Hace casi dos años que trabajo en la casa de Zulema, una mujer muy amorosa de unos 50 años que siempre me trató como si fuera de la familia. Mi trabajo consiste en tareas domésticas: limpieza, orden, cocina.
Zulema es una mujer divorciada, que vive sola en un departamento enorme en una de las zonas más caras de Buenos Aires. Tiene un único hijo, Abel, que estudia en España hace dos años, por lo que sólo lo conozco por fotos que me muestra su madre, orgullosa de su "bebé".
Yo, que tengo 43 años y he trabajado desde los 20 en distintas casas de familia, siempre he preferido esta casa. Aquí trabajo tranquila, a mi tiempo, me tratan bien, y no suele haber gente revoloteando mientras cumplo mis obligaciones.
Mi empleadora es arquitecta, por lo que sus horarios son variados. Tiene su propio estudio dentro de la casa, y además pasa mucho tiempo afuera, yendo a supervisar distintas obras.
Si bien no suelo quedarme a dormir, tengo un cuarto de servicio donde dejo mis pertenencias. Como vivo lejos del departamento de Zulema, si por alguna razón se hace tarde o ella me necesita en el turno de la noche, tengo cama, pijama y cepillo de dientes allí para poder quedarme.
Lo que estoy por contarles sucedió a mediados de diciembre. Yo me encontraba limpiando el living y escuchando música, cuando Zulema salió de su estudio y se acercó a hablarme.
– Romi, necesito que dejes de hacer lo que estás haciendo y prepares algunas cosas para comer. Sacá el dinero que necesites del cajón, y comprá lo que haga falta. Necesito que amases unas pizzas, y hagas ese cheesecake que tan bien te sale.
Noté que estaba contenta, supuse que había algún evento especial que la tenía entusiasmada.
– Perfecto, Zule. Ya mismo voy a comprar las cosas y me pongo a cocinar. Necesitás algo más?
– Gracias, sos la mejor. Y no, por ahora sólo eso. Ah, sí! Traete unos chocolates de la bombonería que está en la esquina.
– Veo que estás de festejo… – dije bromeando, aprovechando la confianza que teníamos.
– Sí, hoy vuelve Abel. No lo veo hace más de dos años, y por fin viene a pasar fin de año conmigo!
– Qué lindo, Zule! Me alegro mucho por vos. Por fin voy a conocer al famoso niño mimado.
– No puedo creer que ya tenga 21 años. Lo vas a amar.
Zulema se fue a trabajar y yo a comprar las cosas que necesitaba para arrancar con sus encargos.
Cociné durante varias horas, dejé todo listo e impecable para el reencuentro de madre e hijo, y alrededor de las 18 h me fui a mi casa.
Al día siguiente volví al departamento y al entrar me encontré, como de costumbre, a Zulema tomando mate y leyendo un libro en el comedor. Me sorprendió verla sola, ya que imaginé que estaría con su hijo.
– Hola, Romi!
– Zule, qué sorpresa verte acá sola. Qué pasó con Abel?
– Se fue temprano a hacer unas compras. Estaba increíble la comida de ayer, nos encantó todo.
– Qué bueno, me alegro mucho. Me voy a cambiar y arranco por tu oficina, te parece?
– Dale, pero primero tomate un mate. – dijo me cebó un mate amargo como nos gustaba a las dos.
Tomé un mate y me fui a poner cómoda. Hacía mucho calor, así que me puse un vestido de algodón floreado que ya estaba viejo, y unas sandalias en los pies. Aproveché que Zulema todavía no había empezado a trabajar, para limpiar y ordenar su estudio. Puse música como cada día, y comencé. Luego seguí por su habitación, y los baños. Ya más tarde, entré al cuarto de Abel a ordenar lo poco que podría haber desordenado luego de una noche allí. No quería invadir su privacidad, así que procuré no tocar mucho sus cosas. Hice la cama y fui a buscar la escoba para barrer un poco. Mientras barría tarareaba distraídamente la canción que estaba sonando. De repente escuché pasos y un silbido de alguien que también reconocía la canción. Segundos más tarde, entró arrebatadamente un chico a la habitación. Al verme se quedó sorprendido. Supe inmediatamente que era Abel.
