Caminaba naturalmente por la vía pública, a más de diez calles de distancia de mi casa. Extrañamente, no había mucha gente como era costumbre, pero no le di importancia. Por mi mente solo pasaba el apuesto profesor Lorenzo que me dejó con ganas de garchar.
Mi mirada estaba al frente todo el tiempo, cuando de pronto, alguien me sujetó del abdomen con un brazo, me tapó la boca con su otra mano y me jaló hacia la puerta trasera de un auto. Su fuerza era mucha que no podía hacer nada para zafarme. Como cualquier objeto que se avienta, me lanzó al asiento trasero, tomó cinta para atarme de las muñecas, de las piernas y también me puso en la boca, se pasó hacia el volante y arrancó. No pude verle la cara porque traía pasamontañas.
Estaba asustada y hacía el intento de gritar, pero no podía con la cinta en mi boca. Minutos después, ingresamos a un lugar oscuro, apagó el carro y se pasó al asiento trasero conmigo.
—Ahora sí, primor —dijo como nervioso—. Prepárate para saber lo que se siente ser mujer.
El sujeto me empinó, puso sus rodillas sobre mis chamorros lastimándome, subió mi falda y me quitó el cachetero que traía puesto. Yo estaba temblando de miedo, pero sabiendo de antemano lo que me iba a hacer comencé a calmarme. «Tranquila, solo quiere sexo, no te va a matar» pensaba para dejar de gritar tras la mordaza, controlar mi respiración y evitar entrar en caos emocional.
Como era de esperarse, sentí su pene tocar mis nalgas e instintivamente moví mi trasero hacia atrás, como queriendo tenerlo dentro. «¡Si lo vas a hacer hazlo ya!» pensaba luego de tanto vacilar de su parte, pero él no procedía. De repente, haló mi cabello tan fuerte que me hizo encorvarme y me propinó un duro golpe en la cara.
—¡¿Por qué dejaste de gritar?! —exclamó furioso.
Su siguiente acción fue meterme uno de sus dedos en mi concha y lo agitaba muy rápido. A petición de él, comencé a gritar amordazada como si lo que me hiciera fuera contra mi voluntad, pero para ese momento, en mi mente ya lo estaba sobrellevando para no generar un gran trauma, no tanto por la penetración sino por el golpe que me dio, que tiempo antes ya había experimentado esa clase de masoquismo con Adrián. Habiendo identificado el tipo de persona que era, lo único que tenía que hacer era fingir ser violada y soportar el tiempo que durara.
Entonces comencé a hacer como que gritaba y el sujeto dio inicio a la penetración de manera brusca, rápida e intensa. No sentía nada mal su verga, así que mis gemidos fueron en gran parte naturales, así como mis gritos con cada dura embestida y las fuertes nalgadas que me propinaba.
De pronto se detuvo y vi que en medio de la oscuridad se dejó ver una luz brillante.
—¡Ah! ¡Qué rica estás, putita! ¡Vas para mi colección!
Deduje que la luz era de su cámara y estaba por tomarme fotos o filmarme, pues continuó cogiéndome intensamente.
Minutos después, hizo intentos por penetrarme analmente, cosa que me dolió muchísimo porque no lo sabía hacer y por consecuencia, me hizo gritar demasiado y llorar, razón por la que se excitó mucho y me decía cosas guarras. Luego de lastimarme bastante consiguió meterla toda en mi culo y siguió cogiéndome violentamente.
Un rato después, con su fuerza me volteó para tenerme boca arriba y puso mis pies en uno de sus hombros para seguir penetrándome por el ano, mientras que con su mano desocupada me grababa con su celular.
—Si supieras lo fascinante que te ves así, amor. Tu pose, tus gestos y cómo te hace retorcerte mi verga. Todas se merecen este trato, eres afortunada.
Fui agudizando cada vez más mis gritos, porque empecé a sentir rico, aunque no quería dar a entender eso, pero logré que el tipo se sintiera muy excitado y se corriera en mi culo.
Repentinamente, tomó más cinta y me puso en los ojos. Instantes después, el automóvil se puso en movimiento, por lo que empleé fuerza para sentarme y me asusté, ahora sí creía que me quitaría la vida. Sin embargo, minutos después habló.
—Te quitaré la cinta de la boca, pero cuidado con que grites porque te mato.
De pronto, jaló fuerte de la cinta que tenía en la boca y me la arrancó, provocándome dolor.
—Oye, en verdad, perdóname —expresó como queriendo llorar—. Yo sé que no está bien lo que hice. Es que estaba harto de no coger.
—No te preocupes —dije tranquilamente, pero seria—. Aunque creo que era más fácil decirme, "oye, quiero coger, ¿te animas?"
