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Autobiografía sexual (Parte 9): Clases de biología
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Tiempo de lectura: 10 minutos

—¡Ay, Lorena! Tienes la culpa de estar tan buena —dijo Adrián a manera de canción.

—¡Pero…! ¡¿Qué está pasando aquí?! —exclamé nerviosa.

—Te explicaré, pero no hagas ruido —indicó él y comenzó a narrarme todo lo que yo no sabía—: Esa noche que cogimos te di un sedante, no un analgésico y sí, yo robé los objetos de la casa del viejo ese, lo que no pensé es que fuera a desquitarse contigo…

—¡¿Cómo creíste que no se iba a desquitar conmigo!? ¡Si era la única persona en su casa! —alcé la voz alterada.

—¡Cállate! Que tu mamá se va a despertar —dijo susurrando molesto y continuó con su explicación—. Cuando leí en el periódico que te llevaron detenida, esa noche fui a deshacerme del señor Romanin, sin olvidarme de tomar tus cosas y al día siguiente pagué tu fianza. Saliste del separo y yo te iba siguiendo hasta que te acercaste a la casa del anciano y tomé distancia porque había policías. Cuando te fuiste de ahí y caminaste hacia la carretera busqué en tus contactos a tu mamá y la llamé desde mi teléfono para reportarle tu localización, me mantuve en contacto con ella hasta que te encontró y al ver que te recogió tomé un taxi para seguirlas hasta aquí. Desde ese día te he estado espiando cuando estás en tu habitación. Al día siguiente, cuando no había nadie en esta casa y fingía un encuentro casual contigo, le pedí a este tipo que ves tirado en el suelo que entrara y te dejara la caja con tus pertenencias y también para que hiciera llaves de cada cerradura, así que puedo entrar aquí cuando quiera, solo te aviso. Qué bueno que me dijiste de Ignacio, vi lo que te hizo esa madrugada, pero no pude hacer nada, lo que sí hice al amanecer fue abordarlo en mi carro cuando iba por la calle y le encargué a unos amigos que lo aniquilaran, aunque ellos quisieron jugar un ratito torturándolo, así ya no hay nadie que te moleste, baby. Por cierto, esta casa pasará a pertenecerle a tu mamá. Felicidades.

—¡Lo que quiero ahora es que dejes de hacerme favores que no te pido y de espiarme!

Adrián aproximó su mano a mi barbilla como queriendo acariciarme, pero giré mi cabeza hacia un lado de lo espantada y a la vez molesta que estaba.

—Esperaba mínimo un gracias, pero lo que mi reina desee. Yo también tengo deseos y te los haré saber en su momento. Por ahora ha sido suficiente para ambos.

Adrián cargó en sus hombros al tipo que tiró al suelo y vi que tenía un cuchillo enterrado en la espalda a la altura de los pulmones; salió de mi habitación y salté la sangre que había en el piso para mirar por la ventana. Adrián echó al sujeto en la cajuela de un auto, subió y se arrancó. De inmediato, fui a la recámara de mi mamá e intenté despertarla desesperadamente, pensando que la habían sedado otra vez, pero su reacción fue rápida.

—¡¿Qué pasa, hija!?

—Nada, mamá. Ya son más de las ocho y hay que ir a reportar la desaparición de Ignacio porque tengo que ir a trabajar.

—¿Por eso me despiertas así? Pensé por un momento que Ignacio había regresado.

Me quedé callada un instante, pero luego le respondí con toda sinceridad y confesándole lo que pasó.

—¿Sabes? Si Ignacio regresara no estaría contenta, al contrario, me alegraría por ti, porque ya no veré que te haga sentir mal ni que te humille… Y mucho menos me lo hará a mí. Tengo que confesarte que el día que te descubrí con él, él me siguió, le coqueteé y al día siguiente me le entregué a cambio de dinero. Ahora que me recogió y me estaba… está permitiendo vivir aquí me quiso… quiere cobrar con sexo. De hecho, el día que saliste a buscar trabajo me forzó inmediatamente que te fuiste y ¿recuerdas que te despertó a gritos a la mañana siguiente? Fue porque te sedó para que no escucharas lo que me hizo durante la madrugada. Odié que te trate como a un objeto, que te grite, que te falte al respeto, no lo mereces y perdón por lo que diré, pero ojalá no vuelva. ¿Acaso no soy todo lo que necesitas, mamá?

