back to top
InicioInfidelidadAna: Un día más en el trabajo

Ana: Un día más en el trabajo
A

el

|

visitas

y

comentarios

Apoya a los autores/as con likes y comentarios. No cuestan nada.
Tiempo de lectura: 20 minutos

Un día más en el trabajo, algo común, llegar al restaurante, checar entrada, verificar que todo estuviera bien, y prepararse para esbozar una sonrisa que durara cuando menos las siguientes seis horas, Ana estaba preparada para una jornada laboral más en ese restaurante de Los Ángeles California donde estaba trabajando mientras terminaba de arreglar sus papeles para poder ejercer en su verdadera profesión como corredora de bienes raíces.

Su espigada figura se destacaba notablemente en el traje sastre que debía vestir para ejercer como “hostess” o anfitriona del lugar, azul marino con saco y falda en azul marino, una delgada blusa de seda, y por debajo, brassiere y pantis en color blanco inmaculado que hacían juego con un delicado encaje Victoria Secret que a ella le encantaba, la ropa era perfecta para hacer notar sus voluptuosos senos, y larguísimas piernas que hacían suspirar a muchos de aquellos que asistían al lugar para comer o cenar.

Su apariencia hacia fácil que en muchas ocasiones algunos parroquianos trataran de hacer que Ana fuera más allá de simplemente ofrecerles su hermosa sonrisa, y había recibido ya muchas invitaciones a salir con algunos, e inclusive, había tenido que soportar a uno que otro que al calor de las copas había toqueteado a la mujer por sorpresa y hasta ofertas económicas para irse a la cama con alguno que sentía que ella cedería por dinero.

La jornada comenzó normalmente, un día atareado, con muchos clientes arribando al lugar, la hora pico hacia que en ocasiones algunas de los asiduos al restaurante debieran esperar a que alguna de las mesas se desocupara, el lugar era amplio, dos salones comedores de grandes dimensiones, divididos en cuatro, dos salones de consumo para los clientes normales y dos salas privadas reservadas para grupos, el área de la cocina, y a un costado de los baños un espacio donde los empleados podían tomar su hora de comida con toda comodidad con sala de televisión, mesa y horno de micro ondas.

Ana pensó para si ‘Un grupo de oficina más’ odiaba esos grupos integrados casi siempre por muchos hombres que se reunían en uno de los privados y que tras trabajar un rato y comer, se tornaban impertinentes tras beber algún trago o tomarse unas cuantas cervezas, y ese día, Ana reafirmaría momentáneamente su repudio por dichos grupos.

Cuando los vendedores de una conocida empresa llegaron al lugar, Ana los recibió con su habitual sonrisa, su cabello café claro, grandes ojos y maquillaje impecable la hacían lucir hermosa, camino delante del grupo de ocho hombres y escucho cuchichear a algunos detrás de ella siguiéndole el paso en medio del amplio salón dirigiéndose al privado, en ingles uno dijo susurrando que ella tenía un delicioso culo, ella se hizo la desentendida y ni siquiera volteo, y la voz gruesa que escuchó a continuación si la hizo voltear al oír con un volumen mucho mayor: “me encantaría levantarle la falda y lamerle su anito”, dicho comentario, completamente impertinente había brotado de un hombre de color de aproximadamente 30 años, vestido impecablemente y con un rostro inusualmente cuadrado para un tipo de su extracción étnica, era un tipo muy agradable a la vista, pero definitivamente impertinente e ignorante de que, obviamente, ella hablaba inglés y había entendido a la perfección sus vulgares palabras ¿o seria que lo había dicho voz en cuello para que ella lo escuchara?

Ana siguió su camino hacia adelante, y se paró a un costado de la puerta que conducía al privado, los primeros siete hombres desfilaron frente a ella y al último el hombre de color que la había intrigado con su desparpajo e irreverencia, al pasar frente a ella, sonrió mostrando una amplia dentadura blanca y le guiño un ojo al tiempo que se inclinaba ligeramente para susurrarle en inglés: “eres divina, me encantaría cogerte”. Ana abrió desmesuradamente los ojos ante el improperio y frontal insinuación, el, indiferente a su reacción siguió su camino rumbo a la larga mesa donde departiría junto a sus compañeros de empresa, y sin poder evitarlo, Ana vio su ancha espalda, sus enormes nalgas, sus amplias manos, y ese aroma fuerte pero no desagradable que emanaba de su piel obscura.

Recompuso figura, dio la vuelta y se enfilo hacia la recepción para continuar con sus labores, ya que, una vez que ella conducía a los grupos hacia los salones privados, eran los meseros quienes se hacían cargo de la atención al cliente, y ella como anfitriona debía regresar a la puerta y seguir recibiendo clientes, sin embargo, algo de color obscuro en ese grupo en particular había llamado la atención de la mujer, que, dentro de ella seguía pensando en las atrevidas palabras del negro, y su actitud despreocupada e insinuante, Ana pensó, ¡mira nada más que clase de cabrón es este tipo! Diciendo que quiere cogerme cuando ni siquiera me conoce, ¡apenas acaba de verme y ya me quiere llevar a la cama! Una vocecilla interna, casi desapercibida para su conciencia sonaba detrás de sus airadas protestas, y esa diminuta voz le decía casi vulgarmente: está bien bueno, ¿Qué se sentirá que te coja un negro? Ana se sorprendía de las palabras que su propio pensamiento expelía, ¿será rico que te la meta toda? Ana agito un poco su cabeza y trato de desviar su atención ya que, esa voz interna y lujuriosa había superado en muy poco tiempo a sus propias quejas ante el descaro y poca educación del moreno que estaba en el salón privado.

