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Aventura con la veinteañera del gimnasio (Parte I)
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Tiempo de lectura: 16 minutos

Cuando llevas muchos años de matrimonio digamos que las cosas comienzan a ir cuesta abajo en la cama. Siempre he querido mucho a mi mujer, desde que la conocí supe que era la mujer con la que quería pasar mi vida. Es atenta, lista, divertida y mi mejor amiga, pero nos casamos cuando los dos teníamos veinte años y ahora, con casi cincuenta, las cosas no son lo que eran.

Al empezar a salir las cosas nos iban muy bien en la cama. Tanto Alicia como yo siempre hemos sido muy activos sexualmente y nunca hemos pasado por periodos de sequía… hasta llegar a los cuarenta. No fue algo que notásemos al principio, simplemente se nos fueron apagando las ganas hasta llegar a un punto donde el sexo se volvió monótono, rutinario y desapasionado. Nos tirábamos en la cama los domingos y tras veinte minutos de toqueteos y un par de movimientos dábamos por concluido el tema. Para cuando nos percatamos de la falta de pasión estábamos tan embebidos por la rutina que no pudimos hacer nada por modificarla.

La falta de apetito con mi mujer nunca ha afectado a mis deseos generales, de hecho, el no poder satisfacerme con ella solo aumentó mi libido. Me pasaba el día cachondo y pensando en todas las cosas que haría a las mujeres con las que me cruzaba, tanto en casa como en el trabajo. De hecho, mi ardor subió tanto que comencé a masturbarme como en mis tiempos de adolescente. Desesperado por reducir mis ganas me apunté al gimnasio para quemar energía y ponerme en forma.

Digamos en confianza que no fue la decisión más brillante que tuve, aunque sí me puse en forma. ¿Por qué digo entonces que no fue una decisión brillante? Porque me pasaba el día rodeado de jovencitas atractivas, de cuerpos esculturales y con ropa ceñida que dejaba poco o nada a la imaginación. La calentura era tal que tras terminar mis ejercicios tenía que ir a una de las duchas individuales para poder cascármela a gusto, con la imagen de alguna de esas veinteañeras haciendo deporte.

De entre todas ellas, había una que ocupaba mis fantasías con más fuerza que las demás. Se llamaba Nuria y era todo lo contrario a lo que había sido mi mujer de joven. Alicia siempre había sido rubia, bajita y de piel clara, con unas tetas rellenas y firmes, pero nada del otro mundo y un culo pequeño. Nunca había sido especialmente escultural, pero me enamoré de ella y su personalidad fue suficiente. Nuria por el contrario era una belleza de piel morena y espesa melena negra que normalmente llevaba recogido en una cola de caballo alta y firme. No alcanzaba mi metro noventa, pero sí estaría en un metro setenta y cinco más que aceptable. Sus pechos eran firmes, grandes y turgentes, su cintura estrecha de avispa, nalgas redondas y elevadas y piernas bonitas y bien torneadas.

Solíamos coincidir ya que ambos íbamos al gimnasio por la noche. Siempre éramos los mismos cuatro gatos a esas horas por lo que terminamos estableciendo algo parecido a la amistad. Nunca pensé en que pasase de ahí, pero poco a poco comencé a quedarme más tarde de lo que debía solo para hablar con ella o acompañarla hasta casa. Era fresca, divertida, descarada y con un punto de malicia que me volvía loco. Además, la ropa ceñida que siempre usaba sumado al calor de su cuerpo juvenil y prohibido la volvía tan irresistible que al volver a casa siempre iba con una erección de caballo que no bajaba hasta que me masturbaba furiosamente en el baño. La situación llegó a tal punto que los domingos, cuando me acostaba con Alicia, era la cara de Nuria la que veía en lugar de la suya, y solo conseguía excitarme pensando en ella. Eventualmente hasta dejé de acostarme con mi mujer y debo confesar que a ninguno de los dos nos importó. Nos queríamos, pero la pasión había muerto.

