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Apuestas y juegos de azar
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Tiempo de lectura: 18 minutos

Los vicios, los malditos vicios que destruyen tu persona e incluso a tu familia, yo caí en uno de ellos, y lo pagué caro.

Llevaba una vida tranquila con una bella esposa y una hija maravillosa, un trabajo promedio, no me daba lujos pero me permitía vivir dignamente, trabajaba en una oficina, era un "Godinez" como comúnmente se dice.

Todo marchaba bien hasta que por influencia de un compañero de trabajo empecé a ir a casinos a apostar casualmente, primero lo tomaba como divertimento, íbamos por la noche y no me arriesgaba, mis apuestas eran muy bajas pero siempre estaba en mí esa sensación de querer tener más, avaricia le llaman, no soportaba irme a casa con las manos vacías y siempre trataba de ganar más dinero, algunas veces lo logré, otras no.

Así el vicio fue creciendo poco a poco, por mi horario de trabajo sólo podía ir a jugar de noche pero pronto mi esposa me cuestionó el porqué de mis escapadas, yo con gran cinismo le inventaba que el jefe de departamento hacía juntas y éstas se prolongaban, ella inocente me creía hasta que llegó un momento en que las cuentas no le daban, ya no le alcanzaba el gasto, el dinero empezaba a faltar en la casa, ella quiso aclararlo.

-Eduardo, cada vez me das menos dinero para la casa, ya van dos veces que no pagas la luz y nos la cortan ¿que está pasando con el dinero?

-Ana, todo está subiendo, además sabes que no gano tanto.

-Ese es el punto, hay que administrar bien el dinero ¿que haces con lo demás?

-Amor…

-Y ya que estamos hablando explícame de tus juntas a medianoche, eso es imposible ¿¡a donde rayos te vas!?

-Bueno…

-Dime…

-Pues… He estado yendo al casino con un compañero.

Apenas terminé la frase Ana enloqueció, pronto la confrontación entre los dos no se hizo esperar, discutimos toda la noche y al final me hizo entrar en razón y le prometí no volver a apostar ni la mínima cantidad.

Lo cierto es que el juego a mí ya me había gustado bastante pero ya no podía escaparme por las noches, Ana se daría cuenta, decidí ir al menos una vez a la semana al casino a la hora de mi comida. Llevé esa rutina por varias semanas pero no me era suficiente, siempre quería tener en mi cuerpo esa adrenalina de no saber si la carta que estás jugando, el caballo al que apostaste o la máquina en la que estás jugando te hará ganar más plata.

Una mala noche perdí más de 3000 pesos en una pelea de gallos, le pedí prestado a uno de los organizadores de las peleas con quien tenía confianza, volví a apostar y perdí de nuevo, al final él me ayudó pero le quedé a deber algo de dinero.

Días después junté algo pero no era suficiente, él me dijo que si no tenía nada le diera una computadora o una televisión y con eso quedaba saldada la cuenta. Opté por la televisión y en un momento mientras Ana no estaba en casa la saqué y se la entregué a "El Toro" que era el apodo del tipo al que le debía.

Obviamente mi esposa me preguntó sobre la televisión, sin que se me ocurriera algo mejor le dije que le había chorreado refresco y la había mandado a arreglar, asintió pero era claro que no me había creído.

Escenas como estas se fueron repitiendo al pasar del tiempo, aunque también había días en los cuales traía mucho más dinero de costumbre a la casa producto de un buen juego que tenía, un día de esos Ana me volvió a confrontar.

-¿Sigues yendo a apostar verdad?

-Ana, llevo meses sin ir.

-No soy estúpida Eduardo, sé que te escapas con tu amigote, sólo te pido que te controles.

-Ana…

-Ten cuidado solamente, no apuestes más de lo que tenemos, por favor.

Era obvio que ya sabía que era muy aficionado a apostar pero se había hartado de confrontarme, optó por resignarse. Incluso en alguna de las noches se atrevía a preguntarme cuanto había ganado. No es que me hubiera dado permiso de seguir apostando pero tampoco se oponía por lo cual lo seguí haciendo.

Recuerdo una ocasión en la cual regresé temprano a casa con un rostro desencajado pues había tenido una mala pasada en el blackjack, me dejé llevar y cogí la deuda más grande de mi vida; ella preocupada me pidió saber que era lo que me ocurría.

-Debo 35,000 pesos Ana.

-¿Qué?

-Debo…

-¡Cállate! Sabía que esto pasaría, te dije que te controlaras, ¿qué vas a hacer?

