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Aventuras y desventuras húmedas. Tercera etapa (11)
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Sentado en el parque de al lado de la residencia, pensaba en el dinero que le quedaba para subsistir aquel mes. Ya le había dado su parte a Marco y este le había dejado las llaves y guiado por el pequeño cuarto. No había mucho que ver, era idéntico al de Javi, pero personalizado a su manera. Aunque obviamente el chico se llevaría sus cosas, ahora le tocaría a Sergio decorarlo.

Suspiró aliviado, se libró de su primera tarea, conseguir apartamento. Fue algo rápido e inesperado, no obstante de esas oportunidades se basa la vida, muchas veces encontrarse en el lugar y el momento adecuado es lo esencial.

Metió la mano en su bolsillo mientras el sol caía lentamente tras unas cuantas montañas que ensombrecerían el día antes de la hora. Sacando el móvil, buscó en la lista un número muy conocido y algo nervioso lo marcó.

Siempre se atenazaba un poco cuando la llamaba, aunque sin duda esta vez era la que peor estaba. El primer tono sonó sin que supiera cómo le iba a contar todo y para cuando el segundo se escuchó a través del auricular presintió lo mal que lo iba a digerir. A kilómetros de distancia escuchó esa voz tan conocida, tan agradable y… placentera en ciertas ocasiones. Al tercer pitido, la tía Carmen había descolgado el teléfono.

—¡Sergio, mi vida! —dijo con efusividad en una de las calles del pueblo lejos de los oídos de su marido.

—Tía, ¿qué tal estás? —al menos dejó unas palabras cordiales antes de soltar la bomba.

—Aquí estoy, en el pueblo. Acabo de tomar algo con una amiga y ya marcho para casa.

—Tía… —hizo una pausa para tragar saliva y que Carmen se oliera que algo pasaba. Carmen era lista y supo al instante que esa entonación no traía nada bueno. Se detuvo en medio de la calle.

—¿Sergio?

—Ha pasado algo…

El corazón de la mujer se detuvo al igual que habían hecho sus pies. En mitad del camino, aferrada al móvil, podía sentir como la piel se le helaba y la garganta se secaba con rapidez. Prefirió escuchar a hablar.

—Fui con mi madre al teatro, eso ya lo sabes. —Sergio no sabía si contarle el pequeño desliz, por mucha confianza que tuvieran era algo que de momento… se ahorraría— Fue todo de maravilla, pero cuando volvimos… yo lo tenía bien guardado. Era un cajón que nunca había abierto, no sé por qué lo hizo. La cosa es que ese día le dio por limpiarlo y… encontró tu sujetador.

—¿Sabe que es mío?

—Sí. —pareció que Carmen iba a decir algo, Sergio siguió— Lo peor no es eso, cuando me lo enseñó… ya sabía lo que pasó entre nosotros.

Carmen se apoyó en la pared con disimulo, su mente se trastocó hasta tal punto que sus ojos vieron unas luces parpadeantes al fondo de la calle. Su pie falló y se sujetó con fuerza a la pared, algún que otro transeúnte la miró, pero no era lo suficiente para ir a ayudarla, simplemente daba la sensación de haberse tropezado.

—¿Cómo? ¿Co…?

—Supongo que me espió el móvil, jamás lo había hecho, no sé qué le dio. Fue muy raro todo, limpió donde no lo hacía, me fisgoneó el móvil y… esto es lo más gordo, me acabó por echar de casa.

—¡Qué! ¿Cómo que te ha echado de casa? No entiendo. Una cosa es que haya pasado algo, pero ¿por qué te hace eso?

—Fue hace unos pocos días, no te preocupes, encontré un piso universitario y hoy me instalé, fue muy rápido, tuve mucha suerte. Menos mal…

—No es eso, cariño. —Carmen se apoyó en el alfeizar del ventanal de una carnicería que estaba cerrada. Sus pies estaban temblando— Tampoco están en tu casa boyantes de dinero para mandarte a otro lado a vivir…

—No… me lo pago yo…

—Joder… No, hijo, esto es grave. Pásame tu número de cuenta al móvil y te hago una transferencia, no te preocupes por el dinero, ya sabes que no pasa nada, esto es mi culpa. Mierda…

—Te diría que no, tía…, pero sinceramente lo necesito. No sé si podría encontrar trabajo con rapidez, creo que he gastado toda la suerte que tenía.