Pasaron quince o tal vez veinte minutos, Ana se quitó los malos pensamientos de la cabeza y siguió con su labor cotidiana en el trabajo, sonrisa, al recibir a los comensales, y guiarlos cortésmente a su mesa, regresar a la puerta y continuar con una buena actitud, hasta que le toco guiar a una mesa de cuatro personas que estaba ubicada exactamente en la puerta del salón donde estaba el negro que la había hecho pecar mentalmente, quiso evitar dirigir su mirada hacia el interior del salón, pero no logro hacerlo, volteo, y oteo en la distancia para ubicar al atrevido cliente, y sus ojos se cruzaron con los de él, su mirada era penetrante, arrobadora, sus gruesos labios y la quijada cuadrada con el pelo color negro ralito con pequeños rizos le daban una apariencia limpia, él se percató de su presencia como si trajera un radar, y cuando sus miradas se encontraron, sonrió una vez más, y volvió a guiñarle un ojo, y le envió un beso lejano, Ana se estremeció, algo tenía el tipo que la hacía sentirse agitada, ¿o excitada tal vez? Su presencia era intimidante, sus labios invitantes…

Ana bajó la mirada en el acto, viro rápidamente y se dirigió a su estación de trabajo, una vez más la batalla de las voces internas ¿Quién se cree?, ¿Cómo se atreve? Y la otra voz interna, más baja, lejos, viniendo desde la profundidad de su mente ¡Qué rico beso! ¿La tendrá tan grande como dicen que la tienen los negros? Al llegar a la puerta del establecimiento ya había varios clientes esperando lo que sirvió para apaciguar la batalla de pensamientos dentro de su cabeza.

El día continuo y el ajetreo elimino casi cualquier posibilidad de reencontrarse con el hombre que la inquietaba, pasaron casi tres horas y la mesa del salón privado no se había retirado, y ya casi venia la hora de la cena, y de la salida de Ana de su día de trabajo, siendo una mujer divorciada y viviendo en una ciudad extraña, casi todos los días desde su llegada a los Estados Unidos habían sido casi una copia al carbón, levantarse, bañarse desayunar, arreglarse ir al trabajo, estar todo el día ahí y regresar a casa tarde, y muy cansada casi sin oportunidad de tener una vida social que le permitiera tratar de encontrar una pareja o alguien para saciar un poco el vacío de amor y sexo que la atosigaba un poco.

Faltaban diez minutos para las 8, su turno estaba terminando, y un compañero mesero se le acercó y le dio una servilleta que decía, le habían dado al llevar una ronda de tragos más para el salón privado, Ana la desenrollo, y con una letra grande y elegante, el mensaje leía:

“Quiero hacerte el amor, estoy hospedado en el hotel de enfrente, y sé que tú también quieres que te lo haga, mi habitación es la 425, en el cuarto piso, deseándote mucho.

Rod.”

Ana levantó la vista y la dirigió a la puerta del salón, sintió deseos de ir y mentarle la madre al atrevido moreno que la tomaba como una cualquiera, ni siquiera habían hablado, solo se le había insinuado, le había aventado un beso y le había dicho abiertamente que quería metérsela toda, pero, no lo hizo, un calor extraño invadió la parte baja de su vientre, sus pezones se erizaron levemente, la piel de su nuca sintió un aire frio y lejos de permitir que su enojo se proyectara y fuera a reaccionar ante el hombre que la invitaba a su habitación, simplemente sonrió, no se reconocía a sí misma, si bien siempre había sido muy caliente, jamás se había considerado “fácil” se había acostado con varios hombres en su vida, pero siempre había sabido mantener la compostura y el anonimato de cada uno de esos encuentros, inclusive un par de infidelidades a su ex marido, pero reconocía que jamás alguien había sido tan frontal, tan incisivo y directo al punto, esa situación de ir al grano y pedirle su cuerpo solo para sentir placer le llamaba mucho la atención, y pensó en ¿Qué pasaría si voy?

