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Aventuras y desventuras húmedas: Primera etapa (11)
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“¡¿Qué cojones hago?!” se dijo mientras su mano se alzaba.  Parecía que por un momento sí que era consciente de lo que pretendía. La mente la tenía completamente en blanco, no pensaba, bueno, no es del todo cierto… solo meditaba una única cosa.

Encogió dos de sus dedos y con estos, golpeó la puerta de la forma más suave posible. Solo dos toques intercalados que llegaron a los oídos de su tía y entonces los pasos de Carmen… llegaron a los oídos de su sobrino, que seguía de pie aún con la mano levantada.

Sergio vio el picaporte moverse, se iba a derretir, no entendía en qué momento se pensó que era buena idea. Se iba a presentar delante de su tía, con el pijama y con una erección de caballo que señalaba a la puerta como un dedo acusador “¿me da tiempo a huir?”, por supuesto que no. El calor, la vergüenza y miles de sentimientos le invadieron cuando la luz atravesó la abertura de la puerta.

Carmen se quedó mirando a su sobrino, justo había salido del baño. Se estaba desmaquillando cuando escuchó los golpes y aún estaba vestida como había salido de fiesta. En un vistazo rápido, sus ojos se movieron por el cuerpo del chico, analizándolo sin parar en una fracción de tiempo. Lo que deseaba, lo que anhelaba… allí estaba. Sabía de sobra por qué estaba allí, a que había venido, pero una duda le asaltaba ¿Qué debería hacer ella? El chico había dado el primer paso.

Carmen pasó su visión al bulto, que despierto se movía enorme en la entrepierna del muchacho. Se llevaría la mano a la boca para ocultar su asombro, pero no tenía el cerebro demasiado lucido. El montículo que se formaba en la entrepierna era terrible, más de lo que recordaba haber visto nunca, por supuesto mucho más que su marido.

Sergio la miró fijamente, con el vestido de noche estaba espectacular y trató de decirla algo, pero estaba cohibido, su garganta estaba de adorno, no le funcionaba. Fue entonces que su tía movió los labios y aunque pareciera que de estos no iba a salir ningún sonido… el joven logró escuchar una deliciosa palabra.

—Pasa.

Entró con temor, un miedo que le hizo humedecer sus manos. Su tía le agarró de una de estas después de cerrar la puerta, no le importa lo sudadas que estaban, la sujetó con fuerza y sin decir nada más, los dos caminaron hasta la cama.

El nerviosismo se apoderó de ellos, dos colegiales en su primera noche juntos. Estaban subidos en una nube que les transportaba por un mundo imaginario, no podía ser real lo que estaban viviendo. Carmen sintió su cuerpo arder en los fuegos del averno, el joven más de lo mismo, ni en sus mejores sueños habían estado tan excitados.

Por tener más edad y quizá una mente más responsable, la mujer se sintió en la obligación de tomar la palabra, aunque no sabía si sería capaz. Estaba a tan pocos momentos de volverse loca por la tensión que se respiraba en la habitación.

—¿A qué has venido? —Carmen lo sabía muy bien. Primero le acarició la mano para acto seguido subir por el antebrazo. El suave tacto del hombre que tanto deseaba, le hizo notar como bajo su sujetador, los pezones se le estaban endureciendo.

—Venía… ve… venía a… —la lengua le pesaba y su cuerpo estaba entumecido. Carmen se mantuvo en silencio para que pudiera contestar. La voz del joven sonaba más adulta, más suelta— a contestar lo de antes. Puede que… —no quería expresar esa tentación perpetua que sentía al verla. Quizá compartiendo el anterior momento fuera mejor— Me has preguntado por quién me había puesto… creo que por las dos. —cuando lo escuchó en voz alta, se dio cuenta de lo estúpido que era. ¿Por ella y su madre se había empalmado? Qué tontería, sonaba tan irreal fuera de su mente, pero… no mentía.

