Siempre hay una primera vez, reza el refrán popular, y eso fue lo que nos pasó cuando nos propusimos, en pareja, hacer realidad nuestras fantasías sexuales.
Principalmente las de ella, quien deseaba tener la oportunidad de hacer el amor con un extraño. Yo consideraba que merecía tener la posibilidad de experimentar sus más recónditos deseos, algo que el hombre puede alcanzar con mayor facilidad. Al menos eso era lo que yo creía en ese momento…
Vivíamos en otro país y para el efecto yo me había propuesto buscar un posible candidato, recurriendo a los medios que encontrara a mi alcance desde donde estuviera ubicado. De ese modo, a través del Internet, encontré varias páginas donde se publicaban anuncios de todo tipo, buscando hombres, mujeres, parejas… En fin, todo. En una de ellas y tal vez de casualidad ví un anunció, que me llamó la atención y que creí recién se había publicado, suponiendo que su autor aún debería estar en línea.
Se trataba de un muchacho aparentemente joven, que manifestaba que su fantasía era hacer el amor con una señora casada mientras su marido, en este caso yo, les observaba. Y para contacto daba un correo electrónico, que aún hoy conserva. Me aceleré a escribirle, creyendo que de pronto me iba a contestar de inmediato. Y así fue. En los mensajes que cursamos le di a entender el propósito de realizar este contacto y que mi esposa estaba ignorante del asunto. En consecuencia le manifesté mi intención de que tomará contacto con ella y que le fuera conversando sobre esa posibilidad, preparando el terreno para un futuro, pues nosotros estábamos lejos y él en nuestro país de origen.
Y así sucedió. Yo conversé con mi esposa y le comenté que la iba a contactar con una persona que había encontrado en el Internet y que quería hacer el amor con una casada mientras su marido les observaba. En principio se mostró muy indiferente; me pareció que aquello, aunque lo habíamos conversado antes, no cautivaba su interés, así que le dije que por lo menos conversara con aquella persona, si entraba al Chat, ya que no había obligación o compromiso alguno para concretar nada en particular si realmente no se quería. Todo lo que se dijera a través del Chat quedaba en el aire mientras no hubiera un acercamiento real.
Al parecer el asunto si era de su interés, pues al poco tiempo me enteré que él la había llamado al lugar donde nos encontrábamos. Y que ya habían conversado varias veces, lo cual lo había mantenido bien calladito y en reserva. A ella le cuesta trabajo tratar su vida privada con los demás y eso también incluye al marido. No se trata de falta de confianza sino que es su modo de ser.
Recién llegados a nuestro país, al final de nuestro viaje, ella se comunicó telefónicamente con él, algo que le tomó por sorpresa pues siempre pensó que aquello no iba a pasar de ahí. Lógicamente su interés se avivó y procuró que las cosas se dieran tal como él se las había imaginado en sus más detalladas fantasías. Y, por parte de mi esposa, su interés resultaba incomprensible, porque ella siempre se había manifestado ajena siquiera a la posibilidad de que tales cosas se dieran en su vida. Al menos eso era lo que expresaba abiertamente y no podía saber yo realmente qué pasaba en su interior…
Traté de racionalizar los hechos, para entender realmente el origen repentino de su interés, pues ¿a quién no le ha pasado alguna vez que una persona desconocida, que nunca había visto antes, quizá alejada de nuestros cánones de belleza y exigencia social, de pronto nos inquieta de manera especial con sólo verla? ¿Qué ocurre allí?: Química. ¿Qué nos sugiere su presencia?: Sexo puro, crudo, directo y sin anestesia, atracción animal y emoción condensada.
Las mujeres "cultas", como mi esposa, lo llaman inquietud. "Me siento inquieta por conocer a aquel muchacho", lo que quiere decir en otra jerga: "Ese muchacho despierta en mí una calentura incontrolable". Y conocedor de esto la apoyé en su proyecto de conocer a aquella persona, no sin sorprenderme que fuera tan acuciosa en concretar el encuentro, lo cual hizo con perseverancia.