Nuria y yo, por el contrario, parecíamos cogernos confianza a pasos agigantados. Poco importaba que ella tuviese veinte años y yo cuarenta y nueve, quedábamos a tomar un café antes del gimnasio, entrenábamos juntos y después por la noche la acompañaba andando hasta casa mientras ella se colgaba de mi brazo y bromeaba conmigo como si fuese uno de sus amigos más jóvenes. Cada día esperaba con ansias encontrármela en el gimnasio y ya no me cortaba a la hora de mirarla mientras se ejercitaba.

Los meses pasaron hasta que un día, vísperas de las vacaciones de Navidad, cuando la acompañaba hasta su casa sugirió que pasásemos por un parque cercano a su domicilio. A esas alturas ya solo pensaba en pasar más tiempo con ella, y el ceñido vaquero que se había puesto ese día hacía que verla caminar fuese una delicia, ya que sus nalgas se movían de una forma sensual e hipnótica. Paseamos cogidos del brazo por el parque, se mostraba inusualmente callada y me temí que algo malo pasase o que fuese a afear mi conducta hacia ella, ya que no cesaba de comérmela con los ojos a la mínima oportunidad.

— Juan Luis… tengo algo que decirte.

— Bueno Nuria, dime, supongo que somos amigos y tenemos confianza —. Ya estaba convencido de que lo que quería era pedirme que dejase de mirarla como lo hacía.

— Sé que nuestra amistad es rara, y más por la diferencia de edad, pero… — Hizo una pausa mordiéndose el labio, sus preciosos ojos azules se clavaron en los míos y levantó esa carita de duende. — Creo que estoy enamorada de ti.

Me quedé en silencio, completamente pasmado. Sí que era cierto que teníamos mucha confianza, pero pensaba que me veía más como a un padre o un tío soltero que como a un posible romance. Me cogió las manos y toqueteó mi anillo de compromiso, haciendo que girase en mi dedo. Miré sus manos en las mías y sentí que una erección se abría paso en mis pantalones, presionando y pulsando. Siguió hablando con voz de profunda tristeza y empezó a sollozar.

— Entiendo que estás casado, así que no te preocupes, no intentaré nada ni haré nada. No quiero estropear tu matrimonio, así que siempre me portaré como siempre…

No la dejé seguir. La empujé contra un banco y sentándola en él la besé con pasión. Mi polla presionaba mis pantalones y podía ver sus ojos desorbitados por la sorpresa mientras mi lengua exploraba su boca, dominante, sin dejarla decir nada ni retirarse. Enrollé su coleta en mi muñeca y sosteniéndola por ella mordí sus labios hasta escuchar un gemido y como relajaba el cuerpo bajo mi otro brazo.

— Nuria, me encantas, me vuelves loco. Amo a mi mujer, pero también me gustas tú. —Asintió poco convencida de lo que la decía, creo que aún algo aturdida por el beso. Acaricié su nuca con mi mano sin soltarla del pelo y la besé suavemente de nuevo. — No quiero mentirte: no voy a dejar a mi mujer, pero si aceptas podemos ser amantes.

Aguardé sin dejar de acariciarla, esperando su respuesta. Por dentro estaba muy nervioso, pero por fuera me mantenía tranquilo. Había dicho que estaba enamorada y eso a la larga podía darme problemas, pero hacía meses que no tenía relaciones sexuales con nadie que no fuese mi mano y la verdad es que no podía pensar en esas posibles consecuencias. Solo quería saber si ella aceptaría y en si acabaría teniendo ese cuerpo joven y enloquecedor a mi disposición.

— Me parece bien… — La chica traviesa había desaparecido momentáneamente, reemplazada por una chica más tímida e insegura que me encandilaba. Me obligué a mantenerme sereno mientras me acercaba más a ella.