– Uy, hola! No sabía que había alguien. Soy Abel, vos debés ser Romina.
– Sí, hola. Un gusto conocerte, tu mamá habla mucho de vos…
– Me imagino, no le creas todo lo que dice – dijo bromeando
Era un chico alto, de contextura media y pelo negro como su mamá, que llevaba corto. Al hablar tenía cierta tonada adquirida de España, era como un argentino españolizado. Era un joven muy atractivo, además de seductor. Instantáneamente sentí vergüenza al pensar eso, ya que tenía la edad de mis hijos. No les conté esa parte de mi vida: Estoy casada desde los 20 años con Gastón, y tengo dos hijos mellizos de 21 años.
– Saco un poco de ropa para ir a bañarme y te dejo tranquila – me dijo mientras abría el placard.
– Sí, no te preocupes, yo ya termino acá.
Agarró una remera, un short deportivo y un bóxer gris, y se fue al baño. Escuché cómo abría la ducha. Por un segundo lo imaginé desnudo bajo el agua, e inmediatamente sacudí la cabeza indignada con que esa idea siquiera se me cruzara por la cabeza.
Salí de allí rápidamente y me fui a hacer el almuerzo. A los pocos minutos salió Abel del baño, vestido con las prendas que había tomado del placard, y secándose el pelo mojado con la toalla. Se acercó a la cocina donde yo estaba rehogando cebolla, y comenzó a darme charla.
– Uh, qué rico olor.
No supe qué responderle, así que sólo lo miré y le sonreí.
– Siempre que hablaba con mamá me hablaba de vos, sabés? Se nota que te quiere mucho.
– Ah sí? Es un placer trabajar para ella, yo también la quiero mucho.
– Igual la verdad, no sos como te imaginaba.
Cómo me imaginabas? – le pregunté riéndome
– No sé, sos mucho más joven de lo que creía.
– Bueno, tengo hijos de tu edad, así que tan joven no soy…
– En serio?! No puede ser.
– Los tuve a los 22 años. Son mellizos.
– Bueno, igual. Me imaginaba una señora, como una abuelita tierna. Y vos estás muy lejos de parecer una abuela.
Lo miré y me sentí nerviosa con su mirada clavada en mí.
– Bueno, me alegra no parecer una abuela todavía. No tengo problemas con llegar a vieja, eh, pero no me siento así todavía.
– Me parece bien. Te puedo ayudar? – me preguntó mientras miraba la tabla donde yo cortaba verduras.
– No hace falta, vos sos el agasajado. Andá a descansar o a hacer algo más divertido.
– Ya me cansé de ser el agasajado en todos lados. Te quiero ayudar. Aparte así converso con alguien.
– Bueno…como quieras.
– A tus órdenes. Decime qué hacer.
Lo miré y quise volver a tener su edad y su frescura. Volver a la época en la que no estaba casada ni tenía hijos, volver a seducir.
– Mmmm, a ver… Vení, pelá estas zanahorias y cortalas en cuadraditos.
Se puso al lado mío frente a la mesada. Le extendí una bolsa con zanahorias y un cuchillo. Al tomarlo rozó mis dedos con los suyos, y lo miré tratando de deducir si lo hacía a propósito. No pude saberlo. Se puso a trabajar mientras yo cortaba morrones.
– Qué tal España?
– Ufff, increíble. La pasé muy bien, pero extrañé Argentina.
– Mucha fiesta, no?
– Yyyy… – dijo y se rió – un poco…
– Juventud, divino tesoro.
– Ahora sí sonás como una abuela. – dijo mirándome de reojo.
Me reí y le di un codazo suavemente.
– Respetá a los mayores.
Yo no sabía si estaba enloqueciendo, pero sentía una tensión sexual alrededor nuestro. Sin embargo, no creía que un chico de su edad, de familia pudiente, fuera a fijarse en una empleada doméstica que le doblaba la edad. Me sentí una adolescente pensando sinsentidos.
Mientras seguiamos cocinando, llegó Zulema.
– No sabés el calor que hace, Romi – dijo mientras dejaba sus cosas sobre la mesa.