Carmen resopló, de alguna manera debía ventilarse tras escuchar a su sobrino decirle claramente que le excitaba. Obvió a un lado lo de su hermana, ahora mismo ella era la importante. No sabía cuál fue el detonante, la gota que colmó el vaso, pero no había vuelta atrás. Apretó sus piernas con fuerza queriendo resistir por última vez el pecado.

—Menuda puta locura, esto es muy heavy —apenas susurró la mujer, notando la humedad de su vagina impregnando su braga.

Bajó una mano temblorosa hasta la pierna del joven. Sin mirarle a los ojos, aquellos dedos caminaron por el cuerpo de este hasta llegar a la cintura, donde la goma del pantalón de deporte le impedía el paso. La última frontera, como si fuera una barrera moral… engañar a su marido, hacer algo con su sobrino, el hijo de su hermana… era el último paso y… nada la iba a detener. Estaba loca, sí, loca por desatar su pasión con el hombre que más sentimientos había provocado en ella.

—Te dije la verdad en la piscina… —ella le miró quitando la vista del pene, aunque con el primer dedo atravesando la goma—no puedo tener amigas. Siempre acabo queriendo algo más.

—¿Qué quieres conmigo? —su voz sonaba tan melosa, tan ardiente, una sinfonía dedicada al amor, un susurro que Sergio apenas pudo escuchar.

Sus cuerpos estaban pegados, el calor de uno era transportado al del otro. Sus cabezas pegadas la una contra la otra. Carmen mirando como el joven había sujetado su mano, la cual ya notaba el primer vello en la yema de sus dedos.

No hizo falta que contestara a la pregunta de su tía, el joven pensó acertadamente que mejor actuar a hablar. Con delicadeza y lentitud la mano que tenía sujeta la fue introduciendo en el interior de su ropa, hasta el punto de llegar a la zona más dura de su cuerpo.

Carmen sintió la dureza, el calor, la suavidad de la piel… una auténtica delicia. La agarró rodeándola con cada una de sus dedos, notó el poder, el placer, su humedad… lo notó todo. “¡Está ardiendo!”, chilló su cabeza a la par que se deleitaba de una sensación que había olvidado, una satisfacción extrema.

—Es grande… —soltó la mujer por su boca con la voz más erótica que pudo.

—Dieciocho… —respondió Sergio posando la frente contra la de su tía. Estaba con el rostro enrojecido y su voz sonaba entrecortada por la vergüenza y el gozo— pero… lo mejor… o eso dicen… es que es gorda.

Carmen la soltó y de su boca salió un rebuzno animal. Estaba como nunca, con aquel sonido se recordó a la frase que le decía una amiga “caliente como una perra”, porque eso parecía, un animal en celo.

Sin dejar de mirar a su sobrino, abandonó el tan ansiado calzoncillo. Con las manos, delicadamente como si estuviera hecha de papel y en cualquier momento se fuera a romper, sacó del bajo de su vestido unas bragas rojas. Sergio que entendió la señal, se levantó posicionándose delante de ella, observando como Carmen dejaba con calma su braga encima de la cama. La mujer se tumbó sobre el colchón quedando apoyada en sus antebrazos sin dejar de mirar a Sergio, esperando que diera el siguiente paso.

El joven miraba el sexo de su tía con unos ojos que se iban a salir de sus órbitas. Recortado pulcramente dejando poco bello y brillante a la luz de la tenue lámpara. Un ágil dedo se posó encima de ese manjar que le hacía derretirse y sintió como su tía temblaba.

Lo introdujo con pausa, con un amor y una pasión que casi había olvidado. Carmen apretó los labios sintiendo el cuerpo extraño horadando en su interior por primera vez, “¡Qué delicia!” Pensó muy cachonda. El sobrino sacó su dedo mojado, con un líquido trasparente que brillaba. Sin dudarlo, se lo introdujo en la boca, saboreando los jugos que habían salido del cuerpo de la mujer.

Carmen se estremeció, sus piernas se cerraron y abrieron en un rápido movimiento, echando la cabeza hacia atrás y resoplando de manera sonora, si su hermana estuviera consciente la podría escuchar. No podía aguantar más, quería el siguiente asalto, saltarse todas las normas escritas. Le daba igual ahora, y le daría igual en un futuro, lo sabía, no habría cargos de conciencia. No pensaba ni su familia, ni su marido, ni siquiera en su hermana, pensaba en el joven que con una cara roja de placer sentía lo mismo que ella.