— Nuria, no seríamos una pareja oficial, serías un segundo plato para mí. Tengo familia, mujer, hijos de tu edad, más o menos. No les dejaré por ti, por una aventura. Yo solo busco algo físico contigo. — Sabía que estaba tensando mucho el hilo, pero debía saber hasta dónde llegaríamos de antemano. Un beso era algo inocente, si quería más, debía saber que ella no me traicionaría al no obtener lo que quería.

— Lo sé, me parece bien aun así. Te quiero.

No pude contenerme más, volví a besarla y desabrochando el grueso anorak que siempre se ponía en invierno metí la mano dentro de ese interior cálido y apresé uno de sus pechos. Llevaba un grueso jersey, pero no me importó. Bajo la lana notaba sus pechos subir y bajar. Eran más grandes de lo que imaginaba, mi mano no conseguía abarcar toda su teta por lo que la apreté con más fuerza, mientras ella gemía y enredaba las manos en mi pelo. Levanté su jersey y dejé su piel morena expuesta al aire frío, subiendo la mano hasta apresar la carne suave y blanda por encima del sostén de encaje, bajé la copa hasta que su pezón quedó al aire y le acaricié con mis dedos fríos. Notaba su cuerpo temblar por la baja temperatura, pero también por la excitación, mi erección estaba en su punto álgido y tan apretada que me dolía incluso.

— No sabes cuánto he deseado tu cuerpo, siempre que estás en el gimnasio no puedo dejar de mirarte, de desearte.

Gimió más alto y esta vez fue su lengua la que exploró mi boca, con ansias. Acostumbrado a un sexo desapasionado y rutinario esto era como acercarse a una hoguera, ardiente y fascinante. Pellizqué su tierno pezón y lo retorcí con suavidad entre mis dedos. Era tan sensible, se erizó y endureció al instante, respondiendo a la excitación y el deseo que ambos sentíamos. Mordisqueé su cuello extasiado e inspiré hondo su aroma para que se grabase en mi mente, con el afán de poder recrearlo esta noche en la intimidad de mi baño.

— Esta noche me correré gracias a ti, nena. Usaré tu imagen para masturbarme.

Recuperando su afán travieso se separó de mí y se levantó el jersey aún más, pese al frío. Llevó sus manos a su espalda y soltando el cierre de la prenda consiguió sacarlo sin desnudarse, una habilidad que siempre me ha parecido sumamente erótica. Me tendió la prenda y con los sensibles pechos expuestos al aire gélido sonrió y las agarró, posando como toda una furcia para mí.

— Sácame una foto.

Sonriendo como un lobo saqué el móvil y me hinché a sacar fotos de sus pechos perfectos, su cara de zorra y una en la que ella misma pellizcaba sus pezones. Con cierta dulzura coloqué de nuevo la ropa en su lugar y la di un beso mientras caminábamos hasta su portal. Allí nos despedimos como siempre, entre las sombras del parque habíamos tenido intimidad, pero ahora debíamos ser prudentes, sin embargo, cuando me abrazó no pudo evitar susurrarme al oído un “te quiero”.

Fui hasta casa casi levitando de placer. Por fin se harían realidad todas mis fantasías con esa excitante veinteañera. Nada más llegar fui directo al baño, encendiendo la ducha para crear una coartada de sonido con el agua que caía. Coloqué el móvil donde pudiese ver las fotos de sus tetas perfectas y sacando el sostén me lo acerqué a la nariz para olerle mientras me masturbaba casi con rabia, fantaseando con que la follaba y me la tiraba de mil formas diferentes. Me corrí dentro de las copas del sujetador y en un impulso maligno saqué una foto de la prenda y se la envié por WhatsApp.

Cuando me estaba duchando recibí un nuevo mensaje. Al abrirlo pude ver una foto que me cortó la respiración y me endureció de nuevo. Nuria estaba completamente desnuda, delante de un espejo de cuerpo entero y con las piernas abiertas. Revelaba un coño perfecto, pulcro y recogido, casi virginal. Se lo abría con los dedos y podía ver como salía de él la humedad. Recibí otra foto y esta era un primer plano de ese coño delicioso, más abierto y con dos de sus dedos dentro. El tercer mensaje era un audio, bajé el volumen y unos deliciosos gemidos llenaron la ducha. Se estaba tocando, pensaba en mi y se tocaba mientras. Era toda una zorra joven y cachonda y aquello me ponía.