De manera que, pasados tan solo unos días de haber llegado a nuestro país, ella me informó sobre la posibilidad de reunirnos con aquel muchacho. Y en ese sentido, aquel dispuso el lugar y la hora.
Un día sábado, en la noche, fuimos citados a un bar central, bastante concurrido y nada privado, si es que se trataba de concretar de primera mano un encuentro sexual. Llegamos allí muy puntuales, nos acomodamos, y nos dispusimos a esperar. El tiempo pasaba y su retraso nos daba la impresión de que no iba a cumplir con la cita. Pero, pasados más de 45 minutos, aquel muchacho apareció. Se trataba de un hombre joven, de raza negra, moderadamente alto, acuerpado y de buena presencia.
El hecho de saber que ella era una mujer mayor despertaba en él una tremenda calentura, pues se trataba de una experiencia nueva y no pensaba desaprovecharla. El la conocía por fotografías, algunas en poses provocativas y ligera de ropas, que habíamos hecho en nuestros ratos de ocio y para entretenernos. Así que él ya la imaginaba totalmente desnuda, con sus senos grandes y jugosos, su sexo caliente, llamándole y pidiendo a gritos que la tomara. Él quería tenerla en diferentes poses y darle una buena mamada a esa concha grande y húmeda, que para el momento de seguro ya se encontraba así.
Recién llegó, mi esposa sintió subir su calentura, que ya de hecho estaba muy elevada en su ansiedad de que apareciera, pues aquel moreno le pareció mejor en persona que en fotografía y confirmó que sí se trataba del tipo de hombre que le atraía, que le despertaba sin recato sus más íntimos deseos y que aquello no había sido equivocación. A ella le gustó su contextura, le gustó su cara, le gustó sus manos grandes. Y todo ese conjunto, más las imágenes que quizá había generado en su mente, propició que considerara la posibilidad de llegar a algo más y que su fantasía se concretara en una verdadera realidad.
Nos presentamos y empezamos a conversar. Bien pronto aquel cautivó la atención de mi esposa, quedando yo como un espectador silencioso de aquel episodio. Él se impresionó al tenerla frente a frente, porque no esperó que ella entrara en confianza tan rápidamente y sintió que ella respondió casi de inmediato a sus caricias y que las cosas marchaban bien, pues su mirada, mezcla de aceptación hacia él, deseo y lujuria, lo decía todo y así se lo confirmaba la forma en que ella se comportaba.
Él le tomó sus manos mientras conversaban y, disimuladamente, también le acariciaba sus muslos. Ella, aún en contra de sus esquemas de formación, sintió que aquel roce con las manos del muchacho acrecentaba su excitación y esa ansiedad de aproximarse a él. Imagino que rápidamente se humedeció su sexo, algo que indica su excitación. Esos instantes perduraron por varios minutos, en los que hablaron de yo no sé qué cosas, porque la intensidad de la música no me dejaba escuchar, pero lo cierto es que se notaba compenetración y me hacía sentir que sobraba mi presencia.
Sin embargo fui yo quien rompió la inercia y pasividad de aquel momento, invitándoles a que salieran a bailar, ya que es algo que le gusta mucho a mi esposa. El, inicialmente, no se mostraba animado con la proposición, tal vez porque en su cabeza solo tenía fija en su mente la idea de poseer a aquella mujer y el hecho de salir a bailar posponía indefinidamente ese propósito. Y ella, ante la idea de salir a bailar, se mostraba encantada. Finalmente lo hicieron y se dirigieron hacia la pista de baile, quedándome yo a la espera de su regreso.
