tantos, su autoestima estaba por los suelos. De estatura media, piel clara y cabello rojizo, su mayor atractivo eran sus senos, pues tenía una muy bien conservada talla DD que hacía juego perfecto con sus caderas. Sus nalgas, aunque eran algo pequeñas, no pasaban desapercibidas, sobre todo cuando llevaba su ajustado uniforme de dentista, que muchas veces le hacía marcar el elástico de sus pantaletas.

Los continuos conflictos le hicieron volverse más cercano y cariñoso con su madre. Trataba de compensar la falta de compresión y cariño por parte su padre, lo cual volvió su relación más afectiva y física. Hacían muchas cosas juntos y la acompañaba siempre que podía a hacer diligencias tanto de su trabajo como de la casa. Inclusive después de una discusión, Manuel aparecía para tratar de contentarla o al menos consolarla, sin poder hacer nada a veces para mejorar su ánimo. Ese abrazo inocente de empatía la reconfortaba, pero también le causaba una extraña y placentera sensación que no quería discernir: Manuel era un hombre, y para ella era muy apuesto. Jamás lo había visto con morbo, pero estaba consciente de su físico: era más alto que su padre e incluso, a comparación de él, algo fornido. Había entrado al equipo de americano de la universidad y seguido iba a verlo jugar cuando salía del consultorio. Estaba orgullosa como madre.

No tardó en darse cuenta de las miradas de sus compañeras y poco a poco se fue poniendo celosa. No le gustaba verlo con otras chicas de su edad y no toleraba la idea aún de que algún día tuviera pareja, por lo que evitaba el tema a toda costa cada vez que su hijo insinuaba algo relacionado a eso.

Una noche, Manuel había llegado tarde del entrenamiento y encontró la casa en silencio. Aquello se le hizo sospechoso y de inmediato fue a ver a su madre. Graciela estaba sentada sobre la cama sollozando con ambas manos en la cara, y apenas lo vio entrar lo abrazó con fuerza y se quedaron así un rato. Pronto dejó de llorar, pero aún sentía su respiración descompuesta sobre su pecho. Tan pronto reacción se dio cuenta que su madre solo llevaba un top para hacer ejercicio y sus pechos se veían aún más grandes de lo que eran. Fue algo tan inesperado que Manuel no pudo evitar una erección al sentir su cercanía.

Al cabo de un momento ella lo soltó, pero mantuvo la frente sobre la de su hijo, explicándole cual fue ahora el motivo de la pelea; anímicamente estaba cansada y solo quería salir de esa habitación, pero no podía. Manuel tomó su rostro con ambas manos y trató de calmarla haciéndole saber que él estaría ahí siempre. La intimidad de la cercanía física junto con su atuendo sobrepasó aquel momento madre-hijo y aquello se tornó en algo casi idílico. Ambos lo sentían y él no podía dejar de pensar en sus pechos ni en la blancura de su piel. La mente de Graciela estaba en otra parte y se sentía incapaz de moverse o incluso reaccionar ante la evidente erección de su hijo que sentía entre sus piernas, que lejos de molestarla o sorprenderla, le pareció muy halagador.

Después de un largo silencio Manuel fue acercando más su rostro al de ella y, sin saber exactamente por qué, la besó. Una parte de ella lo deseaba secretamente, más por curiosidad que por morbo y recordaba las veces que, siendo pequeño, besaba todo su rostro. El corazón estaba a punto de salírseles del pecho a los dos y a pesar de que su madre permanecía sin inmutarse, sus labios no se movieron; aunque estaba temblando, se mantenía serena.

Graciela cerró los ojos dejándose llevar, y pronto sus labios empezaron a moverse muy lentamente. Ya no era un beso forzado, sino uno muy cálido y con pasión. Abrazó a su hijo disfrutando aquel gesto prohibido, que pronto le provocó esa calidez en la entrepierna que ya tenía casi olvidada. Manuel estaba extasiado con los labios de su madre y sentía que la polla le iba a estallar en los pantalones en cualquier momento. Entonces, ella se detuvo y nuevamente juntó su frente con la de él. Estuvieron así un rato mientras recuperaba la compostura y tras darle unos golpecitos en la mejilla se marchó sin decir una palabra.