-No sé, pedir prestado, algo.

-¿A quién?

-No sé, yo creo que debo vender el coche.

-Allá tú sabrás, eso si te digo, es la última vez que apuestas ¡eh!

-Sí.

-Veme a los ojos y júralo.

-Lo juro.

Pasamos ese amargo episodio, logré vender el coche y apenas junté lo que debía pues mi auto ya era algo viejo, a pesar de todo mi esposa me perdonó y seguimos adelante. Pasé cerca de seis meses sin hacer ningún tipo de apuestas pero cada día que pasaba quería seguir jugando póker o apostar en los partidos de fútbol, pronto rompí la promesa que le había hecho a mi mujer y volví de nuevo a las andadas, me escapaba varias tardes e iba a jugar hasta el punto de no regresar a trabajar. pronto eso se me vino en contra.

Una tarde de miércoles mi jefe me mandó llamar, yo preocupado fui a su oficina ya imaginando el motivo por el que me requería, sin hacerles el cuento largo se habían enterado de mi ausencia en repetidas ocasiones y me corrieron.

No quería que Ana supiera la razón de mi despido, le dije que era por recorte de personal. Al pasar de los días el ocio me consumió y fui a el hipódromo a apostar los últimos pesos que me quedaban en el bolsillo, los perdí todos.

Quedé a deber una gran suma de dinero y a cada rato me llamaban por teléfono cobrándome, incluso me amenazaban, ya sin algún remedio le confesé a Ana lo sucedido, en un principio se molestó pero al explicarle lo de las amenazas su rostro se transformó en uno de pánico, ahora más que nunca debía apoyarme, vendimos casi la mitad de los muebles de la casa, y le pedí dinero prestado a mi suegro pero no fue suficiente, ahora sí había agarrado la deuda de mi vida.

No tardaron en ir unos tipos a mi casa a cobrarme, se terminaron llevando el resto de muebles dejando la casa vacía, a mi hija le dije que se los habían llevado porque compraríamos nuevos y mejores, una sonrisa se dibujó en su rostro, me sentí vil e impotente al mentirle a mi propia hija. Pasamos la noche en el suelo, Ana llorando en mi hombro y yo inútilmente reconfortándola diciéndole que todo mejoraría.

Días después caminaba por la mañana pateando las hojas en el camino pensando en como resolver esta problemática cuando alguien me tomó por el hombro sorprendiéndome.

-Shhh… Sube a la camioneta y no hagas nada.

Con evidente miedo entré a una camioneta estacionada a un lado, era grande, negra y con los vidrios polarizados.

-Siéntate pendejo. -me ordenó.

La camioneta arrancó y el sujeto al frente mío me habló.

-Veamos, todavía me debes algo, mandé unos hombres a saquear tu casa y ni así pudiste pagar, tu casa, ¿es tuya o rentas?

-Rento. -contesté.

-¡Puta madre! -golpeó el asiento- ¿¡cómo chingados piensas pagarme!?

-Toro no sé…

-Me caes bien pero tengo que pelarte, bien te expliqué como son las cosas en este negocio.

-No me mates, tengo familia…

-Me vale madres, eso hubieras pensado antes.

-Te juro que te voy a pagar, sólo dame tiempo.

-Con que me vas a pagar, no tienes ni donde caerte muerto, ya no tienes opción… güero, maneja para la casa de este, vamos a que se despida de su familia.

Esa frase me dejó helado pero tenía razón, ya no tenía opción, era inminente mi futuro, mi vicio al juego y las apuestas me habían traído hasta acá. Llegamos a casa y caminé muy lento a sabiendas de lo que me depararía, entramos a la vacía casa.

-Toro, de verdad, no me hagas daño.

-Lo siento Eduardito, sabes como es esto, corriste con suerte que me debes a mi y no a mi compadre, él los tortura jajaja, órale, ve a despedirte de tu familia y bajas, mientras yo lleno de balas mi fusca.

Con las piernas temblorosas y el ritmo cardíaco al máximo fui a ver a mi familia por última vez, en eso mi mujer bajó por las escaleras, vio a los tres hombres y rápidamente se preocupó.

-¿Qué pasa? -me preguntó.

-Nada amor, ahora subo, ve con la niña.

Subió extrañada y con temor.

-Ahorita vengo. -le dije a mi "verdugo".

-Tranquilo cabrón, ven acá un segundo.

Me jaló del brazo intimidándome y se puso a pensar.

-Con que ella es tu esposa…

-S… Sí.

-Está dos tres, ¿cuántos años tiene?