El ritmo de la música era bastante sensual, propio de aquellos lugares, por lo cual el muchacho no desaprovechó el momento y empezó inicialmente a besarle las mejillas mientras pasaba sus manos, grandes y firmes, por su espalda; cuando llegaba a sus glúteos le daba un suave apretón, a lo que ella respondía con un abrazo más fuerte hacia él, de manera que este acercaba aún con más firmeza su cuerpo al de ella, proponiéndose que sintiera su miembro, grande y duro. Esas caricias propiciaron que se decidiera a besarla en la boca. Ella, como transportada, sin darse cuenta, extasiada con el roces de aquel cuerpo, lo aceptaba. Además sentía que aquel besaba de una manera especial, por lo cual su ansiedad de aproximación y entrega desenfrenada se acrecentó. Y aquel, en ese momento, sintió que de verdad aquella hembra estaba realmente caliente.
La música continuaba y ellos, fundidos en un estrecho abrazo, pareciera que estuvieran haciendo el amor allí mismo, en el centro de la pista, indiferentes a todo lo que pasaba a su alrededor. Las caricias continuaron y él empezó a decirle al oído lo mucho que le encantaba acariciar sus nalgas, apretarlas y sentir lo caliente que eran sus besos. El sintió que aquella mujer besaba muy rico y sus besos, cálidos y húmedos, le confirmaban lo mucho que ella lo estaba deseando.
Ella, por su parte, ya se sentía en confianza y sin escrúpulo ni recato, también respondía a sus caricias de manera especial. Suavemente deslizaba sus manos, de manera circular e intensa, por el tórax y los brazos de aquel moreno, bajando pausadamente sus caricias por el abdomen hasta llegar a su pene. Ella sentía mayor excitación al ver que aquel muchacho estaba siendo presa de sus esfuerzos y eso la calentaba aún más, sintiendo que realmente estaba disfrutando el momento. Y en esas circunstancias, su elevada excitación hacía prever lo inevitable. Y él, por su parte, sentía que ella concentraba las caricias en su pene, acercándolo sutilmente hacia su concha, lo cual le tenía muy excitado, le hacía apretar los labios y le compensaba a ella aquello con un beso largo y húmedo.
Y en ese intercambio duraron bastante tiempo, creo que horas; El muchacho sentía que ella se abría cada vez más hacia él, como si se conocieran desde mucho tiempo atrás, pues ella se sentía con mayor confianza y acercaba repetidamente su cuerpo al de él. El veía en sus ojos una mirada muy profunda, de deseo y lujuria. Y para él era evidente que, a esa altura de la noche, mi esposa ya estaba a punto de explotar, al igual que él, y creía que ambos estaban pensando en no posponer más ese momento y que debían buscar un sitio más privado. Dejaron la pista de baile y regresaron a la mesa, pero ninguno de los dos se atrevía a decirlo e hizo que el ambiente estuviera caracterizado por un silencio total.
Nuevamente tuve yo que solventar el silencio del momento y promover en ellos la idea de culminar lo que se había empezado. Aquel moreno, sin palabras ante mí, mostraba regocijo por ver que yo tomará parte a favor de sus anhelos. Mi esposa, por otra parte, se mostraba pensativa y silenciosa, así que le pregunté si realmente era su deseo hacer el amor con aquel hombre y que, si ese era su deseo, contara con mi apoyo. Al fin y al cabo para eso habíamos ido allí… Su respuesta afirmativa no tardó mucho. Ella solo estaba esperando la oportunidad para hacer evidente su decisión y yo se la había proporcionado. De modo que le dijimos a aquel, si conocía algún sitio donde poder terminar lo empezado. Y, lógicamente, él lo sabía.
Salimos de aquel lugar y abordamos un taxi, que nos llevó directamente a un motel situado bastante cerca del lugar donde nos encontrábamos. El trayecto fue silencioso y creo que todos manejábamos expectativas diferentes. Yo me mantenía atento pues aquello era nuevo y, no niego, tenía cierta ansiedad de ver como se comportaba mi esposa en aquella situación, aunque ya estaba sorprendido con lo que había visto hasta el momento, porque ella normalmente, incluso conmigo, no es así; El muchacho aquel presentaba una serie de sensaciones raras, emoción, susto y ansiedad, pero aquello le encantaba y estaba animado a seguir adelante; Y ella, tenía una sensación de excitación y las ganas manifiestas de tener sexo con aquel hombre. Y con licencia para fornicar de mi parte, todo estaba servido.
