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Aquel tanga azul oscuro
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Aquella noche era distinta a otras noches porque había luna llena. Estábamos en el campo, en una casa rural. El aire que olía a bosque húmedo, animaba a los dos cuerpos tendidos en un colchón, en el suelo, mirando distraídamente a la televisión, a quitarse la ropa.

Otra vez la misma película, los mismos anuncios… Ella, muy despacio, se levantó a por otras cervezas. Yo le dediqué un amago de sonrisa y me sorprendí imaginándomela sin más ropa que un tanga azul oscuro y aquel culito redondo que tanto deseo provoca en mí. Una camisa larga semitransparente dejaba asomar unas piernas ágiles, que ahora se movían perezosas esforzándose por alcanzar el firme suelo y avanzar hasta la cocina. Daba vértigo verla moverse así.

Ella entró a la cocina. Yo, casi sin querer, comencé a desabrocharme los vaqueros. Era la única ropa, además de la interior, que llevaba puesta. Noté cómo mis manos iban separando cada botón de su ojal, y deseaba que fueran las manos de ella. Sentí una erección repentina que incluso dolía. Parte de mi decía que "No podría hacerle esto", me repetía mientras me acariciaba cada vez más desesperado y más loco de deseo por ella.

La había invitado a mi casa con la excusa de enseñarle los últimos trabajos que había terminado. Ni yo mismo comprendía porqué lo había hecho. Ahora no tenía remedio. La sangre me palpitaba por las venas de mi miembro, por todo mi cuerpo, y sólo la piel de ella me tranquilizaría, o me haría perder la razón.

Ella volvió con otras dos cervezas más, quizás lo que yo necesitaba para reaccionar. Me ofreció la cerveza y yo bebí con ansiedad. Ella, sin darle importancia a los ojos crispados por ver más allá de su breve ropa, se sentó a mi lado. Yo la observaba, silencioso, ardiente… Mi respiración se cortó cuando ella, con más erotismo del que yo podía soportar, deslizó su boca hasta el principio de la botella y con esa dulzura que la caracteriza bebió unos tragos.

Entonces reparó en mis pantalones, entreabiertos, sugerentes, con el bulto de mi miembro hinchado de deseo, luchando por salir. Instintivamente sonrojó. Levantó la vista y se encontró con mis ojos, mirando, goloso, sus piernas, tumbado de lado. Ella se tumbó también y como ofreciéndome los pechos que parecían pedirle a gritos mordiscos y besos. No sabía muy bien porqué la había invitado, y ahora estaba allí, tumbada a mi lado, mordiéndose con lascivia el labio inferior mientras su mirada recorría la abertura de mis vaqueros.

Sin saber cómo lo hice, empecé a acariciarla el muslo, subiendo poco a poco, muy poco a poco, su camiseta larga y ancha. Tropecé con su tanga. Ella se tumbó bocarriba, suavemente, y abrió las piernas. Deslicé mi dedo índice dentro de ella, y sentí cómo temblaba. Ella suspiró de placer y relajó todo su cuerpo, dejándose invadir por los estremecimientos que la estaba produciendo. Con la otra mano, arranque su tanga, que era tal y como había imaginado, y la acaricie desde los pies a los muslos con la yema de mis dedos.

Hundí mi cabeza entre sus piernas y empecé a mover la lengua hasta hacerla gritar. Al principio despacio, de abajo a arriba, disfrutando de todos sus jugos. Continúe haciendo especial énfasis en su clítoris, que se endurecía por segundos. Mi lengua jugaba traviesa, dejándome guiar por los temblores de unas piernas que a duras penas lograba sujetar. De su boca salían gemidos y algunos adjetivos que más que ofenderme me animaban a seguir lamiendo aquel pecado tan sabroso.

Cuando sentí que ella iba a desfallecer, la penetré con delicadeza, como si fuera su primera vez. Ella notó mi miembro contra sus paredes, gritó y me arañó, me besó y me apretó contra su cuerpo, rodeándome con sus brazos y piernas, con toda la fuerza que le quedaba. Me excitaba cada vez más. Volví a sentir que el orgasmo de ella se acercaba y cambié de postura y se puso a 4 patas. Ambos estábamos perdiendo la razón. Entonces fui yo quien estuvo a punto del orgasmo.

En la misma postura busque su entrepierna, queriendo terminar de hacerle el amor y tocar el cielo juntos. Ella sudaba. Yo sudaba. El olor a bosque se había perdido entre el olor a sexo y los vapores de alcohol, un grito de los dos compartido se adueñó de la habitación. Me desplome sobre ella, sintiendo los latidos de su sexo abrazando mi miembro exhausto. Y nos sentimos felices. Sexo sin palabras.

Entonces ella volvió a levantarse para ir al baño retocarse. Cuando volvió me encontró tumbado bocarriba, con restos del líquido blanco en el pecho que delataba que no me había limpiado, de la extenuación, en su ausencia. Tenía los ojos cerrados y una sonrisa de placer infinito en mis labios.

Ella se quitó el camisón y se sentó encima de mí, lamiendo despacio mi pecho manchado, mi cuello palpitante, cubriendo con sus manos cada centímetro de mi piel. Paseó su lengua por mis piernas, deteniéndose en la parte interna de mis muslos. Continuó subiendo. Llenó su boca con mis genitales, y luego con mi pene, aun húmedo y erguido. Como si de un helado se tratase, su lengua lo lamió y su boca lo rodeó. Estaba a punto de desmayarme, cuando ella empezó a metérselo y sacarlo de su boca…

Lo que sucedió al final está en vuestra mente… os invito a que escribáis en los comentarios un final contando como acabó.

Muchas gracias por leerme y espero que os guste.

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