-33…

-Zzz, todavía aguanta.

-Por favor a ella no la metas en esto.

Me golpeó con su pistola en el abdomen sacándome todo el aire.

-Que mujerón tienes, te lo tenías bien guardadito. -me dijo mientras veía un retrato familiar colgado.

-Toro…

-De haber sabido nos habríamos ahorrado tanto teatrito.

-Te suplico…

-Mira wey, este es el trato, me voy a acostar con tu mujer varias veces hasta que tu deuda quedé saldada ¿entiendes? De lo contrario no me queda otra alternativa que mandarte con San Pedro, tú decides.

-Pero…

-Sin peros, más claro ni el agua, tu esposa o tu vida, tienes 24 horas para pensarlo, y no se te ocurra hacer alguna pendejada, recuerda que te estamos vigilando, te llamo mañana.

"El Toro" me miró fulminante y salió de mi casa seguido de sus dos matones, cerré la puerta y me tiré al piso a lamentar la terrible situación en la que me encontraba.

-Voy a llevar a la niña a la escuela. -me dijo Ana.

-Sí, está bien. -contesté evadiendo su mirada.

Me quedé solo pensando en como darle la noticia, no quería que le hicieran daño a mi esposa, no se merece esto, con lágrimas en los ojos me di cuenta que eran mis últimas horas de vida.

Media hora después llegó mi esposa a casa, vio mi estado de ánimo y me consoló.

-¿Esos hombres son a los que les debes? -me preguntó entre lágrimas.

-Sí.

-¿Quieres hablar de eso?

-No.

Me encerré en la recámara a pensar las cosas, prolongué el momento de hablar con ella por horas pero de cualquier manera tenía que hacerlo, fui con ella y le conté lo sucedido.

-¿Es en serio lo que dices? -me preguntó.

-Sí Ana.

-Por Dios. -se llevó las manos al rostro.

-Tengo que sacrificarme, no puedo permitir que te hagan daño Ana.

-Pero no, ¿que vamos a hacer sin ti?

-No sé Ana, pero todo esto es culpa mía, yo soy el responsable.

-Amor, mi hija no puede quedarse sin su padre…

-Sabes que él quiere…

-Lo sé, pero, te amo, si no estás con nosotras no se que haría.

-¿Entonces?

-Dile que sí.

Aceptó con profunda tristeza y vergüenza en su cara, yo me sentí peor, traté de dormir sin poder lograrlo, el sólo pensar en lo que mi esposa tendría que hacer para que yo pudiera estar vivo me hacía sentir la persona más vil y cobarde en la faz de la tierra.

Al otro día mientras desayunábamos le pregunté a Ana si de verdad estaba dispuesta a hacer eso.

-Aún hay tiempo amor, le puedo decir que no. -insistí.

-Lo sé, pero entiende, es tu vida Eduardo ¿que se supone que le deba decir a nuestra hija si no estás?

-Tienes razón.

-¿Cuanto… tiempo va a ser?

-Sinceramente no sé, supongo que mucho…

Ana se levantó frustrada de la mesa y se encerró en el baño seguramente a llorar, cada minuto que corría yo me sentía más culpable por haberla metido en esta situación. Me pasé toda la mañana esperando la llamada de "El Toro" hasta que al mediodía mi teléfono sonó.

-Bueno. -contesté tímidamente.

-¿Que pasó cabrón? ¿Que decidiste?

-Pues… Sí, mi esposa dijo que si…

-Jajaja ya lo sabía, decisión correcta, así está el pedo compa, el viernes por la noche va a pasar una camioneta por ustedes, van a venir los dos, quiero que veas como me la chingo jaja, te la llevas vestida bien putita ¿estamos?

-Sí.

-Sale, ahí nos vemos.

Suspiré frustrado, quería creer que esto era una pesadilla pero no era así, todo esto era real. Fui con Ana a avisarle sobre el asunto.

-Sobre eso, el viernes en la noche pasan por nosotros. -le expliqué.

-¿Y la niña?

-Pues no sé, la dejamos con mi mamá.

-Ok, emm, y que… me pongo.

-No sé, ve al centro comercial y compra algo.

Contesté frustrado y le di dinero para que fuera a comprarse ropa para que fuera como "El toro" lo pidió. Afortunadamente un amigo me había conseguido trabajo con su padre y me habían adelantado un poco la paga.