Me pasé los últimos días antes de navidad en una burbuja de felicidad. Ahora solo íbamos al gimnasio día sí día no, aprovechando los días sueltos para subir aún más la calentura en las sombras de los parques de la ciudad donde el frío y la noche bastaban para tener intimidad. Ella siempre parecía dispuesta a enseñarme su joven cuerpo y yo estaba más que encantado de poder tocarla. Todas las noches la enviaba fotos de mi erección y mi corrida, siempre en el sostén que me dio el primer día, y ella me enviaba fotos, vídeos y audios en los que se tocaba, se desnudaba o se penetraba con un consolador rosa que tenía, siempre mirando a cámara sin ningún pudor. Ambos pasamos los días de navidad con la familia. Alicia y yo tuvimos sexo ese mismo día, pero después de haber probado la miel que me ofrecía Nuria las caricias de mi esposa me sabían a hiel y vinagre, aun así cumplí hasta darla un orgasmo. No mentiré, pasé dos días realmente agradables con mi mujer y mis hijos, pero ansiaba que Nuria me mandase esas fotos que ahora eran mi más preciado tesoro. El día veintiséis quedamos de nuevo en el parque de siempre, hambrientos de nuestro contacto.

— Tengo un regalo de navidad para ti. —Canturreó en cuanto me vio llegar.

Ese día estaba más bonita que nunca. Vestía un vestido de pana gruesa de color celeste, a juego con sus ojos, con la falda apenas unos centímetros por debajo de sus firmes nalgas y tan ceñido que era un milagro que pudiese respirar, con unas medias de color negro y unos botines negros también. En lugar del grueso anorak llevaba un elegante abrigo negro de lana y una bufanda de punto de color gris. La larga melena estaba suelta y bien cepillada y no llevaba maquillaje.

— ¿Un regalo? Yo no tengo nada para ti, no tenías que molestarte. Te compraré mañana algo bonito.

— No hace falta, tonto. Tú has traído un regalo especial contigo también. Sígueme.

Me cogió de la mano y me arrastró por el parque hasta unos aseos públicos que había en el mismo. Nunca les había usado y dudaba que alguna vez funcionasen ya que un cartel de “fuera de servicio” colgaba de la puerta. Ignorando el cartel Nuria nos hizo pasar y echó el pestillo a la puerta para que nadie más pudiera entrar. Los fluorescentes estaban encendidos, algo que me extrañó mucho ya que se suponía que estaban fuera de servicio. Interpretando correctamente mi expresión de perplejidad se apresuró a ofrecerme una explicación.

— Yo he puesto ese cartel, aunque es cierto que casi nadie sabe que están en funcionamiento. Pensé que así estaríamos solos para tu regalo.

Comenzó por quitarse la bufanda y el abrigo, dejándoles sobre la puerta de uno de los cubículos. No sabía qué se proponía, pero la situación bastaba para calentarme. Bajó la cremallera de la espalda del vestido y se quitó lentamente la prenda, dejándola caer al suelo y revelando que no llevaba nada debajo, salvo las medias negras, a medio muslo. Totalmente desnuda salvo por los botines y las medias se acercó a mí, que estaba pasmado y boquiabierto y se arrodilló delante de mi entrepierna, desabrochándome los pantalones despacio y bajándoles hasta las rodillas junto con el bóxer que llevaba, revelando mi erección.

— Feliz Navidad, Juan Luis. Te quiero. Quiero que me grabes mientras te como la polla por primera vez. Llevo fantaseando con esto desde la foto de mi sujetador lleno de tu corrida.

— Guao. Nuria, ¿estás segura?