Finalmente la mesa del privado salía del recinto, e igualmente que cuando llegaron todos los compañeros del moreno de fuego caminaban por delante, y él estaba hasta el final, algunos de ellos venían visiblemente alegres tras haber consumido varias botellas de vino, y algunos licor, sonreían, y bromeaban, pero Rod, el misterioso pretendiente mantenía esa compostura y galanura que le llamaba tan poderosamente la atención a Ana, él se le acerco, se puso frente a frente con ella, bajo la mirada a la altura del pecho de la atractiva anfitriona, y le dijo “¿Ana verdad?”. Una vez más abrió los ojos con cierta sorpresa, pero inmediatamente recapacitó, obviamente estaba leyendo su nombre en la placa de identificación que todos los empleados del restaurante tenían pegada a la altura de la solapa “Si, Ana” contestó con suavidad, él le extendió la mano y tomo la suya, se le acerco y sin dar tiempo a reaccionar le dio un beso en la mejilla casi en los labios, sintió su aliento cálido, y esa carnosa boca al tiempo que le decía en voz baja: “voy a mi hotel, está ahí enfrente, te espero cuando salgas de trabajar, te haré el amor como nunca nadie te lo ha hecho”.

Soltó su mano casi en una caricia, y giro sobre su eje enfilándose hacia la puerta del lugar, sin voltear a verla, ni ofrecerle la más mínima oportunidad de contestarle, Ana se quedó, ahí, pasmada, simplemente sorprendida, y ahora sí, terriblemente confundida y hasta excitada.

Los minutos transcurrieron lentamente, una ola de calor súbito inundo el cuerpo de Ana, retiro su saco y lo doblo en el respaldo de la silla que tenía detrás de su pódium donde estaba el libro de las reservaciones, se meso el cabello, volteo hacia el espejo que colgaba de la pared a un costado de la puerta y se vio a si misma con un semblante diferente, sus mejillas estaban levemente sonrosadas, y ese calor que sentía se proyectaba a su faz coloreando su rostro y dándole una belleza especial provocada por como ese total desconocido le había levantado la temperatura.

El turno de Ana había concluido, eran las ocho de la noche y 10 minutos tomo el saco, se dirigió al espacio dedicado a los empleados, caminando con sus largas piernas y una sonrisa, verifico su salida en el reloj que la empresa tenía determinada para eso, y giro para dirigirse a la salida, no había una determinación de que haría cuando cruzara el umbral de la puerta rumbo a la calle, donde a 25 metros caminando de frente se encontraba el hotel moderno y funcional en el que Rod, ese desconocido atrevido y sugerente la esperaba, una vez más la batalla de las voces dentro de su cabeza, en esta ocasión, inclusive con un lenguaje mucho más duro y florido que durante la tarde: si vas ¡eres una puta! ¿Desde cuándo me acuesto con un desconocido así como así? Si voy seguro pensara que soy una cualquiera que le da las nalgas a todo el que me las pide, ¡cógetelo, está buenísimo y nadie se va a dar cuenta! la batalla entre el pequeño angelito y el mini demonio dentro de ella continuaba al tiempo que camino hasta la orilla de la acera, y volteo hacia arriba para contemplar el alto edificio, a sabiendas que en el cuarto piso, un par de horas de enorme placer podrían estar esperándola.

Camino hacia el estacionamiento, la voz de la precaución parecía estar imponiéndose, sentía un vacío en el estómago, y, nerviosa, metió la mano a la bolsa para buscar las llaves, y al sacarlas estas resbalaron entre sus largos dedos de manos meticulosamente manicuradas, se inclinó completamente para recoger el manojo de llaves, y al levantarse su cara quedo de frente al hotel una vez más, sin pensarlo camino de frente hacia el edificio y cruzó la calle con pasos largos, parecía que finalmente había sido el diablillo de la lujuria el que gano la batalla y aquel calorcillo en el bajo vientre había decidido cuál de las voces se había impuesto, Ana se sentía excitada, deseaba estar con aquel hombre, deseaba tener una sesión de sexo diferente, algo que fuera total y absolutamente distinto a cualquier cosa que hubiera probado antes, y su instinto femenino le decía que aquel atrevido tenia los ingredientes necesarios para hacerla sentir cosas que antes tal vez solo había imaginado.

Recorrió el lobby del hotel, y sin detenerse dirigió sus pasos a los elevadores, entro en el primero que abrió sus puertas, se recargo en la pared lateral y apretó el botón con un gran número cuatro iluminado, y recordó en voz alta -habitación 425- el ascenso del elevador se le hizo el más lento de la historia, e imágenes de su pasado con un matrimonio fallido que había dejado una hija, y de diversas relaciones de noviazgo formal y “acostones” de una noche que había vivido, y se dio cuenta que jamás se había acostado con alguien del que solo conocía su nombre y con quien había cruzado palabras durante solo veinte segundos, ¿estaría loca? ¿Acaso la necesidad de afecto y relaciones físicas la estaba llevando a “regalarse” tontamente?

La puerta se abrió y Ana no tuvo tiempo de contestar su propia interrogante, salió del elevador y dos letreros con los ascendentes y descendentes de los números de habitaciones estaban frente a ella, la 425 estaba a la derecha, camino por el largo y solitario pasillo, doblo a la izquierda y ahí, a su lado izquierdo estaba la puerta de color perla con el gran numero cuatrocientos veinticinco pegado en letra de oro, al llegar a su destino, se petrifico, sus manos y rodillas temblaban -¡soy una puta! pensó, al tiempo que tocaba la puerta muy despacio, escucho algún ruido detrás de la madera, y la puerta se abrió, ahí, frente a ella, con solamente una pequeña toalla blanca amarrada en la cintura y apenas cubriendo sus genitales estaba Rod, quien sonrió ampliamente y una vez más, en inglés, le dijo:

—¡Sabía que vendrías! Adelante, pasa Ana, gracias por venir.