Pasaron los días y no volvimos a tocar el tema pero la tensión y el miedo que había entre los dos se podía percibir, llegó el fin de semana y por la tarde llevamos a nuestra hija con su abuela, pensé que nuestro "compromiso" sería tardado, le dije a mi madre que pasaría por ella al otro día por la tarde, ella aceptó y regresé a casa.

Aún era temprano así que me puse a mirar tv, francamente no sabía ni que estaba mirando, mi mente estaba en otro lado, pensando en lo que estaba a punto de pasar, en ese instante pasó mi mujer enfrente de mí con las bolsas del centro comercial.

-Voy a bañarme y cambiarme.

-Sí mujer.

Contesté desanimado, se iba a arreglar pero no para mí sino para otro hombre, motivo por el cual aún no había visto que se había comprado, no tenía caso, puse mi interés en el televisor y esperé a que terminara.

Cerró la puerta del baño y sólo se escuchó el agua caer, se duchó cerca de 45 minutos, luego se puso a maquillarse y vestirse, después de 2 horas y media salió del baño ya lista.

La volteé a ver y se veía despampanante; antes que nada les describiré como es Ana, ella mide 1,75, es de complexión muy delgada ya que después de tener a la bebé le dio por hacer ejercicio aunque últimamente lo ha dejado, tiene el cabello negro lacio y largo, tiene la piel blanca, labios delgados, ojos negros, nariz respingada, es de piernas largas y blancas, tiene una cadera pequeña y un trasero mediano aunque muy apetecible, pero sin duda alguna su mayor atributo son sus senos, son redondos y grandes, tiene unos pechos impresionantes.

La observé de pies a cabeza y quedé fascinado, llevaba una blusa blanca con tela muy delgada, en algunas partes era algo translúcida por lo que se podía ver su brassier que era del mismo color, llevaba un escote que dejaba ver esas generosas tetas que tanto atraían la atención; debajo llevaba una mini falda de mezclilla ceñida a su cuerpo, dejaba ver la mayor parte de sus lindas piernas, estaba seguro que si se sentaba se podría ver su ropa interior, llevaba muy arriba la falda, también llevaba unos zapatos de tacón de aguja color blanco que hacían juego con la blusa, mi esposa realmente parecía una mujerzuela pero se veía buenísima.

No pude evitar excitarme al verla vestida así, una erección se formó dentro de mis pantalones, la verdad es que yo no estaba acostumbrado a verla vestida tan provocativamente.

-Ya estoy lista. -me dijo.

Sólo asentí, volví a recordar el porque se encontraba vestida así, sentí coraje aunque la excitación no se me quitaba. Ya listos los dos esperamos a que pasaron por nosotros, a eso de las 9:30 de la noche se escuchó un claxon afuera de la casa, me asomé y ya venían por nosotros. Salimos y caminamos hacía la camioneta negra, pude notar como mientras caminaba mi mujer los dos sicarios o empleados de "El Toro" no le quitaban la mirada de encima.

La camioneta empezó su trayecto, en el camino Ana y yo ni siquiera nos miramos, estábamos llenos de miedo y vergüenza por lo que sucedería a continuación.

Luego de varios minutos de camino la camioneta frenó, llegamos a una casa grande, nos abrieron y entramos a paso lento, entré seguido por mi mujer.

-Pasenle. -se oyó a lo lejos.

Entramos y nos sentamos en la sala con temor en nuestros cuerpos. Ahí fue cuando Ana vio con atención a su nuevo amante por primera vez, "El Toro" tendría unos 50 años, era alto y gordo, debía medir unos 2 metros y pesar por lo menos 90 kilos, llevaba una panza enorme que se le salía de la playera, tenía entradas prominentes en su cabellera, un bigote abultado y una barba tupida y muy descuidada, era un espécimen del típico hombre feo, pude ver como mi esposa inmediatamente puso una cara de desagrado.

-¿Y que no me piensa saludar esta hermosa dama? -sentenció "El Toro" con su característica voz ronca.

Mi esposa entendiendo se levantó del sofá y fue hacia el hombre lentamente. El Toro se levantó y pegándose a mi mujer la comenzó a besar en la boca, bajó una mano y empezó a acariciar las nalgas de mi esposa sin respeto alguno.

-Estás bien rica ¿como te llamas?

-Ana. -contestó mi esposa con evidente resignación.

-Que bien, pues ya sabes porque estás aquí ¿no? Más te vale portarte linda conmigo y hacer todo lo que te diga ¿entiendes? sino vas a pasarla muy mal tú y el cornudo de tu marido.

-Sí.

-Pon una sonrisa y ven a sentarte aquí en mis piernas, vamos a tomar algo.