—No, Sergio… tranquilo. Estoy todavía alucinando. —se pasó una mano por la frente notando unas frías gotas de sudor— Tengo que llamarla o algo… y por el dinero, mañana mismo lo tienes, con eso no te preocupes.

—Gracias, Carmen. —se mordió la lengua para no llorar, en verdad se sentía desolado y su tía con esa predisposición a ayudar le conmovía— Mejor dejarlo de momento como está, si no te ha llamado será por algo.

—Tienes razón. —era raro que todavía no hubieran hablado, quizá había algo más detrás de todo.

—Es que… también me pasé un poco, como no entendía lo que pasaba, solo se me ocurre a mí decirla si estaba celosa. Me dio un tortazo que me merecí. —soltó una risa irónica mientras se apretaba la sien con la mano libre. Cada vez que recordaba la situación le dolía la cabeza.

—¿Cómo? —Carmen se levantó de donde tenía sus posaderas— ¿Por qué le dijiste eso? ¿Y por qué se iba a enfadar? —la mujer no comprendía la situación. “¿Por qué iba a estar mi hermana celosa?”. De pronto una luz se iluminó en su mente. Los recuerdos de las vacaciones de agosto vinieron, las conversaciones con su hermana, las miradas, la complicidad que nacía entre ellos. “Si está celosa es porque… eso… no es posible” abrió la boca aspirando profundo y sin creérselo preguntó— Sergio, ¿ha pasado algo?

—Creo que ya han pasado demasiadas cosas, con estas estoy más que servido.

—Me refiero al fin de semana con tu madre.

Su hermana siempre fue competitiva y algo celosa, lo sabía bien. Sin embargo, por su hijo, no tenía sentido. Podía enfadarse por tener relaciones con él, era muy compresible, pero ¿ponerse celosa?

A kilómetros de distancia su sobrino se mantuvo en silencio mientras a la mujer una vocecita en su cabeza le decía “no puede ser” y otra respondía “¿y contigo qué?”. Su corazón se aceleró como un motor al máximo y el pensamiento de por qué no la había llamado despotricando cobraba fuerza.

—¿Sergio?

—Sé que tú no me juzgarás… es muy duro lo que te voy a decir. Pasó algo… algo íntimo.

Los ojos de la mujer se abrieron de par en par, el brillo de su magnífico azul resplandeció bajo las luces de la calle que comenzaban a encenderse. Lo entendía todo, el círculo se completaba y con esa prueba ahora comprendía la situación. El resumen era muy simple, Mari se había puesto celosa al saber que su hermana había sido la primera, siempre igual…

—Vale… —el corazón se le calmó, saber aquello era un paso para estar más tranquila— Entiendo que te echara de casa. Igualmente me parece desmedido, pero comprendo por qué está enfadada, no tiene que ser fácil asimilar lo ocurrido, mejor darla tiempo.

—Lo entiendo.

—¿Fue una vez o… más? —la mujer comenzó a andar hacia su casa con paso sereno.

—Una. —la mano del joven temblaba, hablar de ello por un lado le quitaba un peso de encima y por otro le atacaba los nervios— Es la primera vez que lo hablo, con mamá no dijimos ni una palabra del tema.

—Tiene que estar hecha un lío, Sergio. Sí, lo mejor va a ser darla un tiempo, que asimile todo y que pasen los días, yo la llamaré. Sabiendo lo que pasó entre vosotros, es normal que no diga nada, se tiene que sentir horriblemente mal.

—Una pena que no quiera que esté en casa, me encantaría abrazarla y decirla que no pasa nada.

—Te comprendo. Tranquilo, cariño, sigue de momento tu vida. Voy a volver a casa, cuando necesites cualquier cosa me dices, dinero, hablar… cualquier cosa. —aceleró la marcha sobre el asfalto de su ciudad. Escuchando el tono compungido de su sobrino le quiso consolar, quizá una broma sería lo mejor— Por cierto, cuando pase todo esto, me tendrás que dar algún que otro detalle.

—Tía… —Sergio sonrió con los ojos cerrados, Carmen siempre sabía hacerle reír— Algún día te lo contaré.