Estaba sumamente confundido: ¿Le había gustado? ¿Estaba molesta? La escuchó entrar a su cuarto y cerrar la puerta, pero nada más. No sabía si debía ir tras ella o esperar a que regresara para decir algo; la sensación de sus labios persistía y no podía dejar de pensar en ella.

2.

A la mañana siguiente, su padre había salido antes que todos por lo que Manuel no se levantó temprano. Cuando bajó a desayunar notó inmediatamente el cambio de humor de su madre, pues tenía una actitud más relajada. Estaba más activa y con más energía que los días anteriores, por lo que se sintió feliz y aliviado al mismo tiempo. Por la noche quería preparar un postre, así que le pidió que llegara temprano del entrenamiento. Manuel solo asintió sin poder decir una sola palabra y justo cuando se disponía a despedirse, su madre le dio un beso en los labios, muy corto pero tan húmedo que lo dejó sin habla. No supo cómo reaccionar y solo le sonrió nervioso, tropezándose con la puerta al salir.

Durante todo el trayecto a la escuela solo pudo pensar en ese beso y se preguntaba si su madre también tendría esa inquietud durante todo el día. Jamás imaginó que se atrevería a hacer algo así con ella y sobre todo, que le haya correspondido sin inmutarse. Nuevamente recordó los pechos de su madre aquella noche imaginándose miles de escenarios posibles.

Después de todo un día que pareció transcurrir en cámara lenta y una agotadora sesión de entrenamiento, regresó a casa. Su padre estaba viendo la televisión en la sala y su madre lo llamó a la cocina; justo como lo esperaba, lo recibió nuevamente con un beso, pero esta vez, fue algo más natural.

Esta acción se volvió costumbre entre ellos, siempre y cuando estuvieran solos. Cuando se iba a la escuela y cuando regresaba, su madre lo besaba tiernamente y conforme fue pasando el tiempo, los besos se hicieron más prolongados hasta el punto en que uno de los dos debía terminar el contacto. En ocasiones, cuando había gente, era un “pico” en la mejilla o muy cerca de los labios, y más tarde y a escondidas, le daba el que “le debía”. Ambos estaban conscientes de que no era algo propio de una madre con su hijo, y aunque el gesto pudiera parecer inocente, estaba cargado de lascivia por parte de los dos: ambos querían descubrir que había más allá, pero ninguno se atrevía a dar el paso.

Cierto día, su padre no estaba en casa y decidieron ver una película. Manuel moría de sueño por el entrenamiento de la mañana, pero quería complacer a su madre, que había aprovechado la casa sola para limpiar y acomodar. Ni bien empezó la película cuando se quedaron dormidos. Graciela se despertó por una estruendosa explosión en la pantalla y miró a su hijo dormir recargado junto a ella. Sus ojos fueron de sus labios hasta su cintura y se detuvo en el bulto entre sus piernas. Lo miró de rojo y se imaginó su tamaño y su forma, aunque estaba segura que la tenía más grande que su padre.

Verlo ahí le recordó cuando se dormía mientras le daba pecho y como lo tenía que mecer para que no despertara; aquello la conmovió y le dio un suave beso en la mejilla. Manuel despertó inmediatamente y volteó a ver a su madre, que lo miraba con expresión serena a un palmo de su cara y se besaron. Graciela lo abrazó y su hijo la trajo hacía él sin despegar su boca de la de ella, y cuando rozaron brevemente la punta de sus lenguas, su madre humedeció su ropa interior.

Ya no era solo un beso inofensivo, sino que ahora lo hacían con fuerza, jugando hábilmente con sus bocas; su respiración agitada delataba su deseo. Graciela se recostó sobre el sillón quedando su hijo sobre ella, sujetándola firmemente de la cintura. No habían despegado sus labios para nada y justo cuando Manuel intentó desabotonar la blusa de su madre, la voz de su padre retumbó desde el pasillo de la entrada. Graciela lo apartó inmediatamente casi con un golpe y se cubrió con la frazada. Manuel apenas alcanzó a taparse la erección con uno de los cojines cuando su padre entró en la sala. Les pidió que lo ayudaran a bajar los víveres de la semana casi escupiendo las palabras y se fue a la cocina; su madre sonrojada lo volteó a ver tapándose la boca, con una expresión de pánico en el rostro. Manuel solo se rio entre dientes y salió a la cochera por las bolsas.

