Cuando el gilipollas de mi marido cerró la puerta lo que sentí fue rabia. Apreté los dientes y afloraron algunas lágrimas a mis ojos. Habíamos tenido una nueva discusión. Lleva demasiados años aguantando una situación insoportable. Aunque no lo podía confirmar (o realmente no quería ser consciente de ello) me ponía los cuernos cada vez que quería. Y ese fin de semana de diciembre lo volvería a hacer. Se largaría a esquiar con sus colegas de toda la vida mientras me dejaba sola en casa.
En medio del salón, con la mirada perdida en un punto indeterminado de la puerta cerrada mi mente voló a un hecho del pasado. Casi 20 años antes, ya me había dejado sola mientras se iba a esquiar con sus amigos. Pero en aquella ocasión me vengué tirándome a un compañero de clase.
Conocía a Dani de toda la vida. Un chico del mismo grupo de amigos y mismo lugar de la encuentro, dos años mayor que yo. Teníamos cierta confianza y aunque nunca lo confesé, siempre me sentí atraída por él.
Su altura, su belleza discreta, su discreción. La verdad es que el tipo era atractivo y sin ser el típico espectacular, a poco que te fijaras era un pedazo de tío. Pero, sin saber muy bien cómo me encoñé con el gilipollas de mi actual marido. Por más que Dani me decía como era yo no quería saberlo.
Con el paso del tiempo Dani y yo fuimos estrechando nuestra relación y le contaba todas mis movidas con mi novio. En parte por desahogarme y en parte porque quería que se sintiera celoso igual que yo cuando lo veía liado con alguna tía.
Pero aquel diciembre que el gilipollas se largó a esquiar dejándome tirada no me lo pensé y quedé con Dani para provocar una situación propicia. Aún me excito cuando recuerdo aquella mezcla de olores que producía mi chaquetón Barbour y su perfume Adolfo Domínguez en el habitáculo de su Fiat Uno. En el aparcamiento público de aquel casino, a la vista de todos. Solo cubiertos por los cristales empañados por nuestra transpiración Dani me folló. Me echó un auténtico polvazo como nunca antes había hecho mi novio el gilipollas.
Mientras recordaba esto, sentía como de mi coño manaba flujo caliente que me mojaba las bragas. Mis pezones se endurecían y se marcaban bajo la camiseta que tenía puesta. Por mi cabeza pasaron varias posibilidades…
Cogí mi móvil y le envié a Dani un WhatsApp:
"¿Sabes qué día es hoy?"
Cinco minutos después me contestaba. Con su habitual originalidad y memoria, me enviaba una fotografía baja de internet del casino donde habíamos estado este mismo día, pero 20 años antes.
"He vuelto a subestimar tu memoria"
"Mujer hay momentos que son imposibles de olvidar"
Durante la siguiente media hora estuve dudando si lanzarme a la piscina o no. Pero al recordar otra vez el portazo que dio el gilipollas cuando se largó a esquiar lo tuve claro:
"¿Te apetece tomar un café mañana…? Solo por los viejos tiempos…"
"Por la mañana imposible. A partir de las 7 de la tarde estaré libre. Mi mujer se va a pasar el fin de semana con su hermana…"
No me lo podía creer. La alineación astral me estaba permitiendo una oportunidad única. Pensando que de perdidos al río, redoblé la apuesta:
"¿Te apetecería cenar conmigo mañana?"
"¿Me estás proponiendo algo…?"
Por un momento me arrepentí de mi atrevimiento. El hecho de que hace 20 le pusiera los cuernos a mi novio con mi amigo Dani no me daba derecho a ponerlo de nuevo en el compromiso y que él le pusiera los cuernos a su mujer:
"Nada que tú no quieras hacer. Solo invitaba a un amigo a cenar una noche que estoy sola…"
Reconozco que me dio algo de vértigo la propuesta que le acababa de hacer. Era una proposición en toda regla. Durante los siguientes 40 minutos el móvil permaneció en silencio. Empecé a arrepentirme de lo que había hecho. Incluso me planteé enviarle un mensaje disculpándome pero…:
"OK"
Esa fue la escueta respuesta de Dani. No sabía cómo interpretarla. ¿Se habría sentido ofendido por la insinuación? Desde ese instante se me puso una sonrisa en la cara. A poco que Dani estuviera receptivo me lanzaría y le pondría los cuernos a mi marido. Qué por cierto, me acababa de enviar una foto con sus colegas. Gilipollas.