Ella caminó con precaución, él no dejó de seguir sus pasos con la mirada, ella sintió que aquel hombre le devoraba el pequeño trasero, él cerro la puerta y ella pensó -ya no hay forma de escapar- Rod caminó hacia Ana y le preguntó si deseaba algo de tomar, a lo que ella asintió, él procedió a sacar una botella de vino rosado que estaba enfriándose en el pequeño refrigerador de la habitación, que era muy bonita, amplia, con una cama queen size un sillón y un taburete, además de un escritorio con un par de sillas y una lámpara de pie. El hombre destapó la botella, sirvió el líquido dulce en dos copas y extendió la primera hacia la mujer que aún se preguntaba qué demonios hacia ahí, el extendió su largo y musculoso brazo y la invitó a brindar, ella no podía dejar de analizar su masculina anatomía, pecho fuerte con un vello ralo, abdominales de campeonato mundial, dos brazos con anchos bíceps, y dos piernas poderosas, era, sin duda, el espécimen masculino más bello que ella había tenido bajo esas circunstancias en toda su vida, el tiempo que él le daba un sorbo al trago, le dijo que ella le había gustado mucho desde que la vio esa tarde, y que la había deseado mucho tan solo al verla, ella sonrió tímidamente y le pregunto por qué, a lo que él contestó que las latinas eran su predilección desde hacía mucho tiempo, una vez más ella preguntó si había alguna razón en particular a lo que él dijo:

—Ustedes son las mujeres más calientes que hay, disfrutan mucho del sexo, y sé que las mejores noches de mi vida sexual con mujeres latinas,

Ana se sintió como mariposa de una colección de un tipo que al parecer “coleccionaba” amantes latinas.

Rod se aproximó a Ana, y sin preámbulos y estando a solamente un paso de la bella mujer, el negro retiro la toalla que cubría sus partes pudendas, sus poderosos muslos y abdomen de lavadero cubierto de pelo negro e hirsuto eran un marco perfecto para un pene largo de veinticuatro centímetros y un diámetro considerable ¡aun en reposo! Ana vio la toalla caer y sin poder evitarlo fijo su mirada en ese monstruo de carne poderosa que en flacidez era aún mayor que varios que ya la habían hecho gozar, y su mente cálculo que cuando menos crecería otros 4 centímetros cuando alcanzara la erección ¡era una verga inmensa y estaba a punto de tenerla toda adentro!

Rod se inclinó, así, desnudo completamente y beso a Ana en los labios, un beso lento, húmedo, delicioso, sus enormes labios semejaban una ventosa cubriendo casi completamente la boca pequeña de la mujer que sintió un calor súbito que la recorría inexplicablemente desde las cavidades de su cuello, bajando por la espina dorsal, erizando su piel, levantando sus pezones, calentando su vientre y mojando sus partes íntimas, sin dejar de besarla como un experto, puso la copa de vino apoyando en la cómoda en la que Ana estaba ya, recargada, y sus amplias y fuertes manos enlazaron a Ana por la cintura, la apretó fuertemente contra sí, y ella solo gimió suavemente dando muestra de su aprobación por el gesto atrevido, pero tierno y experto del hombre, su pecho fuerte y la espalda ancha eran algo irresistible para Ana, pero lo que más la tenía loca con inexplicables oleadas de placer ¡tan solo con un beso! Era su olor, ese aroma tan distinto de su piel de ébano, que todos sus otros amantes blancos y latinos ¡no tenían! Era intoxicante, fuerte, sí, pero no desagradable, y esa protuberancia que sentía contra su vientre y su ombligo, no había bajado la mirada pero ya sentía esa lanza de carne contra su ropa y cuerpo, se sentía dura como una barra de hierro, y Ana sintió como la humedad de su sexo ya mojaba las bragas, sin que la razón, o el amor tuvieran nada que ver con el momento, era solo lujuria, sexo, deseo, y era delicioso.

Rod separo sus labios de los de Ana, siguió besándola levemente en la mejilla y se deslizo hacia abajo, al cuello y nuca de la mujer que era una explosión de nervios y sensaciones, sin dejar de besar y lamer, sus enormes manos se deslizaron hacia el frente de ella, tomando el saco del traje sastre, abriéndolo halándolo hacia atrás y abajo, despojándola de la prenda, sintió el roce de sus dedos contra la seda de la blusa y otra sensación eléctrica recorrió su humanidad, hacia un trabajo magnifico con sus gruesos labios mordiendo suavemente el lóbulo de la oreja, y humedeciendo la sensitiva piel del cuello y la parte de atrás de su cabeza, tras la caída al suelo resbalando el saco, sus manos regresaron al frente donde comenzó a desabotonar la blusa blanca, botón a botón, y sensación a sensación, ella hubiese querido pedirle que se detuviera, pero el calor en medio de sus piernas le pedía a gritos que ni se le ocurriera hacerse la interesante o pedirle que se detuviera, al llegar a la parte inferior de la blusa, que estaba fajada dentro de la falda, finalmente separo sus labios y el trabajo intensivo sobre su cuello, para mirarla fijamente a los ojos y sin decir una sola palabra, continuar con el trabajo de desnudar su esbelto cuerpo.