—Ya sabes que la tía Carmen es un demonio. —ambos rieron a los dos lados del teléfono, tan cómplices pese a la distancia— Te amo, mi vida. Hablamos pronto, ¿vale?

—Sí, tía, yo también te amo.

—Lo sé.

Carmen recorrió la calle con las farolas encendidas que alumbraban un día que se iba apagando poco a poco. El mal sabor de boca se había largado y dejado paso a una curiosidad malsana, aunque también con toques de celos. “¿O sea que mi hermana me roba a mi pequeño amante? Tiene tela lo de esta familia…”.

Se rio en una carcajada sonora que hizo girarse a par de parejas que caminaban con tranquilidad. La situación agónica le parecía ahora… interesante, esperaba que el tiempo fluyera para llamar a su hermana y pensar qué cosas la diría. Aunque ella tenía la gran baza, sabía lo que había pasado.

Todavía con el móvil en la mano y mirando un horizonte en el cual el sol se escondía timorato tras las montañas, el joven volvió al que era su hogar, al menos de momento. Subió las escaleras con calma, el portero que regentaba parecía no importarle mucho quien fuera y apenas le lanzó una mirada curiosa tras su libro electrónico.

En la decimotercera puerta del cuarto piso se detuvo con las llaves en la mano. Todavía se le hacía raro entrar allí, era su nuevo hogar, lo había pagado, pero aún era un extraño en todo aquello, en menos de dos días su vida había dado un giro abrumador.

Dejó la mochila en el suelo, eran las últimas cosas que tenía en el cuarto de Javi y metió las llaves en la cerradura cuando de pronto, escuchó una voz. Más bien un grito que venía desde el lado derecho de su campo auditivo, aquello tenía que haber salido de la garganta de una mujer.

—¡TÚ!

Giró la cabeza, mirando al lugar de donde provenía el alarido y se quedó de piedra cuando vio lo que había en el pasillo. Dos puertas más allá, una chica con el pelo moreno corto y un toque azulado en las puntas le miraba envuelta en una toalla blanca mientras andaba con paso acelerado hacia él.

Sergio dio un paso atrás, la cara de la joven parecía enfurecida, como si tuviera que pagar algo con el muchacho. Retirando las llaves de la cerradura y poniendo las manos a modo de defensa delante del pecho, siguió observando como la chica venía hacia él dejando un rastro de agua a su paso.

—¿Yo? —llegó a reproducir Sergio mirando a los lados.

—¡NO! Se lo digo a uno de los veinte que hay en el pasillo. —el joven aún sabiendo que era sarcasmo, por si acaso miró atrás. No la conocía de nada, era la primera vez que la veía— ¿Sabes de duchas?

—¿Qué? ¿Cómo que de duchas? —el joven no se había encontrado más desubicado en su vida.

—¡Pues de duchas, chico! ¿Sabes lo que es una ducha? —la joven no bajaba el tono mientras se sujetaba con fuerza la toalla. Estaba claro que bajo ella no había nada de ropa.

—Sí, claro que sé lo que es una ducha.

—¡Pues ven!

La desconcertante muchacha le agarró de la manga de la sudadera sin darle tiempo a reaccionar. Sergio perdió de vista los ojos verdes que parecían brillar con la luz del pasillo pese a estar ligeramente enrojecidos.

—Espera… la mochila…

—Déjala, nadie te va a robar los calzoncillos con manchas de semen —le soltó de manera deslenguada y más rápido de lo que Sergio pudiera reaccionar.

Entraron en la puerta que llevaba a la habitación de la joven. A Sergio, que seguía sorprendido mientras le arrastraba hasta la ducha, ni siquiera le dio tiempo a observar nada, ni a pensar… con aquella aparición se olvidó de todos sus problemas.

—Oye… —algo cohibido por tal situación antes de entrar al baño— No sé qué quieres, ni sé que quieres que sepa de duchas.

—¡De cuando se atascan, joder!

En el baño pudo ver como el plato de ducha rebosaba de agua. Estaba hasta el borde y un poco ya había salido mojando el suelo de baldosa. Unas oportunas toallas secaron el exceso que escapó, aun así, tenían que hacer algo para vaciar aquello… aunque el joven no encontraba sentido a estar allí.

—Sí, se ha obstruido seguro. —Sergio se arrodilló para verlo de más cerca.

—Eres bien listo. —su ironía no tenía fin— ¿Sabes arreglarlo?