Asintió con la cabeza y sonrió con esa sonrisa traviesa de zorrilla que siempre ponía. Acaricié su pelo y saqué el móvil desbloqueando la cámara, apunté con él a Nuria y empezando a grabar agarré su pelo.

— Eres más guarra de lo que suponía. Te gusta ser grabada mientras actúas como una puta, ¿verdad?

— Sí, me calienta mucho ser tu puta.

Abriendo esa boca deliciosa se metió mi capullo en ella. Siempre he estado bien dotado, diecinueve centímetros y medio y casi cinco de ancho, pero estaba claro que mi joven zorrita tenía experiencia, porque no se amedrentó por el tamaño. Al contrario, parecía complacida mientras manejaba mi herramienta, lamiendo el capullo y retirando más la piel hacia atrás. Sin pausa alguna empezó a meterla más en su boca, tragándola hasta que su nariz pegó contra los rizos de mi pubis. Levantando los ojos hacia el móvil empujó más hasta que estuvo pegada completamente a mi cuerpo. Mi polla tocó su garganta y sentí su arcada, excitándome más aún.

— ¿Qué pasa, zorrita? ¿Es más de lo que puedes tragar?

Agarrando su pelo con más fuerza comencé a follarla la boca, sin piedad, moviéndome con dureza y follando su boca como esperaba follar su coño algún día. Ella me miraba y movía la lengua acariciando mi polla. Mantuve mi polla en su boca hasta que empezó a toser y las arcadas se hicieron más frecuentes y cuando la saqué enfoqué la cámara a su rostro, por el que escurría saliva mezclada con mi líquido preseminal. Hasta caer sobre sus grandes tetas.

— Coge tus tetas y ponlas alrededor de mi polla, zorrita.

— Mmmm… Como tú quieras.

Su mirada era de vicio, era una diosa joven, carnal y entregada al placer. Agarrando sus grandes senos rodeo con ellos mi polla y me la masajeo mientras volvía a lamer el capullo. Su lengua cálida y húmeda rodeaba y frotaba la sensible piel de la punta de mi polla, jugaba con el agujero y lo apretaba, lo rodeaba y me volvía loco. Enredé los dedos en su pelo y la hice comerse todo el capullo, apretando sus pechos entre su boca y mi cuerpo. Movía las caderas deseando follarla la boca nuevamente y ella respondía con gemidos que me encendían más y más.

— Suelta tus tetas, zorra.

Las dejó caer y contemplé embobado como rebotaban. Agarré mi polla y di fuertes azotes con ella por su cara. Cada vez que la golpeaba numerosas gotas de líquido preseminal se esparcían por sus mejillas y su pelo, marcándola como la puta que era. La hice una improvisada coleta y sujetándola por ella la metí la polla hasta la campanilla, sin avisar. Sentí su arcada y cómo intentaba toser, pero eso no me detuvo esta vez, moví mis caderas más fuerte en medio de su ahogo. Mantenía sus ojos llenos de lágrimas clavados en mi pero sus manos estaban enterradas entre sus piernas. Se tocaba, se masturbaba, se frotaba y se metía los dedos. Estaba empapada y cachonda y yo solo podía pensar en follarla.

— Joder guarra, te follaría en este mismo momento, te pondría contra la pared y te reventaría el coño.

Sus gemidos subían de volumen e intensidad y yo me movía con fuerza. La saliva se la escapaba de la boca por las comisuras, la sentía resbalar por mis cojones y caer hasta sus pechos mientras ella se metía los dedos. No podía verla, pero sabía que estaba empapada y eso solo me ponía más. Me sentía muy próximo al orgasmo, deseaba verla con mi corrida en su cara, en su boca, pensar en eso solo me excitaba y calentaba hasta el límite.

— Voy a correrme mi zorra, no tragues. Quiero verte como la puta que eres.

