Amigas y amigos lectores, ya está bien de hacer el amor con vuestras parejas, todos sabemos que necesitamos algunas veces echar un polvo sin más, algo que nos haga sentir la violencia de un buen sexo. Desde este humilde y pequeño relato os dejo una visión para que vuestra imaginación fluya y la llevéis acabo.
Una amiga me comento que había leído relatos, había visto alguna película sobre el tema, incluso había leído esa saga de libros sobre sadomasoquismo que todo el mundo conoce. Cada vez que leía, escuchaba, miraba toda esa ficción distinta, el alma se le encogía un poco más adentro en su pecho, consciente que todo aquello la definía perfectamente: sus sentimientos, sus miedos, sus virtudes. Aunque hablasen de otras personas, todas esas personas sobre las que leía, eran lo que le gustaría probar. Por un lado, eso la hacía sentirse bien, acompañada, ya no se sentía un bicho raro por desear cuanto deseaba, también se sentía excitada, con ganas de probarlo absolutamente todo. La verdad es que tenía miedo, miedo a reconocer que, cada vez, en lo más hondo de su ser, quería probar a ser una auténtica sumisa. Quería que alguien la obligase a comenzar, la empujase al abismo de lo que creía iba a ser un mundo apasionante. Pero su inexperiencia condicionaba a que a su cabeza solo llegasen imágenes de mujeres atadas en una cama, amordazadas, y hombres abusando de ellas. Psicópatas, asesinos, violadores. ¿Cómo iba alguien como ella atreverse a algo como eso? Cada vez que eso sucedía, agitaba la cabeza rápidamente de un lado a otro y dejaba que esas ideas saliesen disparadas, abandonando su cabeza.
Y entonces sucedió que llegó él, mayor que ella, aunque eso nunca la importó. El reconoció todas y cada una de sus debilidades, su fuerza, sus deseos, con solo mirarla a los ojos, sin haber hablado ni tan siquiera antes. Eso la hizo reflexionar sobre el poder de aquel caballero y no le impidió entregarse a él, sino todo lo contrario.
Entre valentía y cobardía hay una línea tan difuminada que a veces un simple empujoncito nos hace saltar de un lado a otro sin más problemas. En ambos sentidos. La valentía tiene tanto de inconsciente como la cobardía. Si fuésemos racionales nuestras decisiones irían de un lado a otro de esa línea sin quedarnos en ningún lado. Decidir si es terrorífico por el miedo a equivocarnos. Pero los que muchos no saben es que ser cobarde también es una decisión donde hay más a perder que a ganar. Y eso es mucho más terrorífico.
El la reconoció y paulatinamente comenzó a darle ordenes, primero como si de un juego, ordenes casi ingenuas, que ella debía cumplir en su día a día, hasta que un día el caballero la ordenó que llamase a cualquier teléfono de algún amigo y dijese que era una sumisa, una esclava, que lo dijese en voz alta. Ella obedeció y lo hizo, no podía importar quién contestase a esa llamada, ella dijo en voz alta que era una sumisa convencida, mientras las piernas y la voz temblaban al unísono, y su sexo comenzaba a palpitar con fuerza y notaba como la humedad pronto comenzaría a deslizarse por el interior de sus muslos lentamente: estaba completamente mojada, puede que tuviese un orgasmo durante la inesperada confesión.
Lo siguiente fue que él la obligase a vestirse provocativamente y entrar en un bar lleno de gente. Su amo la observaba desde una mesa, sentado, con aquellos dos ojos grandes investigar cada uno de sus movimientos. Ella se vistió con una falda corta, medias negras y una blusa algo transparente. Había decidido no ponerse sujetador, pero en último momento si lo hizo. Después se ocultó bajo un grueso abrigo el cual, al llegar el bar, se quitó y después pidió un café. Varios hombres giraron para ver sus piernas, su hermoso cuerpo, su cara angelical, ahora roja de la vergüenza, su pelo largo, lacio y oscuro, sus dedos finos y blancos, con las uñas pintadas de color rojas (como le gustaban a su amo) imaginó que muchos de aquellos hombres esa misma noche se masturbarían con su imagen, la de una joven vestida de manera provocativa, sola en un bar. Dos o tres hombres la saludaron, pero ella no contestó a sus saludos. En realidad, ni los había escuchado. Y mientras todo esto sucedía, su amo, sentado al otro lado del café, la miraba con gélida expresión.
Finalmente, ese hombre la sonrió y en ese momento ella supo que le pertenecía. Le pertenecía desde mucho antes de conocerle. Él le hizo una seña y ambos salieron del bar, él la cogió del brazo, la condujo por unas calles hasta su casa. Después la desnudó completamente, le ató las manos a la espalda y la dejó de pie, desnuda en el comedor, mientras él tomaba asiento y la observaba sin decir nada.
Fue en ese momento que ella se dio cuenta de que de deseaba que le hiciese todo cuanto quisiese, todo cuanto desease, que le hiciese simplemente todo. Porque él era su amo.
Y él lo hizo, sin tapujos ni preliminares. Su amo la usó como nadie la había usado nunca antes y probablemente nadie la usaría nunca en el futuro. Uso todo cuanto tenía a su mano para convertirla en ese animal dócil y paciente que está esperando una señal de su amo para lanzarse hacia él cómo una buena sumisa amaestrada.
Nunca antes la habían sodomizado, ese era el mayor miedo que sentía antes. A partir de aquel día, no pasó ni un momento en que su amo no la sodomizaba, con fuerza, mientras ella apretaba los dientes y unas lágrimas corrían por sus mejillas. Nunca antes hubiese imaginado aquello, pero hizo todo cuanto su amo le ordenó y descubrió en este proceso que todo cuanto había rechazado ahora le gustaba.
Pasó el tiempo, sirviendo a su amo, olvidando incluso el primer momento en que se había encontrado con su amo en aquel bar. De repente el tiempo pasado había desaparecido y sabía que eso era lo que quería hasta con su pareja.
La mujer apretó los puños con el décimo de los azotes que dejó una nueva marca en su culo, culo redondo el cual ya llevaba rojo.
Por fin, había encontrado el paraíso en el lugar donde nunca creía que estuviese. Ser dominada de aquella manera, que tanto había leído y visto en videos, y con ese hombre con el que se sentía a gusto… ahora sabía que nunca lo abandonaría.
Espero que nadie se haya molestado, aun así un día escribiré algo parecido, pero siendo una ama y un sumiso.