Mi esposa ya sin oponer resistencia alguna y con una fingida sonrisa en la cara obedeció al hombre, la sirvienta llevó dos copas de vino y empezaron a beber mientras yo simplemente observaba, El Toro mientras tomaba aprovechaba para tocar las piernas desnudas de Ana y meter su mano bajo la falda, luego comenzó a besar a mi mujer en la boca mientras le masajeaba las tetas por encima de la blusa.

-Ay Anita, ahora si vas a saber lo que es tener una reata de verdad entre tus piernas.

El hombre siguió besando a mi mujer en la boca pero ahora usando su lengua, con sus dedos comenzó a tocar las piernas de Ana a lo largo de toda su longitud, ella permanecía inmóvil ante su tacto, era evidente que ella no disfrutaba esto, pronto los besos se tornaron más intensos, él pasó sus labios y su lengua por el cuello y la oreja, ahora sus sucias manos acariciaban los pechos de mi esposa, los amasaba con fuerza moviéndolos de un lado a otro, a pesar del tamaño grande de sus tetas El Toro cubría con su mano una teta completa, tenía unas grandes manos, era un hombre gigante, no quería imaginar el tamaño de su herramienta entrando en la estrecha vagina de Ana.

-Tienes unas tetas bien ricas, mira hasta ya se te pararon los pezones. -le dijo El Toro.

Los pezones se podían apreciar a través de la delgada blusa, fue ahí que me di cuenta que en verdad ella estaba disfrutando esto, eso me decepcionó un poco, ella estaba excitada, las caricias de aquel monigote la estaban calentando. Mi mujer seguramente peleaba una lucha interna en mantenerse ajena a las caricias de ese hombre o dejarse llevar, luego de tan apasionados besos ella enredó sus brazos en el cuerpo de El Toro, obviamente se había dejado ir, ahora parecía que ella era la que devoraba la boca del despiadado hombre, constantemente él frotaba con intensidad los muslos de mi esposa hasta estar cerca de su intimidad.

-¿Te gusta lo que te hago verdad? -le preguntó.

Ella guardó silencio, ahí fue que entendí la famosa frase "el que calla otorga", no se atrevía a decir que sí debido a mi presencia. Él sobó sus bubbies por encima de la blusa mientras mordía sus labios.

-Anda dime, ¿te gusta lo que te hago?

-Sí. -contestó temerosa.

-¿Te gusta que te toquen las tetas verdad?

-Síí. -habló con más ánimo.

-Espera a que te las coma, vas a mojarte toda.

El Toro acarició el cuerpo de mi esposa desde sus piernas y la fue subiendo hasta llegar arriba de la falda metiéndola debajo de la blusa y quitado de la pena tentó todo el abdomen con sus grandes manos hasta llegar al brassier. Luego de tocarla sacó sus manos de la blusa, con sus dedos la fue subiendo poco a poco, Ana giró su cabeza hacia atrás facilitándole la labor al hombre hasta que la blusa dejó de cubrir su cuerpo.

Miré su sostén y era de esos con tela delgada que se transparenta, se podía ver claramente el erecto pezón y sus aureolas, una prenda muy atrevida, me dio un poco de coraje que comprara ese tipo de ropa para ese pelafustán.

-A ver parate zorra, te voy a quitar esa falda.

-Si.

Él fue bajando la minifalda hasta sacarla y tirarla en el piso, mi mujer quedó en tacones, sujetador y una minúscula tanga blanca que apenas le cubría el culo, ella estaba entre las piernas de El Toro de frente a él, por mi posición yo podía ver a mi mujer de espaldas, empecé a apreciar su hermoso culo, la pequeña tela se le metía entre sus blancas nalgas, El Toro empezó a acariciarle el trasero con las dos manos a su antojo, ella movía su cabeza a un lado demostrando que le agradaba el manoseo, le dio un par de nalgadas haciendo que temblaran esos hermosos cachetes.

Sin darme cuenta yo me estaba acariciando por encima del pantalón, a pesar de lo humillante que era la escena para mí todo lo que veía me excitaba. El hombre que aún estaba sentado comenzó a besar el abdomen de mi esposa desde por arriba de la tanga pasando por su ombligo hasta llegar a sus tetas las cuales mordió levemente por encima del sostén, ella se reimprimió pero él siguió hasta que finalmente Ana soltó varios gemidos, era imposible resistir tanto placer.

-Vente zorra, vamos a la cama.