Al levantar la vista para mirarme, nos vio y pude ver la sorpresa en sus ojos.
– Abel cocinando?! Cómo lo lograste? – me preguntó irónica
– Yo no hice nada, él quiso ayudarme…
– Increíble. Jamás me ayudó a cocinar a mí.
Abel revoleó los ojos.
– Sos una exagerada, mamá. – le dijo
Más tarde almorzamos los tres juntos. Seguí sintiendo que Abel me miraba de una manera especial, y más tarde me encontré fantaseando con él mientras limpiaba la casa.
Durante los días siguientes, él seguía buscando pasar tiempo conmigo, y yo buscaba excusas para estar cerca suyo también. Zulema parecía contenta con el hecho de que su hijo y yo nos lleváramos bien.
– Parece que le caíste bien a Abel, en cualquier momento te empieza a decir tía.
Yo me reí pero por dentro me dio pánico de que me viera como una tía.
Una de esas tardes, preparando comida para Navidad, lo llamé con la excusa de que me ayudara a bajar un paquete de la alacena, que a mí me quedaba alta. Yo medía 1.60 aproximadamente, y él medía por lo menos 1.80. Él vino y amablemente y, sin dificultad, bajó lo que yo necesitaba. Me lo dio en la mano.
– Gracias
– Para lo que necesite, doña – me dijo en broma
– Tu mamá me dijo que ya me estabas empezando a tomar como una tía
– Está loca, no te veo como una tía. – dijo mientras se alejaba de la cocina.
Yo no respondi nada, aunque me hubiera encantado preguntarle cómo me veía.
– A los pocos segundos, volvió a aparecer.
– Romi, te puedo hacer una pregunta? – me dijo y sentí que estaba siendo cauteloso
– Obvio, decime.
– Alguna vez estuviste con algien menor que vos?
– Estoy hace muchos años con la misma persona, y tenemos la misma edad.
– Ah, y si no estuvieras con él, estarías con alguien menor que vos?
– Mmm.. supongo que sí. Depende cuántos años menor.
Me miró en silencio.
– Por qué la pregunta? – le pregunté
– Me dejás probar algo? – me preguntó ignorando mi pregunta y acercandose un poco a mí
– No entiendo nada. Probar qué? – dije un poco nerviosa
Se puso frente a mí y me tomó de la cara con ternura y me clavó fijo sus ojos marrones. No supe qué sentir. Vi que estaba midiendo cada movimiento, leyendo mis facciones para no hacer nada que me incomodara.
– Vas a besar a tu casi tía? – le dije en broma, como tratando de disimular mis nervios adolescentes.
– Definitivamente voy a besar a mi casi tía – dijo y me besó con determinación.
Abel tenía unos labios hermosos y suaves. Yo sentía cómo mi corazón acelerado quería salirse de mi pecho. Hacía décadas que no tenía un primer beso con alguien. Me sentí una estúpida. Soy una adulta poniéndose nerviosa por un muchacho de la edad de mis hijos. Nos besamos durante un breve tiempo que no podría determinar con exactitud. Fue un beso lo suficientemente lento pero también intenso. Mis pensamientos iban de acá para allá. Qué diría Zulema si se enterara de esto? Y mi marido! Me había olvidado completamente de que había prometido fidelidad a alguien.
Cuando nuestras bocas se separaron, sin alejarse mucho, Abel rompió el silencio:
– Del 1 al 10 qué tan raro fue esto?
– Yyyy… un poco. Qué se siente besar a una señora mayor?
– Se siente bien, eh. – dijo riendose – Desde el primer día estaba fantaseando con esto. Te prometo que no lo hago más.
Le sonreí y no dije nada.
Abel se fue a su cuarto, y yo seguí trabajando. Pero no podía pensar. Estaba caliente con hijo de la dueña de casa. Dejé todo donde estaba y me metí en mi cuartito de servicio. Cerré la puerta, me tiré en la cama y subí mi vestido mientras abría un poco mis piernas. Me especé a tocar, corriendo hacia un costado mi ropa interior. Noté que estaba húmeda. Y cómo no iba a estarlo! Me imaginé a Abel desnudo, desvistiendome con la delicadeza que me había besado, pasando las manos por mi cuerpo. Fantaseé con que ese roce de mis dedos era en realidad de los suyos. Sentía lava en mi entrepierna y mi respiración profunda y espesa. Me toqué cada vez con más fuerza y velocidad, hasta que imaginando a Abel venirse en mi cuerpo, llegué al orgasmo.