Llegamos al motel, entramos y nos dirigimos hacia una habitación, no sin antes percatarnos de la extrañeza que causó el que entráramos tres personas, dos hombres y una mujer, al mismo aposento. Y no faltó una que otra expresión burlona sobre eso. Yo alcancé a molestarme, pero ya todo estaba dispuesto y seguimos adelante.
No más entrar ahí, ellos dos se situaron uno frente a otro, a un lado de la cama, mientras yo me situé a un lado de la habitación, cerca a una ventana. Desde allí podía ver todo sin interferir con ellos. Mi esposa, la verdad, no sabía qué hacer, así que el muchacho la tomó por la cadera, la atrajo hacia si y empezó a besarla, quizá como ya lo había hecho durante mucho tiempo en la discoteca. Y ella, impasible, sin hacer nada, continuaba entregada al momento y dejaba que el tiempo pasara. El muchacho, entonces, la empujó hacia atrás, hacia la cama, haciendo que ella se sentara. Su cara quedó en frente del sexo de aquel y tal vez espero a que ella tomara el control, le desabrochara la bragueta, expusiera su sexo y lo besara.
Pero ella no tenía eso en mente, o su expectativa iba más allá, así que no hizo lo que él esperaba. Entonces él continuó besándola y empezó a desnudarla, algo que le resultó algo complicado porque ella llevaba un conjunto enterizo. Ella, entendiendo su intención, empezó a bajar sus cremalleras y quitarse la ropa. El, a su vez, hizo lo mismo. Se quitó la chaqueta de cuero y un buzo de cuello tortuga, dejando desnudo su pecho. Nuevamente volvió a acercarse a ella para besarla. Ella aprovechó para acariciar esa piel desnuda, besar su pecho yendo de un lado a otro, sentir sus brazos y dejarse llevar por la excitación.
Él quería algo más, pero parecía que ella estaba conforme con lo que estaba sucediendo. Entonces el muchacho apuró las cosas, acabando de desnudar a mi mujer. Inicialmente su torso, pudiendo ver por primera vez esos senos, que aún hoy dice es su obsesión. Se los acarició varias veces, con movimientos circulatorios de sus manos, mientras la continuaba besando. Ella estaba súper excitada… Luego, como anticipándose a sus deseos, él se dispuso a soltarle la cremallera de su pantalón, pero no pudo hacerlo. Ella, entonces, lo hizo más fácil e hizo todo aquello rápidamente, quedando completamente desnuda frente a él.
El, a su vez, prontamente se despojó de su pantalón, zapatos, medias y todo lo que le incomodaba. Ahora estaban ambos desnudos, uno frente al otro. El continuó besándola, acariciando sus pechos, apretando sus nalgas y llevándola hacia si. Yo podía ver su miembro, grande y duro, erecto y palpitante, como si quisiera salirse de la misma piel. Y ya para entonces mi esposa también lo había visto y sentido, creo yo, y acariciaba su tallo de arriba abajo, de manera delicada y suave. El la empujó hacia atrás, recostándola en la cama. Continuaron besándose y acariciándose, pero parecía que no querían otra cosa diferente a terminar aquello de una vez…
El muchacho recostó a mi esposa, abrió su piernas, colocó su miembro frente a su concha y me miró, como pidiendo permiso. Yo me apresuré a darle un condón, pues hasta ese momento ni ella ni él habían hecho reparos a ese pequeño detalle. Incluso ayudé a ponérselo, algo que creo que él quería desde el principio y era parte de su fantasía. Mientras tanto mi esposa ni siquiera articulaba palabra. Se limitaba a contemplar a aquel muchacho y desear que la tomara de una vez por todas, cosa que finalmente sucedió.