—Sí, eres todo lo que necesito —dijo entre abundantes lágrimas—. Perdóname por todo el daño que por mi culpa has recibido.

—Tranquila, tú y yo seguimos siendo un equipo a pesar de todo. De todos modos, tenemos que reportar la desaparición, así que levántate para irnos al ministerio público. Te alcanzo para desayunar.

Rápidamente salí del cuarto de mi mamá y tomé artículos de limpieza para quitar la mancha de sangre que había en mi recámara. Después me vestí, me arreglé, desayuné con mi mamá y fuimos al ministerio público.

Pasaron dos semanas. Mi mamá, quien ya había pasado por una situación similar a la de Ignacio por mí, atravesó una vez más el momento en que los expertos en temas de desaparición le decían las mismas palabras que le dijeron cuando yo estaba desaparecida: "hay un noventa por ciento de probabilidad de que la persona ya no esté viva". Dos semanas más después, mi mamá se resignó y continuó con su vida.

Por mi parte, continuaba trabajando en el despacho jurídico y con el dinero que ganaba más lo que me dio Adrián me compré muchas cosas, entre ellas, lencería. La lujuria me había dejado desde la última vez que cogí en el separo, pero regresó un mes después y tenía un excelente plan entre manos, aprovechando que estaba viviendo prácticamente una nueva vida.

Un fin de semana me dediqué a crear una nueva cuenta de Facebook con un nombre llamativo (ridículo ahora que soy más madura), el cual era "Potra Indomable" y puse una foto de perfil con el culo entangado, además de subir más fotos mías con lencería, sin que se viera mi rostro. Luego mandé solicitudes de amistad a los chicos más guapos que tuve de compañeros desde la secundaria y la preparatoria hasta la universidad que dejé inconclusa, incluyendo profesores, algunos otros hombres conocidos y hasta famosos.

La ociosidad de ese fin de semana fue tanta que acepté varias de las solicitudes de amistad que de pronto me llegaron hasta que Facebook me bloqueó la función. Asimismo, creé una lista de los hombres con los que me había acostado hasta ese momento, que eran nueve, y aumenté la lista colocando los nombres de los hombres con los que tenía la intención de acostarme algún día, pero no solo me quedé con el deseo.

En el transcurso de la semana, el primero en hablarme de esa lista fue mi profesor de biología de la secundaria, Lorenzo Guadarrama, pero solo me deseaba un lindo día y dejaba en visto mi respuesta. Fue hasta el viernes que, gracias a que no había trabajo y a mi impaciencia por coger, la conversación progresó y nos hicimos preguntas para conocernos. Lorenzo me dijo lo que ya sabía, que daba clases en una secundaria, aunque lo que no sabía era que ya estaba divorciado y yo le conté que estaba trabajando como asistente en un despacho jurídico.

Nos pasamos el número de teléfono para platicar por Whatsapp y, de pronto, él me envió una foto de sus alumnos en clase y yo, con toda intención maliciosa, le mandé una foto mía en la oficina de mi jefe, con el busto un poco al descubierto y mi mano tapando mi cara. Era de esperarse que me preguntara porqué hice eso, pero halagó mi cuerpo y comenzó a decirme cosas sucias, lo cual me incitó a sentarme en la silla de mi jefe, llevar mis manos bajo mi falda y tocar esa parte de mi cuerpo que tenía poco más de un mes sin usar. «¡Ufff! ¡Hasta se siente más rico!» dije silenciosamente de lo excitada que estaba.

Minutos después, Lorenzo me hizo saber que ya no estaba en un aula sino en su oficina y estaba solo, por lo que me preguntó si podía llamarme por teléfono y acepté.

—¿No interrumpo, linda?

—Para nada —hablé con un tono de voz un poco más grave para no sonar reconocible por su acaso se acordaba de mi voz—. Tenemos hasta las dos de la tarde.

—Pero yo solo tengo veinte minutos.

Entonces, Lorenzo me relató paso a paso todo lo que me haría si estuviéramos juntos y yo me tocaba al escuchar sus descripciones exquisitas. Entre caricias en mi clítoris e inserción de mis dedos en mi concha durante su placentero discurso, me vine en la silla de mi jefe y se lo dije a Lorenzo riéndome. Antes de acabarse los veinte minutos, él me hizo la invitación que esperaba.