Al día siguiente, viernes, estuve todo el tiempo planificando mentalmente el plan. A qué hora tendría que dejarle los niños a mi madre y con qué excusa. Qué prepararía de cena. Y lo más importante, ¿dónde conseguiría un chaleco de lana blanco?
A las 9 de la noche Dani apareció por mi casa con una botella de vino. Yo tenía la cena lista, pero aún me faltaba vestirme. A decir verdad, lo había hecho a propósito para dejar la sorpresa del chaleco blanco para el final. Mientras mi amigo se quedó en el salón frente al televisor yo subí a cambiarme. Diez minutos después aparecí con un pantalón vaquero y un chaleco de lana blanco perfectamente ajustado a mi cuerpo. Él se quedó boquiabierto al verme vestida, prácticamente, igual que veinte años antes:
-Estás espectacular. -Me dijo con media sonrisa.
-Gracias… -Veo que lo recuerdas…
Durante la cena nos liquidamos la botella de Rioja. Estuvimos recordando y riendo con anécdotas de aquellos años de facultad. Hacía meses que no hablábamos y en los últimos cinco años solamente nos saludábamos y nos felicitábamos los cumpleaños.
Después de hora y media decidimos sentarnos en el sofá a tomarnos una copa. Fui a la cocina a por un par de tónicas y un recipiente con hielo. De un botellero saqué ginebra y brindamos por los viejos tiempos:
-Así que te ha vuelto a dejar sola para irse a esquiar…
-Pues sí, parece que hay cosas que no cambiarán nunca.
-Siempre fue un gilipollas.
No sé por qué, pero al oír a mi amigo insultar a mi marido en mi propia casa me produjo una sensación de extraño placer morboso. Imitando lo que había hecho en su coche aquella noche me recoloqué de lado en el sofá mirando hacia Dani. Él me miraba fijamente mientras sostenía su copa. El beso, otra vez, se hizo inevitable. Fui yo quien acerqué mis labios a los suyos. Unos labios carnosos que sabían a alcohol. Le acaricié la cara. Mi amigo se deshizo de la copa y me correspondió con un apasionado beso. Se fue echando sobre mí hasta tumbarme boca arriba obre el sofá. Me ayudó a quitarme el chaleco y le sonreí cuando se quedó mirando mis tetas:
-¿Te siguen gustando?
Me las agarré. La gravedad y los dos partos habían derrotado su firmeza y ahora se veían caídas aunque enormes.
-Sabes que siempre me he mandado pensando en tus melones.
Me quité el sujetador y dejé que Dani me las comiera. Sentir sus carnosos labios sobre mis pezones fue como una explosión en mi cabeza. Mi amigo me comía las tetas como nadie. Succionaba mi pezón y lo trillaba con los dientes hasta el límite del dolor. Mi rajita empezó a rezumar flujo caliente que noté descender hasta mis glúteos. Con mis manos buscaba el bulto que se marcaba en su entrepierna. Quería comerle la polla a mi amigo Dani.
Él no se hizo esperar y se deshizo de su pantalón ofreciéndome su polla erecta. Era un buen rabo, hacía más de 20 años que no lo veía, pero ahora me parecía precioso. Recto, grande, más que el del gilipollas de mi marido, con unas venas marcadas. No me pude reprimir y acerqué mi boca hasta el capullo envolviéndolo con mis labios. Sentí el grosor de aquel miembro invadiendo y ocupando todo mi espacio bucal. El calor que desprendía hacía que segregara mucha saliva. Dani me cogió la cabeza con sus manos y dejé que me marcara el ritmo de la mamada. Me excitaba sentirme usada por mi amigo. Me ponía muy cachonda ponerle los cuernos a mi marido con un amigo que me follaba la boca.
