Después de las clases… mis mejores amigas me invitaron a celebrar, junto a ellas, el próximo cumpleaños de nuestra compañera de la universidad: Nicole. Ella cumpliría 20 años.
Nicole y yo no éramos muy cercanas, mas sin embargo me agradaba.
Sería en una cabaña alejada del pueblo donde se llevaría a cabo.
Yo, sin dudar, acepté.
Mis amigas se emocionaron más.
– ¡Genial! Lo bueno empezará a las 10… Las veo 9:20 en mi casa para que vayamos en la camioneta de mi papá. Él nos llevará. -nos indicó Amelia.
El padre de mi amiga siempre había sido muy amable y muy dispuesto.
Yo sospechaba que tal vez se sentía atraído por una de nosotras… pero esa es otra historia.
– ¡Súper, sí! -dijo Jennifer.
– ¡Va! ¿Estás dentro Charlotte? -me preguntó Amelia.
– ¡Sí! Solo pediré permiso y les digo. -les prometí.
Se dibujó una gran sonrisa en sus rostros.
– Más te vale ir. -bromeó Jennifer.
Reí.
– No tendrían motivos para no dejarme ir. -aseguré.
– De acuerdo. ¡Tenemos que ir juntas, se va a poner bueno! -dijo Amelia.
Ella estaba muy entusiasmada.
– Pensé que no te llevabas muy bien con Nicole. -le recordó Jennifer a Amelia.
– Así era. Pero ya nos llevamos mejor. Además… ¡Habrá una sorpresa! -anunció Amelia.
– ¿Qué sorpresa? -pregunté con curiosidad.
– No puedo revelártelo pero… ¡te va a encantar!
Amelia me dejó con más deseo de saber.
Viernes, 7:40 PM
Llegó el día esperado.
Yo casi estaba lista y me sobraba tiempo para hacer alguna otra cosa.
Decidí llamarle a Jennifer.
– ¿Hey?
– ¡Hey! ¿Todo bien?
– ¡Sí!, ya estoy lista. ¿Y tú?
– Aún no. Ya sabes… "Detalles finales". -bromeó.
– Claro. ¿Te digo algo?
– Sí, dime.
– Me quedé con la duda…
– ¿De qué?
– De cuál será la sorpresa que tanto nos ha presumido Amelia.
– ¡Ah!… Eso. -dijo riendo.
– ¿Qué crees que sea? -me sentía ansiosa.
– No lo sé, pero ella asegura que va a ser grandiosa.
– Sea lo que sea, ya quiero saber qué es. -dije impaciente.
Ella rio.
– Como sea… Te veré en un rato. Me seguiré arreglando.
– Va.
– Adiós, perra. -bromeó.
Me reí.
– Pendeja. -le contesté, siendo cómplice de nuestros juegos.
Colgué y acto seguido, bajé a ayudar a mi mamá con la cena.
Viernes, 9:25 PM
Luego de una larga espera… finalmente llegó Jennifer en un taxi.
Llevábamos ya veinte minutos en la camioneta.
– ¡Ya estoy aquí, perras! -anunció su propia llegada.
– ¡Bien, ahora sube al auto! -le pidió Amelia a Jennifer.
Pero en vez de eso, comenzó a caminar como modelo de una pasarela de belleza a propósito… hasta que llegó con nosotras.
– Eres una pinche diva, Jennifer. -exclamó Amelia.
– A mucha honra. -aceptó el comentario con orgullo.
– Ahora sí, nos vamos. -anunció el padre de Amelia.
Era un tipo serio pero agradable; maduro pero carismático. Me gustaba que le permitía a Amelia expresarse y ser ella misma cuando estaba con gente de confianza como nosotras.
– ¡Música! -gritamos con euforia Jennifer y yo al mismo tiempo.
Amelia, desde el asiento del copiloto, conectó su celular y puso música pop.
– ¡Amo esa canción! -exclamó Jennifer.
Viernes, 10:07 PM
Habíamos perdido algo de tiempo buscando la cabaña en el camino, pero finalmente llegamos a la indicada.
El padre de Amelia nos dejó en la entrada y nos recordó que volvería por nosotras a las 3 de la mañana. Luego, se fue.
– ¡Vamos a hacerlo, perras! -nos animó Jennifer.
– ¡Yeah! -nos animamos nosotras también.
El entorno estaba repleto de árboles y la cabaña aparentaba ser no muy grande, era de hecho del mismo tamaño de una casa.