—¡Dios mío! Sí… —apenas era un susurro audible.

De los pantalones de Sergio emergió la figura de un miembro erecto que a los ojos de Carmen pareció un coloso. Dieciocho centímetros de carne, Sergio no mentía, y tampoco en lo gruesa que era, algo que la mujer repitió en su cabeza, “qué gorda…”. Su respiración se agitó, su pecho subía y bajaba de forma alocada, la espera por lo inevitable se le hacía eterna.

Sus piernas se abrieron con fuerza, escuchando en ese momento un ligero chof, eran sus líquidos, habían emanado fuera de su sexo y se rezumaban sin parar. “Tendría que haberlo rapado del todo, ni un pelo, pero… ¿Quién pensaba que esto se haría realidad?”. La mujer sin despegar la mirada del miembro de su sobrino, observó como con una mano que parecía pequeña lo acercaba a su entrada.

El pantalón del joven yacía en sus tobillos y las rodillas se posaron en la cama, justo a la altura perfecta para hacer lo que ambos pretendían. La mano le temblaba ligeramente, Sergio vio a la perfección el dulce y precioso sexo de su tía… tan maravilloso… y que en teoría, solo debía ser contemplado por su tío.

—Estoy soñando… —se le escapó, lo estaba pensando, pero ya que había hablado, siguió—, el mejor sueño de mi vida.

Colocó tremenda herramienta en el agujero de su tía, la cual miraba expectante, apoyada en sus antebrazos sin perder de vista lo que estaba por suceder. El contacto de su capullo con la vulva de la mujer hizo que ambos se estremecieran. Pasó su pene por el clítoris de Carmen, algo que sabía que a su ex le gustaba y cuando vio como la mujer se mordía el labio, supo que a ella también.

Los juegos habían acabado, no podían soportarlo más. Colocó su punta en la entrada. Los labios vaginales se abrieron dando un ansiado beso al prepucio enrojecido del joven. La sensación era ardiente y húmeda, no podía haber nada más glorioso para Sergio. No hizo apenas esfuerzo, solo un leve movimiento de cadera y… el pene se introdujo en el sexo de su tía.

La mujer aspiró súbitamente en los primeros centímetros, el placer era indescriptible. Cuando notó como la mitad estaba dentro y aquello le estaba llenando todo su interior, se tuvo que tapar la boca para no gritar a los cuatro vientos todo lo que sentía.

Empujó un poco más quedándose casi toda en el interior y acomodándose al sexo de Carmen. Al sentir en sus adentros los dieciocho centímetros, tensó el cuello y arqueó todo el cuerpo recibiendo la primera entrada completa. Trató de coger aire, todo el que podía, pero no le era suficiente, necesitaba cuatro pulmones para reponerse de la primera sacudida. Era algo abrumador, un sentimiento de que en verdad… la habían llenado.

—¡Jesús! —dijo en voz baja conteniendo las muestras de placer que no paraban de llegar y tratando de comportarse lo más normal posible, añadió— ma… ¿Más?

La pregunta de la mujer rubia fue contestada con rapidez cuando su sobrino comenzó a meter y sacar con calma su pene. Sergio lo introducía lentamente, mucho más de lo que le gustaría, pero entre que su madre estaba dormida (imposible que se despertase) y sabiendo que si subía algo el ritmo podría terminar rápido. Prefería ir despacio.

El primer minuto pasó rápido, las paredes de Carmen se adecuaron a lo que le habían metido entre ellas y el placer de ambos traspasaba fronteras. Casi había olvidado lo que era sentir tal placer. Aunque algo la detenía, necesitaba expresarse, ser ella misma como siempre, le gustaba conversar en el sexo, pero por una extraña vergüenza, no podía.

—Lo deseaba… —Sergio la miró con unos ojos de verdadero animal— por favor, cariño… lo necesito.