—¿Cuándo puedes? —preguntó espontáneamente.

—Este fin de semana estoy completamente libre.

—¿Te parece mañana?

—Me parece excelente.

—¿Dónde vives? Puedo pasar por ti.

—No te preocupes, nos podemos ver en un punto neutral.

—¿Conoces mi secundaria?

—¡Sí, claro que la conozco! Es decir, así famosa en Tequisquiapan.

—Bueno, te veo frente a la secundaria a las cinco, ¿está bien?

—De acuerdo, papi. Besos.

En el lugar acordado a la hora acordada, llegué vistiendo una falda de pata de gallo tipo lápiz con su respectivo saco, una blusa blanca transparente debajo, unas calcetas blancas y zapatillas negras, además de unos lentes de armazón cuadrado negros, como toda una colegiala. A los pocos minutos, la voz de Lorenzo se hizo escuchar.

—¿Lorena?

—¡Profesor Guadarrama! —exclamé contenta y lo abracé—. ¡Qué gusto verlo! Vaya que no ha cambiado nada, se ve igualito que hace seis años que lo vi por última vez.

—Ni qué decir de ti. Estás igualita, aunque ya toda una señorita.

—Me halaga, profesor. ¿Qué lo trae por aquí?

—Solo paseaba, pero más bien la pregunta es para ti, ¿qué haces con uniforme?

—Parece uniforme, pero decidí vestir así para recordar viejos tiempos. Vine a ver a un profesor que me va a dar clases particulares.

—¿Qué profesor es?

—Se llama Lorenzo. Necesito asesoría en biología, más que nada en anatomía y él se ofreció a dármela completita —dije cambiando mi tono de voz al final a uno seductor.

—Espera un momento, ¿eres potra indomable?

—En carne y hueso. ¿No se lo esperaba?

—Nunca en mi vida me lo hubiera imaginado.

—¿Qué? ¿No le agradó la sorpresa?

—No es eso. Solo que… No me imagino estando con una ex alumna.

—No se preocupe. Puedo tomar el camino por donde llegué y hacemos de cuenta que no pasó nada.

En cuanto me di la vuelta, Lorenzo tomó mi brazo con fuerza y me llevó caminando así a su casa, la cual estaba cerca de la secundaria. Entramos, cerró la puerta y se me quedó mirando seriamente con las manos en la cintura.

—¿Qué estás tramando? —dijo como molesto.

—¿Yo? Si fue usted quien me propuso hacer muchas cosas juntos.

—Pero no pensé que se tratara de ti.

—Tiene razón en enojarse. Me estoy portado mal —lo miré haciendo un gesto chantajista—. ¿Me va a castigar, profesor? Hágalo con mano dura. Mmmm.

Sin esperar más, lo tomé del nudo de la corbata con una mano para quitársela y con la otra mano acariciaba su pecho.

—Lorena, ¿no quieres comer antes? —dijo dando a notar sus nervios.

—Ya vengo bien alimentada, lo único que quiero comerme en este momento es a usted.

Lo despojé de su corbata y su camisa para dejar al descubierto su tórax y comencé a besarle su sexy pecho al mismo tiempo que lo abrazaba con una mano y con la otra le acariciaba el abdomen, pero él no hacía nada.

—¿Qué pasa, Lorenzo? —me atreví a hablarle informalmente—. ¿Me ves con ojos de que soy una alumna de secundaria?

—Algo así.

—Ánimo, papi. Ya no soy tu alumna y tengo 21 años. ¿Vas a dejar caliente a una jovencita chula como yo?

De pronto reaccionó e inclinó la cabeza para besar mi cuello y, con nervios aún, puso sus manos en mis nalgas. Pocos segundos después sentí estar bien lubricada, la excitación me estaba ganando demasiado. En eso, Lorenzo me quitó el saco y la blusa, me volteó y me hizo hincarme en el sillón para darme unos arrimones exquisitos. Sus movimientos me fascinaban, ya que pegaba su pelvis a mi cola y la deslizaba de abajo hacia arriba y empujando hacia el frente, al mismo tiempo que apachurraba mis tetas. Por dentro, sentía que se salía de control mi lubricación y ya estaba muy mojada.