Nuestros tacones sonaron sobre los escalones de piedra caliza.
Tocamos el timbre.
Aproveché unos segundos para verificar de reojo que las tres lucíamos divinas con nuestros vestidos cortos.
La puerta fue abierta y el sonido de la música en el interior se intensificó.
– ¡Hey, me alegro de verlas aquí. Pasen! -nos recibió Nicole.
Pasamos una tras otra y una vez dentro saludamos a las otras invitadas.
Había dos de ellas conversando sentadas en uno de los sillones y otras tres sirviéndose más alcohol en sus vasos.
La música era buena.
La cabaña era muy linda por dentro, casi todo era de madera y el enorme ventanal en el fondo dejaba apreciar una magnífica vista de las luces provenientes del pueblo a lo lejos.
– Con confianza, sírvanse lo que quieran. -nos dijo.
– ¿Y los chicos? -preguntó de pronto Jennifer, siendo que en la Uni Nicole se llevaba bien con hombres y mujeres por igual.
– ¿Ya estás pensando en los chicos? -bromeó Amelia.
Todas nos reímos.
– Ya vendrán. -le contestó Nicole tranquilamente.
A mí no me extrañaba, sabía que varios de sus amigos hombres eran impuntuales. Además, ellos solían llegar en grupo a todos lados.
– ¿Podemos dejar nuestros abrigos en alguna parte? -preguntó mi refinada amiga Amelia educadamente.
– Claro. Dénmelos por favor. Hay un armario donde pueden estar guardados. Cuando los necesiten solo pídanmelos.
Nicole fue muy amable.
La vimos irse a la otra habitación.
– Yo quiero vodka, ¿ustedes? -preguntó Jennifer.
– Yo también. -dijo Amelia.
– Yo esperaré un rato. -dije.
– Como quieras, pero hoy venimos a divertirnos juntas. -me dijo Amelia, reconfortándome porque sabía lo que yo estaba atravesando emocionalmente en ese entonces.
Me sentía afortunada tener dos amigas tan increíbles.
A pesar de ser tan distintas… éramos inseparables.
Viernes, 11: 48 PM
Para este punto, yo ya había bebido dos vasos con vodka y una cerveza.
Jennifer ya habría bebido cuatro vasos con vodka.
Amelia se había detenido para continuar bebiendo más tarde.
Desde que estuvimos allí, llegaron tres chicas más y una estaba entrando por la puerta en ese momento.
Afuera, dos chicas estaban fumando y conversando.
El vodka ya casi se acababa mientras que las botellas de cerveza empezaban a amontonarse.
– Creo que ya son todas, así que… ¡el momento llegó! -anunció Nicole con entusiasmo.
En seguida, ella cerró la puerta principal con un candado, lo que captó mi atención.
Algunas de nosotras volteamos en señal de duda, preguntándonos a qué momento se refería.
Las chicas que antes estaban afuera procedieron a pasar y sentarse.
– ¿Es la sorpresa que nos mencionabas? -le pregunté a Amelia.
– Así es. -me confirmó.
Al estar todas juntas, sentadas en los sillones, pude observar dos cosas.
La primera es que, para mi sorpresa, había cuatro chicas allí que eran de otros grupos en la uni. La segunda, la más extraña, es que todas las invitadas presentes éramos mujeres.
– Ya abre la habitación. -le pidió Nicole en un susurro no muy disimulado a su mejor amiga Grecia.
Eso me hizo preguntarme qué traían entre manos.
Nicole se detuvo de pie frente a todas las invitadas y con su segura voz de anfitriona, se dispuso a dar un discurso.
– Gracias a todas y cada una de ustedes por venir. El día de hoy estamos aquí para celebrar mi cumpleaños y disfrutar esta fantástica noche, por esa razón hoy les tengo una sorpresa. Algunas de ustedes ya saben de qué se trata. Pero antes, quiero compartir una breve historia con ustedes: desde hace tiempo, me percaté de que, en nuestro grupo, hay un chico en particular que ve a las chicas con ojos de deseo…
– ¡Di el nombre de ese pervertido! -exigió una de las chicas.
– Vamos por partes. -pidió amablemente Nicole.
– Perdón. Continúa. -se disculpó la chica.