Haló nuevamente ahora hacia arriba la parte oculta de la blusa, ahí estaba Ana, con la blusa totalmente abierta ofreciéndole la vista de su delicado sujetador de Victoria Secret, media copa que sujetaba sus erguidas copa treinta y cuatro D, tomo el brazo izquierdo y se llevó los dedos de Ana a la boca, besándolos, chupándolos, al tiempo en que abría el botoncillo de la manga, una vez que este cedió bajo el brazo y tomo el otro, repitió la operación y libero la manga del botón, y sumergió su cara en el canalillo de deliciosa carne suave de la mujer, que respiraba cada vez más profundamente y en forma agitada, la lengua del negro se internó en el amplio escote de la prenda íntima y con las manos echo la blusa hacia atrás y abajo, Ana estaba ya solo con la falda, los zapatos de tacón y el brassiere, casi completamente a su disposición.

Retomo a Ana por la cintura, la apretó contra sí, ella se dejó querer, no oponía la más mínima resistencia, teniéndola así por la cintura, Rod abrió el clip que sujetaba la parte posterior de la falda, hizo descender el cierre, y abrió la cremallera que iba de la cinturas hasta la mitad de las nalgas de Ana, sus anchos dedos entraron entre la piel y la prenda y esta cayo de un solo golpe hasta los talones de ella que seguía ensimismada con los besos del garañón que quería montarla, Ana estaba ya, frente al desconocido llevando solamente el brassiere y las pantis que hacían juego, y los zapatos de tacón de aguja que tanto resaltaba sus delgadas pero bien formadas pantorrillas.

Ana no podía pensar, solo reaccionaba, y los movimientos de Rod eran expertos, no bien acababa de retirarle la ropa, cuando sus manos ya copaban su trasero abarcándolo completamente, los dedos magreaban con destreza la carne de Ana, uno de los largos dedos estaba cerca de su diminuto ano, y desplazándolo levemente supero la delicada barrera de tela de la pequeña tanga blanca con encaje al frente, y toco esa parte tan privada de ella, miles de terminales nerviosas conjuraron para que de su garganta brotara un quejido un poco más gutural, el dedo ancho y tosco de su amante desconocido estaba tocando la entrada de su ano, y abriéndose paso ligeramente en la entrada de mismo, mientras que con el resto de la mano y con la otra levantaban a la delgada mujer en vilo, ella abrió las piernas y rodeo la parte baja de la espalda de él, Ana estaba en contacto completo con su amante, besándolo con deseo, sintiendo la punta del dedo dentro de su apertura más íntima, el giro completamente, así, desnudo con su tremendo tolete al aire, ella con sus delicadas pantaletas ya habían sentido la dureza de esa barra de carne, y ahora el acomodo a Ana de una manera en que con ella en vilo, su enorme verga hacia contacto con su vagina, mientras no cesaba de besarla y de dedearle el ano, la llevo así, elevada hasta la orilla de la cama donde siguió besándola con furor, ella gemía más fuerte, y el decidió bajarla y dejarla sentada en la orilla del lecho que los esperaba.

Ana sintió como el poderoso amante la posaba con delicadeza sobre la cama, ella sonrió coqueta, estaba contenta y si dos horas antes alguien le hubiera dicho que en poco tiempo estaría en el hotel de enfrente de su trabajo en ropa interior y a punto de ser penetrada por un hombre de color seguramente le hubiera mentado la madre al que le hubiese sugerido tal locura.

La enorme verga de Rod que permaneció de pie totalmente desnudo a la orilla de la cama, quedo a la altura de la cara de Ana, ahí estaba el miembro que había sentido recargarse contra su hendidura, estiro la mano, y la tomo, era ¡enorme! Los largos dedos de Ana apenas abarcaban el diámetro del poste que Rod tenía pegado en la entrepierna, sin pensarlo, y teniéndolo frente a ella, un enorme deseo de metérselo en la boca la llevo a desdibujar la hermosa y juguetona sonrisa, para abalanzarse sobre la tranca que la aguardaba, su boca era pequeña, y la verga del negro era inmensa cuando se metió el glande en la boca, muy poco pudo ir hacia adentro de su garganta, con apenas el enorme capullo el miembro de él abarcaba la cavidad bucal pero ella comenzó a lamerlo y succionar en la cabeza del falo y al parecer lo hacía bien porque el ronroneaba y gemía con las esmeradas atenciones de la anfitriona que mamaba con enorme gusto lo que él le presentaba.

