Continuando con la historia anterior…
Después de tantos encuentros en nuestro lugar de trabajo a escondidas, evitando levantar sospechas del resto y sobre todo que no llegara ningún tipo de comentarios a mi esposa, mi compañera de trabajo y yo acordamos tener una aventura donde ninguno de los dos saliera perjudicado. Ella estaba totalmente clara en la situación, y yo no deseaba terminar con mi relación de pareja, solo quería probar de ese fruto prohibido una sola vez y sentir esa adrenalina excitante que suele producir el deseo a escondidas. Tanto así, que hicimos de nuestra área laboral el sitio perfecto para seguir aumentando la pasión entre los dos.
Diariamente teníamos encuentros íntimos fuera de la vista de los demás empleados. Nos tocábamos, nos besamos demasiado rico, al salir de la jornada siempre bajábamos por las escaleras menos transitadas y nos deteníamos ahí por varios minutos para seguir aumentando el deseo cada vez más. Ya se estaba volviendo una completa locura. Todas las tardes llegaba con mi bóxer empapado a casa y mi pene llorando como un niño chiquito, tratando de disimular ante mi mujer. En ocasiones le hacía el amor a mi pareja fantaseando con mi compañera de trabajo. Ufff… Era demasiad excitante! Despertaba cada día ansioso y motivado a ir al trabajo solo porque sabía que sería un nuevo encuentro con ella. Hasta que un día decidimos organizar una escapada a un hotel para así poder disfrutar a plenitud el uno del otro sin interrupciones, sin temor que nos vean, y matar las ganas de una vez por todas.
Fue así que llego el día más esperado por ambos, acordamos a la salida del trabajo con un taxista quien nos llevaría y nos recogería en aquel motel. Disimuladamente después que los demás empleados ya habían salido, abordamos el vehículo. Llegando al sitio evitamos ser visto por la más mínima cantidad de personas posibles, entrando directo a la habitación velozmente. Luego de cancelar el tiempo de estadía, ya éramos libres de hacer y deshacer hasta más no poder. Ya le había indicado a ella anteriormente que tengo un fetiche con los pies y quise que ese día llevara sus uñas pintadas de un color oscuro porque me fascinan así. También le sugerí una ropa interior de un color bastante llamativo, y si era un hilo que fuese lo más chiquito posible. No esperaba en realidad que fuese a cumplir todo al pie de la letra.
Ya estando en la habitación, le dije para ducharnos juntos, la cual ella me indicó que lo hiciera yo primero y la esperara en la cama. Tal cual lo hice. Luego de ducharme la esperé completamente desnudo en la cama, con mi pene ya firme y completamente erecto, lubricando de lo excitado que ya estaba sin aún haber comenzado la acción. En eso, sale ella del baño con su piel radiante, esa hermosa mujer de tez blanca, de estatura media (bastante para mí, que mido 1.90), y un cuerpo natural, que sin ser exuberante lo hacía perfecto para mí. Comienza a caminar lentamente hacia mí, con sus senos al aire y esos pezones rosaditos, modelándome un hilo color purpura bastante diminuto que apenas cubría su vagina. Detallo sus pies y Diosss, esos pies blanquitos y hermosos pintados del mismo color púrpura del hilo. Ya estaba completamente desesperado por meterle mi pene hasta lo mas profundo de su vagina.