El la penetró lentamente, empezó a empujar rítmicamente, pero de modo suave, y siguió besándola, acariciando sus pechos y su espalda. Ella, presa de excitación, también empujaba sus caderas hacia él, de manera que yo veía como sus cuerpos armonizaban rítmicamente yendo de un lado a otro. El continuó sus embates, pero empezó a asumir diferentes posiciones. Irguió su torso, dejándola a ella acostada, y siguió empujando mientras sus manos masajeaban sus pechos. Era evidente el grado de excitación de ella, pues pude ver sus pezones totalmente rígidos y erguidos. Su rostro sonrojado y su mirada totalmente extasiada en el momento que experimentaba…
Después de eso él la tomó de sus brazos e hizo que ella levantara su torso. Ahora estaban casi sentados, pero continuaban empujando, haciendo eterno ese momento. Creo que él no quería forzar las cosas y dejaba que el tiempo pasara, tratando de aguantar lo mayor posible su embestida. Poco después él se dejó caer de espaldas y permitió que ella se le colocara encima. Ahora era ella era quien asumía el control y yo podía ver como empujaba y empujaba a placer y conveniencia mientras aquel muchacho, impávido, continuaba acariciando su torso desnudo, sus pechos, sus piernas, sus muslos. En fin, todo su cuerpo.
A una insinuación de él ella invirtió su posición, quedando sentada sobre su pene de espaldas a su rostro. Ella seguía empujando y creo que estaba encantada teniendo y sintiendo ese miembro adentro. En esa posición alcanzó su máxima cota de placer y llegó al orgasmo, porque no se sintió abordada por aquel y mantenía el control sobre su cuerpo y sensaciones. No hubo gemidos, ni gritos, solo vi como cerraba sus ojos y apretaba sus labios, haciendo sobresalir el mentón, signo inequívoco que estaba sintiendo una intensa emoción. Creo que él no se percató de ello y mientras tanto le acariciaba sus nalgas y se mostraba extasiado de ver como su pene entraba una y otra vez, al ritmo de ella, dentro de su concha. Eso lo tenía extasiado…
Así se quedaron un rato hasta que él decidió volver al principio, y recostándola sobre la cama nuevamente la penetró de frente, aumentando la frecuencia de sus embestidas. Era evidente para mí, que también él había llegado a su grado máximo de excitación y quería satisfacer su necesidad de eyacular. Y eso sucedió bastante rápido. Después de aquello se quedaron abrazados un rato. No se articularon palabras. Simplemente, como quien da por terminada una función, fueron incorporándose y, sin decirse nada, cada cual se fue hacia sus ropas para comenzar a vestirse nuevamente. Ya no hubo más besos ni caricias, ni halagos ni nada. El hecho, la fantasía, ya se había consumado.
Rompí el silencio y le pregunté al muchacho si había quedado conforme con la pareja, respondiéndome afirmativamente. A ella no le pregunté porque su actitud de plenitud y satisfacción era evidente. Su fantasía se había hecho realidad. Aquel le dirigió a ella algunas palabras y me dijo que deseaba que la experiencia, siempre y cuando estuviéramos de acuerdo, tuviera continuidad, algo que en ese momento ni siquiera habíamos pensado pero que, después, como ya sabrán ustedes, se volvió una costumbre. Pero eso se relatará en otra ocasión.
Creo que la intrusión de aquel muchacho en la vida de mi esposa resultó inevitable e irrevocable. Se manifestó como una revelación casi mística donde ella quiso ser uno, siendo dos. La presencia de aquel moreno, su olor, textura de la piel, formas, tamaño, andar, meneo, quietud, voz, en fin, la configuración de un conjunto sensorial dinámico la confundió y aprisionó.
En su propósito de encontrar el más profundo placer, su atención se concentró en todo lo armónico que le otorgó significado a su presente, todo de la cintura para abajo. Y no puedo desconocer que una de las causas principales de infidelidad, al menos en nosotros los hombres, es el encuentro afrodisíaco con una persona que se percibe imaginaria y hace realidad la fantasía. Y ella tuvo la oportunidad de experimentar esa situación donde no es uno quien decide sino los huesos, la piel, el sexo y su olfato.