Le dio una sonora nalgada y tomándola de la mano la puso a caminar delante de él para poder apreciar su culo moverse. Ambos subieron las escaleras y entraron a la recámara olvidándose de mi presencia, yo estaba dudoso de si subir a ver o no, finalmente el morbo me ganó y subí las escaleras, los vi caminando y entraron en la tercer recámara dejando la puerta abierta donde me paré para observar lo que sucedería.

-No mires. -me dijo Ana con tristeza en sus ojos.

-Dejalo, que vea como se follan a la guarra que tiene como esposa. -intervino El Toro.

La tomó con más fuerza y la besó mientras sus manos acariciaban toda su anatomía, ella se abrazó a su gordo cuerpo con pasión. El Toro puso su cabeza entre las tetas de mi esposa y la movió haciéndolas tambalear de un lado a otro.

-Orale puta, quítame la ropa. -le ordenó.

-Sí.

-Eso… ¿sabes qué? de ahora en adelante ese es tu nombre, puta ¿está bien?

-Sí.

-¿Como te llamas?

-Puta.

El obeso hombre soltó una carcajada y dejó que Ana lo desnudara. Le quitó los zapatos, sus calcetines, luego desabotonó su camisa dejando ver su enorme panza cubierta de vello oscuro. luego quitó el cinturón, bajó la bragueta y le quitó el pantalón y por último su calzón quedando el hombre completamente desnudo. Mi esposa miró detenidamente la erección de El Toro y quedó sorprendida, un enorme falo de unos 22 centímetros sobresalía del cuerpo de aquel hombre.

-Vas puta, chupamela.

El Toro se acostó en la cama boca arriba y mi mujer se subió a la cama y temerosamente acercó su boca a la verga del hombre, él con su mano la tomó del cráneo y la fue acercando más hasta que los labios de ella hicieron contacto con el pene, algo calmada empezó a besar el pedazo de carne, entonces El Toro comenzó a tocar los pechos de Ana y conforme los sobaba más fuerte mi mujer aumentaba las mamadas hasta que llegó al punto en que perdió el pudor y empezó a chuparle la verga con ambición y confianza, con su mano lo tomaba y lo hundía hasta lo más profundo de su garganta provocando los gruñidos del hombre, después ella incorporó su lengua al acto chupando la cabeza, el glande y hasta los huevos.

-Ah puta, la mamas bien rico.

-Sí. -contestó soberbia y excitada.

-¿Te gusta mi verga?

-Sí.

-¿Te gustan grandes verdad?

-Sí.

-¿Quien la tiene más grande, tu marido o yo?

Se quedó callada al recordar que yo me encontraba ahí pero era evidente que la de él era más grande que la mía.

-Anda puta, dime. -insistió.

-Tú.

-Jajaja ya lo sé, y sé que yo te voy a coger más rico y más tiempo ¿quieres que te dé toda la noche?

-Sí.

Cada vez que Ana respondía "sí" sentía puñaladas en el corazón, me dolía saber que a mi esposa le gustaba lo que le hacía y decía ese hombre y más le gustaría lo que después pasaría.

-Eres toda una ramera, sabes mamarla bien rico, de seguro a tu marido no se la chupas así, puta.

El Toro siguió ofendiéndola con ese sobrenombre que ya me estaba irritando, sin embargo a ella parecía no importarle, siguió comiéndose el miembro de él gustosamente hasta que la detuvo, la besó en la boca unos minutos y la sentó en la cama, acercó sus manos a la espalda de ella y le quitó el brassier dejando al aire esos enormes melones que tiene ella.

Él poniéndose detrás de ella empezó a besar el cuello y oler su cabello mientras que con sus manos acariciaba sin discriminación alguna sus grandes tetas, con sus manos amasaba aquellos pechos mientras Ana soltaba pequeños gemidos dejándole saber al hombre que la tenía a su completa disposición. Después de tocarle constantemente los senos El Toro acostó a mi esposa boca arriba y se puso encima de ella, poco a poco se fue acomodando hasta que su cabeza quedó a la altura de sus tetas, llevó su boca a los pechos de Ana y uno a uno los devoró como un animal, pasaba su lengua en los pezones haciéndolos ponerse duros, entre suspiros mi esposa exigía más.