—No hubieras aceptado. No me conoces y si pudieras ver mi cara tras este pasamontañas huirías de mí.
—Hay días que estás de suerte, pero no lo sabrás si no lo pruebas.
—Nunca estoy de suerte. Todas me rechazan, incluso mi esposa no quiere acostarse conmigo.
Por fin, llegó el momento en que podía expresar lo que tanto pensé desde que me sometió.
—Me refiero a que hoy pude haber sido tu suerte. Soy una puta. Sinceramente, estuviste increíble, papi. La tienes muy bien, me calentaste delicioso y me rompiste el culo bien rico. Tu sometimiento me encantó.
Acabé de hablar y, de forma sorprendente, recibí un golpe muy fuerte en la sien que me hizo chocar con el vidrio de la puerta del auto y terminé acostada sobre el asiento trasero. El sujeto me gritó algo que no pude alcanzar a discernir en ese momento.
Cuando volví en mí, estaba boca abajo y sentí que la superficie sobre la que me encontraba era tierrosa. Aún seguía atada de manos y pies y con cinta en los ojos. Guardé la calma, aunque por dentro estaba muriéndome de miedo. Traté de recordar lo que pasó antes de despertar, pero solo logré dilucidar lo que me gritó el sujeto después de que me golpeó: "¡Así no me sirves, pendeja! ¡Quería que lo sufrieras! ¡Muérete puta asquerosa!"
Transcurrieron algunos minutos hasta que escuché pisadas. Luego oí como el sonido característico cuando se afila un cuchillo. Reaccioné alteradamente y al borde del llanto.
—¡Por favor, no me mates!
Sentí una mano que sujetó uno de mis antebrazos hasta que me retiró la cinta que ataba mis muñecas. Me giró para colocarme boca arriba, me quitó lentamente la cinta de los ojos y pude ver, gracias a la lámpara que traía, que se trataba de dos señores, sorprendidos de verme así. También pude ver a uno de mis lados que estaba como a la orilla de un lago, el cual reflejaba la luna y las estrellas. Ambos me cargaron y me subieron a una camioneta, preguntándome primero si estaba bien y yo respondí que sí.
—¿Qué le pasó, jovencita? —preguntó uno de ellos.
—Fui atacada por un sujeto. No me hagan nada malo, por favor. Ya estoy muy espantada.
—Tranquila —dijo el otro—. Queremos llevarte al ministerio público, ¿estás de acuerdo?
—Está bien. Muchas gracias.
Llegados al ministerio público, los muy amables señores me acompañaron a denunciar y ellos rindieron su testimonio, pero el agente del ministerio público, sin motivo alguno, ordenó aprehender a los señores. Por más que los defendí y argumenté que ellos me rescataron los llevaron a los separos, mientras que a mí me canalizaron con el médico, quien dio paso a una interrogación algo fastidiosa y tuve que resumirle todo para dejar de recibir esas preguntas sin tacto.
—Un sujetó me sometió, quiso violarme pero consentí y eso le molestó, por lo cual me golpeó, me dejó inconsciente y al despertar descubrí que me abandonó en la nada.
—¿Eso dónde sucedió?
—No sé exactamente. Estaba cerca de llegar a mi casa, por la carretera Querétaro-Tequisquiapan.
—¿Sí sabes que en este momento te encuentras en San Juan del Río?
Mi respuesta fue no. Se me olvidó preguntarle a los señores dónde me encontraba. Con razón no reconocía los parajes cuando me trasladaron en su carro. El médico salió del consultorio por unos momentos y regresó.
—¿Podría saber por qué detuvieron a los señores que me acompañan?
—Por inconsistencia en las declaraciones, pero salí a comentarle al agente del ministerio público lo que me acabas de señalar.
—¿Y los pondrán en libertad?
—No. Siguen siendo sospechosos.
—¡Pero ellos me rescataron!
—Con todo respeto, señorita, no sabes si fue uno de ellos el que te agredió porque comentas que traía pasamontañas. Es un modus operandi en el que se quieren hacer ver como buenas personas para que se les descarte como culpables.
—Pero la voz de ellos no corresponde con la del que me agredió.
—Se puede fingir la voz.
Harta de la situación, salí del consultorio y me dirigí al agente de ministerio público para retirar mi denuncia, si es que se podía hacer eso, pero me lo negó y me advirtió que si llegaba a decir que fue falso lo que declaré me meterían a prisión.
Ya era demasiado lo mal que la estaba pasando y no podía comunicarme con mis colegas abogados o con mi mamá porque mi celular no tenía batería. Pasaron unas horas para que me permitieran entrar a ver a los pobres señores que me ayudaron y estaban asustados. Les pedí perdón por no decirles que era de Tequisquiapan, pero ellos me explicaron otro motivo, susurrándome.
