¡Qué difícil era conseguir un novio que cumpliera con mis expectativas! ¿Cuáles? Bueno, la única condición que establecía era que fuera un pervertido y estuviera dispuesto a hacerme suya salvajemente.
Parecía la chica promedio de redes sociales que publica cosas como: "nadie me quiere", "quisiera tener un novio pero nadie quiere conmigo", "ya estuvo que nunca me casaré" y detrás de ella tiene una larga fila de pretendientes. ¿Por qué somos así? Se preguntan muchos. En mi caso, eran demasiados hombres los que se me insinuaban, pero los descartaba por el hecho de no conocerlos. ¿Por qué no animarme a conocerlos? La forma en que me hacían la plática era aburrida, ridícula, o simplemente no me atraían. Espero haber aclarado sus dudas existenciales.
Por otra parte, los que conocía eran muy buenos amigos y solo eso. No los veía como futuros novios y menos como pareja sexual, pero esa noción llegaría a su fin.
Durante cuatro meses después de mi primera vez, mi mente se llenaba de los posibles escenarios que se hubieran suscitado si aquella ocasión mi exnovio hubiera continuado con mi desfloración. Me pregunté: "si él sabía que era mi primera vez ¿por qué se decepcionó por no durar mucho?", lo hubiera tomado como algo normal debido a que era inexperta. Mi teoría es que él ya había tenido una experiencia en la que una chica lo avergonzó por ese tema. En fin, mi punto es que las ganas de coger me carcomían.
Días antes de mi cumpleaños 19 tuve una fiesta adelantada. A dos horas de comenzar, mis familiares seguían con los preparativos y se concentraban en el patio, mientras que yo, luego de ayudarle a mi mamá con la limpieza, permanecí en mi recámara. Previamente había realizado las invitaciones, pero especialmente a Alfonso, mi mejor amigo en ese entonces, lo invité más temprano. Él llegó, lo recibí, lo presenté a mi familia y desaparecimos de sus vistas.
Nos encontrábamos en mi habitación, cerré la puerta y las cortinas y empujé a Alfonso hacia la cama. Apresuradamente, desabroché su cinturón y bajé su pantalón. Dejé su apretado bóxer para masajearlo hasta observar un bulto. Él me preguntaba una y otra vez: "¿qué estás haciendo, Lorena?". Me sentí como una violadora, haciéndole cosas sin consentimiento, pero él nunca me negó ninguna acción, así que todo fue permitido.
Apenas con la yema de mis dedos acariciaba su pene por encima de su bóxer y logré levantarlo. De inmediato, lo expuse al aire, le planté besos suaves, lo recorrí con mi lengua y lo metí poco a poco a mi boca. Era el primer oral que practicaba en mi vida. Él solo hacía ruidos como “¡Ah! ¡Uf! ¡Tss!” y yo me sentía toda una sabionda mamándosela.
Traté de apurarme por si mi familia se preguntaba por mí y fueran a buscarme, entonces bajé mi pantalón y mis pantis para sentarme en su verga, pero en cuanto escuché que alguien golpeó la puerta volví a vestirme, le pedí a Alfonso que se vistiera y abrí la puerta, se trataba de mi tío Marco, quien dijo estarme buscando porque mi madre me necesitaba. Ya no pude retomar el encuentro erótico con mi mejor amigo, pues él prefirió retirarse y luego de eso no me volvió a dirigir la palabra nunca en la vida. De lo que se perdió por apenado.
Tiempo después, en ese mismo año, un joven de grados inferiores, llamado Jaime, de 18 años, me acosaba. Empezó buscándome a cualquier hora en el colegio para quedarse mirándome, luego me lanzaba piropos y de últimas me seguía a la salida hasta mi casa. Yo me sentía harta de ese muchacho precoz, pero, ¡adivinen! Yo tenía ganas de coger.
Uno de esos días sabía que mis padres no se encontrarían en casa, así que aproveché la situación. Jaime me acompañó como siempre hasta la puerta de mi casa, lo invité a pasar hasta mi habitación y ahí le di clases de sexo. Me desnudé sensualmente frente a él, le indiqué que tocara mis pechos, que los apachurrara, que metiera un dedo en mi vagina y que masajeara mi clítoris, ese recóndito lugar que pocos hombres conocen.
De pronto, él empezó a excitarse y quería quitarse el pantalón, pero lo detuve y lo hice por él, solo lo bajé hasta sus rodillas con todo y bóxer para empezar a chupar su pene que parecía un chupón, chiquito, delgadito pero cabezón. En esta ocasión, no me tarde en mamársela y procedí a sentarme e introducirla. Me di sentones duros que lo hacían gemir y decirme cosas guarras, pero a mí no me hacía gemir, sino que me daba cosquillas.