Luego de un rato de comerle las tetas tan satisfactoriamente El Toro fue bajando hasta llegar a la intimidad de ella, con sus dedos fue explorando la zona metiendo uno o dos dedos dentro de la tela, Ana abrió las piernas deseosa de atención y el hombre bajó la pequeña tanga hasta dejar completamente desnuda a la madre de mi hija, fue ahí que pude observar que tenía su zona intima completamente depilada, se había depilado, cosa que en 12 años conmigo jamás había hecho, eso me frustró. El Toro puso su cabeza entre la vagina de Ana y fue lamiendo su monte de venus en toda su extensión, con su lengua masacró la clítoris de mi mujer y sus gemidos no se hicieron esperar, mientras él le comía la vagina ella lo tomaba de la cabeza y lo hundía en su intimidad pidiendo más.

-Cogeme. -dijo mi esposa.

-¿Quieres verga eh?

-Siii.

El Toro subió su pesado cuerpo encima de Ana hasta quedar cara a cara, le abrió las piernas y hundió su herramienta en la mojada vagina en un sólo movimiento.

-Ahhh. -mi mujer soltó un quejido adolorido.

-No te quejes, vas a ver que me la vas a pedir más.

Ambos se besaron de forma sucia durante varios minutos hasta que El Toro empezó a penetrarla y ella comenzó a jadear profundamente por el placer que él le causaba, no podía entender como aquel grueso trozo de carne podía entrar en la raja de mi esposa, Ana enredó sus piernas al cuerpo del sudoroso hombre y él la levantó con una descomunal fuerza y la empezó a coger de esa forma, aquel hombre se cogía a mi esposa en el aire mientras yo observaba todo desde un rincón con una mezcla de enojo, vergüenza, morbo y excitación.

Fornicaron en aquella posición un buen tiempo, luego él la aventó en la cama como si fuera de trapo y se acostó boca arriba con un miembro frondoso y erecto esperando por ella.

-Vas puta, cabalgame.

-Si.

Mi esposa se trepó encima del hombre y ella misma metió la verga en su concha, cuando entró suspiró aliviada como si necesitara tenerla dentro, ya encima y empalmada empezó a cabalgarlo con movimientos suaves, cada que el grande pene tocaba lo más profundo de su intimidad ella gemía como gata en celo, minutos después los movimientos se tornaron más fuertes, mi mujer saltaba y se ensartaba en el tronco del hombre con gran entusiasmo, los grandes pechos de Ana colgaban y se tambaleaban a la par de cada penetración, en ocasiones El Toro las atrapaba y las llevaba a su boca chupándolas provocándole a Ana un mayor placer.

Luego de montar al macho por más de veinte minutos Ana no resistió más y llegó a un escandaloso orgasmo empapando el pene de El Toro de fluidos vaginales. Ella descansó su cuerpo sobre el de él tratando de reponerse pero él no parecía venirse pronto siguió taladrando a mi mujer como si nada.

-Por dios… Ya no puedo. -exclamó mi esposa.

-Esto va a terminar cuando quiera, ¿ok?

-Ahh… Sí.

Apenas ella quería parar cuando su cuerpo la traicionó y exigió más sexo, sus gemidos la traicionaron.

-Ves, tu cuerpo pide castigo.

-Dame más.

Ahora la puso en cuatro y él se posicionó detrás de ella, le pegó un par de nalgadas tan fuertes que le dejó los glúteos colorados, penetró a mi mujer con su grueso instrumento y se la empezó a coger de a perrito, él la tomaba de las caderas y con harta violencia la traía y alejaba a su cuerpo, el cabello suelto de Ana se le pegaba al rostro por tanto sudor, sus jugosos pechos bamboleaban de un lado a otro y El Toro descansaba su enorme panza en la espalda de mi mujer, la tomó del cabello mientras la follaba y le empezó a hablar de manera sucia y vulgar.

-Mmmnh, eres toda una zorra ¿verdad?

-Sii.

-¿Quien se iba a imaginar que una simple ama de casa podría ser toda una puta en la cama?

-Ya sé.

-¿Te gusta mi verga?

-Siii, me llenas toda.

El Toro la siguió penetrando hasta que Ana no pudo más y se vino por segunda vez, sus fluidos mancharon de nueva cuenta la reata del hombre y también la cama, ella se tiró sobre la cama toda sudorosa y con la respiración muy agitada. Por el ángulo en que yo estaba podía ver su rostro y ella el mío, no podía reconocer a mi propia esposa, tenía una mirada profunda y perdida, sin resistencia alguna se había entregado a ese hombre que me había aterrorizado por meses y apenas era el primer día.

-Ya después vas a mirar a tu esposo, hoy yo soy tu hombre pendeja.