Subió las piernas cuanto pudo, para permitir una entrada perfecta a su sobrino. La falda se le arremolinó en la tripa dejando sus piernas al aire y un sexo que devoraba el miembro del muchacho.

Notó algo, algo que hacía mucho que no notaba, una sensación se concentraba en su interior, era algo grandioso. La temperatura de Carmen se elevó, sus pechos se endurecieron por momentos y la sensación de placer le agarrotó el cuerpo. Las venas del cuello se le estaban hinchando y como pudo agarró uno de los cojines que había en la cama.

—Un poco… más… —rogó a su sobrino sin casi respirar.

Obediente, Sergio entró un par de veces más, de manera lenta y pausada, pero muy profundo, impulsando los últimos centímetros para que llegaran a lo más hondo. Carmen intentó aguantar concentrando más y más placer. Estaba a punto de reventar, el placer era inaguantable y no podía contenerlo en su cuerpo por más tiempo. Mordió el cojín llegando a deshilacharlo con furia, para después, con un pequeño quejido que supo minimizar, dejar que todo fluyera.

Las entradas de su sobrino habían logrado que su vagina explotase en mil sensaciones. Se acababa de correr haciendo que el placer no cesara de aumentar. Ahogó mil y un gritos en el cojín mientras todo su cuerpo comenzaba a contraerse, moviéndose en espasmos como un pez fuera del agua.

Perdió la noción del tiempo y del propio mundo, no sabía ni donde estaba, solo observó puntos de colores en sus ojos. Jamás supo cuánto tiempo pasó desde el comienzo del orgasmo hasta que fue consciente de nuevo de donde estaba, quizá un segundo o quizá una vida. Alargó su mano en busca de su amante hasta tocar el abdomen de su sobrino. Dejó las yemas de los dedos sobre la piel del joven sintiendo el calor que desprendía y haciéndole saber que de momento era suficiente.

—Ya… ya… para, cariño —consiguió emitir por su garganta mientras se ahogaba con el cojín.

Sergio obedeció y Carmen liberó su rostro de la presión que se autosometía. El joven la vio con un color rojo y los ojos brillantes, con una expresión de satisfacción natural, simplemente preciosa. Sus pechos subían y bajaban como si tuviera un terremoto en su interior. La respiración es demasiado elevada, Carmen sin duda había tenido el mejor orgasmo de su vida, o por lo menos el mejor que recordaba y apenas habían pasado unos minutos en la tarea.

—Maravilloso —sentenció al aire con un tono más normal.

Levantó un poco la cabeza y volviendo a apoyarse en sus antebrazos, observó cómo su sobrino sujetaba sus piernas y la miraba con un rostro de satisfacción. Ella se dio cuenta de la situación, no debía ser egoísta y aunque se podría dormir simplemente bajando los parpados, quedaba algo por hacer.

—¿Seguimos? —consiguió decirle su sobrino sin que la voz le temblase. Carmen no dudó en asentir— estoy casi…

—Sí… por supuesto—le contestó con más normalidad, sin tener nada de normal la situación.

Las entradas volvieron a producirse. Esta vez Carmen sintió una sensación de placer demasiado grande e incluso al principio le incomodó. Pero solo duraron unos instantes, hasta que se acostumbró de nuevo a que el miembro de Sergio la llenase su interior. La sensación de placer volvió a ser la misma que antes, un placer de una magnitud inigualable, algo que ya apenas solo podía concebir en su mente.

Mientras meditaba en aquel gozo, veía como su sobrino, de nuevo comenzaba a moverse con algo más de rapidez. Su cara cambiaba y los sonidos que emitía elevaron el volumen, parecía que el final se acercaba. Carmen se llevó rápidamente el dedo a la boca y le dijo.

—¡Shh! No querrás… —que difícil se le hacía hablar— que nos oiga tu madre.

—Ahora… me da igual… quien escuche —el placer era tal que no le importaría que entrara el marido de Carmen, le daría lo mismo, él seguiría a lo suyo.

—¡Joder! —contestó con un tono que demostraba lo caliente que estaba— ¿No te importaría?