Luego de diez minutos se vino dentro de mí y me quité y agaché para lamer su pizarrín, pero me pidió que me colocara en cuatro. Se lo concedí y no tardó ni tres minutos en esa posición para correrse de nuevo en mi panocha. Se sentía exhausto y ya no quiso más que seguir jugando con mis tetas. Tan pronto que acabamos, lo acompañé a la calle y en el camino me prometió que sería el mejor padre del mundo y que cuidaría al hijo que tendríamos. Ni loca iba a permitir embarazarme de él y al siguiente día tomé las medidas necesarias. Después de esa ocasión lo evité e ignoré hasta que se cansó de insistir.
Los siguientes dos años me resigné. No tenía pareja ni quería tenerla, me sentía satisfecha conmigo misma, solo con mis revistas eróticas, mis dedos, uno que otro objeto como zanahorias o pepinos y mi creativa imaginación.
Fue entonces cuando conocí a un chico guapo, popular y siempre limpio, luego de que reprobó un semestre y tuvo que recursarlo, quedando en el mismo grupo que yo, su nombre era Alfredo y era un año mayor que yo. Sin duda, llamaba la atención de muchas chicas y llegó a tener una novia de entre las compañeras del salón. Aun así, no quise dejar pasar la oportunidad y comencé a hablarle, pero por Facebook. Todas las noches le enviaba un saludo, él lo respondía y hasta ahí se quedaba cada conversación.
De esa manera, cada día que íbamos a la escuela me miraba, causando los celos de su novia. Esa forma de provocar intriga tuvo sus frutos semanas después: Él rompió la tradición y empezó a mandarme emojis de besos que yo contestaba emocionada, pero manteniendo la calma al mismo tiempo. Siempre le negué acercarse a mí en la escuela para que no hubiera sospecha de nada y él acataba de forma madura mi recomendación. Poco a poco, nuestras charlas virtuales se volvían muy íntimas hasta que una noche le di fecha y hora para coger en mi casa.
Todo fue premeditado. Mis padres no estaban y yo fui la primera en llegar a casa. Alfredo, luego de acompañar a su novia a su casa, llegó a la mía. Le abrí la puerta, lo quise llevar a mi recámara, pero él vio cómoda mi sala. Los besos intensos pronto llevaron a que él me acostara en el sofá y se apresurara a bajarme el pantalón. No creí que lo fuera a hacer, pero se atrevió. Antes de que yo tomara la batuta, él me desnudó totalmente de abajo y comenzó a hacerme un oral lamiendo mis labios vaginales y después lengüeteando mi coño por dentro. Era el primer oral que recibía en mi vida. Lo hizo muy bien y no digo maravilloso o espectacular, porque olvidó el clítoris.
Minutos después se quitó el cinturón, bajó su pantalón y me acosté de lado para que pusiera su verga en mi boca. En esa posición él apoyaba sus manos en mi cabeza para introducir su pija hasta el fondo de mi boca, fue rico que tuviera esa mentalidad y esa herramienta no tan larga, pero sí gruesita.
Después, él se colocó atrás de mí teniéndome acostada de lado y con la vista en mi trasero metió rápido su polla en mi concha. No dudó en pisar el acelerador de inmediato, follándome rápido y duro. Me encantó que tuviera iniciativa y creatividad, pues luego de hacerlo en esa posición me manipuló a su manera: me tuvo acostada boca abajo, abierta de piernas y finalmente de perrito, todo sobre la comodidad del sofá. La mezcla de sus embestidas y el frotamiento de mi clítoris con mi mano me llevaron al primer orgasmo de mi vida durante el sexo.
Ya habían pasado cuarenta minutos y él no se venía, pero seguía dándome fuerte. Entonces, él tomó mi cabello y lo jalaba mientras me cogía, cosa que me fascinó y me hizo gemir demasiado.
– ¡Mmm! ¡Qué rico me das, Alfredo! ¡Sigue! ¡No pares!
Lamentablemente, justo cuando Alfredo avisaba con correrse, se abrió la puerta. Eran mis padres. Mi papá se alteró mucho, comenzó a gritarme: "¡eres una zorra! ¡Una puta! ¡No te quiero en mi casa! ¡Lárgate con este cabrón!". Alfredo y yo nos separamos, él eyaculó pero del miedo y ambos nos vestimos de prisa. Mi mamá lloraba, no por la decepción, sino por la actitud enfurecida de mi padre, quien para apurarnos, amenazó con mostrarnos su pistola. Quise tomar mis cosas, mi mochila o mi bolso, pero ni eso me permitió mi padre y remató pidiéndome que no volviera nunca.
No tenía a dónde ir. Alfredo se disculpó de algo que no tenía culpa, pues no podía ofrecerme su casa para pasar la noche y lo entendí. Contacté con mi celular a mis amigos (no tenía amigas), pero ninguno podía recibirme. Esa noche iba a dormir en la calle, pero alguien lo impidió.