Rod aprovecho el éxtasis en que Ana estaba chupando profusamente su miembro viril y acariciando con ambas manos su escroto, para bajar los tirantes del albo sujetador y desabrochar la delicada mariposa al frente del mismo, liberando las tetas de bellos pezones café claro y totalmente duros, amaso ambos con sus manos, y aunque eran de considerables dimensiones estos se eclipsaban ante las manos del hombre, que acariciaba con la palma de la mano ambos pechos enviando sensaciones muy placenteras a la mujer que como hipnotizada continuaba chupando la cabeza del falo enhiesto y duro que ya deseaba tener dentro de ella.

Una mano de Ana copaba las enormes pelotas del hombre, y su pequeña boca se llenaba de carne que succionaba con gran gusto, Ana bebía cada gota del líquido seminal que brotaba de la punta del falo y los gruñidos de él le indicaban que estaba en el camino correcto, el contraste de los colores de piel, y las dimensiones corporales de los dos eran llamativas y extrañas, él era enorme, masivo, y ella delicada y frágil, Rod tomo la cabeza de Ana con ambas manos y empujo sus caderas para adelante metiendo más el pene en la pequeña boca de Ana, la cabeza del miembro llenaba por completo la boca de la mujer, tenía pene en el paladar, llenando ambas mejillas, y la punta hacia contacto con la campanilla en la parte posterior de su garganta, sintió arcadas y quiso sacudirse del agarra de ambas manos en su cabeza, pero él no cedió y empujo un poco más, a ella le faltó el aire, sentía que se ahogaba, pero al mismo tiempo tenía una sensación de ser poseída, de que el la controlaba, que ella estaba sometida a ese extraño para solo su placer y se sentía extrañamente excitada, uso sus manos apoyándolas en los generosos muslos del negro para empujar y liberarse del enorme pene que rebosaba en su boca, Ana tosió y jalo aire desesperadamente por la boca, era demasiada verga, y aunque estaba encantada, un poco más y se hubiera desmayado por la falta de aire.

Se sintió totalmente vulnerable, débil, él sonrió y mostro esos bellos dientes blancos, y entendió que las ves se había sobrepasado un poco con la anfitriona del restaurante, le tendió una mano y la incorporo para ayudarla a limpiar el hilillo de saliva que resbalaba por las comisuras de sus agrietados labios tras estirarlos al máximo para poder contener su enorme vara en la boca, el flexiono sus piernas un poco, tomó las bragas blancas de Ana por los lados, y continuó descendiendo, al tiempo que bajaba los calzoncitos de ella, usaba su boca y lengua para besar y lamer desde el vientre, pasando por la raya de tenue vello púbico de ella en forma de I sobre su pequeña labia exterior, cuando la prenda estuvo a la altura de los tobillos de ella, la lengua fuerte y larga de él estaba situada en la parte superior de sus labios vaginales, extendió la lengua, y la punta se introdujo en la cavidad, busco el clítoris de Ana que dejo escapar varios gemidos fuertes, dejándole saber que estaba lamiéndola en donde a ella le gustaba, ella separó las piernas así, de pie, y él todavía doblado, procedió a arrodillarse frente a ella que ya no tenía puesta ninguna prenda, empujó a la mujer levemente y ella sintió la orilla de la cama en sus muslos, descendió en ella, se sentó, con el hombre siguiéndola desde sus rodillas, se sentó en el lecho y él sujetó sus tobillos abriéndole las larguísimas piernas de par en par, procedió a lamer los tobillos, después las afiladas pantorrillas, posó su lengua detrás de las rodillas, lamió los larguísimos muslos, y entró hasta el centro de las mismas, donde Ana rezumaba enormes cantidades de líquidos lubricando la entrada de su vagina y mojando su ano.

Ella no recordaba haber estado tan mojada antes en su vida, sentía un poco de vergüenza, parecía que estaba orinando, la cantidad de líquido hacia brillar sus labios vaginales, y mojaba la parte interior de sus muslos, el ataco sin piedad con la lengua el órgano sexual de la hembra que se retorció de placer al sentir como le lengua no había ido por su clítoris, sino semejando un pene, se había introducido casi completamente en su vagina, el siguió con sus embates linguales entrando y saliendo del orificio de Ana, en algún momento y cuando parecía que ella acabaría con un orgasmo así, el retiro la lengua de la cavidad y bajo hacia el ano de ella, y procedió a hacer lo mismo, la penetro analmente con la lengua y empezó un furioso mete y saca que hizo que ella perdiera el control. Ana estalló en un tremendo orgasmo que inclusive la hizo expulsar un líquido blanquecino por la uretra, ¿se habría orinado? No, simplemente tuvo un orgasmo con eyaculación femenina por primera vez en toda su vida mojando con ese líquido la cara del hombre que sonreía abiertamente al ver que había hecho algo que tal vez, esa mujer nunca había experimentado antes.

Ella se acurrucó en la cama, se arrastró un poco más hacia adentro del lecho para reposar un poco después de las tremendas sensaciones vividas, sentía electricidad por todo el cuerpo, su vagina y ano se contraían rítmicamente fuera de control, sus piernas se acalambraban un poco, ¡y todavía faltaba que la penetrara con su inmenso pene!