– Está bien. Como decía: ese chico se vio muy obvio cuando, un día en la clase de deportes, se quedó contemplando mi trasero luego de que el maestro nos pidiera que trotáramos alrededor de la cancha. Lo atrapé en el acto pero en ese momento decidí esperar y no dije nada. Al finalizar la clase, dos de ustedes se acercaron a mí y me dijeron que también lo habían visto observándome, entonces tuve una idea. Nuestro siguiente paso fue dejar una carta falsa en su mochila. Logramos hacerle creer que una chica se sentía atraída por él y que quería verlo después de clases para conversar en persona. Lo citamos detrás de los salones, donde pudiéramos tener más privacidad. Como lo suponíamos, él llegó puntual. Entonces, con mucha determinación, nos acercamos a él y lo acorralamos. Él comenzó a sospechar que algo andaba mal. Cuando lo tuvimos incapaz de escapar, justo como queríamos, dio inicio nuestro plan. Él, ya angustiado, nos preguntó qué queríamos. Le advertimos que lo habíamos visto viendo mi trasero y viendo a otras chicas en otras ocasiones. Él se veía aterrorizado. Fuimos muy claras: si quería que nosotras no le dijéramos nada a nadie, incluyendo a los profesores, tendría que hacer algo por nosotras. No importaba qué fuese… él lo haría porque si no, acabaríamos con su reputación. No tenía otra opción y lo sabía, y por eso accedió.
– ¿Y qué fue lo que hizo por ustedes? -preguntó una de las chicas.
– Ahora lo verán. ¡Tráelo Grecia!
En ese momento… Grecia se hizo presente en la habitación y entendimos a qué se referían. ¡Mis ojos no podían creer lo que veían!
Sujetado con una resistente correa de metal, con la cual Grecia lo jalaba, el chico del que Nicole hablaba unos instantes atrás se encontraba completamente desnudo y sometido por ambas. En la misma posición que un perro, apoyando su peso sobre rodillas y manos, se notaba que él no quería estar ahí.
Sentí una combinación de asombro y compasión. Él había sido nuestro compañero de clases desde el primer semestre, y ahora podía ver su cuerpo desnudo frente a mí.
Sabía que él era un mirón, lo había atrapado en múltiples ocasiones viéndome los senos, pero al mismo tiempo siempre había sido un tipo educado y amable, al menos conmigo, así que no estaba segura de que se mereciera ese castigo.
– Vaya, hasta que recibe su merecido. -exclamó una chica.
– ¡Sí! -gritaron algunas.
– Cuenten sus casos, chicas -sugirió Nicole.
– A mí me observa cada vez que entro o salgo del salón. Parece que me examina con la vista. -expuso Amelia.
Personalmente no me fijaba en quién miraba a quién y en qué ocasiones.
– A mí escribe pequeñas notas de papel y las deja sobre mi mesa. Cuando regreso y las leo, casi siempre son una invitación para vernos después de clases o ver una película en su casa. -dijo otra chica un poco más tímida.
No podía darle crédito a esos testimonios. No cabía duda de que las apariencias engañan. Aun así, no estaba totalmente convencida de humillarlo así.
– A mí constantemente me hace preguntas sexuales, me habla sobre sexo o menciona el sexo en alguna oración. -confesó Jennifer.
Me constaba.
Y entonces recordé…
– En mi caso, siempre hacemos pareja para estudiar o hacer la tarea juntos en la casa de alguno de los dos. Siempre he pensado que él es un chico inteligente. La verdad es que también me he percatado de que, cuando yo me distraigo, él aprovecha para ver "disimuladamente" mis senos. Ahora que mencionan todo lo dicho, creo que él solo me ayuda para acostarse conmigo en el futuro. -dije armada con valor.
Hasta este punto, deducía lo que estaba sucediendo.
Al no tener otra opción, aquél chico accedió a ser el esclavo de Nicole y Grecia, lo que además tenía sentido. Grecia era la jefa de nuestro grupo, la encargada de representar al grupo cuando se tratase de asuntos escolares, y ese chico era su "segunda mano", el encargado de asistir a la jefa de grupo cuando ella lo necesitara. Por el otro lado, Nicole era una chica ruda, energética y extrovertida, lo que la hacía perfecta para controlar al chico mencionado ya que él era pasivo, tranquilo y callado. Era sabido por todos que este chico y Nicole son puntos opuestos, lo que quedaba demostrado con sus repentinas discusiones en la preparatoria. Evidentemente ambas ejercían poder sobre él, por esa razón cobraba sentido verlo sometido por ellas.