—Estoy casi… —dijo susurrando sin poder hacer más que centrarse en su eyaculación y añadió tajante— No.

Sergio finalizaba. Se venía lo que tanto había deseado esos días. El placer le recorrió el cuerpo y de sus genitales nació un cosquilleo que le arrebataba la vida.

—Me corro… mierda, ¡Me corro! —dijo mientras Carmen le miraba esperando el acto final.

El joven sintió el placer concentrado de tantos días. Logrando en un instante que todos los músculos se agarrotaran para el único fin de conseguir expulsar todo el cargamento que llevaba dentro. Introdujo el máximo de la envergadura de su pene, dejando todo su peso sobre la cadera de su tía y la primera porción de su néctar, se disparó.

Estaba ardiente, espeso y… abundante, la mujer lo sintió en el momento que el blanco líquido salió por la punta del joven pene. Aquella primera descarga fue poderosa, pero la segunda no se quedó atrás. El jugoso manjar salió en misma cantidad y con el mismo poder volviendo a golpear sus paredes internas hasta el punto que las piernas le temblaran.

Mientras su sobrino apretaba los labios, cerraba los ojos de placer y aferraba sus dedos sobre los muslos de su tía, esta sintió el último. Increíblemente era igual de poderoso que los otros, incluso causándole cierto placer al golpearla. Al mismo tiempo, su sobrino desfalleció.

Con Sergio jadeante y con la fuerza justa para no desmoronarse en la cama, Carmen sintió como unas gotas comenzaban a recorrer su trasero hasta llegar a la cama. El semen mezclado con los fluidos de la mujer, abandonaba el dulce sexo de ambos.

—¡La virgen! Qué… bueno…

La vitalidad le abandonó al muchacho, que se tuvo que apoyar en la cama para no caer sobre su tía. Ambos respiraban acelerados quedándose satisfechos por lo sucedido. El joven rompió la unión, haciendo que de la vagina de su tía, el jugo que caía en pequeñas gotas, saliera ahora de forma abundante. Quizá en otro momento de su vida aquello no le hubiera gustado, pero en ese instante, era precioso.

—Creo que… nos toca dormir… —dijo ella aún tumbada.

—Mañana… nos vemos —Sergio apenas era consciente de lo que decía, el placer le acompañaría toda esa noche.

—Voy a dormir como un bebe —el fuego grabado en sus pómulos no desaparecía.

—Yo también, estoy muerto.

Carmen no pudo evitar sonreír ante aquel comentario y observó cómo su sobrino hacia lo mismo, rompiendo la pequeña vergüenza que parecía separarles, dejándoles por fin totalmente liberados.

El joven amante se levantó de la cama, aunque Carmen ni siquiera recordaría verle subirse los pantalones, todavía miraba al techo notando la picazón que le surgía en lo más profundo. Escuchó los pasos alejarse y volviendo la cabeza para la puerta dijo.

—Ciérrame la puerta al salir, cariño —intentando levantarse de la cama sin lograrlo. Sergio ya estaba con la mano en el picaporte, cuando escuchó de nuevo a Carmen— a ver si… mañana… otra vez.

Ambos se sonrieron, un gesto cómplice al que Sergio sumó un guiño que dejaba todo bien entre ellos. No había remordimientos, no habría conversaciones incómodas sobre las repercusiones de lo ocurrido, los dos lo deseaban, había pasado y si surgía ¿volvería a pasar?

Sin tener en calma su cuerpo aunque si el alma, la mujer consiguió mover las piernas para vestirse con una ropa interior nueva. La otra estaba por lo menos para lavar si no es que era mejor tirarla, la había humedecido demasiado.

Metiéndose en la cama y echándose la sabana, no puede evitar reírse. Sabía que al día siguiente tendía que ponerse otra ropa interior nueva, ya que los fluidos de su sobrino fueron tales que seguro se despertaba con esta totalmente sucia. La idea no le desagrado.

CONTINUARÁ

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Por fin en mi perfil tenéis mi Twitter donde iré subiendo más información.

Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

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