—Desatasca el tapón, seguramente será eso.

—¿Puedes hacerlo?

Por una vez su voz sonó tierna, como seguramente sería realmente. Sergio giró la cabeza, buscando reírse y decirla, “¿ahora ya eres agradable?” sin embargo, notó algo. Sus ojos rojos con la luz más intensa de los fluorescentes parecían que le hubiera caído una buena cantidad de champú, pero… su cabello recogido, solo estaba ligeramente húmedo, no se lo había lavado. Tenía dos mujeres en casa y sabía que no es necesario lavarse el pelo todos los días, esa chica no lo había hecho, no obstante sus ojos verdes estaban rojos.

Por un segundo mantuvo la mirada en ella, tenía cierta belleza, pero su cara denotaba una pena que trataba de ocultar, “¿ha estado llorando?”. Volteó la cabeza hacia la ducha, volviendo a centrarse en el desagüe que parecía ser el problema y con un tono más seco le dijo.

—Haré lo que pueda. Tráeme un cuchillo o algo plano para levantar la tapa.

La joven hizo sonar sus pies por toda la habitación y trajo una especie de navaja suiza que pasó a Sergio. Con maña levantó la tapa, pesaba demasiado con toda el agua acumulada. Un pequeño tapón a modo de barrera impedía que pelos y demás “cosas” se fueran por el sumidero. Con un tirón, Sergio lo sacó, escuchando como el agua comenzaba a despedirse de ellos.

Levantándolo en alto vio un cúmulo de pelo horrible. La joven lo miró por dos segundos y sin soltar su toalla sufrió una arcada que casi la hizo vomitar. No era una imagen agradable, Sergio lo sabía bien, convivía con dos mujeres y casi siempre le tocaba a él o a su padre quitar el tapón que se originaba. Al principio también sufría arcadas, pero el cuerpo se acostumbra a todo.

—¿La basura?

La joven con la boca bien cerrada le hizo señas para que saliera al cuarto y la buscase. Sergio no tardó en encontrarla, estaba en el mismo sitio en el que estaban todas en los demás cuartos. Lo lanzó con ganas, nunca le gustó el tacto y tampoco la visión, no obstante, se paró a observarlo un momento, porque aparte del cabello negro con tonos azules, también había un cabello largo y rubio. “Curioso…” pensó volviendo al baño.

—¿No te da asco? —preguntó la joven mientras Sergio veía como el volumen de agua disminuía.

—En casa están mi hermana y mi madre, esto suele pasar. Me imagino que en tu casa también.

—Pienso que sí, pero lo arreglará mi padre… supongo…

—Bueno, creo que me puedo marchar… —por primera vez, viendo que la joven ya parecía menos histérica y con una media sonrisa le bromeó— O ¿aún no puedo salir de este secuestro?

—De momento… sí. —le siguió la broma. Al final parecía maja y le acompañó hasta la puerta— Gracias, señor fontanero. —con una sonrisa, pero con prisas comenzó a cerrar la puerta— Has sido de mucha ayuda. Ahora venga, venga, venga… que he quedado.

—Por cierto, me llamó Sergio. —con la puerta a medio cerrar viendo únicamente la cara de la joven.

—¡Ah! Sí, qué bien… yo, Carol, de Carolina. —cerró un poco más la puerta y la abrió de nuevo de golpe— Otra vez que nos veamos, como me cantes la canción de Hombres G te mato, la odio. ¿Okey?

Sergio se quedó perplejo por el desparpajo que tenía Carolina y por lo desubicado que le dejaba. Sin saber por qué razón, igual por el mero hecho de lo extraño que era todo, la sonrió y soltó una risa que hizo que la muchacha también le sonriera.

—Vale… lo he pillado.

—¡Ale! Adiós, señor fontanero, nos vemos por aquí.

El joven escuchó la puerta cerrarse y unos pasos rápidos recorrer la habitación. Anduvo con el pensamiento en blanco, en realidad había sido algo tan sorpresivo que le hizo olvidar cada uno de sus problemas.

Quedándose delante de la que era su nueva casa, sin pensar en esa puerta, si no en la de Carol con el 16 marcado, lo miró perplejo.

—Joder… breve, muy breve…, pero ¡qué intensa!

CONTINUARÁ

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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

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