– ¿Ya oíste imbécil? ¡pagarás por tus crímenes! -gritó Grecia, introduciendo a las chicas al juego.
Lo que no sabía era qué tan en serio era todo: ¿estarían castigándolo de verdad con un juicio oral real, o acaso todo sería parte de un solo castigo el cual sería verlo humillado siendo partícipe de un juego de dominación?
Como fuese, esto estaba siendo muy real.
– ¿Qué haremos con él? -preguntó una de las chicas, queriendo iniciar un matadero.
– Tranquilas chicas. Tenemos toda la noche para castigarlo y hacerle lo que queramos. Su verdadero castigo es el de no poder defenderse, lo tiene prohibido. Lo convertí en mi obediente puta y hará lo que yo le diga, ¿verdad, esclavo?
– Sí, Ama. -respondió obedientemente.
Las chicas observaron boquiabiertas.
– Bien dicho. Chicas… ¿Alguna idea?
A continuación hubo una lluvia de ideas.
Sábado, 12:22 AM
– ¡Perfecta! -exclamó emocionada una chica al obtener una buena "selfie" junto al cuerpo del esclavo.
Todo su cuerpo estaba cubierto con insultos, frases humillantes y dibujos de penes hechos con un plumón negro. Eran impactantes a la vista las cosas escritas en su piel.
Nosotras jugábamos Póker y bebíamos cerveza.
– Tu turno -le recordó Grecia a Amelia.
– Claro.
Amelia tiró su última carta, ganando el juego.
Todas protestaron.
– ¡Tienes suerte, perra! -dijo Jennifer.
– Claro que sí, querida. -contestó Amelia, usando su estilo y elegancia para derrochar supremacía.
Grecia la interrumpió.
– Tu premio. -le recordó.
– ¡Es verdad!
Amelia pasó a donde estaba el esclavo, se quitó las calcetas, las metió con descaro en la boca del esclavo donde ya habían tres pares de calcetas, tomó el plumón y escribió "como penes todos los días" en su torso desnudo. Luego volvió a su asiento.
No quería ni imaginar el hedor de aquellas calcetas sucias en su boca.
– ¡Goloso! -exclamó una de las chicas.
Todas rieron.
– Mírenlo, ¿no es patético? -preguntó Grecia.
– ¡Sí, es patético!
– ¡Es ridículo!
– ¡Es horrible!
– ¡Es un perdedor!
– ¡Es un desperdicio de hombre! -dije yo.
– ¡Así me gusta. Insúltenlo, que aprenda a respetarlas! -les pidió Nicole.
Me empezaba a gustar este escenario. Era divertido burlarse de él, de un chico.
– Ya me aburrí. Hagamos otra cosa. Humillemos al esclavo. -pidió Jennifer.
– ¿Ideas? -preguntó Nicole.
Nadie contestó de inmediato.
– Tengo una. -destacó Elizabeth, una chica de otro grupo.
– Dinos cuál es. -pidió Grecia.
Ella tomó unos segundos.
– ¿Qué tal si todas escupimos en un vaso y se lo damos a beber al esclavo?
Se dibujó una sonrisa en el rostro de todas.
– ¡Sí! -aceptaron.
– Decidido. Usemos este vaso. -dijo Grecia tomando un vaso rojo de la mesa.
Una a una, cada chica dejó caer el exceso de saliva de su boca en el vaso, formando así un asqueroso menjurje. Unas incluso se pusieron creativas e hicieron gárgaras antes de escupir en el vaso.
– ¡Mira lo que te va a tocar, esclavo. Pinche afortunado! -le dijo Jennifer.
El esclavo observaba con detenimiento, sabiendo lo que le esperaba.
– Ya es hora. -dijo Grecia, portando el vaso medio lleno.
El esclavo tragó saliva.
– Abre la boca. -ordenó Grecia.
Él se negó. Ella le dio una bofetada.
– ¡Abre la boca dije!
Sin salida, él abrió la boca y levantó la cabeza para ver al techo.
Grecia depositó todo el contenido del vaso en su boca, hasta la última gota posible.
Él cerró la boca y contuvo todo el líquido allí dentro.
Grecia, con su mano, tapó la boca del esclavo y sujetó su cabeza.
Con una mueca de disgusto total, él procedió a tragárselo todo.
Acto seguido, abrió la boca para dejarnos ver que lo había logrado.
– Al menos para eso sirves. -le dijo Grecia con desprecio.
– Yo creo que lo disfrutó. -dijo Amelia.