—Somos guatemaltecos, llevamos viviendo casi un año aquí en San Juan del Río pero somos indocumentados.
Entendí que el ministerio público tramaba un acto de corrupción y me comprometí con ellos a ayudarles a salir de esa situación con mis colegas del despacho.
Antes que nada, me dirigí al sanitario, donde me enteré que no traía ropa interior. Claro que me parecía familiar el lugar porque ya había estado ahí, el único detalle que se me estaba olvidando era Ricardo, el guardia del separo con el que cogí aquella vez que me encarcelaron. Y hablando del rey de Roma, el tipo abrió la puerta del baño donde estaba haciendo mis necesidades y se encerró conmigo.
—¡Regresaste a casa, putita! —habló en voz baja por el eco que se producía.
—¡Ahora no, cabrón! —respondí enfadada.
—¿Cómo que ahora no? Así como estás luce perfecto.
Ricardo me tomó de las piernas y me jaló de forma que mi trasero desnudo tocara su entrepierna y dejándome acostada sobre la taza del baño, mojándose mi cabello con el agua del retrete.
—Mira no más cómo te dejaron la cara —dijo mientras se bajaba la bragueta—. ¿Por qué no me invitaste a la sesión de sexo hardcore?
—¡Espera, espera! —alcé la voz, a lo cual me apretó el cuello con una de sus manos.
—¡Cállate! Estamos encerrados pero si gritas sí se escucha afuera. ¡¿Qué quieres?!
—Mira, vamos a coger, pero a cambio quiero que liberes a mis amigos que están en el separo.
—¿Los guatemaltecos? —preguntó riéndose—. Se necesita mucho más que solo coger contigo
—Entonces gritaré —dije enojada y decidida por lo ofensivo que resultó ser eso para mí.
—¡No! Está bien, tú ganas —dijo algo nervioso y, como queriendo que no se le escapara la oportunidad, me metió su pene en la concha y comenzó a cogerme con algo de prisa—. ¿Y qué haces aquí?
—Ay, ¿pues qué? ¿no ves? Me golpearon.
—Pensé que viniste por otra dosis de buen sexo con tu papi Ricardo, o sea yo. Te fuiste sin despedirte aquella vez.
Mis gemidos no eran fingidos, en realidad me estaba gustando cómo me daba, no duro pero sí aceleradamente.
—¡Ay, papi me estoy viniendo! ¡Ahhhh!
Estaba jadeando de lo pronto que me vino el orgasmo. Luego de eso, me pidió que me sentara en sus piernas dándole la espalda y así lo hice, introduciéndome su pija y comenzando a brincar, pero él me alzó la falda y notó algo raro.
—¿Por qué tienes sangre seca en la cola?
—Porque tuve sexo anal rudo.
—¿Con quién?
—¿Eso importa?
—Sí, me importa.
—Con un desconocido.
—Tienes un nivel de puta muy interesante. ¿Puedo probar metértela por el culo?
—Me duele todavía. Tú dices, porque puede que grite.
—Mejor otro día.
Mientras le seguía dando sentones sacó su teléfono de su bolsillo y me pidió que le dictara mi número de teléfono. Segundos después, me pidió que me arrodillara y se masturbó en mi cara para correrse en mi boca, tragándome toda su rica leche.
Después, me dio la indicación de que no saliera del baño hasta que viniera por mí, así que tuve que esperar dos horas. Cuando volvió, me tomó del brazo, me llevó hacia los separos y me condujo junto con los señores guatemaltecos por una puerta que daba hacia el exterior.
—¡Vámonos, vámonos! —me apresuraban para correr, pero yo no corría tan rápido como ellos, por lo que uno de ellos me tuvo que cargar y así nos escapamos.
Los muy amables señores me llevaron a su casa caminando, me dieron de comer y luego me hicieron el enorme favor de llevarme en el auto de uno de ellos hasta mi casa. Uno de ellos me pidió mi número de teléfono para estar al pendiente de mi estado de salud y lo agradecí mucho.
Llegando a casa, mi mamá me recibió demasiado preocupada y asustada de ver mi rostro maltratado, me atendió y, omitiendo lo del ministerio público, le conté lo que me pasó desde que fui violada (solo con ella manejé la información así para que le fuera creíble todo lo que pasé), además de golpeada y abandonada en la nada, pero que fui hallada y devuelta a casa.
Mi mamá se alegró conmigo de tenerme a salvo en casa, pero me dio una noticia que, hasta ese punto, no sabía si era buena o mala.
—Hija, ayer me reconcilié con tu papá. Mañana se viene a vivir con nosotros.