Sin caer en la desesperación, lentamente comencé a besarla, rozaba sus labios como si no hubiese un mañana, introducía mi lengua suavemente en su boca, mientras acariciaba sus senos magníficos. Comencé a besar su cuello, sus orejas, sin dejar de acariciar cada rincón de su cuerpo. Me detuve en su pecho por unos minutos, chupe sus senos hasta que se pusieron firmes, y sentía como su respiración se aceleraba más y más. Recorrí con mi lengua su abdomen, pasando por su ombligo hasta llegar lentamente hasta su vagina. Besaba su vagina sin quitarle aun el hilo, pasaba mi lengua por encima ferozmente haciéndole sentir que quería comerme todo ese bollo delicioso. Le bajo el hilo y tenía esa totona depiladita por completo y rosadita, la boca se me hizo agua más aún. Al quitarle el hilo me detengo en sus hermosos pies y no pude evitar lamerlos, acariciarlos, besarlos. Chuparle todo a su alrededor. Esos pies estaban bellos y de un olor delicioso. Subo hasta su vagina y suavemente mi lengua acaricia su clítoris, mientras su totona se humedece cada vez más. Al ver tanto fluido que sale de su vagina, decido meter mi lengua hasta lo más profundo y saborear todo ese líquido que recorría por su interior. Que cosa tan deliciosa. Seguidamente, ella me indica que es su turno, y yo la dejo continuar. Me pongo de pie y ella se arrodilla ante mí, quedando mi pene templado justamente encima de su cara. Le coloco una almohada para que no maltrate sus rodillas y le sujeto sutilmente su cabello, mientras ella con una mano empieza acariciar mi pene, haciendo movimientos hacia atrás y adelante. Pasando su lengua por mi glande, y sus ojos haciéndome miradas atrevidas. Metió mi pene dentro de su boca, haciéndome una de las mamadas más ricas de mi vida, de verdad era buenísima mamándolo, y me decía que le encantaba hacerlo.
Después de un rato de mamadas de parte y parte, la tomo de la cintura y le doy la vuelta. La coloco en cuatro a orillas de la cama y me rogaba que le metiera mi pene hasta el fondo. Se lo metí despacito, con movimientos circulares dentro de su vagina, aumentando la velocidad poco a poco. Ella estaba en su punto de clímax y me decía: “Si papi que rico, méteme todo ese huevo anda, dame duro”. Haciendo caso a sus palabras, me afinque con todo, y a pesar de no tener un pene enorme, sentía que le estaba tocando el fondo de su alma, y ella también lo sentía. Le da un rack intenso, evitando acabar primero que ella, hasta que por fin me gritó: “Si papi, que rico. Ya me vengo”. Cosa que me excita mucho escucharlo. Le dije que aún no terminamos, yo no había llegado, y la subí al burrito con su toto frente a mi. Sus piernas quedaron abiertas de largo a largo y esa pepita se le abrió deliciosamente, metiéndole mi huevo nuevamente, dándole duro desde el principio, concentrado para no venirme todavía. Unos minutos después la oigo decir de nuevo: “Papi que rico. Me vengo de nuevo. Ahmm”. Su cara puede hacer miles de gestos, pero su vagina jamás mentiría. Los fluidos que emanaba eran enormes, haciendo un pozo dentro de su totona. Le dije nuevamente que yo aún no había terminado, y quería que ella tuviera un tercer orgasmo seguido sin yo venirme, que para mí su placer, era mi placer también. La lleve nuevamente a la cama, la penetre una vez más en posición de misionero. Ella me amarro con sus piernas para no soltarme y me pedía que le diera duro y más duro. Eso hice, empecé a darle tan fuerte que ya me dolía la pelvis. Ya sentía que estaba a punto de venirme. Le dije: “Quiero que te vengas conmigo bien rico”. Y seguí dándole, escuchando sus gemidos y notando como me amarraba más fuerte con sus piernas, diciéndome: “Ya me vengo papi. Échame toda esa leche rica”. Cuando yo ya estaba a punto de llegar luego de unos minutos más dándole, lo saqué y le eché toda la leche encima de su pecho, teniendo yo un orgasmo verdaderamente intenso. Toda la leche salpico por su pecho, rozándole la cara. Ufff… Fue demasiado delicioso. La limpie, me limpie, nos abrazamos y me dijo que nunca había estado con un tipo que durara tanto o controlara tanto su eyaculación. Que todo había estado fabuloso. Me sentí satisfecho porque se notaba que ambos lo disfrutamos al máximo.
Ese primer round duró alrededor de unos 45 minutos intensos. No piensen que fueron 45 minutos sin sacarlo, jamás lo conseguiría. Fueron 45 minutos desde el juego previo, las caricias, las mamadas, el sexo intenso entre posición y posición, etc. Eso es lo que hace un rico acto sexual placentero. Luego de un descanso modesto, tuvimos un segundo round un poco más corto. Nos duchamos, nos vestimos y cada quien regreso a casa. Pensé que terminaría ahí, pero el final de esta historia es más largo de lo que parece.
Continuará!
Saludos.