Gemía y noté que asentía conforme. Agarrándola con fuerza sin descuidar el vídeo sentí que comenzaba a largar trallazos de lefa directamente en su boca. Me estaba corriendo como nunca en años, llenando su boca. Parte de la corrida escurría por sus comisuras y la daba un aspecto de zorra increíble. Sacando mi polla de su boca terminé de soltar los últimos chorros sobre su cara de duende. La abofeteé con mi polla y esparcí mi corrida por la cara sin dejar de grabar, resoplando como un toro.

— Eres una buena zorra, mira a cámara y saborea mi corrida, nena.

Obediente saboreo el semen en su boca, lo movía de un lado a otro con una expresión de vicio indecible. La di permiso para tragar y ayudándola a ponerse de pie filmé su coño, empapado y abierto lo justo como para dejarme follarla. Enfoqué sus muslos cubiertos de fluidos y como pasé mis manos por ellos hasta su raja.

— Las zorritas buenas como tú se merecen correrse.

Sin más aviso metí tres dedos en su coño. Los movía deprisa y acariciaba su clítoris a la vez con mi palma. Gemía y se retorcía apoyada en la pared de los servicios, apretando sus pechos cubiertos de saliva y semen y tirando de sus pezones. Sus dulces gemidos eran música para mi y me aseguraba de grabarlo todo. La besaba en el cuello y la daba sutiles mordiscos entre los besos que la estremecían más. Pellizqué su clítoris y lo retorcí sin parar de grabar. La temblaban tanto las rodillas que sabía que no aguantaría más.

— Ah, aaah, aaaah.

Con tres largos gemidos se corrió en mi mano, empapándola. La pasé por su pelo para limpiar parte y la hice lamer lo que quedaba de su propia corrida mientras seguía grabando. Filmé el aspecto de su coño tras terminar y por fin apagué la cámara. Tenía treinta minutos de un video magnífico. Nuria jadeaba agotada pero satisfecha. Su aspecto era el de alguna diosa del sexo, el de la más vulgar de las rameras y también el de la mujer perfecta, al menos para mí.

— Te he enviado el vídeo, podrás verlo esta noche mientras te tocas de nuevo.

— ¿Por qué no me has follado? — Su sincera pregunta me dejó descolocado. No pensé que quisiera ser follada en ese mismo lugar, además, yo no había llevado condones y no parecía que ella tuviese tampoco.

— Porque este no es lugar para eso, quiero follarte en una buena cama, en un sitio bonito. Además, no llevo condones encima, ¿tú?

— No, pero tomo la píldora. Podemos ir a pelo si tú quieres, estoy sana.

Joder. Era una zorra maravillosa. Con esas palabras mi polla volvió a levantar por si sola. Hundirme a pelo en ese coño estrecho, húmedo y joven debía ser una delicia, pero decidido a no sucumbir la di un beso mientras la pasaba su vestido y me subía los pantalones.

— Ahora no, mi regalo de navidad era la mamada. El tuyo será que te folle como la puta que eres. Tengo que salir de viaje de negocios después del día uno. Del dos al cinco. Si tienes vacaciones y puedes venir, te follaré esos días. Hasta podemos organizar algo especial.

— Les tengo libres. Súbeme la cremallera.

Iba a obedecer cuando vi el largo del abrigo, apenas un dedo por debajo del vestido. Con una sonrisa salvaje me pregunté si se atrevería a lo que se me acababa de ocurrir. Sosteniendo su delicada cintura la quité de nuevo la prenda y acaricié sus pechos por detrás, frotando sus pezones cubiertos de restos secos de semen y saliva. La puse el abrigo y haciendo una bola con el vestido conseguí embutirlo malamente en una bolsa de la compra que siempre llevaba conmigo para no tener que pagar las del supermercado.

— ¿Te atreves a ir así?