Por la noche, Graciela los dejó en la sala y se encerró en su cuarto con el pretexto de una jaqueca. Tocó sus labios ligeramente y cerró los ojos; le gustó lo que estaba sintiendo y se sentía culpable por ello. Había besado a su hijo como si fuera su esposo y ahora el recuerdo le había hecho recorrer una extraña y nueva sensación por todo el cuerpo. Corrió la cortina y se sentó sobre la cama. La suavidad de las sábanas en sus manos la excitó y nuevamente su ropa interior se humedeció. No se atrevía a tocarse, aunque deseaba hacerlo; estaba caliente y era gracias a su hijo.

3.

Pasaron varios días desde aquel fugaz encuentro y ninguno de los dos podía apartar ese momento de su mente. La tensión sexual que había entre ellos era casi tangible y aunque no hablaban de lo que sucedía ambos estaban a la expectativa del próximo encuentro. No hacían nada para propiciarlo, pero tampoco se detendrían si llegaba a suceder. La relación madre-hijo que llevaban había cambiado totalmente desde el primer beso y ahora era casi una declaración: sentían deseo el uno por el otro.

Eran casi las 3 de la mañana cuando ambos escucharon la puerta de enfrente cerrarse de golpe. Mario había regresado y venía completamente ebrio. Tanto, que apenas entró en la casa se desplomó en el suelo.

– Hay que acostarlo en el sillón.- Le dijo Manuel a su madre mientras trataba de levantarlo de las axilas. Graciela vaciló un poco y lo tomó de los pies.

– No. Que duerma en tu cuarto, mejor. Si se acuesta en el sillón lo va a ensuciar y la sala es nueva. Hay que dejarlo en tu cama y tu duermes conmigo. Manuel se quedó sorprendido ante aquella declaración y sin chistar lo llevaron a su cuarto.

Lo acomodaron en la cama procurando que la cabeza diera al suelo por si era necesario y su madre lo cubrió con una sábana. «Eso debe bastar», le dijo al salir de la habitación. Manuel continuaba sorprendido y estaba emocionado porque pasaría la noche con su madre. Aquello no era casualidad y estaba seguro que pasaría algo. Se lavó los dientes y tomó un par de almohadas antes de subir.

Manuel entró tímidamente al cuarto de su madre, que estaba de espaldas recogiéndose el cabello junto a la cama. Notó de inmediato que ya no llevaba el pantalón del pijama, solamente la bata guinda que usaba por las noches. Sus piernas eran más largas de lo que parecían y por primera vez las pudo ver más allá de los muslos. Se acercó a ella pero no se atrevió a tocarla ni a decir nada. En la habitación aún persistía el aroma del champo y de las diversas cremas que usaba para el cuerpo.

Graciela apagó la luz y la habitación se quedó casi a oscuras. Únicamente la luz que travesaba la cortina dejaba ver su silueta. Su madre le puso ambas manos sobre el pecho y lo besó tiernamente, esta vez, sin prisa ni remordimiento. Ambos habían estado esperando aquel beso que sabían que sería en esas circunstancias. Manuel, envalentonado por la oscuridad, deshizo el nudo de la bata y se la abrió lentamente. Recorrió su vientre desnudo con sus dedos hasta llegar a sus pechos, aún dentro del sujetador. La piel de Graciela se erizó y nuevamente aquel escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Sus pechos eran más suaves y cálidos de lo que esperaba, pero también más pesados: los acarició en círculos muy despacio sin dejar de besarla. Graciela sintió la erección de su hijo en su entrepierna humedecida y empezó a frotarse contra él. Le ayudó a quitarse la camiseta y se recostaron en la cama sin dejar de besarse, quedando ella debajo de él. Recorría su espalda rozándola con las uñas mientras su hijo besaba y lamía su cuello. Pronto sus labios fueron bajando y se entretuvieron en sus pechos, que mordía por encima del sujetador. Graciela gemía despacio cada vez que los dientes aprisionaban sus pezones que estaban duros como roca. Alternaba con ambas manos, apretándolos y acariciándolos con fuerza.