Tomé una tanga limpia y luego de un paso por el baño, me la cambié y seguí trabajando.
Más tarde pensé: él habría hecho exactamente lo mismo que yo encerrado en su cuarto? Me encantaba la idea de que él se hubiera tocado pensando en mí.
A la mañana siguiente, mientras lavaba los platos del desayuno y Zulema trabajaba en su estudio, Abel apareció en la cocina. Se apoyó contra el marco de la puerta mirándome. Cuando giré para verlo, tenía la cara todavía hinchada por haberse levantado hacía poco tiempo. No llevaba remera y estaba descalzo. Sólo vestía un short negro de Adidas. Su piel oscura y su cuerpo firme me atraían mucho, pero trataba de no mirarlo fijamente.
– Buen día – dijo
– Buen día. Cómo dormiste?
– Muy bien.
– Querés desayunar algo?
– Me gustaría, sí.
– Qué te preparo?
No me respondió y se acercó a mí. Traté de manejar mi respiración para que no se notara el cambio. Yo seguí lavando para parecer despreocupada, pero de repente sentí que estaba detrás mío y percibí su respiración tibia y mentolada en mi cuello.
– Mi hambre es de otro tipo – me susurró antes de darme un beso detrás de mi oreja derecha, mientras pasaba muy lentamente su mano por mi cadera.
Yo no respondí, pero levanté mi culo hacia él. Al notarlo, Abel se pegó a mí y yo sentí cómo su erección crecía. Justo en ese momento, se escucharon los pasos de Zulema que se acercaba a la cocina. Nos separamos e Abel abrió la heladera y se puso a mirar dentro de ella, como si buscara algo para comer.
– Hola, hijo. Por fin te dignaste a levantarte – dijo mientras se ponía en puntas de pie para besarlo en la mejilla.
– Estoy de vacaciones, mamá. Lo único que falta es que me hagas madrugar…
Abel salió de la cocina y por detrás de su madre me dirigió una mirada que interpreté como “luego seguimos”. Fue a vestirse a su habitación, saludó desde lejos diciendo que iba a ver a unos amigos, y se marchó.
Agradecí que se hubiera ido para poder trabajar en paz. Además, me incomodaba que estuviera Zulema en la casa y pudiera descubrir la tensión. Aunque igualmente debo admitir que esa adrenalina también me excitaba.
Esa tarde hice de todo y la casa ya estaba casi completamente limpia y ordenada. Estaba limpiando el último baño, cuando escuché a Zulema hablar con su hijo en el living. No distinguía lo que decían, pero escuchaba el murmullo. Hablaron durante un rato, hasta que dejé de prestar atención. Un poco después, mientras yo me encontraba agachada limpiando los bordes de la bañera, escuché detrás mío que se cerraba suavemente la puerta del baño. Tuve miedo por Zulema, pero en el fondo estaba deseando con todas mis fuerzas quedarme a solas con Abel. Me di vuelta y allí estaba.
– Hola – susurró acercandose a mí. – Te molesta que te interrumpa?
– Debería decirte que sí
– Pero?
– Pero estaba esperando que vinieras
Me sonrió con satisfacción genuina. Qué bien me hacía sentir que ese pibe me veía atractiva.
Se sentó sobre la tapa cerrada del inodoro y me estiró la mano. La agarré y me atrajo hacia él. Primero me quedé parada enfrente suyo, y me agaché a besarlo con muchas ganas. Él estiraba un poco su cabeza para alcanzarme, mientras con sus manos acariciaba mis caderas, mi cintura, mis nalgas.