Con una sonrisa de suficiencia se atusó el pelo y se lavó la cara en uno de los lavabos. Salió pavoneándose y yo la seguí como un perrito faldero. Antes de sentarnos en nuestro banco de siempre se abrió el abrigo y yo la saqué fotos mientras ella posaba como la diosa fitness que era. Con los botines, las medias, el cuerpo con restos de sexo y desnuda salvo por el abrigo me había vuelto a poner firme. Me acerqué a ella y atando las mangas del abrigo la impedí taparse. A bajo cero era un castigo cruel debido al frío, pero su calentura bastó para que lo soportase mientras la toqueteaba y mordía esas gloriosas tetas. Finalmente la hice la última foto y la dejé cubrirse de nuevo. Se sentó sonriente sobre mi y abracé su delicado cuerpo contra el mío.

— Vas a necesitar vestuario adecuado para el viaje. Mañana te llevaré de compras. Pasaré a por ti a las siete, ¿de acuerdo?

— Tengo ropa, no es necesario que me compres nada.

— Lo sé, nena. Pero te la compraré de todos modos. No sabes cuántas ganas tengo de verte vestida como la puta que eres.

Pasamos un rato más de relax en el parque antes de que la dejase de nuevo en su casa. Al volver a la mía vi el vídeo completo mientras me duchaba, permitiéndome un señor pajazo en honor de Nuria. Que una chica como esa estuviera colada por mi y tuviese mi mismo nivel de deseo me parecía increíble, pero no iba a cuestionarlo.

Al día siguiente me encargué de comprar los regalos para reyes con mi esposa por la mañana. Comimos fuera disfrutando de los escasos días de vacaciones que teníamos los dos en común y por la tarde ella fue a visitar a sus amigas. Las cosas entre nosotros eran perfectas, no sospechaba nada y realmente yo no sentía remordimientos, puesto que lo que yo tenía con Nuria era para mi algo meramente físico. Sin embargo, preferí no correr riesgos y protegí los vídeos, fotos y audios dentro del teléfono. Además, escondí las conversaciones con Nuria. Antes de pasar a por ella habíamos estado mandándonos mensajes como dos adolescentes, calentándonos mutuamente.

A las siete pasé puntualmente a por ella con el coche de empresa, para evitar que alguien pudiese reconocer mi vehículo particular. Si el día anterior había pensado que iba guapa, hoy resplandecía. Maquillada con sutileza sus labios aparecían brillantes y carnosos. Un vestido de algodón de color vino cubría sus curvas y unas altas botas negras ceñían sus piernas hasta la rodilla. Con el mismo abrigo del día anterior y la misma bufanda, se había hecho un complejo recogido en el pelo que dejaba la parte inferior suelta y la parte superior con un trenzado casi de fantasía. Parecía un duende más que nunca.

Al subir al coche me saludó con un beso tierno y apasionado y acarició mi cara sin afeitar. Arranqué el vehículo e incorporándome a la carretera pasé la mano por su muslo desnudo, subiendo hasta rozar su coño. No llevaba ropa interior. Cachondo por esa circunstancia separé sus labios y metí un dedo en su interior. Estaba seca y soltó un siseo cuando lo hice, pero abrió algo más las piernas y pronto comencé a notar que se mojaba. Conduje fuera de la ciudad, a un gigantesco centro comercial en un pueblo cercano donde pasaríamos desapercibidos. Además, nosotros jamás comprábamos allí y era casi imposible que conociese a alguien o alguien pudiera reconocerme.

La dejé curiosear por las tiendas del centro y la invité a un reconfortante café caliente antes de hacerla entrar en una tienda cuyos escaparates se encontraban cubiertos por cortinas rojas con luces por detrás. Era una tienda de ropa erótica. Desde lencería hasta conjuntos pasando por los disfraces más cortos y sugerentes. Al entrar la hice quitarse el abrigo y la bufanda y los dejé en una de las taquillas que la tienda dejaba a disposición de los clientes.

— Ven aquí, ya sé lo que te tengo que comprar.