– Sí. Solo es un malagradecido. -dijo Nicole.
Yo seguía sorprendiéndome.
Sábado, 1:18 AM
Luego de fumar y platicar durante al menos veinte minutos, Amelia y yo entramos de nuevo a la cabaña.
La sala estaba vacía y se escuchaban voces provenientes del baño.
Decidimos seguir las voces.
Cuando llegamos, me extrañé al ver que Grecia y Nicole estaban pegando con cinta canela al esclavo en el suelo del baño. Alrededor de ellas estaban las chicas.
– Qué bueno que ya entraron. Tenemos otra idea para humillar al esclavo. -anunció Jennifer.
– ¿Cuál? -pregunté.
– Vamos a orinar sobre él.
– ¡¿Qué?! -Amelia no lo creía.
– ¡Sí. Vengan! -Jennifer nos guio con las otras chicas.
Ellas nos recibieron con dos cervezas, una para cada una.
– ¿No han ido al baño, cierto? -preguntó Jennifer.
– No. -respondió Amelia.
– Una vez. -respondí yo.
Mi vejiga nunca ha sido capaz de aguantar mucho tiempo.
– Eso está bien. Una no es mucho. Beban cerveza para que les den más ganas de orinar.
Querían que todas orináramos.
Yo bebía pequeños tragos de mi cerveza de vez en cuando.
– Listo. Ya está bien con eso. -indicó Grecia.
– Sí. Ya está. -indicó Nicole.
– ¿Quién quiere ser la primera? -preguntó Grecia.
Algunas levantaron la mano.
– Frida. -escogió Nicole.
Frida pasó al frente.
– Hazlo. -dijo Grecia, guiñándole el ojo a Frida.
– Bien. -dijo Frida con su dulce voz.
Se bajó lentamente sus pantalones blancos y continuó con su ropa interior rosa.
Una de las chicas la ayudó a sostenerse mientras se ponía en cuclillas sobre el rostro del esclavo.
Con su mano libre, Frida usó sus dedos para separar sus labios vaginales para así poder apuntar a la boca del esclavo con precisión.
Todas las chicas esperábamos pacientes el momento.
Frida suspiró e hizo su cabeza hacia atrás, relajándose y dejando que todo dentro de ella fluyera.
A los segundos, la boca y el rostro del esclavo fueron cubiertos con los chorros de orina de nuestra amiga.
El líquido fue derramado sobre todo su rostro.
Él atrapaba lo que podía en su boca y lo bebía al instante.
– ¡Aleluya, ahora serás bendecido con nuestros preciosos fluidos dorados! -exclamó Grecia.
Todas se estaban divirtiendo. Incluso yo.
Una a una, las chicas pasaron a liberar su vejiga sobre él.
Fue un largo rato de contemplar la lluvia dorada que le llovía encima.
Cuando me tocó a mí, pasé con algo de timidez. No había orinado frente a tantas personas antes.
– Hazlo Charlotte. -mi amiga Amelia me dió ánimos.
Jennifer me ayudó a sujetarme.
Yo respiré profundo.
Lo dejé salir.
Sentí aquello como liberarme. Fue placentero, divertido y excitante. Estar haciendo algo tan sucio, tan inesperado, tan lleno de morbo, me hacía sentir que podía hacer lo que yo quisiera. Se sintió muy bien.
Ignoré cómo él pudiera estar sintiéndose y me enfoqué en mí, lo que yo obtenía con eso. De algún modo, se sintió bien tener poder sobre otra persona de tal manera. Estaba orinando en su boca y él no dudaría en beber mis meados, esa sensación de poder era incomparable.
Lo que más disfrutaba era ver su expresión facial mientras recibía mis fluidos. Me reía en su cara.
– ¡Así se hace! -me felicitó Grecia.
Todas me daban ánimos para dejar salir hasta el último chorro.
Así fue.
Jennifer me ayudó a ponerme de pie.
Me volví a poner mi ropa interior y mi vestimenta.
– ¿Cómo te sentiste? -me preguntó Amelia.
– ¡De maravilla! -exclamé.
– ¡Fantástico! -exclamó ella.
– Bien hecho Charlotte. -reconoció Nicole.
– Gracias a ustedes. -dije.
– Creo que ya nadie tiene ganas de orinar. -interrumpió Grecia.
– De acuerdo. Ahora vamos a la otra habitación. -nos invitó Nicole.
– El esclavo va a quedar oliendo. -nos hizo ver Elizabeth.