Él la siguió como lobo en celo, no la dejaría bajar de la nube, se acostó de frente a ella que en posición fetal reposaba del explosivo orgasmo, tomó uno de sus pies y lamió sus dedos, los delicados pies de ella eran bañados por él, al tiempo de que le acariciaba los muslos, y la hacía temblar, siguió arrastrándose hacia arriba, tomó las rodillas de Ana y las separó, volvió a abrirla de par en par viendo su enrojecida vulva, y se metió con el torso primero y las piernas después ubicándose para la gran penetración, Ana relajó su cuerpo y se preparó mentalmente, sin perder de vista la herramienta grande y tiesa del moreno que ahora quería estar dentro de la mujer mexicana que le había llamado la atención desde que la vio en el restaurante tres o cuatro horas antes, ahora, esa misma mujer, tan elegante, estaba debajo de su cuerpo, bajando de la nube de un poderoso orgasmo, y abriendo las piernas desmesuradamente y deseando que él se la metiera toda de un solo golpe.

Rod puso la gruesa cabeza de su glande en la apretada entrada de Ana, empujó levemente contra la piel rosa y mojada del sexo de la mujer, un gemido ahogado salió de la boca de Ana, el enorme bulbo estaba a la mitad de su abertura y ella ya lo sentía enorme, Rod bajo la cadera, apretó un poco más y el glande entro abriendo la labia, la cabeza estaba dentro, faltaba el resto, Ana se mordió el labio inferior, era un dulce sufrimiento, él dejo caer el peso de su cuerpo y se fue hasta la mitad dentro de ella, ambos gimieron, la humedad de ella y su calidez eran deliciosas, mientras que la rigidez y poder de su falo abrían los pétalos íntimos de ella haciéndola gozar, bajó los brazos ubicándolos a la altura del torso de ella y balanceó su cuerpo aún más abajo, llegando hasta el fondo del sexo de Ana que gritó levemente, ¡la tenía toda adentro! Y estaba sintiéndola toda, él comenzó un movimiento circular y de entrar y salir hasta la mitad de la longitud de su pene, ella abrió más las piernas y comenzó a gemir más, él aceleró el ritmo, y ella se movió al unísono, ambos estaban perfectamente compenetrados en el sexo, y la experiencia estaba siendo maravillosa.

El mete y saca frenético continuo en el clásico misionero, él la besaba y ella usaba sus brazos para tocar los musculosos bíceps, y recorría con sus uñas la longitud de su espalda, apretaba la cadera de él cuándo el cuerpo masculino estaba en la parte baja de la penetración, fue en una de esas, cuando él estaba profundamente dentro de Ana que él cerró los brazos y apretó a la mujer contra su pecho y sin sacar su verga de ella, giró hacia su costado levantando a Ana, la volteó completamente y era ella quien ahora estaba sobre él, de estar acostada frente a él, y besando sus gruesos labios.

Ana procedió a sentarse sobre su pene, y a tomar el control de la penetración, él se dejaba querer, y con ella sentada frente a él, aprovechó para masajear los grandes senos de la delgada mujer, que estaba frenéticamente cabalgando al macho que la poseía completamente, echó la cabeza para atrás y cerró sus ojos, pensó en sus primas, con quienes constantemente conversaba y comentaba sobre la vida sexual de cada una ‘si vieran que clase de negro me estoy cogiendo, ¡todas me lo envidiarían!’. Su escaso pelo púbico y su clítoris estaban en pleno contacto con el pubis de él, y su duro palo estaba clavado profundamente en ella, quien hacia un movimiento circular al tiempo de que no dejaba escapar un centímetro del miembro masculino que la estaba volviendo loca.

El ritmo de Ana tenía loco al afroamericano, quien en ese momento era un simple dildo estático enterrado a fondo en la hambrienta vulva de la anfitriona del restaurante, ella siguió su cabalgata y en un momento volvió a sentir las descargas eléctricas del orgasmo que comenzaba a gestarse poderosamente en su vagina, y clítoris. Bajó sus manos y las posó en los poderosos pectorales de él, quien mientras ella hacia sus movimientos pélvicos circulares inició un meter y sacar fuerte y constante, Ana se vino a gritos, él apretó sus duros pezones, y por poco estalla en un llanto de felicidad y plenitud cuando este orgasmo superaba en intensidad al que su amante ya le había dado con la lengua, cerró las piernas a los costados de él, y trató de alargar la sensación de su poderoso palo abriendo su vagina y el roce del vello de él sobre su clítoris, una vez más, el líquido blanquecino escapó de su cuerpo, mojando la verga y las bolas del varón que sonrió una vez más al ver como la mujer estaba en el séptimo cielo viniéndose sobre él y gritando desaforadamente.

Ana se dejó caer de bruces sobre el cuerpo poderoso de Rod, quien acarició sus nalgas, y acaricio su espalda, ella ya había tenido dos poderosísimos orgasmos y él aun no concluía. Dejó que la mujer reposara a unos tres minutos en su torso, y la besó, siguió sus caricias, insertó su dedo índice en el ano de Ana, y acarició sus tetas con la otra mano.