Mi cuerpo no era el mismo que a los 20, pero realmente no me acomplejaba. Tenía unos pechos medianos, bastante firmes y con unos pezones rosados redondos. Mis caderas eran prominentes y mis piernas carnosas, y a pesar de tener algunos rollitos, tenía una cintura marcada. Mi pelo era castaño y por lo general lo llevaba en una media cola, de la que sobresalían unos pequeños mechones que enmarcaban mi rostro y usualmente ubicaba detras de mis orejas.
Pasando mis piernas alrededor suyo, me senté sobre él, quedando de frente. Nos miramos durante un instante y nuestras lenguas volvieron a encontrarse desesperadas. El calor empezó a subir entre nosotros, mientras tratábamos de realizar el menor ruido posible.
– Tu mamá no se va a dar cuenta de que nos encerramos acá?
– Dijo que tenía una reunión virtual y pidió que no la molestáramos por un rato.
Su respuesta me relajó un poco y comencé a moverme encima suyo. Quería sentirlo endurecerse entre mis piernas al mismo tiempo que yo misma me humedecía.
Abel me besaba con ansiedad y por momentos tiraba de mi cabello a la altura de mi nuca. Su urgencia me calentaba como hacía mucho no me calentaba.
El sexo con mi marido todavía era bueno, pero sinceramente era menos frecuente de lo que me hubiera gustado, Además, el sexo con la misma persona durante 20 años le saca cierta emoción. Y con Abel, todo lo que había era emoción.
Aquel día yo vestía una pollera de tiro alto que me llegaba por encima de las rodillas y una musculosa ajustada con tiritas. Mis pezones empezaron a erizarse a pesar del calor de diciembre en Argentina, y comenzaron a traslucirse por mi remera. Abel bajó las tiras y desabrochó mi corpiño, tirandolo al piso y liberando mis tetas. Las miraba como si fueran lo más bello que había visto, mientras las acariciaba suavemente primero, y luego empezaba a apretarlas cada vez más. Comenzó a chuparlas. Sus ojos iban de mis pechos a mis ojos y luego volvían a mis pechos. Una de sus manos empezaba a colarse por debajo de mi falda, buscando mi culo.
Le quité su remera, y acaricié su torso, sus hombros, sus brazos, mientras él seguía hundido en mi delantera. Lo separé y me quité la remera que estaba baja en mi cintura. Me quité también la falda y las sandalias, quedando frente a él unicamente con una tanga roja de encaje, que había elegido especialmente porque, ante todo, tenía fe. Aproveché y le quité su bermuda y su bóxer, dejandolo completamente desnudo delante de mí, absolutamente expuesto ante la luz fría del baño. No parecía incomodarlo en absoluto. Eso me hizo sentir estupida. Cómo iba a incomodarse su privilegiada juventud ante esta señora ya entrada en años?
Sentado allí con su erección frente a mí, me miró expectante. Yo le acaricié la cara y me arrodillé en el piso congelado frente a él. Con la sensualidad que yo sabía que aún no había perdido, lo miré mientras masturbaba su pene lentamente. Saqué mi lengua muy despacio y luego la pasé por su glande. Lo hice bien despacio, como jugando con su impaciencia. Quería que me pidiera que avanzara.
– Me estás haciendo sufrir – me dijo por fin, jugando con sus dedos entre mi pelo.
Yo sonreí mirando hacia arriba para buscar sus ojos, y comencé a chupar su verga con la seguridad y la experiencia que me respaldaban. Él se encontraba tirado hacia atrás, apoyando sus manos en el borde de la tabla para sostenerse, con los ojos entrecerrados y la boca entreabierta, jadeando lo más silenciosamente posible. Durante unos buena cantidad de minutos le hice lo que seguramente había sido el mejor sexo oral de su vida, sin querer subestimar a las personas de su edad. Su miembro estaba duro como piedra y yo lo único que deseaba era que me garchara.
Me paré nuevamente y le di la espalda, para poner sensualmente mi culo, todavía con mi ropa interior, frente a su cara. Lo meneé un poco, quería que lo deseara y sabía que así era.