Todas caímos en cuenta de ello.
– Es verdad. Tengo una idea: hay que rociarlo con agua de la manguera. -sugirió Grecia.
– ¿Afuera? -preguntó Jennifer.
– ¡Sí!, síganme.
Grecia tomó al esclavo con la correa y lo llevó afuera, al jardín.
Las chicas la seguimos.
Nicole tomó y desenrolló la manguera.
No hace falta mencionar que hacía frío afuera.
– Muy bien esclavo. Ahí te va. -anunció a punto de dejar salir el chorro de agua.
El esclavo cerró los ojos y puso fuerza sobre su propio cuerpo, estando acostado sobre el césped y cubriendo su pene.
El agua salió con fuerza y lo mojó completamente.
Nosotras admirábamos.
– Toma esto imbécil. -le dijo Nicole con euforia.
Él gritaba por la reacción del agua helada sobre su piel.
– ¡Sí, lo está sufriendo! -dijo Grecia, disfrutándolo.
Luego de que las chicas se aburrieron… su tortura se acabó.
O no, ya que su cuerpo desnudo ahora temblaba por el frío.
– No seas llorón. -le espetó Grecia.
– Qué patético eres. -le dijo Amelia.
El esclavo recibía toda clase de comentarios sin problema alguno.
Todas entraron para ir a la habitación principal.
Yo me quedé allí y me acerqué al esclavo lentamente para no asustarlo.
Tenía curiosidad.
– Hola, Shakespeare. ¿Cómo te sientes?, quiero decir… honestamente. -pregunté.
Aquella noche seguramente había sido una tortura para él.
Él intentó hablar a pesar de su boca temblorosa.
– De maravilla. -respondió, sorprendiéndome.
– ¿Acaso te gustó todo lo que te hicimos? -tenía que estar bromeando.
– Sí. Me gusta ser tratado así. De hecho, Nicole lo sabe, por eso me sometió a esto.
– ¿Cómo es que ella lo sabe?
– Se lo dije. Fue parte de nuestro acuerdo.
No podía creerlo. Él disfrutaba de sufrir mientras nosotras disfrutábamos de hacerlo sufrir.
En ese momento, Grecia apareció con una toalla seca y abrigadora.
– Gracias. -dijo el esclavo.
Él se cubrió con la toalla.
– Así que, ¿todo es parte de un trato? -le pregunté a Grecia.
– Sí. Su reputación a cambio de nuestra diversión. Además, a él le gusta ser humillado así… así que es un "ganar-ganar". -me aclaró ella.
– Te lo dije. -me presumió el esclavo.
– ¡Tu cállate! -le dijo Grecia.
También le dio un puñetazo en el hombro.
Él gimió de dolor.
– ¡Débil! -le espetó ella.
– Esto es fascinante. -confesé.
– Y aún tenemos toda la noche para usarlo…
Sábado, 3:00 AM
Tal como lo dijo, el papá de Amelia llegó puntual.
Hizo notar su presencia con el claxon de la camioneta.
Mis amigas y yo nos despedimos del grupo de chicas. Era una lástima tener que dejar el juego de "Tu ama dice…" a medias.
Ellas continuarían torturando al esclavo.
– ¿Cómo les fue? -preguntó el papá de Amelia cuando nosotras abordamos la camioneta.
– Estuvo muy divertido. -respondió Amelia.
– Sí, me la pasé muy bien. -dijo Jennifer.
– ¿Y a ti, Charlotte? -preguntó él.
Lo miré con aparente inocencia.
– Fue una buena noche.
Él me sonrió.
– Me alegra escucharlo. Es tiempo de ir a casa a descansar.
Puso en marcha la camioneta y dejamos atrás aquella hermosa cabaña.
Me puse a observar los árboles y me perdí en mis pensamientos.
Realmente me había relajado y, además, ya no vería a aquél compañero de clases de la misma manera.
Fin del relato.
Narrado por "Charlotte".
Relato escrito por Shakespeare (Pseudónimo).
Hola. Te agradezco por haber leído este relato.
Espero que hayas disfrutado su lectura.
Me considero un amante del arte de la dominación femenina y adoro la mayor parte de sus prácticas. Soy un hombre sumiso.
Este relato es ficticio… escribo por amor al arte.
Contactarme es fácil, tan solo envíame un correo a:
O sígueme en Twitter: @shakespeareXIX
Hasta el próximo relato.