La dirigí hasta la sección de lencería donde elegí los conjuntos más reveladores que vi. Me gustaba que fuese sin nada debajo de la ropa, pero tenía pensado grabar más vídeos con ella y esos conjuntos sugerentes la irían de perlas. Después me dirigí a un perchero lleno de ropa transparente. Parecía algo cohibida con esas prendas tan reveladoras, y más cuando elegí todo vestidos ceñidos totalmente transparentes. Rebuscando en la percha encontré uno negro y al ver como le miraba, con esa mezcla entre deseo, picardía y timidez lo añadí al montón. Elegí tacones a juego, todos ellos de aguja y plataformas y por último me dirigí a la ropa de cuero y látex. Un llamativo vestido de cuero rojo, pensado para servir como corsé y restringir los movimientos y la respiración, llamó mi atención de inmediato. Me acerqué a caja con ella detrás y tras pagar elegí un vestido del montón de los transparentes.

— Ve ahí detrás y póntelo, nena.

La di una palmada en el culo y sin que ella lo viese reduje la talla del vestido-corsé, de forma que la apretase más cuando se lo pusiera. Cuando regresó sus mejillas estaban rojas y encendidas por la vergüenza pese a caminar con la cabeza bien alta. Ahora vestía un vestido de color verde botella, con una lágrima de tela transparente por delante que dejaba ver perfectamente sus pechos, sus pezones erectos y su coño depilado. Por detrás otro parche transparente con forma de U enseñaba sus nalgas y la raja de su culo.

— Estás fantástica, nena. Cámbiate los zapatos y vamos —. La tendí unos altos tacones a juego y guardé su ropa y sus zapatos en la bolsa con lo demás. Pareció agradecida por poder ponerse el abrigo y la bufanda y más cuando la agarré del brazo y la di un beso, como recompensa.

Caminamos por el enorme centro comercial hasta una tienda de electrónica donde compré una cámara de fotos profesional, con un foco incorporado y batería para varias horas. También conseguí un buen micrófono y una webcam con calidad HD. Al ver toda esa tecnología cambió el peso de una pierna a otra, moviéndose como si estuviera frotándose por la excitación. Acaricié su espalda sobre el abrigo y elegí un portátil grande y económico, lo justo para poder editar los vídeos y donde poder guardar todo nuestro material.

— Aquí podremos tener todos nuestros vídeos a buen recaudo, nena. Le guardaré en mi oficina y nadie sabrá nada —. Delante de ella procuraba no mencionar a mi esposa, pero pareció gustarle la idea de tener esa garantía.

Volvimos al coche cargados de paquetes. Antes de salir la había comprado un reloj de pulsera de plata como regalo de navidad. Había insistido en que no era necesario, pero sabía que le había gustado el detalle. No me hacía daño tener ese gesto con ella, y más porque pensaba hacerla todo tipo de cosas en la cama en tan solo unos días. Mientras conducía de vuelta a su casa decidí sacar el tema.

— No creo que podamos vernos casi hasta el día dos, son fechas complicadas.

— Sí, lo sé, además vienen mis padres a verme esta semana.

— Por eso voy a ponerte deberes, nena.

— ¿Deberes? ¿En serio?

— Eres una zorrita pervertida, yo lo sé y tú lo sabes —. Sonrió de la misma manera que un gato que se ha comido al canario y su cara de duendecillo se iluminó. — Puesto que eres toda una zorrita pervertida, tus tareas será elaborar una lista de fetiches. Está claro que te gusta ser grabada, pero quiero saberlo todo. Y en esos cuatro días que tenemos para nosotros te haré todas las cosas que se pueda y que estén en esa lista.

— ¿Lo dices en serio? ¿Todas las que ponga?

— Vamos, no te hagas ahora la puritana. Envíame mañana la lista y compraré lo que nos haga falta. Pienso follarte como nadie lo ha hecho hasta ahora, nena.

Su cara resplandecía de placer y cuando se despidió de mi con un beso pude ver que su cabecita linda iba dando vueltas a sus “deberes”. Me reí al verla subir a su casa y respirando hondo para relajarme y acomodar mejor mi erección en los pantalones volví a la mía. Estaba deseando que nos fuésemos de viaje juntos.

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