—¡Ay, sí! ¡No pares, no pares! ¡Así quiero que me des! ¡Mmmm, dame nalgadas, papi!

Tan pronto comenzó a soltarme nalgadas, sentí ligeras contracciones en mi vagina y los ojos se me iban hacia atrás.

—¡Ay, papi! ¡Me estoy corriendo! ¡Ahhh! ¡Sigue, sigue! ¡Ahhh!

Sentí cómo salían chorros de mi concha y me escurrían por las piernas. Estaba jadeando, pero muy contenta de lo rico que se sintió.

—¿Eres multiorgásmica? —me externó su duda Lorenzo.

—No… O no sé —contesté sin tanta importancia.

Quise dar el siguiente paso y sentarme, pero me sentí mareada, perdí el equilibrio y por poquito me caigo del sillón, pero Lorenzo me ayudó a sostenerme y así quedé bien sentada. Lo agarré de las nalgas para que subiera sus rodillas al sillón y quedara frente a mi cara la hebilla de su cinturón. Lo miré a los ojos con una sonrisa pícara mientras quitaba su cinturón rápidamente y le bajaba el pantalón y el calzón para exponer al aire su rico falo, no muy largo ni muy ancho, pero suficiente para mis necesidades.

Antes que nada, acerqué mis labios a su escroto y rocé sus testículos para comenzar a estimularlo, luego los besé y me los metí a la boca cada uno, mientras una mano mía le masturbaba el pene.

—¡Ay, baby! ¡Lo haces muy bien!

—Aún no termino el examen, profesor.

Después, recorrí con mi lengua desde sus huevos y a lo largo de su pito hasta llegar al glande y me lo metí todo a la boca, me cabía completo, sin problemas.

Una de sus manos tomó mi cabeza y comenzó a empujarla para meter y sacar su verga de mi boca, aumentando la velocidad poco a poco, pero en tres o cuatro minutos se corrió, echándome toda la leche dentro de la boca y me la tragué toda.

—También estaba muy excitado, ¿verdad? —pregunté curiosa.

—Demasiado. Me vine muy rápido, ¿no?

—Usted tranquilo, que nos vamos a divertir un buen rato.

Le di unas últimas mamadas, antes de que él me quitara el dulce de la boca y se agachara para subir mi falda. Descubrió mi tanga blanca toda empapada de mi primer corrida y sin quitarla, puso su dedo pulgar a la altura de mi clítoris e hizo vibrar su dedo.

—¡Mmmm! Usted sí que es un excelente biólogo. ¡Uhhhh!

A su vez, con sus dedos meñique y anular acariciaba el borde de mis labios vaginales, todo en conjunto me hacía sentir bastante delicioso, pero eso no era todo. Pronto, se deshizo de mi tanga y agachó la cabeza para chupar mi clítoris e introducir su dedo medio en mi vagina.

—¡Ahhhh! ¡Qué ricos trucos se sabe!

Mi respiración volvió a acelerarse al igual que mis latidos. Estaba al borde de otra corrida, que por momentos contuve, pero finalmente no resistí y eché mis fluidos en su boca.

—¡Qué delicia! —exclamó él sin dejar de estimularme—. Tu sabor es exquisito.

—¡Ay, ay! ¡Ahhh! ¡Métemela, papi! ¡Ya méteme la verga! —supliqué ardiendo del placer.

Lorenzo no dejó pasar más tiempo y así como me tenía abierta de piernas me introdujo su rica polla en la vagina, pero quiso iniciar despacio y yo sentía volver a correrme, por lo que lo apresuré.

—¡Tú dame, papi! ¡Mmmm! ¡Dame duro!

Lorenzo siguió mis indicaciones y en menos de tres minutos volví a correrme, ahora con su pene adentro y salpicando abundante en sus muslos. Ya me estaba quedando sin voz para gemir, solo se escuchaba cómo trataba de jalar aire con fuerza y tuve que pedir que descansáramos. El muy amable de Lorenzo me ventiló y me sirvió un vaso de agua.

—¿Ya te había pasado esto? —me cuestionó.

—Nunca —respondí aún con falta de aire.

—¿Eres asmática?

—No que yo sepa.

—Puede que no lo sepas o que haya algo en el ambiente de mi casa que te esté causando alergia.