Tras cinco minutos de dedear la parte posterior de Ana, y acariciar su pecho y espalda, él se escurrió a un lado de ella, se incorporó y sobre sus rodillas, tomó las caderas de la hostess mexicana, poniéndola de perrito, y procedió a ubicar su pene en la entrada de su placentera vulva, ella le pidió que fuera gentil “la tienes muy grande, despacito, me va a lastimar en esta posición”, él asintió “lo haré despacio” afirmó, y empujó su falo dentro de Ana, comenzó con todo cuidado, despacio, centímetro a centímetro. Ana hacia bizcos y se mordía los labios, era ¡enorme! Y no había perdido nada de su dureza a pesar de que tenían fácilmente 40 minutos de sexo frenético. La penetró completamente, y comenzó a ir hacia adelante y atrás, primero un ritmo semi-lento, pero conforme avanzaba el frente de los muslos de él comenzó a golpear fuertemente contra la parte posterior de los muslos y nalgas de ella, y entre más tiempo pasaba él arremetía más fuerte y el golpeteo era ya doloroso para ella, pero al mismo tiempo increíblemente exquisito.

Ella bajó la cabeza y el torso, dejando su parte posterior arriba, y su culo empinado para que él hiciera de ella lo que él quisiera, sus poderosos embates eran ahora acompañados de su enorme dedo pulgar hurgando dentro de su puerta trasera, su dedo era grueso, y su diámetro semejaba a otro pene por lo cual Ana estaba experimentando una doble penetración, cuando el ritmo era más fuerte él empezó a sacar su verga completamente y después la metía toda de regreso en su cuerpo, esa operación la realizó varias veces, hasta que en una de esas, su verga salió de la vagina y se incrustó de golpe en su ano, ella gritó, le dolió muchísimo, pero al sentir la estrechez del recto de ella, Rod no se retiró, siguió de frente mientras Ana gritaba de placer y dolor, su ano se distendió al máximo, y un hilillo muy breve de sangre apareció en torno a la arrugada piel del esfínter de la fémina.

El negro continuó con su penetración y aceleró, estaba a punto de venirse, el culo de Ana era una delicia, la actitud sumisa de la mujer que había dejado de protestar era una recompensa, sus jadeos y gemidos una invitación a seguir, los gestos en la cara de ella y sus ojos en blanco parecían extraídos de una película porno. En una de las embestidas Rod se quedó hasta adentro, y comenzó a soltar su leche dentro de ella, el recto de Ana se llenó de esperma caliente, la venida era copiosa, el placer maravilloso, y cuando sintió los ríos de espeso líquido y su calidez dentro de su ano, ella se vino una vez más, gritando, mascullando toda clase de groserías e improperios y disfrutando de cómo ese descarado afroamericano la había convencido de ir a ese cuarto de hotel donde había sido estrenada en el arte del “squirting” (eyaculación femenina) y además usada analmente.

Rod se dejó caer a un costado de Ana, ella se quedó así, boca abajo, con mucho esperma manando de su apretado culo, que, en ese momento estaba distendido y adolorido, pero que a la vez, la hacía sentir como una mujer a la que un amante había hecho intensamente feliz dejándola satisfecha con una sesión sexual de campeonato mundial.

—Eres una puta deliciosa sabía que vendrías a abrirme las piernas putita —le dijo Rod con una esa sonrisa de dientes blancos inmaculados y una socarronería que en vez de resultar ofensiva semejaban a la seguridad del niño que obtiene el capricho que había deseado.

—No soy puta, pero me llamaste mucho la atención y no se ni porque estoy aquí —dijo Ana.

—Estás aquí porque te gusta mucho la verga, lo vi en tus ojos, algo me decía que si te lo pedía, te acostarías conmigo, y aquí estás.

Ella se sonrojó, sabía que cuando lo vio si se le había antojado estar con él íntimamente.

Él se levantó de la cama y se dirigió al baño, ella se quedó acostada lateralmente, viendo hacia donde el hombre había desaparecido, su ano y su vagina palpitaban, el viscoso liquido seguía escurriendo de su recto, escuchó que el hombre había abierto la regadera para meterse a bañar. Ana se levantó, tomo sus pantaletas y limpió su coño con ellas, se puso la falda, el brassiere, la blusa y el saco y caminó rumbo a la puerta, no esperaría al hombre que la había hecho suya, tenía ganas de estar sola, de pensar ya que, a pesar de las deliciosas sensaciones y sexo de primera calidad que había vivido al acostarse con un hombre de color por primera vez (otra primera vez) sentía cierto dejo de culpa, y quería meditar sobre esta tremenda aventura sexual.

Al dirigirse a su casa, salió del cuarto de hotel, cerró la puerta y caminó rumbo al elevador con una sonrisa en el rostro ¿le platicaré a mi hermana y mis primas de esto? Se preguntó…

Compartir relato
Autor

Comparte y síguenos en redes

Populares

Novedades

Comentarios

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Los comentarios que contengan palabras que puedan ofender a otros, serán eliminados automáticamente.
También serán eliminados los comentarios con datos personales: enlaces a páginas o sitios web, correos electrónicos, números de teléfono, WhatsApp, direcciones, etc. Este tipo de datos puede ser utilizado para perjudicar a terceros.