Fue bajando aún más por su vientre haciendo círculos con la lengua hasta llegar al borde de su ropa interior. Se detuvo un momento para disfrutar el aroma que emanaba de su entrepierna y besó el interior de sus muslos. La respiración de su madre estaba fuera de control y sujetando su cabeza le indicó lo que quería. Manuel le quitó lentamente la pantaleta y aquel sensual aroma se intensificó. Tal como imaginaba, su madre no solía depilarse toda el área y apareció ante él una sutil mata de vello muy corto pero abundante. Acarició con los dedos despacio toda su vulva mientras su madre abría más las piernas y dejaba escapar pequeños gemidos cuando se acercaba al clítoris.

Pasó la lengua lentamente por toda su raja, lo que provocó que pegara un brinquito. Entonces puso toda la boca sobre su vagina haciendo círculos con la lengua sobre el clítoris. Graciela estaba extasiada y no paraba de gemir: «¡Sí, mi amor! ¡Justo así!», le decía acariciando sus pechos con ambas manos, y cuando le introdujo un dedo dejó escapar un gemido que muy seguramente se escuchó hasta la calle pero no le importó.

Movía la lengua de arriba a abajo y la penetraba rápidamente con los dedos. Graciela jamás había sentido con tanta intensidad el placer en su interior, lo que le hizo preguntarse si su hijo había estado con otra mujer antes de ella, pues la maestría con la que la masturbaba y estimulaba su vulva tenía que venir de la practica continua. «¡Me voy a correr!» dijo entre gemidos. Manuel aceleró el movimiento de su mano y lamió con más fuerza su clítoris. Su madre convulsionó y explotó en un fuerte y sonoro orgasmo que le hizo cerrar las piernas. Manuel dejó de lamer y le daba pequeños besos en los muslos mientras se recuperaba.

Se levantó y fue directamente a su boca, abrazándola con fuerza. Sus piernas aun temblaban y no había recuperado del todo el aliento, pero quería más. Si giró hasta quedar sobre él y de inmediato se sentó sobre su pene, que apenas podía contener en sus pantaloncillos. La tenue luz azulosa le hacía ver cómo la delgada silueta de su madre se deshacía primero de la bata y luego del sostén; inmediatamente sus manos buscaron las de su hijo y las colocó sobre sus pechos desnudos. Eran suaves y cálidos, y sus pezones grandes y duros. Graciela cerró los ojos mientras comenzaba un lento vaivén sobre el bulto de su hijo. El movimiento hizo que el pene se saliera del pijama y se colocara a lo largo de su raja.

Así estuvieron un rato frotándose hasta que su madre ya no pudo más. Con una mano tomó el glande y lo dirigió a su vulva; estaba tan humedecida que de un solo movimiento lo engulló por completo. No hubo ardor ni molestia como cuando lo hacía con su esposo, así que se quedó estática un momento disfrutando como aquel falo llenaba por completo su interior. Su hijo se acomodó bien y abriendo un poco más las piernas empezó a moverse lentamente. Graciela gemía pesadamente con cada empujón que le daba su hijo que también no dejaba de acariciar sus senos y sus pezones, que no tardo en llevar a su boca. Los succionaba con fuerza al tiempo que masajeaba sus pechos. Después de un rato alternaron el movimiento de sus caderas y tomaron un ritmo rápido y constante. Estaban haciéndolo, finalmente estaban haciendo el amor. Manuel lamía y succionaba con fuerza sus pezones. «Muérdemelos despacio, “Manu”» le decía acariciando su cabello. Su hijo aprisionó un pezón con los dientes y el otro con los dedos, alternando también con la lengua. Aquello hizo que su madre perdiera el ritmo pues le encantaba la sensación, era verdaderamente su zona más sensible.