El Toro la tomó del cuello y la levantó para besarla sin ningún tipo de emoción, aún así ella le correspondía atentamente, Ana lo abrazaba necesitada de cariño mientras él con sus manos masajeaba el culo de mi esposa, embadurnó sus dedos con los pocos jugos vaginales que habían en el sexo de Ana, llevó los dedos a la boca de ella y se los dio a probar, mi mujer chupó sus sucios dedos probando su propio sabor. Terminó y puso una gran sonrisa que hasta hoy me causa pesadillas.

-Así me gustan las putas, obedientes. -habló El Toro.

Le tomó la cabeza y la bajó a su pecho, como instinto mi esposa empezó a chuparle el pecho peludo con todo y lengua, El Toro asintió, fue bajando hasta llegar a su abundante barriga la cual besó con gran adoración.

Luego de aquel extraño momento El Toro la tiró a la cama y la puso en cuatro de nuevo, ella se empinó ahora con más naturalidad y sensualidad, más puta, el hombre se agachó detrás de ella y le empezó a acariciar el culo, era obvio lo que seguía, comenzó a mamarle el culo a la vez que se lo tocaba. Seguidamente su lengua se adentró en el oscuro agujero haciendo retorcer a mi mujer en aquella cama.

-Te voy a romper el culo puta.

-Eso no.

-Te va a gustar, a las perras como tú les gusta que les rompan el ano.

-No, soy virgen.

-Uyy, mejor aún, yo voy a estrenar ese precioso culo.

Era cierto, nunca lo había hecho, yo se lo pedí varias veces y se había negado por temor a que le doliera, esta vez no había ni una sola pizca de miedo en su ser, aún así siguió negándose.

-Vamos a culear bien rico, vas a ver.

-No, por favor no.

Ana decía una cosa pero su cuerpo otra, ella empinaba su culo lo más posible al sentir a El Toro cerca, él siguió estimulando hasta que en un descuido le ensartó su orificio trasero provocándole un gran dolor, desesperado El Toro le tapó la boca con sus manos acallando aqueos quejidos, sin saber como fue Ana la que empezó a mover el cuerpo exigiéndole al hombre que la penetrase, sin aguardar más tiempo le comenzó a romper el ano, ya mi esposa gemía puramente de placer y gozo, aquella venosa y gruesa arma entraba en el estrecho y virgen ano de mi mujer con mucha facilidad, la cama se movía a la par de sus cuerpos, él la tomaba de las caderas, le jalaba el pelo o le metía los dedos a su boca, ella se tocaba los pechos o se metía los dedos a la vagina, cuando parecían llegar ambos El Toro se quitó de ahí puso a mi mujer de rodillas y penetró su boca por no más de 40 segundos hasta que finalmente eyaculó llenándole de leche la boca que no pudo contener más y salió el espeso líquido corriéndole por la barbilla y el cuello hasta desembocar en sus senos.

Ambos terminaron al mismo tiempo y quedaron exhaustos y desechos, descansaron unos 30 minutos sólo besándose y acariciándose pero continuaron el resto de la noche, al tercer polvo no soporté ver más y me fui a la sala donde me quedé e intenté dormir sin lograrlo pues constantemente oía los gritos y gemidos de mi esposa que no me dejaban dormir.

Ya al otro día Ana me despertó, estaba de pie frente a mi con su ropa atrevida, los tacones en las manos y unas ojeras en su rostro muestra de que no había dormido en toda la noche.

-Ya vámonos.

-Sí. -respondí.

Regresamos a casa sin hablar absolutamente nada sobre el tema tal y como ha sido hasta hoy en día.

Y así fue cada fin de semana a lo largo de 6 fatídicos meses en los cuales "El Toro" la "obligó" a hacer todo tipo de cosas, grabó varios vídeos xxx con ella; hizo un trío con ella y con otra mujer; la obligó a caminar en una concurrida calle semidesnuda; hasta la hizo participar en orgías, y por supuesto yo como espectador en cada acto.

Fue a los seis meses cuando esta terrible pesadilla (que al menos para mí lo era) terminó, una mañana leyendo el periódico vimos el encabezado: «ejecutan a "El Toro" en su casino de Mexicali». La calma volvió, ese despiadado hombre que tanto nos había hecho sufrir había sido asesinado.

Finalmente pudimos seguir nuestra vida normalmente, a mi me iba bien en el trabajo; poco a poco recuperamos nuestros muebles, por otro lado, Ana tenía 2 meses de embarazo, era obvio que ese bebé no era mío pero no pensamos tanto en esto, seguimos nuestra vida juntos como si nada hubiera pasado; jamás volví a involucrarme en apuestas y juegos de azar.

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