Metía la polla hasta el fondo para después sacarla casi entera. Mi lengua se envolvía en su glande y Dani suspiraba de placer:
-Joder, hija de puta, sigues siendo una excelente comepollas…
Cada insulto hacía que mi coño se inundase con flujo. Me sentía como una puta y me encantaba. Me acordaba de la discusión con el gilipollas de mi marido y sentía que me estaba vengando. Todas aquellas veces en que me dejaba sola en casa mientras él se iba de copas y, casi con toda seguridad, se follaba a cualquier tía se amontonaban en mi cabeza y me empleaba a fondo en darle más placer a mi amigo Dani:
-Sigue que me corro, sigue Patri…
Me agarré a las piernas de mi amigo sabiendo que le llegaba el orgasmo. No quise retirarme y sentí como su polla estallaba en mi boca. El primer lechazo golpeo en mi campanilla antes de descender por mi esófago. El segundo lo mantuve en mi boca y comenzó a salir por la comisura de mis labios. Dani se retiró para hacer impactar sus últimos chorros de leche contra mi cara y mi cuello. Me levanté y me fui al baño a limpiarme.
Cuando salí, Dani se encontraba totalmente desnudo sentado en el sofá donde minutos antes se la había mamado. Yo también estaba desnuda. Me dirigí hacia él y le besé. Me coloqué de pie en el asiento del sofá y le ofrecí mi coño.
La imagen era de película porno. Mi amigo sentado en el sofá de mi casa mientras yo me colocaba de pie en el mismo sofá y poniendo mi coño en la cara de él.
Sentí como sus manos separaban mis labios y con su lengua separaba cada pliegue vaginal. Mis pelos del coño le hacían cosquillas en su nariz mientras su lengua me practicaba una tremenda comida de coño:
-Sí, joder, sí. Cómetelo todo cabrón.
Dani se agarraba a mis nalgas empujando mi entrepierna contra su cara y su boca. Yo gritaba de placer con el sexo oral que hacía mucho tiempo no recibía. Pero lo que quería era que Dani me follase. Necesitaba sentir como mi coño abrazaba una buena polla. Notar como un capullo baboso se abría paso en mi interior.
Así, poco a poco comencé a descender hasta colocarme a horcajadas sobre mi amigo. Con una rodilla a cada lado, fui dejando caer mi cuerpo sobre la dura polla de Dani. Yo sola me fui empalando por el coño. Mi amigo se agarró a mis caderas y me la calzó hasta el fondo. Sentí como mi cuerpo aplastaba sus cojones. Me agarré a sus hombros y comencé a botar como una auténtica puta. Mis enormes tetas comenzaron a saltar y Dani se abalanzó sobre ellas para comérmelas. Hacía tiempo que no echaba un polvo y este era un polvazo aumentado por el morbo de ponerle los cuernos al gilipollas de mi marido con mi amigo.
Mi excitación era máxima. Mi orgasmo estaba a punto de llegar. Me separé un poco de Dani y miré hacia abajo. Quería ver como mi coño peludo se tragaba el pollón de mi amigo. Mis labios se abrían al máximo para acoger el grosor de aquel mástil de carne. Comencé a masturbarme sin dejar de botar, sintiendo las manos de Dani agarradas a mis nalgas.
Un grito de mi amigo me anunció que se estaba corriendo de nuevo, esta vez dentro de mi coño. Esto hizo que un relámpago cruzase mi cerebro y una descarga eléctrica recorriese mi columna hasta estallar en mi clítoris. Con un grito que no quise ahogar me corrí como una perra caliente.
Dani se marchó media hora después. Nos despedimos con un apasionado beso y la promesa de volver a repetir. Me pregunté si eran los primeros cuernos que le ponía a su mujer o solía serle infiel. Por mi parte, era la primera vez que le ponía los cuernos a mi marido desde que nos casamos. Pero lejos de tener cargo de conciencia me sentía bien. En el fondo era una venganza contra un gilipollas que llevaba años engañándome.