Las fuertes embestidas hicieron que se desbaratara el “nudo” que se había hecho en el cabello y ahora le caía libremente en la cara. Se inclinó sobre su hijo poniendo ambas manos en su pecho y abrió más piernas. Así aceleró el movimiento de sus caderas dándole fuertes sentones; sentía cerca el orgasmo. Manuel dejó de moverse pues su madre lo cabalgaba fuertemente, levantando a veces tanto el culo que el pene se le salía. Lo tomaba con los dedos y lo volvía a meter sin miramiento. El rechinido del colchón junto a los gemidos de su madre lo desconcentraban y aumentaban la excitación en ambos. Manuel Sujetaba sus nalgas con fuerza y le daba nalgadas con ambas manos. Su madre solo se mordía los labios o suspiraba más fuerte; su esposo a veces lo hacía también, pero no tenía el mismo efecto. Todo lo que le hacía su hijo para ella era algo nuevo. Inclusive cuando le ponía un dedo en el culo se estimulaba tanto que su interior se contraía fuertemente y Manuel lo sentía. El orgasmo estaba cerca para los dos.

«¡No te detengas, mi amor! ¡Me falta poco!» le decía su madre casi con hilo de voz. Ambos aumentaron el ritmo hasta que Manuel sintió las contracciones de su madre, que dejó caer todo su peso sobre él al besarlo y, sin poder más, lanzó un chorro de semen en su interior. Su madre gimió con fuerza con los labios aun sobre los suyos y estalló nuevamente en un orgasmo más prolongado. Su interior se contraía fuertemente mientras los últimos chorros la llenaban por completo. Sus lenguas se entrelazaron y no dejaron de besarse hasta que el pene de Manuel fue perdiendo su erección.

Graciela se recostó a un lado de su hijo aún sin poder componerse; ambos tenían la respiración agitada y les punzaba el rostro. No dijeron absolutamente nada. Manuel abrazó a su madre y sin darse cuenta se quedaron dormidos.

Pasadas unas horas más tarde, Graciela despertó suavemente a su hijo. Eran casi las 6 de la mañana y la luz ya entraba a través de la cortina.

– Mi amor, tienes que irte a la sala. Tu padre no te puede ver aquí-. Le susurró tiernamente. Manuel se desperezó y a duras penas se pudo incorporar. Podía ver claramente a su madre que aún estaba desnuda y le sonreía mordiéndose los labios casi con malicia.

– Ok, ma, ya me voy.- Le contestó. Su madre se inclinó sobre él y le dio un beso en los labios.

– Ya tuviste suficiente, nos vemos más tarde-. Le dijo mientras se tapaba los pechos con la sábana. Manuel le sonrió y salió de la habitación tan sigilosamente como le fue posible.

Estaba tan ensimismado recreando lo que había sucedido que no se dio cuenta que iba caminando desnudo con la ropa en la mano. Se asomó a su cuarto y vio que su padre estaba en la misma posición en que lo habían dejado. Estaba tan inmóvil que si no fuera por los ronquidos, habría pensado que estaba muerto. Se vistió con torpeza y bajó a la sala, pero no sin antes tomar un par de almohadas y cobijas.

Se quedo recostado en el sillón pero no se durmió. Sentía que estaba flotando y que la noche anterior había sido solo un sueño. Uno maravilloso. Pero la sensación de picazón en el pene por los fluidos que aún llevaba encima le confirmaban que era verdad: había tenido sexo con su madre y había sido el mejor día de su vida. «¿Qué pasaría ahora? ¿Lo volverían a hacer?» Se preguntaba con una mezcla de emoción y miedo. Su madre lo había despertado como si nada hubiera sucedido y se despidió de el con un beso, y aunque eso ya se les había hecho costumbre, en esta ocasión se sentía diferente. Quería descansar pero no podía, y faltaba escasa una hora para levantarse e ir a la universidad.

Compartir relato
Autor

Comparte y síguenos en redes

Populares

Novedades

Comentarios

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Los comentarios que contengan palabras que puedan ofender a otros, serán eliminados automáticamente.
También serán eliminados los comentarios con datos personales: enlaces a páginas o sitios web, correos electrónicos, números de teléfono, WhatsApp, direcciones, etc. Este tipo de datos puede ser utilizado para perjudicar a terceros.