Él lo tomó con sus dos manos. Lo apretó fuertísimo, y le dio una nalgada que me excitó mucho. Bajó mi tanga y sin dudar, metió su cara entre mis carnes. Comenzó a chupar, sabiendo exactamente cómo hacerlo. Yo me apoyé en el mueble que tenía enfrente para facilitarle el ángulo, además de que me gustaba mirar por el espejo cada tanto el trabajo que estaba haciendo. Yo no podía evitar que se me escaparan jadeos, a pesar de saber que del otro lado de la pared se encontraba Zulema en su videoconferencia. Cuando todavía podía controlarlos, Abel metió dos de sus dedos entre mis ya empapados labios vaginales, y dejé salir un gemido inevitable.
– Shhh… – susurró riendo
Entre los dedos de Abel entrando y saliendo de mí, y su lengua en mi culo, me sentía extasiada. Si se hubiera enterado su madre y toda mi familia en aquel momento, juraría que no me hubiera importado con tal de asegurarme algún orgasmo en sus manos.
– Creo que no nos queda mucho tiempo – le dije – y no pienso salir de acá hasta que me cojas.
Sus ojos destellaron. Sin decir nada obedeció. Se paró y se puso detrás mío, mirándome por el espejo a los ojos. Me tomó muy fuerte por el pelo y metió su pene de granito dentro mío. Estaba tan lubricada que no tuvo ni la más mínima dificultad. Con la mano que le quedaba me tomó con fuerza de la cadera, y comenzó a embestirme con movimientos firmes. Comenzó lento y luego se fue tornando más y más intenso. Yo empecé a gemir cada vez más fuerte, lo que hizo que Abel soltara mi cabello para llevar su mano a mi boca, tapándola. Hice un gran esfuerzo para mantenerme en silencio, y aproveché sus dedos allí para meterlos en mi boca y chuparlos suavemente mientras miraba gozar a Abel detrás mío.
Luego de un rato llevó uno de sus dedos a mi culo y comenzó a acariciar mi orificio anal muy suavemente. Eso a mí me volvía loca, y él me tocaba como si lo supiera. Me estimuló hasta meter muy despacito uno de sus dedos. Entre eso y sus embestidas constantes sentí que un orgasmo estaba por arrollarme. Llevé mi mano a mi clítoris y empecé a frotarlo. Con esta triple estimulación no tarde mucho en comenzar a sentir cómo empezaba a explotar de placer. Finalmente acabé y tuve que ahogar un grito, aunque no pude evitar el gemido.
Luego de unos segundos en los que recobré el aliento, me separé de Abel que estaba a punto de llegar al clímax también. Me di vuelta para quedar frente a él, y me arrodillé devotamente frente a su verga.
– Cogeme la boca – le pedí, sabiendo que no iba a poder contener el orgasmo mucho más.
Metí su pene en mi boca y comencé a chuparlo, mientras me sostenía de la parte superior de sus piernas. Primero era yo quien manejaba los movimientos decidiendo el ritmo, pero no tardó mucho en tomar suavemente mi cabeza y empezar a guiarme. Primero lo hizo con cierta delicadeza, pero luego empezó a embestirla más y más fuerte. Sentía su miembro llegar a mi garganta. Me estaba excitando nuevamente. De repente escuché sus jadeos convertirse en gemidos, y me di cuenta que estaba por venirse. Unos segundos después, penetró mi boca y explotó dentro, sin poder evitar el sonido extasiado que salió de su garganta. Lo miré a los ojos sacando mi lengua y tomandome las últimas gotas de elixir.
Mientras yo me levantaba del suelo, él me alcanzaba mi ropa. De repente se escuchó que Zulema se despedía de alguien, por lo que supimos que teníamos que apurarnos ya que la reunión habia llegado a su fin. Nos vestimos lo más rapido que pudimos.
– Te quedás a dormir en el cuarto de servicio hoy? – me dijo mientras me acariciaba cariñosamente la mejilla.
– No estaba en mis planes, pero si me lo pedís puedo considerarlo.
– Quedate. A la noche te visito y me cobrás el favor.
– Te tomo la palabra.
Me sonrió conforme y salió rápido para volver a su cuarto. Pocos segundos después salió Zulema de su estudio y me encontró limpiando despreocupada el baño mientras silbaba. Tenía que pensar qué excusa le daría para quedarme a dormir.