—No lo creo. Estoy segura de que es por estar con usted. Llevo deseándolo más de seis años. Estoy cumpliendo una fantasía.

—Yo también. Hacerlo con una alumna, aunque legalmente no puedo con las que tengo actualmente, pero tú fuiste una y tú vestimenta me hizo creer que lo eres.

—Entonces, ¿por qué se resistió al principio?

—Porque te vi muy decidida y, a pesar de tu corta edad, te siento muy experta y yo no soy muy seguro de mí mismo. Si fueras una jovencita que recién comienza, estaría muy seguro. Eres la tercera pareja sexual que tengo en la vida.

—Usted es la décima para mí, ¿no es gracioso?

—Eso sí es asombroso… Lorena, estás pálida y muy fría.

No sé qué me estaba ocurriendo. Estaba temblando y pensé que era por tanta excitación, pero me puse pálida, fría y estaba muy mareada. Lorenzo buscó un aparato para medir mi presión y salió muy baja.

—¿Segura que viniste alimentada?

—No, solo quería saltarme ese paso, pero ahora sí le acepto la comida —dije arrepentida.

Lorenzo se apresuró a calentar comida y tenerla lista en la mesa para que pudiera sentirme mejor. Mientras comíamos, m hizo la plática sobre todo lo que había pasado esos últimos años y cómo fue que se divorció, precisamente, por problemas sexuales.

—Yo ya no rendía en la cama y ella me engañó con otro.

—Qué tonta, con todo respeto. ¡Mire! A mí casi me mata de lo rico que me estaba cogiendo.

—Pero no está bien, baby —dijo con tono de preocupación—. Tienes que ir al médico para checar qué te pasó.

—No se preocupe. Estoy segura de que fue por la agitación y la descarga de mucha adrenalina en mi interior que no supe manejar mis ansias.

—Tienes razón, pudo ser eso. ¿Estás estudiando actualmente?

—No. Dejé la universidad. De hecho, ni sabía qué carrera elegir, mi papá me obligó a estudiar contabilidad, lo que él quiso estudiar en la vida, pero surgieron problemas y me tuve que salir, además de que no era lo mío.

—¿Y qué es lo tuyo?

—No tengo idea. No sé ni qué me gusta en particular para estudiar.

—Bueno. Piénsalo y me dices. Puedo ayudarte a que entres a la carrera que quieras.

—Le agradezco mucho, pero no lo estoy considerando actualmente. Estoy teniendo problemas económicos y por eso estoy trabajando.

—También puedo hacer que te den una beca sustanciosa durante toda tu estancia universitaria.

—Lo tendré en cuenta y luego le daré una respuesta. ¿Está bien?

—Es tu tarea para el próximo fin de semana, jovencita.

—Mmmm, eso me agrada. ¿Y si no la hago?

—No cogemos.

—Está bien, la haré querido profesor —contesté mostrando algo de cariño.

Acabamos de comer y yo seguía con ganas de follar, pero seguía débil. Quería expresar mi interés por continuar con la cogida, pero Lorenzo se me adelantó.

—Es mejor que descanses. ¿Quieres quedarte a dormir conmigo?

—Me encantaría, pero mi mamá me va a regañar. Es más, si usted me lleva a mi casa ahora mismo y mi mamá nos ve me va a regañar.

Así fue como me estaba negando a una oportunidad de oro, pero la emoción que me entró por esa bella invitación me motivó a llamarle a mi madre y contarle todo, omitiendo decirle que era un señor de 41 años con el que me iba a acostar y solo le comenté que era un amigo. Mi mamá cedió y esa noche dormí en la misma cama que mi profesor, sin volver a encender la llama de la pasión, pero había un pretexto de por medio para vernos de nuevo el próximo fin de semana, es decir, mi tarea.

Volvió el lunes y me presenté a trabajar, pensando en qué carrera estudiar, como me indicó Lorenzo. En un momento del día, el jefe me llamó a su oficina.

Entré, él cerró la puerta y tomamos asiento uno frente al otro.

—Quiero que me expliques esto.

El jefe volteó el monitor de su computadora para que yo pudiera ver un video, en el cual, se mostraba lo que hice el viernes a solas en su oficina. Me sentí muy apenada.

—Sabes que tu empleo está en riesgo por esto, ¿verdad?

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